
Capítulo 39
Más allá de su respiración y el retumbar de su corazón, escuchó los pasos apresurados de la joven huyendo por el pasillo, tras abrir las puertas descuidadamente, haciéndolas estrellarse entre sí.
— ¿No deberías correr tras ella? —
— Ya me cansé de ser el único corriendo —
Agotado, dejó caer su cabeza contra el hombro de su novio, hundiéndose en un par de pensamientos llenos de culpa. Finalmente, la verdad había sido revelada, no faltaban las palabras, cuando las acciones lo contaban.
El dolor en su pecho se acrecentó, buscó consuelo en los brazos de su amado, permitiéndole respirar — ¿Qué hay de ti? ¿Ya no tienes ni una pizca de preocupación por Rose? —
Su silencio duró un segundo, apretó al chico contra él, calmando el temblor de su cuerpo — Mis sentimientos se apagaron. Ahora le pertenecen a otra persona —
El sol descendió rápido, las sombras en el suelo empezaron a desvanecerse, avisándoles que era hora de marcharse. Nathaniel recogió los libros desperdigados en el suelo, abandonándolos en la mesa de registro, mientras Zahner se deshacía de su goma de mascar. El bibliotecario seguía desaparecido, rehuyendo de sus responsabilidades.
Su mano inconscientemente se aferró a la de Aiden, guiando por los pasillos al taciturno chico, sumergido en un mundo lejano e inalcanzable.
Él se movía por inercia, siguiendo las pisadas de Nathaniel. Dejándose hacer sin rechistar, aferrándose a la cálida mano, que lo ataba a la realidad. A lo lejos escuchaba murmullos y risas, sonidos nefastos nacidos de la mofa. Aturdido, contempló la espalda de su novio antes de volver a oír el ruido de las burlas, se sentía observado.
Acabó admirando sus manos entrelazadas y las piezas encajaron, aquellas personas de los clubs culturales, se estaban carcajeando de ellos. Nathaniel no le soltó, caminó derecho con la frente en alto, tirando de él para plantar un sonoro beso en su mejilla.
— Jamás te avergüences de estar enamorado —
Aunque atontado, con el bochorno ruborizando sus mofletes, atinó a asentir en pleno silencio, porque las palabras no afloraban. Se aferró al brazo de su novio, ignorando cualquier mirada curiosa de los últimos estudiantes en el campus. Dos chicos besándose, no eran el espectáculo de un circo. Nathaniel no le permitió avergonzarse del escrutinio de los demás, solo por "ser diferentes".
El viaje en el auto no pudo ser silencioso, no cuando Aiden no dejó de tararear las letras de las canciones, mientras se recostaba contra Nathaniel. Aquella carroza de metal, se convirtió en un lugar placentero, para escapar de las miradas. La libertad tenía un precio.
— Conmigo... — Zahner habló al notar el rugir del motor ser apagado — Si estás conmigo, siempre habrá personas fastidiándote —
— La única opinión que me importa es la tuya. Cuando tú decidas que lo nuestro ya no vale la pena — sosteniendo su cachete contra la palma de su mano, plantó un delicado beso sobre su frente.
El siguiente combate de esa noche, no fue diferente al primero. Un contrincante feroz con hambre de victoria, su novio nervioso dando vueltas por los alrededores, aguantando las ganas de vomitar en el sanitario y la impasible calma de Ezra, quien se esforzó en sonreír, hasta que Nathaniel le pidió detenerse.
Fingir por él no le haría feliz. Apenas había asistido a su primera sesión, y aunque seguía un tanto renuente a tomar medicación, sus ganas de mejorar persistían. Simplemente debía estar presente, su amigo no necesitaba más de lo que Ezra pudiera darle.
Nathaniel obtuvo una aplastante victoria al noquear a su rival en el tercer asalto, consiguiendo escalar un puesto más cerca del campeonato nacional de boxeo del próximo año. La celebración fue una modesta cena entre los tres en un restaurante de tacos. La charla de la noche giró alrededor de los sueños de Nathaniel y la idea de los padres de Ezra por mandarlo a la granja del hermano de su padre tras su graduación, esperanzados en que un cambio de aires podría ayudarle, además de la terapia.
Aiden volvió a irrumpir en la casa de Nathaniel esa noche, sin las latas de cerveza añadidas. Le robó una camiseta para dormir y se dedicó a curar el golpe en su mejilla, besar el corte en su labio inferior y masajearle mientras yacía sentado encima de él, recorriendo con sus manos aceitosas la espalda del muchacho.
— ¿El masaje tiene final feliz? — preguntó adormecido, suspirando por el paso de esas cálidas manos sobre su piel, haciéndole imaginar un par de obscenidades.
— Lo siento por tu pene, pero no. Solo te dejaré abrazarme al dormir — Aiden encontraba cierta gracia que el chico supuestamente heterosexual estuviese tan ansioso de tener sexo con él — Aún no estoy listo — se bajó cuidadosamente, ignorando el dolor en sus muslos.
La caída de un relámpago iluminó la estancia unos segundos, las nubes rápidamente se tragaban las estrellas, dejándole un pequeño hueco a la luna. El clima había cambiado en unos minutos, las almas intrépidas debían buscar refugio, llovería. Con cada trueno, el temporal se gastaba los avisos de su llegada.
La cama rechinó por el peso de Nathaniel cuando este se movió para seguir con la mirada a su novio, quien se perdía tras la puerta hacia el sanitario. El ruido de la llave del lavamanos invadió la habitación por un instante.
— Sabes que bromeo. No intento presionarte, vamos a tu ritmo — estiró su mano hacia Aiden al verle regresar, pidiéndole ir a la cama con él.
Con sus dedos rozó los de Nathaniel, dejándose arrastrar debajo de las sábanas, arrinconado contra el cuerpo de su novio, quien le sostuvo de la cintura, permitiéndole usar su brazo de almohada. La mano en su cadera acariciaba su espalda, sin bajar demasiado. Su sentido del tacto se centró en la dermis rugosa. El sueño llegó rápidamente, en parte por los toques de Nathan, haciéndole olvidar su trágico día con solo su presencia.
Adormecido, escuchó un sonido de llamada, irrumpiendo en su paz. La voz de Nathan resonó en sus oídos, aunque no encontró sentido a sus palabras, tiró torpemente de su mano, queriendo apartarle el celular a su chico, para que no siguiera importunando su descanso.
— Rosemary, es ella — Nathan murmuró aún confuso por la voz de la chica en su oído — Volveré pronto — le avisó al somnoliento chico, sorteando en la cama para no aplastarlo.
Aiden balbuceó sin sentido, mientras se embozaba con el edredón, girando hasta pegar la espalda con la pared. El cansancio era mayor a su curiosidad, en realidad no le había entendido por estar soñando.
— ¿Nathaniel? — Rose alzó la voz, impaciente por el silencio del otro lado de la línea — ¿Abrirás la puerta? —
Salió de la habitación, procurando no hacer ruido ni con su respiración — ¿Abrirte la puerta? — sus cejas casi se unieron, completamente perplejo por las palabras de Rose, bajó las gradas hacia la planta baja. Corrió la cortina de la ventana más cercana a los escalones, algunas luces intermitentes se producían por la tormenta eléctrica.
No quedaba nada más que un cielo enrojecido por las nubes cargadas de agua. Una brisa fresca yacía cayendo desde hace un par de segundos, dificultándole escuchar a la fémina.
Rose estaba ahí frente a él, en la entrada de su casa, empapando la alfombra en el pórtico, con las gotas de agua deslizándose desde sus piernas. La lechosa piel de sus muslos expuestos yacía erizada por el temporal, pues el abrigo café que portaba, se abría desde muy arriba, apenas cubriendo su entrepierna. Sus largas piernas estaban despojadas de naturales imperfecciones.
— ¿Hawksley?, ¿qué haces aquí? — Cortó la llamada. Le tomó del brazo, arrastrándola a la seguridad bajo su techo, estremeciéndose por el frío del tacto entre ellos — ¿Enloqueciste? —
Tras abandonar su celular en la mesita al lado de la puerta, se apresuró a irse para buscar algunas toallas con las que la chica podía abrigarse. Rose le impidió alejarse, se aferró a su espalda, pegándose a su cuerpo, sin importarle el humedecer la ropa de Nathan.
— Vine a hablar contigo, escúchame — Su dulce voz, fue un susurro. De puntillas le habló al oído, enterró sus dedos en la espalda del chico, ansiosa por borrar la tensión de sus músculos — Hablemos —
— Quítate — enfurecido por el actuar inapropiado de la muchacha se apartó bruscamente. No le ayudó al verla trastabillar — Si quieres hablar, hazlo. No me interesa lo que vengas a decir —
Ella era hermosa. El abrigo se resbalaba por sus hombros, exhibiendo su dulce piel, manchada por un par de tenues pecas. Sus rojos labios rellenos se apretaron en una mueca de disgusto, llevó tras su oreja un par de mechones alisados por el agua — ¿Por qué te ofendes? ¿Te volviste completamente gay y ahora odias el contacto femenino? — un par de gotas se deslizaron por su prominente pecho, realzado por el primer botón desabotonado.
Ella era el significado de belleza.
— No estoy abierto a ningún contacto, estoy en una relación con tu mejor amigo, ¿lo recuerdas? — su mirada no descendió, se mantuvo firme, sin romper el contacto visual con Rosemary.
— Jamás has respetado a nadie, Nathaniel — sus senos fueron visibles cuando desprendió el siguiente botón — No me creeré tu actuación del novio fiel y devoto. No va contigo — sonriendo ladinamente, dio un paso hacia el frente, mientras su abrigo se deslizaba por sus brazos, mostrando la desnudez de su cuerpo debajo de la prenda.
Nathaniel miró a otra dirección, suspirando con cansancio, arrepentido de responder la llamada — Iré por ropa y toallas. Rose, deja de hacer el ridículo. No estoy interesado. — tiró de su muñeca, presa entre los dedos de la chica.
Rosemary se quedó en la entrada, abrazándose a sí misma, al cubrirse avergonzadamente con el abrigo, mordiéndose los labios hasta sangrar. Nathaniel dejó una toalla caer sobre su cabeza, su ayuda no era por buen samaritano, no quería llevarse el enojo de Aiden por dejar a la fémina sola en tan lamentables y bochornosas condiciones.
— Deberías hablar con Aiden de una vez, es patético verte corriendo — apoyado contra la pared, se cruzó de brazos, ignorando la incómoda sensación de andar con ropa mojada — Y por tu salud mental, buscar ayuda especializada —
— No estoy loca —
— Entonces solo eres una acosadora sexual —
El rechinido de la madera resonó mucho más fuerte que el del relámpago a la lejanía. Aiden bajaba con torpeza los escalones, aferrándose al barandal y frotando sus párpados con el dorso de su mano. Sobre su cabeza, descansaba una parte de las sábanas, mientras la otra se arrastraba por el piso.
— ¿Nate? ¡Terroncito de azúcar! — Un bostezo le impidió seguir llamando a su novio, caminó encorvado preso del sueño, siendo guiado por la voz de Nathan resonando a través del pasillo. Encontrándose con el par de jóvenes muy cerca de la entrada principal — ¿Eh? ¿Rose? ¿De qué me perdí? ¿Fueron a jugar bajo la lluvia y no me invitaron? —
El ambiente carecía de jovialidad. Respirar era bastante difícil. Aunque temeroso, Aiden intentó bromear, queriendo espantar la pesadez, así como ellos amedrentaron a su sueño.
— Vine — Rose apartó la vista, ocultando su rostro tras la tolla en su cabeza. Temblaba, ella misma desconocía si era a causa de los nervios, la culpa o el frío — Vine a ofrecerle sexo a Nathaniel —
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