Capítulo 7
Lloviznaba. Las pequeñas gotas se apreciaban a través de los faroles de la calle, cayendo desde espesas capas de nubes, manchando de un tono rojizo el cielo. El primer contacto le hizo encogerse, doblegarse buscando refugio en las mangas que cubrían sus manos. La chaqueta de tonos marrones de Nathaniel le quedaba como un vestido, cubriendo hasta sus muslos, un poco arriba de las rodillas.
La genética le había bendecido. Los dos eran chicos, y él le sacaba unos veinte centímetros más de estatura. Siempre tenía que inclinar la cabeza para verle, o permanecería sosteniendo charlas con su pecho. Regresó de su ensimismamiento cuando Nathaniel tiró sobre su cabeza la capucha de la delgada sudadera que agarró de su guardarropa, desacomodando el cuello de la chaqueta-vestido prestada.
— No te quedes pasmado, estamos aquí por tu terquedad — le recordó al pasar por su lado, caminando delante de él sin esperarle.
— Sí — musitó atontado, siguiendo los pasos del más alto, bordeando los charcos que se habían formado en el estacionamiento, caminando con libertad, porque el frío y la lluvia terminaron de espantar a los demás, menos a ellos, lo cual los hacía un par de tontos.
Aiden pudo apreciar su figura a contraluz, seguía viéndose muy grande, fácilmente podría acomodarse sobre su espalda, en donde se marcaban sus músculos por culpa de la tela adhiriéndose a su piel, gracias a la humedad. La idea la espantó agitando la cabeza de lado a lado, era mejor alejar esa imaginación inoportuna, porque ilusionarse solo le llevaría a un camino de desgracias.
— Por cierto, ¿qué te dará Cherrie a cambio de este favor? — Lo estuvo pensando seriamente durante el viaje hacia el minisúper, sin embargo, su cabeza pensó en miles de posibilidades. Mantuvo la vista al frente, no por miedo a caerse, su terror era empezar a contar el número de gotas atrapadas en su castaña, casi negra melena.
— ¿Qué crees tú que ella me dará? — Cuestionó al verle de reojo, deteniéndose frente a las puertas corredizas abiertas de par en par, en tanto un pitido resonaba dentro de la tienda, cuyo calor le hizo relajarse — Tienes una imaginación muy activa, seguro te haces alguna idea — se adentró en la tienda llamado por la calefacción, acallando el malestar de ensuciar de lodo un piso completamente blanco y pulcro.
Aiden pudo verse reflejado en las puertas de cristal, avergonzándose por su deprimente imagen, pues los moretones se marcaron más, con el pasar de las horas, en su pálido rostro — ¿Darte dinero?, ¿ayudarte a hacer trampa en un examen?, ¿tener sexo?, ¿darte el número de Rose?, ¿montar una empresa de estafas?, ¿extorsionar a tu enemigo?, ¿una clase especial para el cuidado de la piel? —
Nathaniel caminaba por las estanterías, ignorando la clara mirada del encargado sobre ellos, probablemente temeroso en que causaran problemas. La tienda olía a desinfectante de limón, una pureza que ellos estaban manchando con sus tenis mojados. Los vidrios cerca de la barra en donde se podía degustar de la comida, yacían pañosos, empapando los recientes carteles publicitarios.
La voz exaltada de Aiden se entremezclaban con una canción pop genérica interpretada únicamente por instrumentos, sonando en una especie de bucle. Su imagen se distorsionaba a través del espejo en una de las esquinas, en la zona contraria al televisor en donde pasaban el menú de la comida rápida ofertada en combos.
— ¿Por qué la mayoría de tus opciones me ponen como un delincuente? — Enarcó una ceja, evitando el contacto visual mientras elegía alcohol, gasas y medicina. En todo momento Aiden estuvo caminando tras él — ¿Esa es tu percepción de mí?, ¿tienes algún fetiche con los chicos malos? —
— ¿Chico malo? — Aiden se burló en su cara, encorvándose un poco, cubriéndose la boca con la mano — En realidad te pareces a Cheshire, mi gatito. Brutos, antipáticos y malhumorados — se acalló al notar el rostro de Nathan cerca del suyo.
Nathaniel se había inclinado hacia él, irrumpiendo repentinamente en su espacio, haciéndole retroceder un paso por culpa del susto, se notaba su nerviosismo hasta en el sonido de su respiración, por la cercanía con su amor platónico. Nathan solo pareció disfrutar del efecto causado en Aiden, al que le tendió los productos para que los cargara.
— Por cierto — retomó la charla, asegurándose de mantener una sana distancia, o su corazón podría detenerse — ¿Me prestas dinero? Sé que fue mi idea, pero no traje mi billetera. Mañana te pagaré por todo, hasta por el juguete de gatito que voy a tomar, es un lindo ratoncito —
Nathan le miró fijamente por cuestión de tres segundos en completo silencio, antes de cerrar los ojos y responder con cansancio — Cherrie va a deberme más del pago inicial —
Sosteniendo las compras entre sus brazos, dijo envalentonado — Te haces el gruñón, seguro muy en el fondo te agrado, debería... porque soy el mejor amigo de la chica que te gusta —
— Sí, eres todo un encanto — resopló al pasar por su lado, dejándole atrás.
Tras pagar y dejarle la pequeña bolsa de compra en las manos, lo abandonó frente al agotado cajero, cuyas manchas negras debajo de sus ojos, la curvatura de su espalda, el café a medio beber junto a la caja registradora y la eterna compañía de esa lúgubre expresión, hizo entender de su necesidad por recostar su cuerpo sobre alguna cama. Aiden sonrió casi por obligación, apesadumbrado se despidió de él tras una pequeña inclinación de su cabeza. No podía ayudarle.
Cauteloso, siguió los pasos de Nathan, quién se derrumbó en un descuidado banquillo apenas cubierto por el techo. Aiden, reticente a sentarse, lo hizo con cuidado, casi chillando al escuchar la madera crujir. Quizá su oído se había agudizado por su preocupación de terminar por derrumbar los tablones chuecos y podridos de la banca. Tembloroso, estaba expectante al lado del muchacho que decidía ignorarlo.
— ¿No sería mejor hacerlo en el auto? — Preguntó, notando las pocas capas de ropa con las que el "matón personal", se abrigaba del frío.
Nathan, haciendo un ademán con su mano, se deslizó por completo sobre el banquillo, apoyando la parte posterior de su cabeza sobre la tabla superior, pretendiendo no estar incómodo por la posición — Parece una propuesta indecente... Si fueses una chica estaría encantado —
Aiden resopló. Empezó a rebuscar la gasa y el alcohol, siendo metódico al usarlos, casi temiendo provocar más daño que ayuda.
— Aún no me dices la recompensa. ¿Qué te dará Cherrie? — Insistió, paseando con parsimonia un pedacito de gasa humedecido con alcohol por todas las heridas de sus raspados nudillos, soplando suavemente sobre la piel, solo imaginando lo que ardería.
— El pago no te incumbe, tú no puedes darme nada que me interese. Aprende a rendirte... — contestó, cansado. Siquiera quejándose por las torpes atenciones médicas de Aiden, simplemente irguiéndose, contemplando su labor al aplicar la medicina y cubrir sus heridas con las gasas — Eres terrible. ¿Por qué te ofreciste? —
— Es mi primera vez vendando a alguien. Lamento decirte que no soy perfecto para hacerlo de maravillas a la primera — se aseguró de hacerlo decente. Posiblemente solo encontraría la respuesta a sus dudas de la boca de la misma Cherrie — pero haré mi mejor esfuerzo, como Rose... Ella siempre practica hasta ser excelente —
— Suena a que estás enamorado de ella —
Ambos obviaron el roce de sus manos, porque se perdieron en el silencio... El encuentro de sus miradas hablaba lo necesario. Resentimiento, misterio y confusión deambulaban en el aire, encapsulándose en gotas opacadas por el ruido de la tempestad a su alrededor.
El frío se hizo mucho más insoportable, engrandeciéndose por la ayuda del viento, agitando la lluvia, humedeciendo zonas fuera de su curso. Se podía percibir malicia en sus actos.
— La amo — afirmó con convicción — Es mi mejor amiga, nos conocemos desde siempre. Rose me inspira a esforzarme cada que me siento un tonto —
Nathan no respondió, dándole pauta a Aiden de expresarse.
— Si debo calificarte como pretendiente, tienes menos diez puntos — dijo, pasando su atención a la otra mano del chico, fingiendo no escuchar el errático latir de su corazón por el roce de sus pieles. Las manos de Nathan eran ásperas, bruscas al toque, contando una historia que Aiden alardeaba de conocer — Haces favores de matón y usas la violencia para resolver un conflicto... Así no vas a ganar su corazón —
— ¿Y cómo podría ganarlo? — Si bien su tono demostraba curiosidad, aún se ocultaban tildes de escepticismo. Nathan debía galardonar la paciencia de sus manos al rozar las suyas, paseando a su tiempo, sin prisas por las horas marcadas en el reloj. Suaves, como podría imaginar, era la sensación de ser abrazado por las nubes.
Aiden se sumergió en su labor, viéndose incómodo, queriendo remar en la dirección contraria. Enteramente su culpa, pues él fue quien insistió en charlar — No lo sé, piensa — se encogió de hombros, subiendo su vista un segundo, huyendo cobardemente al encontrarse con la verde mirada de Nathan — No voy a darte todas las respuestas. Aunque, como consejo, verte con chicas mientras quieres cortejarla no va a ayudarte. Tienes menos diez puntos más, ya son menos veinte —
— ¿Sigues acosándome? —
Aiden soltó sus manos con prisa. Agitado por exponerse solo, sintió laborioso el simple acto de respirar, ahogándose en nervios — ¿Vas a seguir saliendo con chicas? — Farfulló, preocupándose por devolver las compras en la bolsa de plástico.
— Regresemos a menos diez puntos —
Asintiendo, arrugó la bolsa entre sus dedos, sonriendo en demasía con tintes de altanería — ¿No que no tenía nada interesante para ti? —
Revisó las vendas de sus manos, empuñándolas — Mentí — satisfecho, se levantó del banquillo, caminando bajo la lluvia en dirección a su auto — Lo tienes, solo que eres irritante —
Aiden solo le siguió, abandonando el resguardo del techo bajo la banca. Escuchando su propia respiración, el frío en sus pies al caer en cada charco y el esfuerzo de sus músculos para no sucumbir en su pequeña carrera hacia el interior del coche.
¿Con cuánta fuerza debían cerrarse las puertas de autos ajenos? La primera vez lo hizo demasiado fuerte, está vez fue tan débil, que debió repetirlo una segunda vez antes de hacerlo correctamente.
Apretar sus labios, ardió. La herida en su boca causaba muchos pesares, se interponía entre él y su mayor placer. El frío le hizo alzar las manos hacia la calefacción, rogando por piedad, iba a necesitar un baño al volver a casa.
— ¿Tienes hambre? — Aiden preguntó en un murmullo, quitándose las gotas atrapadas entre sus cabellos con las mangas de la chaqueta — Me gusta comer. Soy un fiel amante de la comida, a los treinta acabaré casándome con alguna hamburguesa... Irónicamente soy malo cocinando —
Nathan solo le observó de reojo al prender el motor del auto — Te llevaré a tu casa. Tengo un compromiso — simplificó sin dar más detalles, declinando su propuesta, igual que siempre.
Aiden asintió, comprendía lo torpe de su actuar, considerando que él solo representaba un favor. Realmente no tenían una relación más allá de simples conocidos con intereses diferentes. A lo mejor era mucho más profundo de lo que pensaba, si se dedicaba a analizarlo: Él gustaba de Nathaniel, Nathaniel gustaba de Rosemary y Rose... Ella estaba ocupada con sus tareas.
— Sé hacer café — retomó la charla, ocupado en hacer una carita feliz en el pañoso vidrio a su lado.
— Felicidades — respondió con desgana. Regresó a la pista principal, contando los minutos que le faltaban para dejar al chico frente a su casa.
— Milagrosamente no consigo explotar la cocina... — prosiguió, sin importarle si le escuchaban o no — Aunque el de Max es mil veces mejor. Ya intenté comprarlo, con la excusa de poner una cafetería juntos — suspiró, lamentándose su mala suerte — Me rechazó. Últimamente los chicos viven rechazándome... Pero soy bastante popular con las chicas, debe ser una gaydición, ¿No me puedes dar un poco de suerte a la inversa? —
La voz de Aiden, parecía más una gran explosión de pensamientos solo flotando dentro del auto, opacando los murmullos provenientes de la radio.
— ¿No te cansas de hablar? —
— ¿No te cansas de ser un gruñón? — refunfuñó, regresando la pregunta con el mismo tono de fastidio — Porque lamento si nadie te lo ha dicho. No están haciendo casting para Blanca Nieves y los siete enanitos —
Nathaniel negó con leves movimientos de cabeza, suspirando ruidosamente, casi siendo un bufido — A veces no sé si eres muy listo o muy tonto —
El viaje no duró más de un minuto, sin grandes frases de despedida más allá de un "gracias" y "buenas noches", Aiden no se sentía decepcionado, porque está vez sí tenía una excusa para acercarse de nuevo a su amor platónico. La chaqueta de Nathan aún le abrigaba del frío, no pudo devolverla, se había dado cuenta muy tarde.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro