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Capítulo 33

Un capuchino a las tres de la tarde era un sueño cumplido. Ser el sugar baby de un millonario seguía siendo una aspiración, la erótica fantasía de un pobre virgen y un chiste recurrente en su mente.

En su lamentable y frágil estado de recién despertado, apenas superando el trauma de abandonar la almohada, con los cabellos alborotados por las horas de descanso, comer bistec encebollado junto al puré de papa, para rematar con un pastel y una taza de cafeína, no parecía lo más adecuado para su estómago vacío.

¿Quién lo iba a culpar? Su padre tenía el día libre, así que aprovecharía la carta del consentimiento de su progenitor, quien fingía leer el periódico a su lado, mientras él se embarraba los labios de glaseado.

Meciendo los pies de lado a lado, saboreando el empalagoso dulce, interrumpió la actuación de su padre — Mis amigos durmieron aquí — El trago de postre lo pasó con café, casi atragantándose en el bocado.

August Zahner, el cabecilla de familia, era un hombre bastante tosco y simplón con un corazón muy débil. Delicadamente dobló en cuatro secciones el papel entre sus manos.

— Lo sé. Hice suficiente para todos — El mayor admiró cada movimiento del chiquillo, apenas consciente del paso de los años, tras el filtro de sus amables ojos castaños, Aiden seguía siendo un crío — ¿Qué hay de Rosemary? —

El tenedor a medio camino se detuvo un segundo en el aire — Seguimos sin arreglarnos. Soy como el anticristo, me ve y sale corriendo — señaló, al hacer mímicas con el utensilio.

— Entonces no te estás esforzando suficiente — August, pese a tener una mano pesada y un tacto brusco al acariciar los cabellos de su hijo, balanceando la cabeza de éste de lado a lado, era igual de reconfortante que cuando era un niño — No te he enseñado a huir de los problemas —

— Se corre tras ellos, no de ellos — recitó, con los hombros encogidos y una sonrisa melosa, sintió su corazón rebosante de alegría ante la muestra de cariño — Lo sé, es buen lema de vida, y no lo digo solo porque sea tu hijo —

— Eres más fuerte que cualquier obstáculo —

La taza en sus manos, calentando su piel, se quedó sobre la mesa. Sus dedos golpeaban el vidrio, en compás a sus sentimientos, creaban una melodía sin sonido. Las palabras cálidas de su padre, el sabor de su cocina y la torpeza de mostrar su presencia, eran sinónimo de felicidad.

— No le vayas a decir a mamá, pero tú eres mi favorito — dijo, anhelando más caricias al ver al hombre alejarse — Debes guardarme el secreto —

— Estoy segura de haber escuchado el mismo secreto la semana pasada — su madre, a sus espaldas, le dio un manotazo, haciendo al chico saltar en su asiento — ¿Qué quieres? Habla niño, te conozco — le acusó al señalarle con un pedazo de manzana. Bett, cargaba en sus manos otras tres porciones de fruta, las que dejó en la mesa.

Aiden, inútilmente intentó frotarse el dolor — Bien, soy culpable — renegó encorvado, con una mueca de disgusto en los labios por el ardor en su piel — No tengo favoritos — le guiñó el ojo a su padre, quien tras un suspiro, hizo círculos sobre la espalda de su hijo, aliviando sus males.

— Entonces... — August ignoró la mirada de reproche de su esposa, pese a su apariencia portentosa de un hombre serio, era el más endeble de los dos — ¿Qué sucede? —

Bett jaló una silla, encerrando al chico entre ambos. Con un toque de disgusto, decidió escuchar, aunque sin perder su esencia de intimidación. Sus hijos necesitaban una figura de autoridad rígida, pues según su pensar, podrían desviarse del camino sin correcta orientación.

— ¡No es una locura! — Aiden se sofocó en un segundo al estar en medio del posible caos — Bueno... verán — se relamió los labios, apenas agrietados y repletos del sabor del capuchino — Cherrie, mi amiga, a ustedes les cae bien, ¿verdad? —

— Escupe, deja de balbucear, niño. Somos tus padres, no unos monstruos — Bett le dio otro impacto en la espalda para que dejase de estar encorvado, esperando darle impulso a su valentía — Solo dilo, no vamos a enloquecer —

August respondió con una mano en el hombro de su retoño, ansioso bajo esa aparente tranquilidad, imaginando mil posibilidades, desde las más calmas hasta las más insanas. Su apoyo era bastante silencioso, creando en equilibrio por el derroche de energía emanando de su esposa.

— Mamá, no estoy nervioso. ¿Cuántas manzanas piensas comerte? Quiero que papá me haga un... — Gritó adolorido cuando su madre le jaló del cachete, refunfuñando un par de maldiciones contra él — ¡Mentira, solo te molestaba, perdón! — Lloriqueó, echándose contra su padre, pidiendo su auxilio.

August suspiró, derramando todo el peso de sus nervios en aquella exhalación. La expresión de preocupación de su hijo, le había puesto tenso. Apoyó su mano sobre la mesa, escondiendo sus labios en la palma, quedándose en secreto una sonrisa por la discusión entre su amada y el retoño de su amor.

— ¡Piedad, te lo suplico! Solo quería pedirles que dejen a Cherrie quedarse, sus padres la echaron de casa — Vociferó, sin llegar a luchar, porque la batalla contra la fémina había sido mermada. La mirada confusa de sus padres le hizo sonreír en risas cortas de nervios.

— ¿La corrieron de casa?, ¿por qué? — su madre golpeó la mesa con la palma de su mano, intimidándole para sacarle hasta la última palabra de información — Parece una chica dulce, atenta y recatada, ¿sus padres enloquecieron? Incluso... igual, es que... Necesito un segundo. No lo entiendo — los balbuceando incongruencias por no coordinar sus ideas, acabó derrumba en la silla, resoplando.

Aiden apoyó su mano sobre su nuca y presionó, incómodo por revelar la situación de su amiga sin su permiso — No aceptan el oficio que eligió. Ella quiere estudiar belleza, sus padres quieren leyes —

Bett frunció el ceño, se irguió rápidamente sobre la silla, haciéndola tambalear por su peso — ¡¡Solo por eso!! Vaya señores más ridículos. Dejar desamparada a una chiquilla en las frías calles — empezó a sobarse las sienes con los dedos, sintiendo un dolor formarse en su frente — Hay personas que no deben ser padres —

— Nosotros dejamos mucho tiempo a los nuestros solos — August, quien había llegado a sus propias conclusiones en su silencioso mundo, murmuró, consciente de su equivocación por la afilada mirada de reproche de Bett.

— August Zahner, ¡¿los estás defendiendo?! — Chilló, azotando los puños en la madera. Aiden se estremeció en su asiento, pegando un salto, perdiendo el equilibrio por ponerle mayor peso a las patas traseras de la silla.

August sostuvo a su hijo, impidiéndole caer, dejando solo el recuerdo del susto por la sensación de descenso. Aiden sostuvo sus manos contra su pecho, percibiendo las palpitaciones en su aplastante agarre.

— Solo digo, que no somos perfectos. No los defiendo. Jamás podría abandonar a mis hijos — El mayor replicó, descansando la punta de sus dedos contra las palmas de su esposa, pidiéndole permiso de sostenerla.

Bett accedió a regañadientes en medio de murmullos que solo ella escuchó, giró su mano para enlazarla a la de August, derritiéndose por el toque cariñoso de su esposo delineando su piel con sus dedos, se inclinó a la derecha, apretujando a Aiden, quien seguía en medio de ambos.

Aiden, anhelando dejar de sentirse como un embutido enlatado, empujó hacia los lados, esperanzado en recuperar el aire faltante — Sigo aquí, ¿recuerdan? —

— Desgraciadamente — le reprochó su madre, observándolo de soslayo, casi pidiéndole que se marchara — ¿Por qué no vas a buscar a Nathan? Vives corriendo tras él —

Abochornado por la acusación de su madre, Aiden solo pudo abrir la boca, sonrojándose porque las palabras no salieron. Deslizando sus manos sobre su rostro, quiso borrar el rubor en sus mejillas — No tengo argumentos para refutar, estoy condenado... — murmuró contra sus palmas, entorpeciendo su voz — Mis oportunidades de un pasional romance escolar se fueron por el desagüe por andar detrás de un hetero —

— No seas pesimista — Bett dejó caer su cabeza contra la de su hijo, esperando reconfortarlo — aún tienes la oportunidad de un acaramelado romance en la oficina —

August suspiró, su tema favorito no era el corazón enamorado y frágil de su primogénito. No por incomodidad de sus preferencias, él había aceptado amar a su hijo desde que supo de su existencia y nadie podría mitigar su cariño, quizá el principal problema, era que en el campo del corazón, no podía protegerlo — Hay temas más importantes que el amor, como el futuro por ejemplo —

— Ugh, papá no me ayudas — Aiden negó, recostando perezoso su cabeza y brazos sobre el comedor — Pasamos de un terreno pantanoso a uno lleno de baches... ¿Volvemos al tema principal? —

— Tu carrera universitaria — Concluyó su padre, quien de brazos cruzados asintió, ensimismado en su propio mundo en el que tenía control.

— Presentarnos a Nathaniel como tu novio — Musitó su madre al sacudirlo, emocionada por poner nervioso a su hijo mayor.

Ambos adultos cruzaron miradas en una frágil tensión, la cual se desplomó por el suspiro de cansancio del joven. Aiden apenas despertaba, y percibía sus energías marchándose, mientras su cuerpo suplicaba por reposar sobre una almohada.

— Che-rrie. Hablo de Cherrie — pronunció su nombre en un tono más grave, denotando su enojo por la silenciosa batalla inútil entre sus padres. Sus repentinos cambios de humor debían ser material de estudio — ¿Dejarán que se quede? —

— Claro. ¿No era obvio? — Bett se encogió de hombros, mofándose de Aiden con una risilla burlesca, pellizcando su mejilla con sus dedos — No podemos dejarla sola, dando vueltas por la calle, sin saber a quién recurrir —

— El mundo es lo suficientemente cruel, para ser parte de esa maldad — dijo August, dándole el último trago a la taza en su mano. La bebida yacía fría y demasiado dulce para su gusto. Frunciendo el ceño miró las últimas gotas atrapadas al final, disconforme con el sabor.

— ¡Ah, papá! — Aiden le señaló acusadoramente, chillando en tono bastante agudo por el enfado — ¡Ese era mi capuchino! —

— Yo te di la vida, no seas quisquilloso —

La tarde concluyó sin mayores contratiempos. Cherrie y Maximillian despertaron una hora después, interrumpiendo la amena charla de Aiden con sus padres, quienes le fastidiaron por un rato, al encerrarlo en la cocina para platicar sobre educación sexual. Sorprendentemente August se había convertido en un catedrático referente al sexo homosexual, y aunque Aiden apreciara el constante interés de su padre por comprenderle, prefería ahorrarse el bochorno.

Su padre explicándole cómo mantener intimidad, no eran sus planes ideales sobre pasar un sábado a las 4 p.m., menos cuando su madre se colaba enérgicamente, ejemplificando las explicaciones con situaciones hipotéticas en las que tenía sexo con Nathaniel, solo buscando avergonzarle.

Maximillian se marchó a su hogar tras ser rellenado como pollo navideño por la familia Zahner, pues Bett se negó en dejarlo partir, hasta que no se acabase cinco platos de carne y ensalada. La percepción de la mujer sobre cuánto comían los hombres estaba un poco alterada, al convivir con tres especímenes que devoraban cantidades anormales diariamente.

Ni siquiera Cherrie, quien llevaba un semblante de estar en medio de un velorio, se salvó de la calurosa bienvenida, pues fue obligada a alimentarse correctamente. Sin comida no hay energía, ese fue el lema de Bett al llenarle el plato con una segunda porción. La fémina aceptó pasivamente la amabilidad de la familia, notándose bastante cohibida durante la cena.

La voz de Harry Styles les susurraba a sus espaldas porque el parlante retumbaba a volúmenes casi mínimos, sus brazos chocaban de forma constante y el chorro de agua era lo más ruidoso entre ellos. Aiden no paraba de observar de soslayo a la chica, quien se había ofrecido a ayudarle a lavar los platos. Cualquier intento de empezar una conversación, perecía en su mente.

Cherrie cerró la llave al enjuagar el último plato. Suspirando fastidiada, se secó las manos en la camisa de Aiden, frustrada por el torpe actuar de su amigo.

— ¡Estaré bien!, ¿de acuerdo? — Refunfuñó al sostenerlo con fuerzas para que no se apartara — Solo... en estos instantes la vida me va como la mierda — se mordió la lengua, como si ello evitara las lágrimas — Ezra me rechazó. Mis padres me echaron a la calle... —

Aiden dejó de forcejear contra ella. La tensión en sus hombros se redujo, haciéndole encogerse — Entonces te rechazo... — murmuró apesadumbrado, sintiéndose culpable por orillarla a enfrentarse a sus sentimientos.

— No quiero hablar de ello, así que no preguntes por ahora, por favor... Quiero descansar un momento — Cherrie apoyó su frente contra el hombro de Aiden, borrando sus lágrimas contra la tela de su camisa — Solo te tengo a ti, el idiota de Max no cuenta... No me abandones —

Aiden apoyó su mejilla contra la cabeza de su amiga, su suave cabello le hizo cosquillas — Las amistades son como los matrimonios, en las buenas y las malas —

Cherrie le tomó de los hombros con cierta brusquedad, zarandeándolo de atrás hacia adelante — Más te vale. ¡Si me abandonas te pateo! No es amenaza, es promesa —

Zahner casi sentía que estaba delante de su madre, bajo una risa corta y bastante frágil, la atrapó en sus brazos — Tranquila, no habrá necesidad de patearme — La sostuvo hasta que dejó de sentirla temblar contra su cuerpo, esperando pacientemente para ir a su ritmo.

La tormenta pronto pasaría... De no ser porque una nueva llegaría tan solo unas horas después, en medio de la noche, mientras descansaba en su cama, el diluvió lo visitó tras una llamada. 

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