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Capítulo 35

¿Desde cuándo dos más dos había dejado de ser cuatro?

La interminable fila de estáticas luces habían quedado a sus espaldas. El ruido del motor del auto se anteponía al de la música a través de los altavoces. Aunque ningún sonido se sobreponía a la agitación de su corazón, palpitando de los nervios. Su cuerpo, renuente al contacto, se había amontonado contra la puerta, percibiendo el golpe suave de la calefacción proveniente del ventilador.

— Tu trabajo — Aiden se esforzó por sacar su voz, el silencio prolongado era contradictorio a su actitud bastante parlanchina. Carraspeó al removerse en el asiento — era muy... es... ¿Haces table dance? —

— El bar de mi tía queda a dos calles más de ese lugar — respondió con calma, bajándole el volumen a la radio hasta dejarla en cero — ¿Vas a cuestionarme o vas a preguntarme boberías? No vas a ganar un Oscar por tu actuación —

— Eres un hater. Solo intentaba... quería... ¡Estoy un poco incómodo! — suspiró, deslizándose por el asiento, haciendo que el cinturón de seguridad apretase su mejilla — ¿por qué no me dijiste?, ¿eres? — Negó al cerrar los ojos y balancear la cabeza, como si pudiese despegarse la confusión.

Miró por la ventana, las penumbras apenas eran alumbradas por los faroles y la luna, pues las estrellas solo realzaban egoístamente su belleza, sin prestar un poco de su luz. Cuanta más lejanía de la calle de los placeres y las adicciones, el ambiente se volvía lúgubre, porque los demás descansaban de las penas del día.

— Ya no me importa la etiqueta, soy lo que soy —

Aiden asintió en un leve movimiento, ignorando sus pesares por un instante. Su incomodidad se debía a sus celosos — Lo siento, solo estoy un poco molesto porque no me dijiste sobre tu crisis, aunque quizá entiendo los motivos de tu silencio — por su mejilla apachurrada contra la cinta, su voz emergía en tono cómico y atropellado.

— No hable contigo, por razones contrarias a las que piensas — Aunque la luz del semáforo resaltaba en un brillo rojo, Nathaniel ignoró la señal por la hora. Desde el rabillo del ojo, solo admiraba la expresión de enfado de Aiden, quien seguía empecinado en alejarse de él y evadir cualquier roce — No tengo nada con Connor. No besos, no abrazos, no sexo... resulta que no me gustan los hombres —

— No necesito esa información, ¿de acuerdo? Aunque estoy un poco decepcionado — A la espontánea felicidad en su pecho, quería ahogarla en un suspiro. Erguido en el asiento, apoyó su codo contra la puerta, ocultando su boca contra su mano — se supone que te gusta Rose, es como si la hubieses engañado. ¿Entiendes qué no puedo darte mi bendición? —

La velocidad del vehículo empezó a ir en descenso hasta detenerse completamente al lado de la acera de la casa de los Zahner. Sin entender el propio revoltijo de emociones, Aiden se deshizo del cinturón de seguridad, la cinta se deslizó por su palma y la punta de acero golpeó sus temblorosos y gélidos dedos. Las ansias de escapar, eran tan vastas como las ganas de quedarse.

— ¿No quieres saber por qué dudé de mi sexualidad, Aiden? —

Por primera vez, durante esos minutos encerrados en el automóvil, sus miradas se cruzaron. Aunque su cuerpo estuviese cansado, su mente tenía otros intereses más allá de volver a la cama. Envalentonado, decidiendo no escapar, se inclinó a apagar el motor y llevarse la llave de Nathaniel al bolsillo.

— Mi actividad favorita es tener una crisis existencial en el tejado de mi casa a media hora del amanecer — la sonrisa de aquellos instantes, fue la única sincera en sus labios durante esa estrepitosa madrugada.

Sin permiso de sus padres, sosteniendo con sus dedos la manga de la chaqueta de Nathan, jaloneo a éste por los oscuros pasillos de su hogar, hasta encerrarse con él en su habitación. Le indicó al señalar con la cabeza que se adelantara a salir por la ventana. Dando pasos furtivos alrededor de su recámara, se apropió de un par de almohadas y un cobertor, los que lanzó hacia el tejado, asegurándose de no perturbar el descanso de la chica enredada en las sábanas.

La fría brisa de la madrugada agitó sus cortinas, la tela pegó con la piel de sus brazos y su rostro, provocándole cosquillas. Cuidadosamente cerró la ventana, dejando un pequeño espacio para meter los dedos y abrirla de nuevo cuando la razón les espantase, haciéndoles correr a la seguridad del cuarto. Gateando entre las tejas, consiguió llegar a Nathaniel, quien le esperaba paciente, para esconderlo bajo la cobija.

Nervioso, abrazó una de las almohadas, mientras esperaba intranquilo por el silencio de Nathan. Reiteradamente le admiró por el rabillo del ojo, hasta tomar la iniciativa.

— A mí... Siempre me gustaron los chicos. Tuve un crush por DiCaprio — Ni siquiera podía escuchar su propia voz, por el golpeteo de su corazón resonando en una conocida canción interpretada por los nervios — esperaba casarme con él. Hice todo un plan estratégico del día de nuestra boda —

— ¿Y qué pasó con el plan? —

— Crecí y me di cuenta que era estúpido servir dedos de pollo en nuestra boda, cuando podía tener alguna carne con salsas impronunciable en el bufet... Tremendo fallo — se encogió de hombros, empezando a temblar por la risa, las carcajadas estallaron mientras se balanceaba de lado a lado, apoyando su mejilla contra el brazo de su amigo — No seré el señor DiCaprio, lamentablemente para él —

— Él se lo pierde — su mirada yacía clavada en esa cabellera castaña sobre su piel, el viento mecía las hebras, dándole caricias que querían llegar a ser cosquillas. El ritmo de la risa decreció, permitiéndole tener su turno de habla — Hace tres semanas empecé a ir, creyendo encontrar respuestas —

— Si de la nada comenzaran a gustarme las chicas también entraría en pánico — murmuró, recordando el motivo de su enfado — pero yo si hubiese acudido a ti, porque somos amigos y tú me ayudarías — reprochó, sus labios fruncidos, acabaron secándose. Frustrado, admiró el horizonte, el sol poco a poco ansiaba brotar desde el otro lado del cielo, levantando el manto escarchado de estrellas de su lugar.

— No me gustan los hombres, estoy seguro — fue consciente de la tensión sobre los músculos del contrario. No pudo evitar detenerlo cuando éste retomó las distancias.

Sus dedos se deslizaron por la suavidad de la almohada a la que se aferraba, se viró un poco, encontrándose un instante con el par de orbes esmeraldas — Me confundes, Nate. Un examen de matemáticas es más fácil — quejándose, agachó la mirada, apenas vislumbrando su alrededor por los primeros rayos del día.

Cuidadoso, Nathan acomodó la tela deslizándose por el brazo de Aiden, ajustándola sobre su hombro, mientras su mirada seguía sus movimientos.

— Hay un motivo del porqué no fui a buscarte... — poco le importó el temporal o su parte de la cobija descansando alrededor de su cadera — No podía — lo susurró, encandilado por la vista de aquel amanecer. El frío tenía las mejillas de Aiden coloreadas de un tenue maquillaje rojizo, el viento había alborotado su cabello y cada punta resplandecía por el toque del sol que emergía a sus espaldas.

Los cálidos dedos de Zahner, se posaron sobre los antebrazos de Hicks, enredándose entre la gruesa tela de su chaqueta, intentando apaciguar el temblor de sus manos.

— ¿Por qué no podías? — cuatro palabras le costaron el aliento a Aiden. Atrapado en el precioso reflejo en los orbes de Nathaniel, pretendiendo sonsacarle la información, el resto del mundo dejó de importar. Su agarre en la almohada entre ambos se aflojó, permitiéndole deslizarse un tanto lejos.

— Porque eres el culpable de mis dudas, Aiden — Sus dedos acariciaron la tersa piel de la mejilla del chico, corroborando su suavidad. Atrevidamente ajustó su palma sobre su pómulo, sus yemas rozaban los mechones lacios de su cabello y el final de sus manos tocaba la comisura de sus labios.

Zahner tensionó el agarre en la tela de Hicks, sin poder evitar la inherente necesidad de acercarse más — Cuando... — susurró, incapaz de elevar la voz, pese al miedo que sus palabras fuesen llevadas por el viento — dijiste que eres lo que eres, ¿a qué te referías? —

— No importa si eres un hombre o una mujer, solo importa que seas tú, Aiden —

El sol terminó de despertar, unos segundos más tarde al encuentro de sus bocas. Contrario a la experiencia de Nathaniel, su guía hizo un beso bastante torpe, como el de dos niños jugando a enamorarse. A Aiden le tomó mucho más tiempo cerrar los ojos, sus pensamientos se habían esfumado, abandonando a un pobre novato, quien solo pudo sostenerse de su compañero.

El primer contacto solo necesito un instante para apaciguar las dudas. Nathan activamente buscó nuevamente su boca, dirigiendo su mano hacia la nuca de Aiden, obligándolo a quedarse quieto contra él. Zahner no tuvo tiempo de discutirlo, su tacto se detuvo contra el pecho de su amigo, percibiendo sus latidos y su calor, afianzándose contra su ropa cual si fuese un salvavidas, mientras seguía las indicaciones, moviendo inexperto sus labios contra los de Hicks.

Las patadas en sus piernas le hicieron removerse incómodo, balbuceando antes de relamer sus labios, frunciendo el ceño y escondiéndose bajo las sábanas, rehuyendo del sol y los golpes, apretándose contra lo que para él era un cúmulo de almohadas.

— ¡Aiden, despierta! — Cherrie, de cuclillas mientras se apretaba la panza con el antebrazo, tras cansarse de pellizcar a su amigo, recurrió a gritarle al oído.

El susodicho saltó del susto, abrió los ojos de par en par, mirando alterado en todas las direcciones. Bufó al encontrarse con el risueño semblante de la muchacha a sus espaldas, burlándose de la asustadiza respuesta de su cuerpo.

— Cherrie, dame cinco minutos — su voz atolondrada por el sueño, sonaba rasposa y resentida. Ni la sed pudo hacerle despertar por un vaso de agua — Me estoy muriendo, déjame disfrutar del paraíso —

— ¡No te duermas! — Jaló las cobijas bajo las que se protegía, tiró hasta dejarlo desprovisto — Tengo hambre, aliméntame, yo soy quien morirá —

A tientas, manteniendo los párpados cerrados con furor, Aiden buscó el cobertor, decidido a ignorar los lloriqueos de su amiga — ¡No! Yo quiero seguir soñando, en mi perfecto sueño Nathan y yo... — en silencio, procesos sus recuerdos, echándose hacia atrás al corroborar que la almohada debajo de él, no lo era.

— Sí, también quería saber, ¿qué mierda hace Nathaniel aquí? — Se inclinó hacia el chico, tan cerca que las puntas de su cabello rozaban insistentemente la cabeza de su amigo apoyado contra sus piernas — ¿Llamamos a la policía? —

Aiden miró hacia arriba, sintiendo cosquillas por los mechones contra sus mejillas — No. No... Nosotros, él, yo — poco a poco su piel se tornó de un toque rosa, acorde a su vergüenza. El bochorno de las horas pasadas se reprodujo en un segundo — Nosotros... —

— Estamos saliendo — respondió Nathan, luchando con el cansancio, cerrando sus párpados, pese a su intento de mantenerlos abiertos. Agotado y perezoso, se removió al estirar los brazos, sintiendo sus músculos tensos al descansar en el suelo. La capa de almohadas y cobijas no lo hacía más suave.

Cherrie intercaló miradas entre ambos chicos sin mostrar perturbación o asombro por la noticia. Encogiéndose de hombros, dejó de fungirle de soporte a Aiden — Sí, bueno, tengo hambre. ¿Ya harás comida? —

Aiden se balanceó unos instantes para no caerse de espaldas contra el marco de madera de la cama. Atontado asintió, confuso entre enojarse o sentir alivio por el desinterés de Cherrie en su vida romántica, al menos su hermano hubiese enloquecido, atosigándole de preguntas incómodas.

Nathaniel preocupado en formar una fortaleza de almohadas entre sus brazos, recostado boca abajo, siguiendo con la mirada los pasos de la chica, le cuestionó — ¿Ni siquiera te sorprende? —

Ella rodó los ojos, lanzándole un zapato contra sus pies al patearlo por estar en medio del camino — Por favor. No soy ciega, ni estúpida. Era bastante obvio, es hasta una trama aburrida por ser predecible —

Aiden giró su cabeza un poco, ocultando la mitad de su rostro, sin poder esconder su completa molestia — Lamento ser aburrido y predecible —

— Te perdono solo porque me caes bien — fingió no tropezar al enredarse con las sábanas desparramadas en la alfombra — Me mataba si tenía que seguir soportando sus miraditas de enamorados que no se comen. Tengan sexo, por favor —

Dando un salto, sintiendo un golpe de pudor por la falta de decoro de su amiga, negó alzando las manos mientras se echaba hacia atrás — ¡Frena! ¡Frena! — se estremeció por la sonrisa divertida en los labios de su novio.

— Suena a una propuesta tentadora, deberíamos escucharla — Nathan acostado de lado, consiguió atrapar su pierna, jaloneándolo hacia él, con un derroche de fuerza, por el goce de provocarle nervios.

— No, cielito de la mañana. Para el coche, apenas estoy aprendiendo a besar — sujeto una almohada y la usó para marcar distancias entre ambos, aplastando su suave textura contra el rostro de Nathan — ¡Llegue a primera base, no voy a correr a la tercera! —

— Oh. Son tan empalagosos — musitó la chica con un tono mucho más fino, posando su mano sobre su pecho, pretendiendo ternura — Me dan asco — fingió arcadas al abrir la puerta, dejando a Cheshire colarse, en tanto ella salía refunfuñando y arrastrando los pies — Ojalá las parejas felices exploten —

El felino dio un maullido, reclamando atención a su presencia. Balanceó sus patas traseras con demasiada energía, deteniéndose al borde del cúmulo de colchas en el suelo. Relamió su pata delantera, impaciente por las caricias de su humano predilecto. Para su infortunio, Nathaniel estaba ocupado en deshacer la barricada de su pareja, ignorante de su llegada.

Entre el insistente chico acariciando sus piernas, la fémina reclamando comida desde el pasillo y su mascota arañando su brazo por el arranque de celos. Aiden se dio por vencido, la felicidad era aplastante. 

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