Capítulo 34
Por el repique insistente del tono escandaloso, buscó en medio de la oscuridad su celular, palmeando su almohada, hasta llegar a la mesita de noche al lado de la cama. El impacto de la luz del móvil le hizo entrecerrar los ojos, aceptando la llamada en total desconocimiento de quien era el interlocutor del otro lado.
— ¿Sabías que Nathaniel visita un bar gay los fines de semana? —
— Perdón, ¿qué dices qué dijiste? — Sentado en medio de su cama, inconsciente de su propio nombre, un camino tenue de baba caía desde la comisura de sus labios empapando su barbilla — Sigo dormido, escuche bar gay y Nathan en la misma frase — cabeceó por culpa del sueño, instándole a culminar la descabellada llamada de Dalia.
— ¡Nathaniel! — Gritó perdiendo su característica calma, fatigada, recuperaba el aliento tras la pared del inicio de un sucio y oscuro callejón, oculto al final de la calle que duerme durante el día — Nathaniel, él... Tenía que decírtelo, no podía esconderlo. Sé que ustedes tienen algo y... tú me caes bien, no es justo — balbuceó sus pensamientos sin detenerse a formular las ideas completas, los nervios le tenían ida.
— Dalia. Dalia, respira, te vas a atragantar — La atención de Aiden se giró a la chica embozada en cobijas, removiéndose a su lado por culpa del ruido. Se destapó, temblando por el repentino cambio de temperaturas, atontado buscó sus pantuflas, escuchando en su oído las desbocadas exhalaciones de la perturbada castaña al otro lado de la línea — Respira, estoy aquí... Empecemos por el principio, ¿dónde estás? —
— ¡Nathan está teniendo un amorío con mi hermano! — Vociferó, haciendo a Aiden alejar el celular de su oreja por un segundo — Sabía que Connor ocultaba un secreto... ¡Pero! —
— Freno, Dalia, pisa el freno. A cada palabra te entiendo menos — Nervioso, con el sueño despejado, salió de su habitación. El pasillo en penumbras no era tan aterrador como la chiquilla perdiendo los estribos — Tu hermano, Connor, tenías sospechas sobre un secreto, ¿por qué? — se encogió ante el rechinido de la madera del primer escalón al sentarse, recostándose sobre la barandilla.
— Salía todas las noches, ¿sabes? No soy tan tonta para no darme cuenta, por eso... No quería interrumpir en su privacidad — se deslizó por la pared, derrumbándose en el piso, abrazando sus muslos hacia ella — pero soy su hermana, estaba preocupada, así que lo seguí y... Estaba, estaba... —
— ¿Estás segura que era Nathaniel? — Cuestionó tras soltar el aire atrapado en sus pulmones, hace minutos que no respiraba — Pudiste confundirte — aferrado a una negativa, mordió sus labios evitando el golpe de frustración.
— ¡Era él! — Exaltada, presionó los cabellos atrapados entre sus dedos — Les tome una foto, voy a mandártela... Juro que no estoy inventándolo — su voz decayó a un mero susurro, escondida en la oscuridad, apoyó su frente contra sus rodillas, buscando calma.
Aiden estaba confundido, aguantándose el mar de preguntas rondando en su cabeza, reconociendo lentamente la información, una lágrima cayó a su mejilla — No, prefiero no verlo. Te creo — insistentemente se restregó los párpados, ahuyentando el llanto — Solo, me siento un poco tonto. Siempre creí que era hetero, pero... ¿es bisexual? —
— ¿Estás bien? Tu voz se escucha... Lo siento, no quería que te viese la cara de tonto. No sabía si era correcto — Todo el despliegue de su voz acabó en una tenue llamarada que el viento podría borrar con un suave soplido.
— No. Estoy bastante avergonzado — murmuró, echándose hacia atrás para recostarse en el suelo. La luz de la luna se filtraba por la ventana, entorpeciendo su visión por un par de segundos — Me siento traicionado y es estúpido, porque Nate y yo no somos novios, no puedo reclamarle por salir con otro chico — su celular se deslizó de sus dedos, casi cayendo al suelo.
— ¿Ustedes no? — Estupefacta, se quedó sin aire tras cuestionarle — No lo entiendo, ustedes... se ven cercanos —
— Solo somos amigos. Me rechazó hace un tiempo — en medio de una corta risa sin gracia, acabó suspirando — yo era el idiota que se negaba en dejar ir estos sentimientos, me aferraba sin ningún motivo — susurró, desde el suelo, encerrado entre las paredes, por primera vez en meses, se sentía solo, con la fría compañía de la luna — ¿Dónde estás? No es seguro que una chica ande sola en las calles —
Tampoco es que fuese seguro para él andar en medio de las avenidas, escapando de las penumbras al esconderse debajo de los faroles en la acera. La ciudad del placer, era como Cheshire, se mantenían despiertos durante la noche y descansaban en el día, viviendo en un mundo al revés.
Ocultarse a través de unas tenues luces dejó de ser necesario, cuando el bullicio nocturno creaba su propia iluminación. El ambiente exudaba su propia esencia a alcohol, sexo y dinero, meras adicciones mundanas reflejadas tras las vidrieras de la fila interminable de locales. Su propio rostro se difuminaba, apenas notándose un ligero destello de su figura. Bajando su cabeza, ocultando parcialmente su rostro tras la capucha de su sudadera, guardaba sus manos en los bolsillos, mientras le rezaba al Dios de su abuela, que le cuidase.
El repique de su celular le hizo detenerse un segundo, haciéndole tambalearse por esquivar a una empalagosa pareja tonteando en medio del camino. Avergonzado de tropezar con un bache, giró en ambas direcciones, relajándose al no notar la atención de algún transeúnte sobre él. El ruidoso mundo estaba lleno de egoístas preocupados por sus propios asuntos.
La voz tenue de Dalia le hizo detenerse, tapó su otro oído, encorvándose a la espera de crear su propio espacio — No puedo escucharte, la música está taladrando mis oídos —
— ¿Estás cerca? — gritó, sin perder el horizonte tras su escondite en el callejón, solo mirando al inclinarse levemente para ver el exterior — Hace frío, y creo que los borrachos vienen a orinar aquí —
— Ugh, asco... Debo estar a dos calles — alejando su celular para poner el gps, se aseguró de avanzar en la dirección exacta — estoy a un par de segundos, no te muevas, ¿de acuerdo? — caminar se transformó en un trote descoordinado y agotador.
— Sabes... — suspiró, recostada contra la pared, entre el límite del callejón y la acera, apoyó su espalda y sus penas — Lo estuve pensando mientras esperaba. No puedo fingir que no lo sé —
— ¿Cuál es tu plan? — Preguntó, perdiendo aliento al hablar, desgastando su cuerpo — ¿Cuestionarle por qué trabaja en un night club cuando no tiene necesidad? — Deteniéndose abruptamente al notar a su amiga por el rabillo del ojo, se detuvo dando un par de pasos abruptos. Sudado, respiraba con dificultad. Intentó recuperar el aire tras guardar su teléfono en el bolsillo — Quizá... no tiene la confianza de salir del closet —
Ofuscada, se acercó a Aiden, dando un paso hacia atrás, cuando éste se inclinó para apoyar sus manos sobre sus propios muslos.
— ¿Quieres que pretenda no saberlo? Es mi hermano, quien sabe... — Frustrada, se calló, pensando que decirlo en voz alta, lo haría totalmente real.
— Lo siento. Solo... — recomponiéndose, secó su frente con la manga de su ropa. Paseó su lengua por sus labios para humedecerlos, fatigado por la sed — Si Nathan y él tienen algo, siguiendo el código de amigos, debería velar por su bienestar. Créeme, nadie quiere salir así —
Cabizbaja, arrugando el borde de su chaqueta entre sus manos, renegó — ¿Y qué sobre lo que yo quiero? ¡Se expone a miles de peligros! —
Aiden asintió, hundió sus dedos entre sus cabellos, apoyando su palma contra su nuca, evitando la mirada de la castaña junto a él — Entiendo lo que dices, pero... ¿por qué no lo encaras en la mañana? —
— ¡Porque voy a perder el valor! Soy una cobarde, nunca me sale la voz... Si dejo pasar el tiempo, entonces yo — Llenándose de valor, dio un paso al costado, dispuesta a dejarse guiar por la adrenalina recorriendo sus venas — Lo siento, debe ser ahora — insistió al empuñar sus manos, dando pasos sonoros y pesados.
Aiden aunque estiró su mano, queriendo pararla, se contuvo. Él tampoco era quien para definir lo correcto. Guardó sus manos en los bolsillos de su chaqueta, y aunque reticente, caminó junto a la chica, evitando un nuevo cruce de palabras...
Hasta que la realidad le pegó en la cara, cuando alguien le empujó al batallar por un lugar en la barra del local.
Se hundió en su asiento, fingiendo beber la margarita que el apuesto bartender le tendió, tras ignorar su pedido de un vaso con agua. Había un universo de diferencia entre las bebidas, pero a regañadientes pagó el trago. La fila de dientes perfectamente blancos le convenció de gastar su dinero.
— Dalia — tiró de la muñeca de la chica, echándola de regreso al taburete sobre el cual se estaba poniendo de pie — ¿podríamos siquiera tener un plan? La impulsividad no deja nada bueno — inclinado sobre la barra, le habló al oído para asegurarse de ser escuchado — No pretenderás jalarle de la oreja y llevártelo, ¿verdad? Porque yo si fuera él, te odiaría —
— Yo me encargo de mi hermano — le robó la bebida de la mano, empinándosela de un solo trago, tomándola como si fuese agua — y tú distraes a Nathaniel —
— ¡Para! ¡Para! ¡Es un horrible plan! Yo no quiero que Nathan me vea, solo vine de acompañante y apoyo moral — sus manos se quedaron vacías, cuando la chica tiró de su brazo, ignorándole al alejarse. Su intento de gritar su nombre se quedó atrapado en su garganta, agobiado, se giró al lindo chico de los tragos — Ahora sí necesito esa margarita —
— Ya te dije, no voy a ponerme duro. No me excitas — entreabriendo los ojos con la pereza empujando sus párpados hacia atrás, instó al chico encima suyo a detener el palpo insistente en sus muslos, buscando alcanzar su entrepierna.
La risa sobrevino de inmediato, el castaño se apoyó sobre su brazo, custodiando las expresiones de su rostro al observarle fijamente — ¿Estás seguro que no tienes disfunción eréctil? Yo podría solucionarlo si pasamos a la acción y dejamos la charla de una vez por todas — su voz sonaba demasiado empalagosa para ser verdadera.
Las mismas letras de canciones con mensajes explícitos se repetían en bucle inundando el ambiente en conjunto con el aroma a sudor y humo de los cigarrillos. Nathaniel no paraba de relamer sus labios, humedeciéndolos con su lengua. Consciente del peso del chico al que había conocido hace un par de semanas, se sentía agobiado por su insistencia de atención.
Las palabras ocultando un gemido a su lado derecho llamó su curiosidad un instante, la oscuridad alrededor de las mesas contra la pared, bordeando la pista de baile le impedía notar más allá de su propio cuerpo derrumbado en el sofá de cuero.
Se había dado por vencido en su búsqueda de respuestas. La pornografía en páginas de internet no había hecho más allá de aburrirlo. Los constantes encuentros con el hermoso y escuálido chico apoyado contra él, atontándole con su fuerte aroma a rosas, de reluciente par de labios rosados y aire seductor a su alrededor, siguió sin ser tentador.
— ¿No puedes decirme que eres tímido? — Jaloneando de aquel fornido brazo al que se hallaba enredado, tiró hacia abajo de Nathaniel, anhelando saborear sus labios. Su terquedad era una de sus principales fortalezas — Sigo sin creer esa historia. No puedes ser bisexual, si solo un chico llama tu interés —
— Entonces no soy bisexual — Cerró momentáneamente los ojos, cegado por el reflejo de una luz de la pista golpeando su rostro. La cerveza en la mesa seguía completa, las gotas se deslizaban por el vidrio, empapando el cristal por la temperatura de la bebida, y aún a sabiendas de su frialdad, Nathaniel no quería tomarla — Me atraen las mujeres y él. Ya no voy a buscar más respuestas —
— Cariño — Connor trazó el brazo oculto bajo la chaqueta, hasta contornear los dedos de la mano del contrario, negándose a dejarlo ir, rabiando por el desinterés de Nathaniel — Siquiera has estado con un chico de verdad, ¿cómo puedes estar tan seguro que solo él te atrae? —
Ningún calor llegó a través de esa mirada juguetona, la provocación de su acompañante no causaba efectos, solo una pequeña exasperación. Suspirando por el cansancio, tiró de su mano, interrumpiendo el contacto — Conozco mi cuerpo, Connor. No me excitas, no me dan ganas de tener sexo contigo, no me provocas —
Con un tic en el ojo y una sonrisa chueca, cayéndose a pedazos por la resistencia del otro, Connor le siguió al dar un par de zancadas, usando magistralmente las bonitas plataformas brillantes con las que ganaba altura, la ropa ceñida a su piel no dejaba espacio a la imaginación, sus curvas se realzaban en cada uno de sus movimientos, dándole un aspecto atrevido.
— ¡Nathan, seguro tienes miedo! — Alzó la voz al perder la calma, queriendo anteponerse a la música resonando entre las paredes. Se estrelló contra la espalda de Hicks, cuando éste se detuvo de improvisto. Su estilizada figura se balanceó hacia atrás, siendo detenido por la mano del contrario alrededor de su brazo — Solo necesito una oportunidad — chasqueó los dedos, mientras la altanería controlaba las facciones de su rostro — y resolveré todas tus dudas —
Nathan lo jaló hacia él, impidiéndole caerse. La incapacidad de sentir nervios por la cercanía del descarado chico apretándose contra su cuerpo, le daba las respuestas — Mis sentimientos son más complejos que el miedo, Connor. Yo estoy enamorado —
— ¿Amor? — La carcajada brotó a borbotones de sus labios, con un ágil movimiento de pies, lo llevó consigo tras la cortina de piedras, los cristales caían como una cascada, ocultando en secreto lo que ocurría tras su afluente — No digas tonterías, Nathan. El amor es para los ancianos, las novelas y el marketing. A nosotros nos mueve la atracción — su mano quedó suspendida, apenas rozando el pomo de la puerta de la habitación más cercana.
— Él — su voz fue mucho más profunda, de reprimenda, deteniendo a Connor, quien solo le observó por el rabillo del ojo — es egoísta, nunca me deja elegir la música de la radio. Llora porque sus postres saben asquerosos, pero es un adulador egocéntrico de su comida — el agarre sobre su muñeca se hacía más endeble — Es entrometido, manipulador y chismoso. Su sentido del humor es un asco, su risa es escandalosa y siempre me lleva la contraria... Es el rey del drama porque su mascota no le da afecto —
La sonrisa en esos labios rosados, relucientes por el brillo sabor a fresa, volvieron a temblar por el enojo — Suena a alguien insoportable —
— Y aun así me encanta — Nathan dio un paso al frente, quitando el toque del muchacho sobre su piel — He desarrollado esa insana necesidad de verlo sonriendo. Ríe, y entonces todo lo demás deja de importar, el cansancio desaparece —
— ¿No estás siendo demasiado ridículo? — Su intento de mofa fue débil, tembloroso, quebrantó distancias entre ambos, dispuesto a seguir insistiendo, pese a que sus fuerzas iniciales se vieron mermadas. El orgullo herido no le dejaba retroceder por completo.
— Culpa del amor haciéndome anhelarlo... Yo no quiero que sea mío, quiero que sea libre y me deje estar a su lado —
Un murmullo desesperado, fue acompañado del golpe violento contra las piedras de cristal, obligándolas a golpearse entre ellas. Dalia Bale, atontada por una copa de margarita y la adrenalina, yacía imparable cometiendo imprudencias y alborotando el corazón de un nervioso Aiden, quien le seguía desde atrás, jaloneándola de su sudadera.
— ¿Her-Hermana? — A Connor la lengua se le enredó, sus ojos se abrieron de par en par y su única reacción debido al miedo, fue escapar velozmente, echándose a correr pese a los llamados de la chica.
— ¡Connor! — desprendiendo una descomunal fuerza desconocida, Dalia se desprendió de las manos de su amigo, apresurando su paso para alcanzar a su hermano menor, escapando por el pasillo — ¡Connor, detente, necesitamos hablar! —
Aiden solo pudo mirarse las manos, sus palmas se habían teñido de puntos rojos y sus nudillos fueron espolvoreados de blanco. Aguantando el entumecimiento, esbozó una sonrisa hacia Nathaniel, pretendiendo parecer un inocente ignorante.
— Nate, vaya casualidad de la vida —
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