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Capítulo 8

Aiden estaba orgulloso de tener lavadora y secadora en casa. Los inventos tecnológicos le habían salvado, nuevamente. Gracias, modernidad.

Su noche había sido perfecta, y su mañana apenas iniciaba, rodeado del cántico de los pajaritos revoloteando tras dejar sus nidos, su armónico sonido acompañaba el ritmo de sus pasos por la calle. Rodeado del gustoso aroma de las panaderías, se tentó a comprar un manjar dulce, el que devoraba inmensamente desesperado, relamiendo el azúcar de sus labios con la lengua, aguantando el ardor de su labio partido.

Los charcos en el suelo se llenaban de ondas por las hojas arrancadas por el viento, así le era imposible ver su reflejo en los turbulentos espejos, aunque poco importaba, porque sabía de la sonrisa bobalicona sobre sus labios. El mundo tiene otros tintes cuando se está enamorado.

Las tiras de la bolsa de cartón se balanceaban de lado a lado por su antebrazo. Su cabeza no deja de imaginar escenarios, replicar las palabras de su discurso e inventar múltiples respuestas a cualquier pregunta... Su único propósito era devolverle su chaqueta a Nathan. Agradarle un poco, ya era un sueño avaricioso. Aiden suponía que le tolera por ser el mejor amigo de quien le gusta.

Pese a ser temprano, una hora a la cual es posible degustar los rayos del sol, una estrella un tanto mansa por haber regresado tras la noche, Aiden solo se cuestionó si Maximillian era alguna especie de vampiro, ¿cuánto tiempo dormía?

Los papeles solo se arremolinan en la entrada, rodeando los pasillos, atorándose entre los casilleros. La nueva primicia del periódico de chismorreos pinta entre unas cuantas infidelidades, unos supuestos nuevos romances y rivalidades, culpables de bromas pesadas... Lo primordial es arruinarles la reputación a los tres atacantes de Aiden, tildados de machitos homofóbicos, al exponer sus vidas junto a un par de inventos bochornosos. El morbo atrajo la atención de alguno que otro estudiante, quienes se adueñaron de algún panfleto en la pared.

Aiden fue de los primeros en tomar uno de las hojas rondando por el estacionamiento, leyendo pacientemente cada línea, percibiendo la risa de Max al escribir el artículo.

— Max, ¿no es muy cruel? Creo que ha exagerado — Rose no le da ni los buenos días, simplemente miró por encima del hombro del chico, releyendo la noticia, teniendo sentimientos encontrados al verla.

Aiden siquiera se impresionó por la llegada de la fémina, pudo percibirla por el aroma de su perfume. Rose siempre huele a rosas.

— Se lo merecen, quizá así aprendan a no ser unos idiotas — No iba a mencionar el hecho de ser cómplice de un delito en contra de ellos, si Rose se enteraba, pasaría toda la vida siendo regañado — Van a pensarlo dos veces antes de agredir a alguien más —

— Oh, créeme, lo harán. Ayer hablé con la dueña, conseguí una sanción — Alardeó orgullosa con una sonrisa de satisfacción — No podemos convivir con abusones. Bea estuvo de nuestro lado y ayudó a poner presión, van a expulsarlos del gimnasio —

Aiden arrugó el papel en sus manos, sintiendo sus ojos cristalizarse por la aglomeración de alegría en su pecho, resaltando en una risilla contagiosa. Lanzándose a los brazos de su amiga, ignoró las punzadas de sus adoloridos músculos, aplastando su mejilla contra la suya, oprimiendo sus labios en una graciosa mueca.

— ¡Gracias, gracias, gracias!, ¡Eres la mejor del mundo mundial! — Celebró en medio de su lloriqueo, dejando escapar su felicidad en esa física muestra de expresión. La dicha se sentía como burbujas, cientos de pompas flotando en el aire, danzando al ritmo del viento, siendo libres de volar allá donde fuese — Salvaste mi trasero, mis padres estaban un poco temerosos de dejarme volver a las clases... ¡Eres mi humano favorito! — Chilló con los ojos atrapados entre lágrimas y la voz truncada por el llanto.

Rose respondió regresando el abrazo con cuidado, apenas sosteniéndolo — No hice nada especial, solo lo que un amigo haría — la delicadeza de su sonrisa hacía persistir a las burbujas, las embellecía con su brillo, atrayéndolas para arremolinarse a su alrededor. Al menos era la percepción de Aiden.

El chico solo se limpió el rostro con la manga de su sudadera, respirando con dificultad por los constantes hipidos — Sí. Agradezco al destino por juntarnos tan pronto, nada sería igual sin ti... — el repentino y fugaz llanto había dejado merma en su rostro, pintando con un par de toques rojizos sus mejillas y la punta de su nariz.

— No seas tan dramático, sabes que el destino no existe — negó, ella solía ser más un alma realista, atando su lógica hacia un sentido racional — Por cierto — su curiosidad le llevó a señalar la bolsa colgada en el antebrazo de su mejor amigo — ¿Qué traes allí? —

— ¿Eh? — Quitándose los últimos rastros de lágrimas, llevó su atención hacia la dirección en donde apuntaba Rose — ¡Oh! Una chaqueta, es de Nathan, ayer nos encontramos de casualidad... Me prestó su chaqueta para no pasar frío, se la voy a devolver — explicó, contestando con sinceridad, pues consideraba el momento idóneo de tomar una charla importante respecto a su sentir.

— ¿Ya olvidaste mis advertencias? — Resopló, encorvándose levemente, en un gesto de desagrado.

— No las olvidé, solo... — le señaló con la cabeza que avanzaran hacia la comodidad del interior de la institución, el viento del exterior azotaba las copas de los árboles, arrancando bruscamente las últimas hojas, atrayendo con ellos oleadas de frío — Un corazón enamorado no entiende razones. En realidad, no es tan profundo para llamarlo amor, es solo un decir... —

— ¿Corazón enamorado? — Se detuvo a mitad de camino, frunciendo el ceño, pareciendo que las palabras se habían aglomerado en su garganta, sin lograr salir por su boca.

— Sí. Nathaniel es mi crush. Yo te dije hace meses, ¿no lo recuerdas? — Entró en pánico, admirándola con los ojos abiertos de par en par — ¡Te lo confesé! —

— Dijiste muchos nombres, la mayoría eran nombres raros, creí que era una lista de amores de personajes de anime — Enrojeció por culpa de la vergüenza, caminando muy rápido, dejando a Aiden muy por detrás — Tus novios falsos, solamente... No tenía ni idea —

Aiden dio un largo respiro, calmando sus nervios, para recuperar el tono de su voz — Ahora lo sabes. Nathaniel Hicks y Henry Cavill son mis crushes 3D. Son reales e igual de inalcanzables — casi se autocompadece por su miseria. Al menos era consciente de la magia de los amores platónicos, estos son completamente irrealizables, meras fantasías.

Rosemary se detuvo frente a su taquilla, analizando la situación — Nathan te dio su chaqueta. Compartieron tiempo juntos y se preocupó por ti, ¿no significa que tienes alguna oportunidad? —

— Me rechazó. No le gustan los chicos — Contestó con la frente pegada a su casillero, derrumbándose por su irremediable mala suerte en el amor — La gaydición es enamorarse de chicos heteros —

— Igual, los chicos dan mucho asco — Una tercera voz resonó a su lado, se notaba fastidiaba, prácticamente haciendo una mueca de asco. Su cabello se zarandeaba en una cola muy alta, el aroma de su perfume era fuertemente embriagador y las pestañas postizas realzaban el café de sus ojos, Aiden siempre alababa las habilidades de maquillaje de las chicas — No te recomiendo enamorarte de ellos. Ninguno sirve —

— Sí. Los chicos dan asco, todos menos mi papá — dijo con una grata risa en los labios — Bueno días, Cherrie. Estás muy linda está mañana — No es que nunca se hubiesen encontrado en los pasillos o no concordaran en algunas clases, simplemente no tenían relación para dirigirse palabras por cordialidad.

— Toma, es un desinflamatorio, en casa teníamos un poco y no vamos a usarlo, te servirá — sustrajo de su bolso un ungüento que tendió a Aidan — La señorita perfección puede corroborar su efectividad —

Rose, quien había terminado de sacar sus materiales del locker, miró por encima del hombro de su amigo, la medicina, asintiendo de inmediato — Es buena y cara. ¿En tu casa se dan el lujo de tirar pomadas costosas? —

— Rosemary, ella solo intenta ser amable — Aiden le llamó la atención al sonar muy grosera con alguien dadivoso que solo estaba prestando su ayuda — Gracias Cherrie, definitivamente lo usaré, ya me cansé de parecer un globo... —

— Tienes razón, fui desconsiderada con Cherrie, lo siento — Rose acomodó las correas de su mochila a sus hombros, asegurándose de no tener peso extra. Prefería no ponerle nombre a su molestia — Debo irme, haremos un experimento complicado en laboratorio, soy la encargada de tener todo limpio — se despidió escuetamente del par junto a los casilleros, dirigiéndose a una sección diferente del edificio principal.

— ¿Se levantó con el pie izquierdo? — Cherrie cuestionó al señalar a Rose mientras se alejaba por el pasillo, desde su perspectiva había actuado con normalidad durante la práctica matutina del club de porristas, su tono agresivo era nuevo para ella.

— Seguro está enojada porque olvidé regalarle un dulce — concluyó el chico, sacando dos bombones de la bolsa de su sudadera — ¿Quieres uno? — Milagrosamente la pelinegra aceptó, lo que aumentó la creencia de Aiden de tener una maldición. Solo las chicas aceptaban sus dulces.

Sin siquiera hablarlo, caminaron juntos hacia la clase de inglés, en medio de la anécdota de Aiden sobre su inusual noche y las advertencias de Cherrie sobre los nuevos pasos asesinos de la clase de zumba.

Su materia favorita definitivamente no era historia, ¿la sátira de la vida?, su maestro favorito era el de historia. Escuchar por horas las antiguas civilizaciones podía sonar somnífero, excepto cuando el maestro lo contaba con tanta pasión, derrochando el verdadero amor por su materia, el estudiar no era pesado, Aiden estaba seguro de ser contagiado por sus ansias de aprender.

Quizá, el maestro era su tercer amor platónico, tanta admiración no podía calificarse con otro nombre. Tristemente la campana volvió a separarlos por una semana, el tiempo de descanso había llegado.

La pompa de chicle explotó al llegar a su límite, y él pudo volver a mascarla en su boca. El sabor a fresa era todo un deleite al paladar y el dulce rosado derramándose al dar el primer mordisco, acariciaba sus papilas gustativas con el sabor azucarado, prácticamente empalagoso. Recorriendo los pasillos con las manos en los bolsillos, la bolsa seguía colgando de su antebrazo. Rose tenía una reunión sobre la campaña estudiantil, Cherrie se había marchado junto a sus amigas y él nunca compartía tiempo con Max durante el almuerzo. La perfecta oportunidad para ir con Nathaniel.

Esquivando a un par de estudiantes, consiguió llegar hasta la cafetería, el aroma a comida le apretujó el estómago, pues el hambre retumbó hasta provocar un molesto sonido. Lo intentó apaciguar con un segundo chicle de fresa, mascando con la esperanza de engañar unos minutos a su sistema. Buscó entre los pasillos, lloriqueando en sus pensamientos por no ser de los afortunados que probaban sus platillos.

El amor atontaba a las personas, peligroso considerando que Aiden no se caracterizaba por ser el más listo.

Una silenciosa celebración resonó en su cabeza al localizar a su objetivo. Camino a paso tranquilo, por miedo a acabar estrellándose con algún desafortunado o cayéndose de cara en el plato de un desconocido.

Los primeros ojos de quien captó su atención, fueron unos achocolatados, de un chico de expresión serena, quien palmeó el hombro del chico a su lado, indicándole girar. Ezra Shalford, miembro del equipo de baloncesto, popularmente conocido por ser muy poco accesible, no debido a su carácter, sino por la escasez de este. El único amigo de Nathaniel.

— Buenos días, tardes, noches, señoritos y señoritas — les saludó Aiden al posarse frente a la mesa ocupada en su mayoría por los de básquet y algunas porristas, incluida la propia Cherrie, la única que le devolvió el saludo — Lamento interrumpir su almuerzo, solo necesito a Nate por unos pocos segundos — carraspeó, nervioso por las múltiples miradas sobre él — ¿Podrías salir de tu rincón un momento, querido Nate? —

Cameron, un rubio de mirada prepotente, y risa burlona, se mofó de la situación — Vamos, Nathan, sal a recibir a tu novio... Ya sabemos que te cansaste de las chicas —

Aiden, ignorando el vitoreo del resto, se rió incómodo — Me rechazó, lamento arruinarte el chiste, pero fui completa y totalmente rechazado — dijo, sin dejar de sonreír, evitando el malestar — No está bien ser ingenuo y creerse todo lo que ven, compartir información falsa puede lastimar a alguien, y ese alguien algún día podrías ser tú —

Cherrie fue la primer en reírse escandalosamente, apoyándose sobre el hombro de Cameron, haciéndole curvarse hacia el lado contrario — Uh, el chico te la metió, mejor sóbate calladito —

Los demás solo vitorearon, no por estar de acuerdo con Aiden, simplemente encontraron una excusa para meterse con Cameron.

— Deberías hablar con él en privado, aquí no van a dejarlo tranquilo — Erza, ocupado en sumergir una papa frita en la salsa de tomate, como para prestarle atención a los demás, opinó acerca de la situación, dándole un consejo a su amigo, quien pasaba sus manos por su rostro con cierto deje de hastío.

— Lo sé — Al levantarse de la silla provocó un estruendo por el roce de las patas metálicas contra la blanca cerámica del suelo — Aiden — le indicó seguirlo con un movimiento de cabeza.

El susodicho, pendiente de su alrededor, solo pudo acercarse a Erza, sacando con entusiasmo un chicle de fresa del bolsillo de su pantalón, tendiéndoselo al chico, agradeciendo sin palabras su ayuda. Reluciendo una verdadera sonrisa, pareciendo brillar bajo reflectores rosas, transmitiendo un aroma parecido al de las fresas. Erza le observó unos segundos, hasta tomar el dulce y agradecer con un asentimiento.

Nathan era evidentemente más rápido que él, por lo que Aiden casi se golpea con una de las puertas de salida, cuando estás siguieron agitándose tras el paso de Hicks unos segundos antes. Solo ir detrás de sus pasos le había dejado sin aliento, odiando no encontrar consuelo en el ahora insípido chicle en su boca, molestándose por hallarse sediento.

— Traje tu chaqueta — Se adelantó a hablar antes de Nathan, no queriendo alargar el momento, pues tenía hambre — Solo quiero devolverla — extendió la bolsa, tomándola de los lados, esperando que su nerviosismo no fuese tan evidente — También los gatos de las compras de anoche, tal como prometí — se apresuró en sacar su billetera, mirando a sus alrededores, esperando no encontrar testigos — Aunque, yo solo quería dártelo frente a los demás... Ahora pareces un bravucón —

Desde la perspectiva de Nathan, Aiden parecía un cachorro tembloroso, viendo lado a lado de forma histérica.

El más alto solo tomó su pertenencia, siendo atacado por el fresco aroma frutal que se desprendía de ella. Olía igual a Aiden — No quiero el dinero — dio un vistazo al interior, su chaqueta estaba perfectamente doblada — Con esto me basta — zarandeó la bolsa antes de pasar por el lado de Aiden, buscando regresar a su mesa.

— ¡Entonces! —

Toda su práctica frente al espejo se fue al traste, el miedo le traicionó y acabó tomando de la muñeca al contrario para retenerlo, haciéndole detenerse. Su temor a no tener una excusa para relacionarse de nuevo le ganaron a sus nervios.

— Entonces... — El tono alto de su voz disminuyó al encontrarse muy cerca de aquel par de orbes verdes — ¿Puedo invitarte a salir a comer conmigo? — Le soltó, alzando las manos efusivamente — ¡No es una cita! Solo un agradecimiento por ayudarme. Nadie va a enterarse, lo juro —

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