Capítulo 37
El invierno yéndose, no era sinónimo a dejar de padecer frío. No cuando su amigo le tenía afuera más de veinte minutos parloteando de los últimos chismes del momento, mientras el suéter de lana tejido por su abuela, con dificultad le calentaba los brazos.
— ¿Entonces todo este tiempo supiste que Nathaniel quería ser boxeador? — preguntó al sorber la mucosa colgando de su nariz, mientras leía el próximo artículo del periódico escolar — ¿Viniste todo el camino a mi casa para contarme esto? — se chocó con las maletas apiladas en el césped del jardín delantero, el impacto de su dedo más pequeño no fue aplastante, mas sí doloroso. Andar sin calzado, apenas escondiendo los pies tras calcetines no eran la mejor protección.
La sacudida del viento hizo al periódico estrellarse en su rostro, obligándole a cerrar los ojos, y alejar el papel al alzar sus manos, rompiendo el débil material entre sus congelados dedos.
— Ya no es un secreto que está pensando en escalar en las ligas de boxeo —
Aiden recogió los pedazos desperdigados de papel de cuclillas, arrancándolas de las puntas de la grama — En realidad no es un secreto, solo quiere ocultárselo a su madre, que lo sepa el resto le da igual — respondió. Amontonó los tucos en una montaña, asegurándose de no ser despojados de ellos de nuevo.
— Interesantes comentarios de parte del novio, ¿algún otro aporte relevante? —
— Sí. Me ayudarás con las maletas, ¿verdad? — Las señaló con la mirada, la pila de equipaje solo aumentaba en cada segundo, haciéndole cuestionarse cómo Maximillian las había llevado en su motocicleta.
— Mi fiebre está empeorando — dijo, sin fingir siquiera algún malestar. Se colocó el casco, rompiendo contacto visual con Aiden y encendió el motor — debo volver antes que mis padres se den cuenta. Oh, estoy tan enfermo —
— ¡Tú no estás enfermo! — Aiden se quejó chillando por la excusa barata de Max. Su intento de detenerlo, solo hizo a las hojas en su mano revolotear en el aire, alejándose al flotar por todo el jardín — ¡Eres un mentiroso! — gritó al seguirlo por la vía mientras alzaba las manos hacia él — ¡Desgraciado! —
Maximillian no dudó. Jamás se detuvo al marcharse por la calle, abandonando al quisquilloso chico en la acera. Lo único que provino de él, fue el rugir de su moto al alejarse del trabajo manual.
Temblando de frío, con seis valijas esperando por él y un reguero de papel en el jardín de su madre, no tuvo más remedio que abandonar su linda tarde de pereza con chocolate y series. Guardó la basura en una bolsa y se pasó subiendo escalón a escalón las maletas. Cheshire, su única compañía, parecía burlarse de él al descansar cómodo al lado de la ventana cerca de las escaleras.
Con una liga deportiva en su cabeza, Bruno Mars en los altavoces, trapos de limpieza colgando del elástico de su yoger y líquido para los muebles en su bolsillo, se encargó de acondicionar la antigua habitación de huéspedes, que en los últimos años había fungido de armario. Fue como entrar en una máquina del tiempo: Ropa vieja y juguetes destinados a la caridad en cajas diferentes, álbumes y libros guardado en nuevos estantes, productos inútiles a la basura y miles de decoraciones de las festividades apilados en el ático, el único lugar olvidado de la casa.
"Gracias por cuidar de mi hermana. Empezaré a buscar apartamentos en renta. Yo pagaré el depósito".
Al menos Max tuvo el detalle de enviarle un mensaje de agradecimiento. Aunque la estancia de Cherrie fuese a durar poco tiempo, esperaba hacerla placentera. Aiden siquiera podía imaginarse salir de casa en tan precarias condiciones, dependiendo de su hermano para robar sus pertenencias personales.
Aiden respondió el mensaje de su amigo con un par de emojis sacándole el dedo medio y no más allá de cinco palabras. Su trabajo se había llevado la tarde con él, apenas le quedaban un par de minutos antes de irse al gimnasio. La única utilidad que le vio al tiempo que le quedaba, fue el de flojear en el sillón de la casa, revisando el cúmulo de notificaciones en su celular. Cheshire descansaba a su lado, ronroneándole a un cojín y rehuyendo de su toque.
"Estoy frente a tu casa".
El único mensaje que le hizo reír de los nervios fue el de Nathaniel. "Si fueses un acosador, sería preocupante", de pronto la pereza se escapó de su cuerpo. Se levantó del sillón de un salto, buscando abrirle la puerta a su visitante.
La felicidad se agrandó en su pecho al verlo tras el otro lado, un poco despeinado por la violencia del viento, con el zipper de la chaqueta deportiva un tanto abajo, sujetando el celular con una mano y las llaves de su auto con la otra. Le admiró, antes de hacerle retroceder para quedarse al límite de la entrada de la casa.
— Lo bueno es que solo soy tu inofensivo novio — murmuró al inclinarse hacia Aiden, alcanzando a rozar sus labios, tomando mayor confianza cuando éste se aferró a él al empujar sus manos en su chaqueta jalándole hacia abajo. Unió sus bocas en un encuentro más hambriento y posesivo, guiando al inexperto chico en aquel vaivén de sus labios. Impidiéndole marcharse al sujetar su cuerpo con sus manos tras su espalda.
Aiden a duras penas podía recuperarse de cada contacto, las piernas siempre le fallaban y las ansias de Nathaniel por tomar más de un beso, descontrolaba sus pensamientos, llevándolo a los bordes de la emoción y los nervios.
— Nate, debes leer la definición de inofensivo —
Atontado en el asiento del copiloto, tarareaba la canción de Dua Lipa sonando en la radio, agitándose de lado a lado en lentos movimientos. La pregunta de Bea, su profesora de zumba seguía igual de fresca como el sudor en su nuca tras el ejercicio. Rosemary le había arrastrado a ese lugar y simplemente se había desvanecido, dejando a su instructora preocupada por la falta de respuestas a los mensajes directos que le enviaba, curiosa de su supuesto estado de salud precario.
Rose se había convertido en una evasora y mentirosa. Ya ni siquiera le molestaba su perjuicio de llamarle maricón. Si tan solo se disculpase y le explicase los tormentos en su corazón, podría comprenderla, sin embargo, ella seguía rehuyendo y él ya no quería seguir corriendo.
— Este chocolate no lo conocía — Murmuró Roy, pataleando al aire, mientras se recostaba en los asientos de atrás, gozando del privilegio de tener toda la parte trasera para él solo.
Aiden seguía en contra de la cita grupal a la que las chicas del club de porristas habían invitado a Cherrie, pero como ella estuvo de acuerdo en salir a divertirse y conocer chicos nuevos, no pudo simplemente borrarle la esperanza de encontrar felicidad.
— ¿Qué chocolates? — Preguntó al secarse las gotas de sudor resbalando desde la punta de sus cabellos a su frente. Admiró un instante el perfil de su novio, quien conducía en silencio, repitiendo las palabras finales de la canción, como si intentase aprenderla.
— Pru... Den... ¿Pruce?, ¿Saben deliciosos? — Cuestionó a su hermano mayor sin perder la mueca de confusión al no poder pronunciar el nombre, mientras aplastaba una de la ristra de paquetes entre sus manos — ¿Prudence? —
La toallita de algodón se le resbaló de las manos, se golpeó con el cinturón de seguridad atándolo a la silla, sin embargo, el dolor no lo detuvo de jalar los condones de la mano de Roy, echándolos a la guantera, renegando maldiciones que no aligeraban el bochorno calentando sus mejillas.
Nathaniel carraspeó evitando la risa — No lo sé. Primero debo tener el permiso de tu hermano para probarlos —
Condones. Su abuela había enloquecido o estaba más lúcida que nadie. Le presentaba a su novio al ir a traer juntos a su hermano a su casa después del entrenamiento de Nathan, y le regalaba a éste varios paquetes al estrechar su mano.
— ¿Por qué necesito el permiso de Aiden para comer Pruden... ¿Prucen? — Replicó Roy al echarse sobre los asientos, bufando molesto por no tener el dulce, fulminando a Aiden por ser un egoísta.
— Y la bendición de la abuela — Nathaniel notó el berrinche del niño por el espejo retrovisor, utilizándolo para burlarse de su quejumbroso novio, retorciéndose de vergüenza a su lado.
Roy dio un brincó, en un ataque de energías, se sentó entre medio de los asientos, arrimando su cuerpo al hueco, apoyando su mejilla contra el respaldo del asiento del conductor — ¿Qué hay de mi papá?, ¿él también debe saber? — Achinó la mirada, ansioso por la respuesta.
— No, mejor esconderlo de su papá... Me gusta estar vivo — Su pequeña broma le hizo estallar en risas cuando Aiden le dio un golpe en el brazo, mandándolo a callar.
— No le hagas caso, Nate solo te está molestando. En casa te daré chocolates deliciosos, esos son... — Su mirada cayó en el compartimento cerrado, ideando alguna historia creíble para el chiquillo — de adultos, son muy amargos, solo a los mayores les gustan —
— ¿Son amargos? — Nathan fingió ignorancia, riéndose a costa de la desesperación de Aiden por terminar el tema — Yo nunca los he probado —
— Y nunca los probarás si sigues de graciosillo —
La amenaza funcionó perfectamente.
Sus pies parecían descansar sobre dos nubes de un resplandeciente verano. Las afelpadas pantuflas se deslizaban ligeramente en los peldaños de las escaleras, causándole uno que otro susto mientras descendía desde su habitación hacia la cocina. La cálida luz como el atardecer, alumbraba la estancia, en donde Roy y Nathaniel trabajaban, cada uno en sus propios deberes.
El ruido de la televisión con un programa infantil sobre superhéroes se sobreponía a los chicos hablando. El mayor de ellos estaba empecinado en explicarle la importancia de imaginar su propia versión de los colores, sin tener que seguir la imposición de los demás. Roy, en cambio, insistía en apegarse a las reglas para no fracasar.
— ¿Cómo van esas tareas? — Aiden les cuestionó, preocupado por secar las puntas de su cabello. Una ducha caliente, aunque lamentablemente fugaz, después de ejercitarse, reaviva sus ánimos de seguir vivo — Deben terminar antes de la cena —
— ¿Eh? Antes, no puedo terminar antes — Quisquilloso, Roy arrojó sus colores, pretendiendo armar una huelga, mientras pataleaba — Si quieres que termine, ayúdame —
Aiden rodó los ojos, miles de veces intentó manipularlo con cientos de excusas, desde el peligro de perder la mano, hasta una abducción alienígena. Su hermano tenía dotes de escritor de blogs de historias de ficción, especialmente de terror.
— No voy a ayudar a nadie — replicó, acallándose cuando Nathaniel le robó la toalla de las manos, friccionándola con cuidado para secar las gotas atrapadas en las puntas de sus castaños mechones — Ni siquiera a ti, Nate —
Sus ágiles manos enmarañaron sus cabellos, haciéndole sonreír al notar el desastre capilar de su chico — Terminaría muy rápido esos rompecabezas, ¿no le tienes pena a tu novio? —
Aiden le fulminó con la mirada, sacándole la toalla de las manos, agradeciéndole entre dientes la ayuda — Te estás riendo de mí, perdiste todos los puntos que acababas de ganar — se colgó el húmedo paño alrededor del cuello, dejando al par de chicos a sus espaldas.
Las verduras yacían cortadas sobre la tabla de picar y el pollo había sido perfectamente condimentado. Anonadado, levantó la vista, buscando la de su novio, quien le guiñó el ojo, provocándole un repentino bochorno por el alboroto en sus palpitaciones.
— ¿Los recuperé? —
— Quizá — murmuró, fingiendo en ordenar los trastos que utilizaría, con tal de no caer en un juego de coqueteos en los que era bastante torpe.
Nathaniel no siguió molestándole, se enfocó en encontrar la solución a sus ejercicios de matemática, aunque su atención solía perderse entre el ruido de las caricaturas, la insistencia de Roy por remarcar la punta del color celeste sobre el agua y el ruido de los utensilios usados por su novio, quien tarareaba con cierta timidez una canción rondando en su mente.
Completamente concentrado, Aiden no pudo evitar dar un respingo al sentir un inmenso cuerpo pegarse a su espalda, mientras las pesadas manos de Nathaniel, se colaban dentro de su camisa, acariciando con sus palmas callosas la suavidad de su abdomen. La tensión desapareció junto a la toalla enredada en su cuello.
— No creo que las respuestas de los problemas de matemática estén ahí — musitó, atontado, prácticamente embriagado por el beso caprichoso que Nathaniel posó sobre su nuca. Su novio le arrancó un suspiro, adueñándose de su sentido del tacto, al abrigarle bajo su peso, egoístamente tomando toda su atención.
— Las respuestas de mates, no... El alivio de los problemas, sí — Enfocado en el contacto, se relajó por la cercanía. Inclinado, susurró en su oído, arrullándole entre sus brazos, al plantar un nuevo beso tras su oreja, aspirando el aroma de su acondicionador.
Aún en ese estado de ensoñación, Aiden se esforzó por terminar la cena; pollo frito con verduras salteadas, y Nathaniel, él solo le acechó cual cazador a su presa, sosteniéndolo cariñosamente, en silencio, conformándose con su calor.
— ¿Por qué te agarra? ¿Los amigos se abrazan así? — Roy, confundido, mordiendo la punta del color rojo, fruncía el ceño — ¿Son novios? —
— Nosotros... — El pudor no le permitió a Zahner hablar. Asintió al mirar al lado contrario, pensando en un millón de palabras, que Nathaniel simplificó en dos.
— Somos novios — Nathan respondió en nombre del contrario, sin ser intimidado por el pequeñín, analizando sus movimientos — ¿Por qué? ¿Te ponemos incómodo? —
— No, solo me dan asco, pero es porque el amor me da asco, como cuando mis padres se besan, ¿por qué quieren compartir saliva? — Roy sacó la lengua mientras se estremecía antes de negar con ensañamiento — ¿Ya vamos a comer? Muero de hambre — guardó los colores en su estuche, admirando su tarea culminada.
— No va a decir lo mismo cuando crezca y te guste alguien — Nathaniel murmuró al darle un estruendoso beso en la mejilla a su pareja, antes de soltarlo para ir por los platos — Ayúdanos a servir el jugo, por favor —
La convivencia en la mesa no fue desastrosa o incómoda. Roy no lucía perturbado, simplemente disfrutaba de su plato, mientras robaba pedazos de pollo de su hermano, aprovechando cada vez que Nate robaba su atención. Cheshire rondaba por la mesa, bastante indiferente por la comida, pues su único objetivo era rascar el pantalón de Nathaniel pidiéndole caricias o subirse al comedor a arañar la mano de Aiden, cuando la pareja entrelazaba sus manos. La única disgustada por su relación, era la minina.
El primero en caer ante el sueño, fue Roy, quien se había arrimado a su hermano tras la cena, usando su brazo de almohada, mientras disfrutaba de la televisión, reposando en el sillón antes de dormir. Nathaniel le cargó en brazos hasta su alcoba, le arropó con las sábanas, procurando no perturbar su descanso. Un paso fugaz de tristeza le hizo acariciar sus cabellos, la pregunta del "qué pasaría sí" le hizo suspirar, él jamás había pasado tiempo de calidad con su hermana menor. Extrañar a alguien que desconocías era un sentimiento un tanto extraño.
Apagó las luces del pasillo, guardando un segundo entre las penumbras, antes de entrar a la habitación de Aiden. Su novio, abrigado en un pijama de estampados caricaturescos de aguacates, sacudía la cama y acomodaba las almohadas, esponjándolas entre sus manos.
— ¿Qué hay de Cherrie? ¿Vendrá a invadir tu habitación de nuevo? — Le cuestionó al descansar contra la puerta cerrada, dudando entre asegurarla o no.
— ¿Cherrie? Me mandó un mensaje, parece que los chicos de la cita grupal eran unos idiotas — contestó sin girarse, con las manos en la cadera admiraba la posición del cobertor, esperando repartirlo en partes equitativas — Así que todas van a reunirse a hablar mal de ellos en la casa de una amiga —
Ella estaba luchando a su manera con su propia tristeza. Quizá no era la correcta, pero Aiden tampoco tenía la fórmula ganadora.
— Entonces, estaremos solos — sus palabras fueron acorde a sus ideas, siquiera fue plenamente consciente, al irrumpir en el espacio personal de su novio, quien al voltearse, dio un paso hacia atrás por el susto de la cercanía entre ambos.
Aiden apretó unos segundos sus labios, esperando calmar sus repentinos nervios. Apoyó su mano contra el pecho de su novio, alzando la cabeza para lograr contacto visual — Mis padres deberían regresar en unas dos horas, no te recomendaría tocarme — suspiró cuando Nathan posó su palma contra el dorso de la suya.
— Sin permiso no puedo tocarte, hay algo llamado, consentimiento — Tomó sus dedos entre los suyos, alcanzado elevar su mano, plantando suaves besos desde el pulgar hasta el meñique.
Los suspiros escapaban de sus labios entreabiertos y secos, sin su permiso. — Te daré consentimiento de besos y caricias si acabas tu tarea de matemáticas — Atontado, anhelaba más de aquellos endulzantes contactos, sin embargo, su cuerpo retrocedió otro paso, chocando contra el marco de la cama.
Nathaniel empujó de nuevo. Sus manos dejaron de tocarle un instante, antes de atrapar sus mejillas entre sus manos — ¿Qué tan esenciales son para la vida? No creo que alguien vaya a pedirme la raíz cuadrada de cuatro —
Las palabras de su amado consiguieron hacerle reír un instante, una risa capaz de darle vida a una estrella — Te servirá para que no te estafen ni un centavo de los premios que ganes en las peleas — Aiden se sintió hermoso a través de la mirada de Nathaniel.
— Entonces no importa, porque te tendré a ti —
— Es lindo que me propongas ser tu futura calculadora — Cargó el peso de su cabeza contra la palma de su chico, derrumbándose por el casto beso sobre su frente.
— Intentaba decir algo romántico, gracias por arruinarlo —
— De nada, siempre es mi placer molestarte —
El beso en los labios fue inevitable. Sus bocas se encontraron, para decir lo que las palabras no alcanzaban a transmitir. Nathaniel le sostuvo con sus brazos alrededor de su cintura, sujetándolo con firmeza por el miedo al sentirle desfallecer. Aiden se olvidaba de sí mismo, dejándole toda la carga de su peso a su novio, sosteniéndose a él al abrazarlo, enterrando sus dedos en su camisa, jalando de la tela hasta arruinarla.
Acabaron derrumbados en la cama, envueltos entre las sábanas, compartiendo su calor entre ambos. Aiden descansaba su cabeza contra el brazo de Nathan, recostando su frente contra su pecho, oyendo su respiración en su oído. El paso de los dedos de su novio entre los mechones desenredados de su cabello le tenía adormecido y la profunda voz de Nate relajaba su alma. La historia que le contaba en la intimidad era sobre la vida cotidiana; su rutina de ejercicios o el dolor de cabeza de las clases.
Quizá no eran los temas más profundos o divertidos, sin embargo, saber que alguien estaba escuchando, provocaba una inmensa felicidad.
— Hoy hable con mi padre — Nathan confesó, sintiendo al chico removerse para encender la lámpara en la mesita de noche.
— ¿Tu padre? Creí que hace años no hablaban — Aiden descansó su cabeza en su propia almohada, impidiendo cortar el contacto visual. Curioso, esperó con paciencia por su respuesta.
— Mi madre empezó a comunicarse con él hace un par de meses. Apenas me enteré hoy — suspiró. Tomó el pómulo de Aiden entre su mano, acariciando su piel con la yema de su dedo — quería mandarlo a la mierda, pero... me di cuenta que estaba cansado de odiarlo —
— ¿Vas a perdonarlo? —
— Voy a empezar a intentar perdonarlo — Le corrigió, antes de perder el aliento por el arrollador abrazo de Aiden, quien se lanzó hacia él, apretando su cabeza contra su pecho, frotando sus palmas por toda su espalda y cabellos, mientras reía bobamente, casi contagiando su felicidad.
— Estoy orgulloso de ti, Nate. No es bueno vivir con tanto rencor en el corazón — Le miró y no pudo evitar carcajearse por el desastre inintencional que provocó en su melena.
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