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Capítulo 6

El aroma a café le tenía adormecido, luchando contra la insistencia de sus párpados cayendo, rindiéndose en una batalla durante la que no peleaban. Las sillas del salón eran incómodas, hechas de madera de dudosa procedencia, sostenidas gracias a barras de metal, Aiden no era precisamente alto, por cinco centímetros no llegaba al metro setenta, y aun así se le dificultaba el encontrar una posición placentera.

La taza humeaba, desprendiendo ese gustoso olorcito del que Aiden y Max eran amantes. Quizá no unidos por intereses, bastaba sentarse lado a lado, frente a frente o a distancia, tomando café y pasando el rato. Su mente se había alejado de la sala, navegando en un mar de preguntas, cuyas respuestas no estaban a la vista.

— ¿Qué te tiene tan pensativo? — Aparte de su voz, el sonido de la taza contra el platito de cristal, resonó en la silenciosa habitación. La música de fondo se había detenido, solo quedaban ellos dos.

— Nada. Un número desconocido me ha enviado un mensaje — murmuró, sin ánimos de hablar, simplemente degustando de la tranquilidad de su club. Jugó a tocar un piano invisible con sus dedos, golpeando insistentemente la madera de la mesa.

— Oh. ¿Una propuesta indecente? — Max siquiera volteó a verlo, estaba ocupado degustando el aroma de su propia creación. Levemente inclinado, sus lentes se deslizaron por el puente de su nariz, dándole una apariencia torpe, prácticamente angelical... caído, aunque ángel al final.

— Sí. Alguien quiere que vaya a las siete, al sucio callejón en donde me apalearon. ¿Crees que sea uno de los abusones? Quizá quieran amenazarme para que quite la denuncia — Hizo el intento de estirar los brazos, apenas alzándolos por encima de su cabeza, sus cansados músculos dolieron — ¡Extorsión! Seguro se creen gánsteres y quieren extorsionarme — con sus dedos fingió tener una pistola — Ya sabes, ¿plata o plomo? Elige —

Max sonrió, de esas muecas burlonas con las que fastidiaba a las personas y el por qué nadie más allá de Aiden le soportaba — Las series de narcos te han frito el cerebro, Aiden. Al menos tienes talento como comediante, aunque nunca iría a tu show —

Aiden ya notaba mejor el parecido entre los hermanos Dagger, ambos se reían de él, aunque en tonos diferentes. Quizá por ello la faceta tosca de Cherrie no le afectaba, interactuar tanto tiempo con Maximillian le había generado anticuerpos.

— No mientas, Max... Tú irías a todos. No para reírte conmigo, si no para reírte de mí. Serías un fiel cliente, aunque debo decirte — espetó orgulloso, meciendo su dedo índice de lado a lado, eligiendo una nueva canción para poner de fondo, tras tomar el celular de Max y meterse en su spotify — Yo tengo la protección de Taylor Swift, ya he escuchado Shake It Off —

— Deberías escuchar música de verdad, no productos comerciales — Suspiró, a sabiendas que su historial se volvería a llenar de los gustos musicales de Aiden.

— Perdón, señor Beethoven 5ta sinfonía, olvidaba sus finos gustos de genio intelectual — siguió ignorándole, agregando más canciones en su propia lista de reproducción, en la cuenta de Maximillian — En fin, no pienso ir. Incluso le dije a Bea y ella estuvo de acuerdo, estaba muy enfadada por lo que me hicieron, prometió hablar con la dueña —

— ¿Tu instructora? Vaya sorpresa, es una mujer decente. Yo juraba que no iba a importarle, con tal de no meterse en problemas — Alabó, antes de darle un sorbo a su bebida, manteniendo esa sonrisa burlona en sus labios, como si tuviese alguna idea rondando en su mente — Quizá el mensajero desconocido sea una buena noticia... O sí sean los matones, nunca lo sabremos —

— No voy a ir a arriesgar mi pellejo para darte chisme — renegó al fulminarlo con la mirada, frunciendo los labios — No tengo ganas de ser un mártir, prefiero ser un cobarde vivo —

Evidentemente Aiden no cumplió su palabra.

— Cheshire, mi lindo hijo, si está noche no regreso vivo, te heredo todos mis bienes — Lloriqueó acuclillado frente a la bolita de pelos enrollada en su esponjosa cama, comprada a base de la venta de puras gomitas dulces, un cojín peludo de tono rosado, evidentemente suave al tacto.

Cheshire le ignoró, como era usual. Aiden tenía la fantasía de ser dueño del poco amor que su felino podía aguantar en su corazón. Acarició el lomo de su minino, tomó valor tras tranquilizar los latidos de su acelerado corazón, para salir de casa, sosteniendo con fervor sus llaves en el bolsillo, teniendo la leve sensación de seguridad, por pensar en que podría dar un buen golpe a alguien con ellas.

Por muy tonto, esa pequeña esperanza le ayudaba a no flaquear durante el tormentoso camino. Casi arrepintiéndose por no avisarle a Rose, sobre su peligrosa aventura nocturna, por miedo a que saliera lastimada.

El sonido de los golpes era ensordecedor. Temeroso, estaba a una pulsación de llamar al número de emergencias, aunque le apenaba reconocer que no podría hablar correctamente para indicarle al operador su situación. Las maldiciones arrojadas en el frío aire otoñal lo tenían contra la pared, con los latidos agitados y un leve titileo en las manos.

¿Lo invitaron a una matanza? Pegado al concreto, respirando profundamente, esperanzado en relajarse, miró tras el muro que le brindaba seguridad, achinando su mirada para corroborar quienes estaban teniendo una lucha en medio del mugriento, solitario y pobremente iluminado callejón.

¿Era un evento semanal apalear a alguien?, ¿por qué nadie se lo dijo? Ahora parecía un idiota, sus pensamientos se detuvieron al notar un rostro familiar de pie, siendo enfocado por el farol intermitente, su figura se alzaba y destacaba por ser el único parado.

— ¿Na-Nate? — Confianzudo porque el chico no lo lastimaría, entró a cortos pasos, tambaleándose por el descargue de paz, una asfixiante tranquilidad que le hizo esbozar una pequeña sonrisa — ¿A ti también te mandaron un mensaje? Iba a orinarme en mis pantalones, parecía el inicio de una película de terror, ahora veo que no moriré solo —

Su respiración era pesada, yacía empapado en sudor, con gotas cayendo desde la punta de sus mechones. Ignoraba el ardor en sus nudillos y la sangre mezclándose entre sus dedos, perdiéndose al golpear el concreto.

— ¿Por qué todo debe ser exagerado y dramático contigo?, ¿nunca se te acaban los chistes malos? — Se mantuvo callado cuando Aiden pasó la manga de su sudadera por una de sus mejillas, se notaba la preocupación en su expresión, mientras limpiaba con esmero el sudor de su rostro con su ropa.

— Nate, el agua es para beberla, no echártela en la cara — Bromeó, levemente tenso por reconocer a los demás chicos tumbados en el suelo — Y mis chistes no son malos, no es mi culpa que te frieran el sentido del humor y no puedas reír —

Aiden estaba seguro que las matemáticas no le mentían. Dos más dos eran cuatro y Nathaniel les había dado una golpiza a Matt, Dax y Josh, como los tres chiflados se hacían llamar.

— No. Nunca tienen fin — Nathan se respondió a sí mismo.

Aiden le dio un par de patadas suaves a Matt, comprobando que estuviese consciente, rebuscó entre sus bolsillos, sacando su celular para estrellarlo contra el pavimento y aplastarlo con la suela de sus zapatos. Repitió el proceso con los otros dos.

— ¿Qué estás haciendo Aiden? — Cuestionó con la ceja arqueada, sujetando al chico del brazo, jaloneándolo fuera del callejón — ¿Es tu manera de vengarte?, ¿no es un poco patético? —

Aiden solo alzó el pulgar, sonriendo con rebosante alegría, enseñando su dentadura en aquella risa — Ahora somos cómplices. Yo pido tener la litera de abajo, me da miedo caerme, pero tú eres un chico rudo, podrás con las alturas —

Nathan suspiró ruidosamente, comprobó la rigidez de Aiden al sostener su brazo, pese a su intención de aparentar tranquilidad, temblaba mientras su rostro yacía pálido.

— Solos vámonos, quiero darme una ducha, el olor a putrefacción se me pegó en la ropa — renegó, guiando a Aiden hacia su auto, siguiendo el ritmo de su caminar, intranquilo por el silencio. Él solía ser mucho más parlanchín — ¿Por qué tan callado?, ¿te orinaste en tus pantalones? —

Aiden negó agitando su cabeza — Solo quería advertirte, golpearlos no va a darte puntos con Rosemary, ella odia la violencia... es más de ir por el lado diplomático — respondió, apenado porque su mejor amiga no le miraría con agradecimiento, posiblemente lo insultaría por Neandertal.

— Lo sé, ella es la señorita rectitud. Llegó exigiendo que echarán a esos idiotas — murmuró desganado por el dolor de cabeza que el escándalo le produjo, rebuscó sus llaves en el bolsillo de su pantalón, ignorando el ardor.

— Rose, mi vida. ¡Nadie la merece! — Lloriqueó, manteniendo una sonrisa bobalicona — Ustedes son como el agua y el aceite. Si fuese una película de romance, acabarían juntos... Aunque no sé qué tan sano es tener una relación basada en pelearse todo el tiempo — dijo, pensativo, frunciendo el ceño — Perderías todas las discusiones porque Rose es una chica lista —

— Ya deja de divagar tonterías. A veces no sé si eres mejor con la boca abierta o cerrada — pidió, respirando profundamente, antes de entrar a su auto, acomodándose en el asiento del piloto.

— Tienes razón — tironeó del cinturón de seguridad, quejándose levemente por el brusco movimiento de su torso.

— No te lo pongas — Arrastró sus dedos entre los cabellos, peinando sus desordenadas hebras, la humedad del sudor mantuvo unas cuantas fijas hacia atrás — No hay que ser muy listo para notar lo que hay debajo de la ropa —

— ¡Pervertido! — Se cubrió el pecho con los brazos, arrinconándose contra la puerta — ¿Imaginarme desnudo? No tenemos tanta confianza, primero debemos ser novios. Sin anillo no doy el chiquito —

Aiden pudo comprobar una mueca en los labios de Nathan antes que los mordieran, quizá su mente le mentía al darle a entender que estuvo por reírse.

— Hablando de ropa, ¿no estás vestido muy ligero para una noche tan fría? — Cuestionó, tironeando de su sudadera, comprobando la única capa vistiendo su cuerpo, admirando el tono morado de una mancha en el lado izquierdo de su abdomen.

— Tenía un plan — Cuidadosamente posó la yema de sus fríos dedos sobre la muñeca del chico, pidiéndole detenerse, mientras la vergüenza invadía sus mejillas, ladeó la cabeza escapando del bochorno de verle de frente — Ropa ligera, estaría listo para escapar por cualquier emergencia — zarandeó su dedo índice de lado a lado, derrochando un poco de arrogancia.

Nathaniel le observó fijamente, cada detalle, frase y expresión solo le indicó una conclusión — Eres un idiota — encendió el auto, ignorando la indignación del contrario — Es la solución al misterio del por qué dices tantas tonterías sin cansarte. Definitivamente te prefiero con la boca cerrada — movió las rejillas de la ventilación del auto en dirección a Aiden, asegurándose que la calefacción estuviese a una temperatura correcta.

— ¿Yo idiota?, ¿por qué no hablamos del elefante rosado en el auto? Quizá no sea el más listo, pero tú no eres mejor que yo, señorito golpeo personas a puño limpio — reprochó, acallándose del repentino ataque de enojo cuando sintió el golpe de una pesada tela sobre su torso — ¿Y esto qué es? —

— Una chaqueta, te la presento — ironizó, pese a su seriedad, no estaba enojado, simplemente su preocupación era dejar al chico en su hogar.

— Ya sé que es una chaqueta, me refiero... ¿Para qué me la das? — La tomó con sus temblorosos dedos, estirando la prenda, temeroso como si fuese a ser atacado. Queriendo silenciar el alboroto de su corazón, latiendo desenfrenado en su pecho, retuvo la sonrisa de sus labios al morderse el interior de la boca.

— No lo sé, Aiden. Quizá para que la aprecies o te la comas, según tu preferencia —

— La voy a apreciar — contestó con seriedad, poniéndosela con cuidado, atontado por el aroma del perfume de Nathaniel, encogido en el calor de la tela y de la calefacción golpeando sus mejillas, quiso echarles la culpa del rubor en sus cachetes — Gracias por tu amabilidad, aunque parezcas un ogro. Si algún día quieres hacer un cast para un live action de Shrek, podrías tener futuro —

— No eres gracioso — se detuvo en un semáforo en rojo, tentado en responder los mensajes que llegaron a su celular. Ignoraba el contacto visual con el castaño preocupado por sintonizar una estación en el radio.

— No intentaba serlo, pero si tanto te opones, quizá piensas que lo soy y temes aceptarlo — con tono cantarín se deslizó de lado a lado al encontrar una canción conocida — ¿Ya hablaremos de tus nudillos o vas a ignorarme de nuevo? Necesitas tratar esas heridas, estás sangrado y debe dolerte mucho —

Un par de mechones regresaron a su lugar, cayendo por su frente— Iré a ver a Ezra, él se encargará — se negó en recibir su ayuda, contando el número de calles que le faltaban para llegar, pues el viaje no duraría más de dos minutos.

No, tú eres mi responsabilidad, somos cómplices —

— No. No lo eres, destruiste los celulares de unos moribundos. Prácticamente no hiciste nada — Le miró, ignorando el semáforo en verde, teniendo la libertad al ser el único auto merodeando por aquellas calles.

— Soy un encubridor, porque diré que estuvimos juntos toda la noche — empezó a enumerar con sus dedos — Complicidad en menor grado, no llamé a las autoridades, dejé que los golpearas. Además de destrucción de propiedad privada — se encogió de hombros, sin dejar de sonreír victorioso — me suena a que somos cómplices —

— Sí. Definitivamente eres insoportable y manipulador —

Acercó sus manos a una de las rendijas, aliviado por el calorcito contra sus palmas, viéndose atraído por la alta temperatura — Aun así, me defendiste — Sus torpes e ingenuos sentimientos solo querían alargar esa fantasía unos instantes más, compartir un momento más, ayudarle y guardar ese recuerdo con cariño.

— No. Solamente le hice un favor a Cherrie —

— Aun así, aceptaste un favor donde soy el único beneficiado — contraatacó, con esos aires victoriosos, sonriendo ladinamente. 

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