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Capítulo 40: Final

El chico intercaló miradas entre su novio y su amiga, esperando el remate de alguna risa para tan mal chiste. El intento de reírse, se ahogó en la irritación. La curvatura de sus labios se convirtió en una línea recta. Sufrir las consecuencias de sentir sin control, era su destino.

— Rose ¿Qué mierda ocurre contigo? — Retrocedió un paso hacia atrás, tomando aire en una inhalación exagerada, queriendo calmar su enojo — Estoy cansado de ti, de nosotros... de aferrarme a una relación muerta. Dejar que el pasado me consuma —

Rosemary afianzó el agarre, apretando su pecho con sus brazos, buscando un soporte — Tú me traicionaste, sabías... Te dije mis sentimientos, y aun así empezaste a salir con él — el temblor de su cuerpo, acrecentaba. Sus ojos se enfocaron en Nathaniel, admirando en silencio su calmado semblante. Rogando en silencio por una intervención, necesitaba un salvavidas. Desesperada por alguna esperanza de tener alguna parte de su corazón.

Explotó. Aiden frunció el ceño, notándose irascible — ¡Yo no te traicioné! ¡Desde el principio te dije que me gustaba Nate! — Ni siquiera el par de lágrimas cayendo por las suaves mejillas de la chica, apaciguaron su molestia. Su llanto solo consiguió irritarlo — ¿Cómo iba a saber yo, que a ti también te gustaba si no me lo dices? —

— Te lo confesé, quizá tarde, pero lo hice... ¿Siquiera pensaste en mí cuando aceptaste salir con él? — La toalla húmeda sobre sus cabellos, golpeó el suelo, mientras ella cruzaba sus ojos con los de Aiden por segunda vez en aquella noche. El rechazo, la ira y la melancolía relucían en sus ojos, gritando los reclamos atrapados en su mente.

— Sí, lo recuerdo. ¡Fue el día cuando me dijiste marica! — Reprochó por la espinilla enterrada en su corazón, recordando el dolor de sus palabras — ¡Ni siquiera te preocupabas porque yo no era competencia, según tú, Nathaniel jamás tendría sentimientos por mí! — se arrancó con el dorso de la mano, la lagrimilla descendiendo desde sus orbes. La sábana se derrumbó en el suelo, alrededor de sus pies.

Nathaniel se arrojó a la impetuosa marea, para mantener a flote a uno de ellos — Tú me rechazaste, Rose... Desde antes de hablar con Aiden — posó su mano sobre la cabeza del chico, desarreglando sus cabellos con sus dedos enredados entre los mechones, hasta bajar a su cachete, acariciando su pómulo con parsimonia, admirando su rostro.

La chica se mordió los labios, aguantando un sollozo en la garganta. Se acercó, plantándose frente a Nathaniel — Tú también lo rechazaste... y ahora, de la nada, empiezas a salir con él, ¿es una forma de vengarte de mí por negarme a salir contigo? — Le agarró del cuello de la camisa, tirando de él hacia abajo.

Nathaniel, viéndola desde su posición, sonrió socarrón, soltando una carcajada carente de gracia — ¿De la nada?, Aiden me jodió la mente por semanas. Me idiotizó, ya ni siquiera me importa mi orientación — jaló de la muñeca de Rose, quitando su mano de su arrugada y estirada tela — Cúlpame por dejarme encandilar por otro y no esperarte. Yo también tengo sentimientos —

No se opuso a recibir el golpe. Rosemary le propinó una cachetada. El impacto de las pieles resonó adhiriéndose a las paredes. La cara llorosa de la fémina se había transformado, sus pómulos adquirieron un tono rojizo, sus dientes rechinaron, las lágrimas no iban en sintonía con su expresión de cólera y aunque zarandeó su mano, la picazón no se le quitó.

Aiden abrió los ojos de par en par por la sorpresa, se encogió al imaginar el dolor, solo escuchando el choque. Se apoyó en el hombro de su novio, rozando con la fría yema de sus dedos, su palpitante mejilla. Nathaniel tomó la muñeca de Zahner, negando su intento de preguntarle si estaba bien, sosteniendo su mano entre la suya.

La violencia no era la solución. Gritar más fuerte que el otro no daba la razón. Hablar sin pensar, dejándose arrastrar por el odio y la ira no era comunicarse. ¿Cómo dos amigos de toda la vida pasaban a ser desconocidos con recuerdos compartidos?

— Vamos — el ruido en su cabeza se apaciguó, fue como si el amar se quedase sin viento agitando olas. Sus padres podrían decepcionarse de él, si supieran lo mal que manejaba el conflicto de sentimientos entrecruzados — Vamos a sentarnos a la mesa — entrelazó sus dedos con los de Nathaniel. En un ataque de valentía por pedir el alto al fuego, izando la bandera blanca, tiró de la mano de Rosemary, llevándose consigo al par de chicos confundidos a la cocina.

Nathan se sentó en el comedor, viendo a Aiden desenvolverse alrededor de su cocina, haciendo malabares al servir el pastel, mientras esperaba que el fuego calentase al agua en una porra. Le notó nervioso, fingiendo calma, sin embargo, decidió no interceder e importunar sus deseos. Rose se quedó en medio de la habitación, dudando entre quedarse e irse.

En un santiamén, Aiden se sentó con platillos de postre y tres humeantes tazas de café. El sabor de la caliente bebida le relajó, el sabor dulce del glaseado le pintó los labios. Preocupado, pasó la toallita repleta de cubitos de hielo, sobre el pómulo de Nate, luchando con cualquier posible inflamación.

— Toma asiento, Rosemary. Hablemos, por favor — Aiden no creía que Rose fuese tan víctima, ni él tan victimario. Siguió sus indecisos movimientos por el rabillo del ojo — Digamos la verdad, incluso si duele — Nathan atrajo su atención al barrer el dulce de la comisura de sus labios.

Las patas de la silla rechinaron cuando Rose deslizó el asiento, desfalleciendo derrotada con una expresión indescifrable, oculta tras sus largos mechones rojizos. Un segundo le bastó para recomponerse, sentándose gallardamente con la espalda derecha y los aires de aristócrata. Sopló tres veces la superficie, alborotando el aroma del café, antes de probarlo.

— Nosotros — El caliente líquido la calló por un frágil instante — ¿Ya no volveremos a ser los de antes? — preguntó, no por dudas, si no para confirmarlo.

Aiden le robó un minuto al tiempo, la mano de su novio apartó la suya en su mejilla, sosteniendo por su cuenta el hielo contra su piel.

Quiso bajar la mirada, sin embargo, ello no era lo correcto. Esquivar la vista no le haría desaparecer, no iba a escapar — Desde hace mucho dejamos de ser los de antes, Rose —

Rosemary asintió. El sabor de su café era perfecto, Aiden conocía sus gustos. Con la primera lágrima de aviso, llegó el diluvio. Aunque frenó los sollozos, las gotas saladas no se detenían. Un poco de su labial quedó impregnado en el borde de la taza de vidrio.

— Me gustó antes que a ti — Confesó, lamiendo el sabor amargo de sus labios, bajando la mirada, suplicándole al temblor de sus manos cesar — Lo sabía, pero no lo dije. No quería hacerlo real. Un novio es una distracción, debía enfocarme en mis estudios —

Nathaniel se reservó sus comentarios. Cortó un pedazo del pastel y se lo llevó a la boca, teniendo una excusa para no hablar. El pasado no le importaba, no cambiaría sus sentimientos del presente, ni sus planes del futuro.

Aiden se llenó el pecho de aire y tras exhalar ruidoso, se golpeó los cachetes con las palmas de sus manos, despejando sus temores.

— No sabía, nunca pensé, solo en sueños imaginé que Nate me correspondería — su nítida voz, realzó entre el estruendo del exterior. La tormenta podría durar toda la noche — Le seguía porque era divertido y me hacía feliz. No tenía un plan secreto, estaba satisfecho con ser su amigo —

— Yo, estaba celosa de ver lo cercanos que se volvían — con las húmedas mangas de su abrigo, Rose se secó las lágrimas — Usaba pretextos estúpidos, fingía preocupación, pero solo quería alejarte de él —

— Yo — abrazó su taza con sus manos, agarrando valor para seguir — Ni siquiera pensé en ti cuando me correspondieron — el peso en su corazón empezaba a desaparecer, y los nervios iniciales solo eran un recuerdo.

— Siempre, yo siempre estuve celosa. Muy celosa, porque tú siempre pareces ser tan libre — Botó su café sobre la mesa al cubrirse el rostro con las manos, resistiendo el impulso de destrozar el pastel en medio de ellos. Subirse a la mesa, patear todos los tratos y causar un alboroto — Y yo me siento todo el tiempo tan... frustrada, nada está bajo mi control —

— La verdad, desde hace un rato me caes mal — Aiden se llenó la boca de pastel, mientras las lágrimas opacaban su visión. Sus pómulos y barbillas quedaron manchados de migajas — Me aferré a ti, porque no quería echar a perder los buenos momentos. No te soporto. ¡Ya no somos compatibles! —

— Yo solo puedo verte como un sucio traidor — las gotas de café cayendo desde el borde de la mesa, hacia su abrigo, no le importaban — Ni siquiera aprobé mi examen de admisión a la Universidad— se carcajeó por el furor de la irritación — ¡Y te quedaste con el chico que me gusta! Soy una completa perdedora —

— No voy a terminar con Nate, por ti. ¡Soy un amigo de mierda, horrible, lo reconozco! — Con el dorso de la mano, arrastró el dulce pegado a su piel. Las lágrimas ya no brotaban de sus ojos. Lo único en su interior, era la agitación de vociferar sus sucios pensamientos.

— Yo tampoco fui la más honesta... — La fémina se levantó de la silla abruptamente, haciéndola caer contra el suelo, sin embargo, no le importó si llegaba a destruirla, ese era su más grande deseo — Igual te odio. Te odio tanto. Quisiera que desaparecieras. ¡Solo desaparece! — tras liberarse, soltar lo que por meses contuvo, solo se escuchó su entrecortada respiración.

La sed raspaba su garganta, el llanto seco endureció su piel y la falta de aire le hizo abrir la boca. Rosemary solo podía arder en celos, aceptando lentamente el final de un rencor y el inicio de la sanación.

— ¿Se acabó? — Cuestionó al chico frente a ella, ahora solo un cúmulo de recuerdos del pasado, vivo únicamente en las memorias.

La tempestad que parecía iba durar un par de horas, desapareció.

— Se acabó —

A veces no se puede reparar lo que se ha roto.

Por ello no miró hacia atrás, luego de cerrar la puerta del auto de servicio de inDrive que contrató para Rosemary. Solo un par de gotas se desprendían del cielo, algunas quedaban atrapadas entre sus cabellos, otras tantas se fundían con la camiseta. Memorizó la placa, repitiéndola insistentemente en susurros.

Nathaniel apoyó su mano contra su hombro, apretando en un acto de reconforte, aunque él no se enterase, sus orbes aún emanaban unas cuantas lágrimas. Le jaló hacia su cuerpo, cuando el vehículo giró en la esquina, desapareciendo entre la calle. El alumbrado al final de la vereda, parpadeaba, luchando por mantenerse iluminado, las nubes fueron arrastradas por el viento y el único recuerdo de su presencia, fue la humedad del suelo.

— Volvamos a la cama, Aiden — su mano se paseó por su brazo, esperando apaciguar su llanto — Aiden — insistió al no obtener respuestas. Apoyó su mejilla contra los cabellos de su novio, luchando entre esperar afuera en el frío o llevarlo a la fuerza adentro.

Zahner eligió por él, entrelazando sus dedos, jalándole a la casa, mientras limpiaba sus mejillas con el dorso de su mano. Arrancándose violentamente la humedad en su piel, contra la tela de la camiseta de su novio.

— No estoy llorando, Solo es un poco de... resfrío por el clima — murmuró a regañadientes, su voz ronca le delataba. Resbaló al pisar la alfombra de la entrada, pues está se deslizó por el agua debajo de ella.

Nathaniel le atrapó con su cuerpo, sosteniéndolo desde el vientre con sus brazos, asegurándose de no dejarle caer. El susto lo mantuvo callado, hasta que Aiden apoyó su cabeza contra su hombro.

— Estás mojado. Mojado y frío — Aiden musitó, quejándose por el estremecimiento de su piel expuesta a otra temperatura. Su corazón solo tenía un deseo, su mente tenía veinte ideas y su cuerpo había empezado a moverse por inercia, delineando con la yema de sus dedos, la mano de su novio.

Nathan examinó al contrario, cuestionando las repentinas caricias contra su piel — Se dice gracias — no opuso resistencia cuando Aiden se giró, rozándose con él, mirándole desde abajo, diciéndole mil palabras sin siquiera hablar.

De puntillas logró enredar sus brazos alrededor del cuello de su novio, afianzando su peso, encorvando al otro. Su mejilla rozó con la de Nathaniel, sus labios se quedaron junto a su oído. Sus sentidos se concretaban en los latidos ajenos, esas manos sobre su cintura y la tensión de su cuerpo.

— Perdí mis pantuflas, ¿por qué no me cargas a tu habitación? — Descansó su mentón contra el hombro de Hicks, asegurándose de acariciar su espalda, porque sabía la respuesta desde antes de hacer la pregunta.

Aferrado al fornido chico, su corazón dio un par de brincos por los nervios al sentir los dedos de Nathan encarnarse en sus muslos, envolviendo sus piernas contra sus caderas. Suspiró por la altura, no tenía miedo de caer.

La casa empezaba a quedarse en penumbras, a medida que Hicks avanzaba por el pasillo, cargando a Aiden sin dificultad. La puerta de su habitación rechinó al cerrarla con un empujón de su pie. Abandonó al chico al dejarlo sentado al borde de su cama, con la excusa de encontrar ropa seca para ambos. Acuclillado, buscaba en los cajones alguna prenda decente.

Aiden le siguió en pocos segundos, arrodillado a sus espaldas, secó con una toalla sus cabellos, distrayéndolo de su trabajo. Cuidadoso, arrancaba las gotas, provocándole un sueño nefasto a Nathan, quien batallaba por no cerrar los ojos.

— Es un agradecimiento — dijo al contestarle al silencio — por traerme cargado. Te ayudaré a entrar en calor —

Tras el cambio a unas prendas secas, Aiden empujó a su novio a las sábanas, enredándolo entre estás hasta dejarlo como un burrito. Satisfecho, casi sin aliento y sudando, se le subió a horcajadas al chico, antes de derrumbarse, usando su pecho como almohada, riéndose del suspiro de enojo de su novio.

— ¿Es una nueva clase de tortura? — Nathan batalló por sacar sus brazos desde dentro del envoltorio de sábanas, perdiendo un poco de sofoque al verse parcialmente libre.

Cerró los ojos al sentir las manos de Nate sobre su espalda — Solo intento calentarte, podrías resfriarte — habló, arrastrando las palabras con pereza, restregándose los párpados — y purificarte, así no recordarás dónde ella te tocó, solo me recordarás a mí —

Nathan rió, el pequeño acto de posesividad se le hizo gracioso. Con sus dedos contorneó su mejilla, con su mano delineó cada centímetro de su espalda y con su calor le dio el abrigo necesario... Su corazón ya no podía dárselo, porque desde hace tiempo le pertenecía.

Adormilado, el viento colándose por la ventana del auto acariciaba sus mejillas. La punta de su nariz tomaba un tono rojizo, sus párpados caídos le mantenían ajeno a la vista del exterior. El nombre de las calles ya las conocía, las había atravesado cientos de veces.

El ruido del motor opacaba la tonada de la canción de Conan Gray, y la baja rapidez del auto le mecía de lado a lado, aumentando sus ganas de descansar. El pitido de otro auto le hizo abrir los ojos, el sol de la mañana ardió un instante, cegándolo.

— A veces no sé si eres bueno para desvelarte o muy malo — Nathaniel conducía a una velocidad prudente, como si retrasara la inevitable separación, camuflándola con cautela — Ni siquiera fue tan tarde —

— Depende del día — se encogió de hombros, cayendo sobre su brazo, buscando un nuevo reconforte — No intentes explicar lo inexplicable — el cinturón de seguridad le apretó el pecho, aunque ignoró la sensación, al complementarla con la suavidad de Nathan — Ya se acerca la primavera... La graduación, la mudanza —

— Conseguiré otro trabajo de medio tiempo y me enfocaré en mis entrenamientos, será difícil — Por muchas ansias de apreciar al chiquillo recostado sobre él, resistió el impulso, viéndolo de reojo por solo segundos.

— Yo también — dijo, la garganta enronquecida por el sueño y la pereza — necesito trabajo — sus ojos se enfocaron en la radio, cambiando de canción en canción, decidió apagar la música al no encontrar ninguna letra en concordancia con sus sentimientos — Debería ser ilegal elegir quien quiero ser a esta edad —

— Estaré para ti, cuando encuentres el sueño que estás buscando —

Aiden contempló el apoyo de su novio, respondiendo con una sonrisa, permaneciendo en un agradable silencio, anhelando un poco más de tiempo. Luego de la graduación, no tendrían una dramática separación. La mudanza a una gran ciudad, a un par de millas de distancia de su pueblo de nacimiento, no era un gran impedimento cuando iban al mismo destino.

Nathan se trasladaría con su entrenador a un gimnasio más apropiado, la sede del torneo nacional de boxeadores. Aiden iría tras sus amigos y la vivencia de dejar el nido, exponiéndose a una probada de la vida adulta llena de cuentas mensuales por pagar.

A la vuelta de la esquina, fue divisible el auto estacionado frente a la casa de los Zahner, aquello borró cualquier ápice de alegría de los labios de Aiden, quien se sentó erguido en su asiento, teniendo un brote de nervios.

— ¿Por qué no me dejas por aquí? — Señaló una calle más adelante de la suya, esperando sonar convencible — Así regresas pronto a tu casa a dormir —

Nathaniel frunció el ceño, confundido por las palabras de su novio, decidió a ignorar sus descabelladas peticiones. No eran fugitivos para esconderse — Te llevaré a casa —

— Mis padres están en casa, papá está en casa — resaltó, esperanzado en que su terco novio entendiese el significado. Prefería ahorrarse la vergüenza de alguna charla bochornosa sobre la sexualidad. Su padre con conocimientos del sexo homosexual y su sentido de responsabilidad por ayudar a su hijo, no eran buenas combinaciones.

Nathan ignoró a su intranquila pareja jugando con el cinturón de seguridad, removiéndose en el asiento del copiloto. Se estacionó tras el auto de su suegro y bajó, abriéndole la puerta a Aiden.

— Quise advertirte — musitó al salir, tras una breve inspección, sacudió la chaqueta de Nathan y acomodó sus cabellos al ponerse de puntillas. Los golpes de la pelea anterior seguían en su piel — Buena suerte —

Nathaniel rodó los ojos, pecando de ingenuo sobre lo mal que podría salir el conocer a los padres de su novio de forma tan imprevista — Puede ser mi primera vez, pero no lo haré mal. ¿No confías en mí? —

— Confío en ti, no confío en él — señaló con su mirada hacia atrás, por encima del hombro de Nathaniel. Amenazando silenciosamente a su padre de comportarse delante del chico — Papá no habla mucho, es más de observar —

August Zahner esperaba al par de chicos junto al marco de la puerta de la entrada principal. En su cabeza se ideaban una y mil posibilidades de diálogo. Su esposa le había metido un par de ideas sobre lo buen muchacho que era Nathan, sin embargo, debía juzgarlo por sí mismo, sin opiniones sesgadas por su apariencia física o el filtro del amor.

— Entonces me va a adorar — le tomó de las manos, un poco sofocado por la insistencia de Aiden por quitarle las arrugas imaginarias a su ropa — porque soy un novio muy dulce — besó sus dedos, esperando calmar su intranquilidad, antes de llevarlo hacia la entrada de la vivienda.

Novio y padre se miraron en silencio al estar frente a frente. El joven sonreía, bastante seguro de sí mismo, y su habilidad de causar una buena impresión en el hombre. El momento de tensión duró justo un suspiro, pues Bett, abrió la puerta de par en par, husmeando curiosa la escena, mientras cargaba un cucharón cubierto de salsa.

— ¡Nate, querido! Te ves incluso más guapo que la vez pasada — La mujer salió a abrazarlo, haciendo a su esposo a un lado, sin entender la importancia de aquel momento entre Nathaniel y August — ¿Qué hacen todos aquí afuera? Vamos, pasa — Tiró de su brazo hacia adentro, haciendo al par de tórtolos soltarse las manos.

— Cariño, él y yo aún no... — August, un poco nervioso por haber fallado al presentarse de forma respetable, suficiente para ser un poco intimidante, intentó detener a su eufórica esposa.

— August, no seas dramático. Nate, querido. ¿Te quedarás a comer? — dijo risueña, llevando a Nathan hacia la cocina junto con ella — Él ya es casi de la familia, por eso no veo necesario seguir entrando a nuestra casa a escondidas a mitad de la noche —

Las mejillas de Aiden inventaron una nueva tonalidad del color rojo, sus ojos abiertos de par en par y las ganas de esconderse, le hicieron retroceder un paso hacia atrás, solo para darse de lleno contra su molesto padre. La charla sobre responsabilidad iba a ser un largometraje.

Nathan solo rió divertido por la facilidad de Bett por doblegarlos, sin verse intimidado por ser descubiertos, mientras Aiden estuviese durmiendo en otra habitación, él no iba a dejar de colarse — ¿Fuimos muy obvios? —

— Niños, yo alguna vez tuve su edad. Conozco trucos — Bett palmeó el pecho del novio de su hijo, burlándose de ambos, tras echarles leña al fuego. Divertida por causar revuelo.

Aquella no era una buena primera impresión. Ahora la mudanza, la primavera y la graduación parecía muy lejanas. 

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