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Capítulo 38

El incesante repique de mensajes de Maximillian le hizo apostar, ¿cuántas notificaciones serían suficientes para arrojar su celular desde la mesa? La práctica matemática era mucho más entretenida que la clase de ciencias. La voz de la maestra era dulce, aunque excesivamente pausada, consiguiendo adormecerle.

Quizá la culpa era solo suya, por desvelarse junto a Nathaniel, viendo una serie. La juventud caducaría antes de tiempo por tanto trasnochar, pero era joven y estúpido, esperaba poder ser perdonado.

No es que no quisiera abrir el chat con su amigo, simplemente la búsqueda de apartamentos amueblados para tres, le tenía con jaqueca, después de escarbar entre cientos de posibilidades. Empezaba a marearse, y Maximillian antes de ayudarle, le echaba más información a su pobre y lento cerebro. Con un brazo y su estuche de lápices, navegó entre los links. Apenas entraba a la edad legal para comprar alcohol y, la vida ya le estaba sacudiendo los cimientos.

La clase la acabó con él hundido en sus pensamientos, con mil posibilidades de una vivienda y un punzante dolor en sus sienes. Cherrie le esperaba afuera del salón, bebiendo un café con doble cafeína y unas gafas de sol, pese a estar en el interior de las instalaciones.

— ¿Qué tal la noche? — Preguntó al verla con su expresión de amargura, igual que la caliente bebida en su mano — ¿Eran guapos? — ajustó las correas de su mochila sobre sus hombros, tomando con desgana su celular. En realidad, tuvo otra excusa para desvelarse, esperar el mensaje de Cherrie diciéndole que estaba en casa de su amiga a salvo después de la cita grupal.

Ella seguía decaída por su problema con sus padres, sin embargo, pretendía librarse de su tristeza con distracciones banales, de llorar ya se había cansado. Quizá ellos ni siquiera eran merecedores de su llanto.

— Asquerosos, patanes, maleducados, sucios. Todos los hombres son horribles, estoy a nada de hacerme 100% lesbiana — espetó ofuscada al rodar los ojos. El aroma de su perfume era diferente, mucho más sereno y fresco, como si llamase a la primavera — ¿Dónde están los chicos que valen la pena? Solo me tocan los idiotas y... — sorbió su bebida, dejando un nuevo rastro rojo de su labial en la punta del envase — cuando al fin me gusta uno decente, yo no le gusto —

Aiden, pensativo, la seguía por el pasillo hacia su siguiente asignatura, intentando no tropezar con algún otro estudiante. La capacidad de Cherrie por caminar en línea recta, sin interrupciones en medio de una marea de alumnos saliendo de los salones, debía ser objeto de estudio de los especialistas más brillantes de los últimos tiempos.

— ¿Mi consejo? — Zahner se detuvo en seco antes de darse de frente contra una puerta abierta abruptamente. Los chicos del salón de laboratorio debían ser más precavidos — Paciencia — masculló, guardándose las ganas de soltar improperios en la punta de su lengua — La paciencia... — miró a su alrededor, pero la chica había desaparecido.

Frente a él solo estaba esa hermosa cabellera rojiza, aunque un poco descuidada, seguía deslumbrando luz propia ante el sol, era Rosemary. Aunque su cercanía fuese un accidente, casi una casualidad al encontrarse entre tantas personas, Aiden quiso tomar la mano de la chica, estirarse en un último intento para aprovechar unir lo que se había desecho entre sus dedos.

Ella volvió a escapar, atrayendo su brazo hacia la montaña de libros que cargaba, encorvándose para empequeñecerse, rehuyendo de su mirada al mirar a otro lado. Escapando de él, incluso cuando lo tenía de frente.

— ¡Rose... — Todo el ánimo en su voz, decreció al escuchar el tono de desagrado de su amiga. Su intento de sonrisa quedó a mitad, antes de caer a una expresión de seriedad por el claro rechazo.

— Estoy ocupada — Rosemary pretendió distraerse al buscar a alguien entre los demás a su alrededor — No tengo tiempo — farfulló, abandonando a Zahner en medio del pasillo, mientras corría tras el docente de física, con una sonrisa plasmada en los labios.

La comunicación no sirve si una de las dos partes no está dispuesta a conversar. Aún con la mano en el aire, Aiden suspiró, derrotado por la culpa, desarregló sus cabellos. Un golpecito en su espalda llamó su atención, la poca esperanza en su corazón, falleció al notar a Dalia tras él, notándose avergonzada.

— ¿Me acompañas al salón de música? Necesito hablar contigo — llevó un par de mechones tras su oreja, su castaña melena era mucho más corta y su voz desprendía su usual timidez — Sobre mi hermano —

Quería rechazarla, usar el pretexto de su falta de créditos para la siguiente clase, sin embargo, su boca fue mucho más rápida que su cabeza. Le envió un mensaje a Cherrie sobre su pequeño desvió con Dalia, después que ella le refundiera el celular con llamadas. Los hermanos Dagger tenían ciertas similitudes. Distraerse durante el camino no le permitió leer las verdaderas intenciones de la chica.

Su alocado día apenas iniciaba, y ya tenía a Dalia encerrándolo en el estudio de instrumentos, junto a ella y su hermano. La taciturna, nerviosa y tímida fémina solía ser un demonio bajo piel humana cuando se enojaba. El llavero de Sebastián Michaelis colgando de la mochila de Dalia, golpeó la puerta de madera, cuando ella arrojó sus pertenencias al suelo, tras recostarse contra la entrada.

Connor había dejado de tocar la guitarra por el susto, y Aiden se había quedado paralizado a mitad de camino, sintiéndose ingenuo por confiar en una persona con el mismo gusto en crush platónico e inexistente.

— ¡Ai-Aiden! — Dalia gritó, pese a morderse la lengua al vociferar — Yo... mi hermano... él... disculparse... tú — Balbuceó, hasta tomar una gran bocanada de aire, calmando su alteración por un segundo — ¡Mi hermano se va a disculpar contigo! — sus mejillas se tiñeron de rojo por el esfuerzo y la vergüenza. El arte de hablar era un tema que no dominaba.

Él lucía como un gato con el pelo crispado, Connor podría saltar de la ventana del segundo piso con tal de escapar. Aiden solo alzó sus manos, poniendo un muro entre él y ambos hermanos. últimamente la genética y la química le fallaban.

— ¡Yo no! — Se quedó callado al notar la mirada inquisitiva de la chica, la guitarra casi se le escapa de las manos, por reflejos consiguió tomarla antes de la caída — Tengo mis motivos, sería patético si renuncio porque tú me lo dices — se excusó, señalando con el dedo a su hermana, quien no cambió su expresión seria.

Dalia era una chica de fuertes convicciones, su timidez se desvanecía cuando luchaba por lo justo.

— Acosar a alguien porque estás celoso, eso es patético — tomó de la sudadera a Aiden, zarandeándolo de lado a lado — Él es mi amigo. Tú eres mi hermano, no dejaré que te conviertas en un delincuente —

Connor chasqueó la lengua, aprovechando el estuche, le dio la espalda a ambos, con el pretexto de guardar su instrumento.

— Te estoy hablando, Connor. Mírame cuando hablamos — Frunció el ceño, su voz temblaba por el enojo y la frustración de sentir que hablaba con una pared y no con un humano — Aiden y Nathaniel ni siquiera están saliendo —

Aiden se distrajo, porque la expresión de Dalia le pareció adorable. Estaba orgulloso de esa fuerza suya, revoloteando como las chispas que escapaban de una fogata, ardía con fuerza, ella era inspiración.

Rió nervioso, fingiendo vergüenza. Lo único en su corazón era el gozo del orgullo — No, ahora sí somos novios. Acabamos de empezar a salir — corrigió a Dalia, quien le miró confundida un segundo porque siempre cambiaba la versión.

Reaccionó tardíamente, soltando la ropa de Aiden, retrocediendo un paso hacia atrás, mientras cubría su boca tras su mano y frenética asentía con la cabeza — Fe-Felicidades, se notaba, tú le gustas mucho —

Connor se echó la correa del estuche al hombro, rodando los ojos por la felicidad de Aiden, fastidiado por la sonrisa boba en sus labios.

— ¿Qué? ¿Me lo vienes a restregar? — masculló, una de las venas en su frente parecía a punto de explotar. El rojo de su rostro no era sinónimo de bochorno, era cólera. Se plantó de frente a Aiden, queriendo imponerse, aunque ambos tenían casi la misma altura, su centímetro de más no lo hacía intimidante — Sí, es tuyo por ahora, pero podría cambiar en el futuro — el tirón en su oreja le mandó a callar.

— ¿Quién te enseñó a ser tan maleducado? — Dalia sentía tanta pena, que quería esconder su rostro en alguna bolsa y no volver salir — ¿Cuándo me equivoque tanto contigo? Debí suponerlo desde que repetiste año — preguntó a sí misma, empujando hacia abajo a su hermano — Aiden, realmente lo siento mucho. Te lo prometo, no volverá a molestarte —

— Tu hermano — Aiden le examinó, indagó en su alma con solo una mirada — me cae muy bien, es un chico muy enérgico — tomó la mano de éste, aprovechando su estado debilucho, dejándole un pequeño regalo de parte de su abuela — Me dijo lo que necesitaba oír, me siento renovado —

Connor miró su mano, curioso de la textura del objeto en su palma — ¿Por qué me das un condón? Eres repugnante — Chilló dando dos pasos hacia atrás, alejándose del risueño chico, mientras un escalofrío estremecía su piel.

Dalia se cubrió el rostro, mirando a través de los huecos de sus dedos, sintiéndose su cara arder por el sonrojo. El tema del sexo en la fantasía era emocionante, tenerlo en la realidad le causaba un pudor inexplicable. Estaba siendo hipócrita.

— Úsalo con responsabilidad muchacho — se acomodó la correa de su mochila, la cual había resbalado por su hombro hasta su codo — No tienes que disculparte, no lo necesito — provocar el enojo de alguien más siempre sería divertido — Nate es mi número uno, no te dejaré tomarlo. Puedes intentarlo si quieres, pero no vas a ganarme —

Tras su pasiva amenaza, se marchó con una expresión mucho más feliz, el peso en sus hombros desapareció por completo.

Connor tiró el condón hacia la puerta, respiraba agitadamente como si hubiese corrido un maratón. Sus dedos tensos, se curvaron y las ganas de ir tras Aiden para golpearlo solo aumentaban. Dalia, a su lado, suspiró antes de ponerse a reír.

— Supongo que... no debía... meterme — dijo entre risas perdiendo el aliento, limpiando la lagrimilla escapando de su ojo derecho.

— ¿Cómo puedes ser amigo de ese idiota? ¡Me humilló! — Connor desarregló sus cabellos al pasar sus dedos, mirando a otro lado, escapando de los ojos curiosos de su hermana — Ya sé, no tengo oportunidad con Nathan, es inalcanzable para mí —

Las risas de Dalia se detuvieron, de cuclillas recogió el preservativo del suelo, con las ganas de preguntarle a Aiden, ¿por qué tenía condones en el bolsillo de su pantalón?

— Si quieres encontrar novio, no vayas por el de alguien más —

— Ya lo sé — renegó ofuscado por el tono maternal de regaño de su hermana. En realidad, ni siquiera era su hermana, simplemente fue acogido por los padres de la chica.

— Ni vayas de nuevo a ese lugar, es peligroso —

Connor chasqueó la lengua, le tendió la mano para ayudarla a levantarse, manteniendo cierta distancia con la chica. Se aferró a la correa de su estuche, desestabilizándose un segundo por el peso del instrumento — No eres mi madre, si quiero ir, iré. No está a discusión, ya soy mayor de edad —

Su idea era buscar un test vocacional en la biblioteca. Los planes solían derrumbarse igual de fácil que un castillo de naipes. En la fila de mesas contra el inmenso ventanal, descansa zarandeando los pies, detrás de un libro de cálculo mientras mascaba un chicle. Nathaniel estaba junto a él, ocultándose del mundo exterior, apoyando su barbilla y aplastando la mitad de su cachete en su mano, mientras adormilado yacía en el limbo entre dormirse sentado o permanecer despierto.

— Tu celular no ha dejado de sonar — ronco por el sueño y la falta de habla, Nathan comentó sobre la insistencia del ruido de las múltiples notificaciones, haciendo saltar el móvil de su novio en la barra de madera.

Sus ojos batallando en el límite del libro y el gigantesco cristal, se enfocaban en buscarles formas a las nubes, bajando del cielo para encontrarse con los orbes verdes de su novio sentado a su lado. Aún no descubría que era más hermoso. Perezosamente dejó caer su cabeza contra el hombro del contrario, encogiéndose por el estremecimiento de su piel.

— Es Max, no deja de hostigarme con fotos de apartamentos — murmuró tras explotar la pompa de chicle con la que jugaba — Liberarse de sus horribles padres debe ser un sueño —

— ¿Y ahora tú estás escapando de él?, ¿por eso no fuiste al club? — Nathan descansó su cabeza contra los cabellos de Aiden, era una de sus posiciones favoritas. Posesivo, sostenía su mano entre sus dedos, comprobando lo terso de su piel. Jugaba a recorrer cada centímetro, ensimismado en sus propias conclusiones.

— Quizá — susurró, avergonzado del miedo en su corazón, sin embargo, la inquietud atando su lengua, se deshizo, porque él era Nathaniel — Quizá me asusta un poco el cambio. Salir de casa de mis padres —

— Somos mayores, eventualmente tenemos que irnos a vivir nuestra propia vida — respondió. Sus largos y gruesos dedos se entrelazaron con los más delicados, permitiéndole jalar de la mano de Zahner, plantando un beso en el dorso.

— Aún no somos adultos. Yo creo que somos niños jugando a ser adultos — el dulce en su boca dejó de ser tan delicioso como al principio. Frunció el ceño, divagando entre miles de pensamientos.

— Entonces, ¿cuándo seremos adultos? — Nathaniel se inclinó hacia él, violentando su espacio, haciendo a su novio retroceder a su contacto, sin embargo, sus manos seguían atadas.

Aiden le vio de reojo por un segundo, antes de girar su cuerpo un poco más hacia el lado contrario — Cuando paguemos impuestos, nos quejemos de dolor en la espalda, la rodilla o ambos — dijo, en tono bajo, no queriendo ser idiotizado por la risa ladina de su novio — Reneguemos sobre la corrupción del gobierno porque todo está caro y el salario se nos acabé comprando tomates —

Nathaniel retrocedió, dejando a Aiden respirar con más libertad al no tener su peso encima. Meditó la explicación un instante, en el que tiraba de su mano, pidiéndole un poco de atención. Al no conseguirlo, porque Aiden seguía reacio, apretó un poco. Volvió a fallar. Lejos de molestarse, tomó del borde el taburete en el que su pareja estaba sentado y jaló de éste hacia él.

Aunque incómodo, Zahner no permitió que su enlace se desatara. No logró asustarse por el brusco movimiento, ni siquiera se quejó por el rechinido de las patas siendo deslizadas violentamente, su espalda chocó contra el torso de Nathan, sus piernas rodearon las suyas... su cuerpo se acopló al de Hicks.

— Suena deprimente. Quiero deprimirme contigo — dijo en su oído. No, en realidad susurró, provocándole cosquillas a Aiden, quien dio un respingo, mientras escondía su oreja bajó su otra mano.

— ¿Es una propuesta de matrimonio? — perdiendo la batalla, se relajó entre los brazos del contrario — Porque es linda la forma que me pidas que me quede a tu lado —

— No. Aún no — descansó su barbilla contra el hombro de Aiden, encorvándose para acomodarse — Debo trabajar duro en mi carrera profesional, antes de pedir tu mano —

— Hicks... eres un chico muy serio — risueño, suspiró al sentirse apretujado por el demoledor abrazo, solo por sentir su calor, le permitió soltar su mano. El siguiente combate sería aquella noche, un escalón más hacia el verdadero torneo, conseguirse un nombre, conllevaba a trabajar duro y Nathan estaba apenas saliendo a correr, la línea de meta seguía muy lejos — Ezra, ¿vendrá a verte? —

— Puede estar deprimido como la mierda en su cama, durmiendo todo el día sin ganas de hacer nada, pero irá — el pequeño cuerpo entre el suyo, era reconfortante. Todas sus dolencias desaparecían, simplemente las preocupaciones ya no existían — Al menos ya dio el primer paso, aceptó que necesita ayuda —

— Va a salir de esta, Ezra es un chico brillante, él también encontrará su propósito — Quizá porque muy en el fondo se reflejaba a sí mismo, quería mantenerse positivo.

— Lo sé — aplastó sus labios contra la pomposa mejilla de su novio, consiguiendo que éste girara un poco su cabeza para mirarle, aprovechando a probar sus labios en un fugaz contacto.

— Estoy comiendo un chicle, no creo que sea buena idea tener una clase de besos justo ahora — Aiden sentía una picazón en sus labios, quería solo un poco más.

— No le podemos llamar besos a estos — replicó, fundiéndose en múltiples toques de labios, consiguiendo sacarle una delicada risilla a Aiden.

— Lo son... —

Su pequeña burbuja explotó ante el ruido de libros desplomándose contra el suelo. Ambos dirigieron la mirada hacia el espectador de su cariñosa muestra de afecto. La testigo era Rosemary. No eran muy buenos escondiendo secretos.

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