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Capítulo 30

Su idea era increíble, tristemente seguía en su cabeza, por lo que era el único con conocimiento de la misma. Tras las múltiples y abrazadoras felicitaciones, Aiden no había podido capturar a Nathaniel solo. El destino de su gran plan malévolo parecía dirigirse hacia el fracaso.

Sus dedos se paseaban por el teclado de su móvil, escribiendo sílabas sin formar palabras. Los nervios le tenían taciturno, pasando desapercibida la intensa mirada de Nathaniel en el retrovisor, estudiando su interminable silencio. El golpe de la puerta cerrándose abruptamente le hizo dar un salto en el asiento, atrayendo de inmediato su atención hacia su alrededor.

— ¿Vienes o no? — Nathaniel le cuestionó al golpear con sus nudillos la puerta del pasajero — Estoy seguro que no tienen servicio en el estacionamiento —

Aiden, avergonzado por su atontado actuar, salió exaltado porque los nervios le sacudían el corazón — Voy. Voy, no desesperes. La paciencia es una virtud de los sabios — masculló, tirando de su chaqueta hacia él. La diferencia de fuerzas acabó consigo estrellándose contra la espalda de Nathan.

— ¿Qué demonios te sucede, Aiden? — Renegó por el impacto, mirando por encima del hombro a su torpe acompañante — ¿Quieres qué te cargue o qué? —

— ¡No! — gritó exaltado por los nervios — No, no solo... necesito un segundo, podrías por favor darme un segundo — susurró, aguantando las ganas de vociferar toda su desesperación. Un poco culpable por aferrarse al chico magullado con el labio partido, el pómulo levemente inflamado y la tirita en su ceja. Su gusto por las peleas de boxeó disminuían al leer la larga lista de lesiones de los deportistas.

— ¿Chicos? — Ezra, quien se les había adelantado un par de pasos, les esperaba curioso a corta distancia.

— Ya vamos. Aiden necesita un momento para recordar como coordinar sus pies — espetó, haciendo un ademán con su mano para que su mejor amigo se adelantara a recibir la mesa. La comida italiana estaba a una abrumadora distancia, considerando las ansias de Aiden por detenerle en pleno estacionamiento.

Ezra asintió, poco convencido por el secretismo de ambos chicos, sin embargo, acabó aceptando, porque el hambre tenía a sus tripas chillando por alimento — Pediré lasaña para todos, ¿de acuerdo? —

Aiden elevó su pulgar y soltó un largo resoplido de alivio cuando Ezra estuvo a una distancia prudente. La tensión en sus hombros se disipó, y se secó un sudor inexistente en su frente. El trabajo de Cupido era bastante mortificante, el estrés podría acabar con su frágil cuerpo.

— Necesito un favor. Un inmenso favor — dijo, arreglando la arrugada chaqueta de Nathaniel, asegurándose de dejarle impoluto, antes que su amigo le encarase — Al inicio, a la mitad... pronto, más pronto que tarde, fingiré un dolor de panza, y tú te ofrecerás llevarme a casa —

— ¿Y yo qué gano por seguirte el juego? — Inquirió alzando una ceja, mirándole tan fijamente, que Aiden no se atrevió a apartar su mirada. Nathaniel era consciente del nerviosismo del otro, sin embargo, ello no le hizo retroceder al pararse imponente contra él, invadiendo poco a poco su espacio.

— Nada. No ganas nada al hacer un favor, los haces sin esperar nada a cambio —

— Entonces no quiero hacerlo —

Verle girarse, dispuesto a dejarlo solo en medio del estacionamiento, le hizo sostenerlo del brazo, tirando de él con las rodillas flexionadas. Sabría de la fuerte oposición de Nathaniel, sin embargo, no esperaba que fuese tan cerrado.

— ¡Negociemos! — Chilló, las mejillas se le tornaron en un delicado rojo por falta de aire al jalar — Puedo conseguirte algunas fotografías de Rose de pequeña — Ante situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Ya podría pedir perdón de rodillas cuando la chica dejase de salir corriendo de él como si fuese un espanto.

— No —

— ¿No? — Aquello le tomó desprevenido, en pánico — ¿Su tipo de chico ideal?, ¿regalos de ensueño?, ¿prospecto de universidad o vida soñada? — Intentó por segunda vez, esperando que alguna fuese lo suficientemente tentadora para Nathan — ¡Cualquier cosa, solo dilo! —

— Hazme la cena por una semana —

Aiden dejó de jalar, estrellándose por segunda ocasión contra Nathaniel. Estupefacto, buscó alguna señal de broma en la expresión del chico, no encontrar nada más que sinceridad no le hizo bien a su pobre corazón. La desesperación no le permitió detenerse a investigar sobre la inseguridad latente en su pecho.

— Trato. Una semana, no más — El silencio que sobrevino a sus palabras, junto al intercambio eterno de sus miradas, le hizo temblar... El frío no podía ser el culpable, porque el calor de Nathaniel se abrazaba a su cuerpo, sosteniéndole con firmeza. El golpe de las luces de un auto arribando al parqueo, le permitió apreciar más de lo que los faroles lo hacían.

— Vamos adentro — Nathaniel malinterpretó el titileo del pequeño cuerpo aferrado al suyo. Notó su voz mucho más ronca, cargada de una emoción bastante conocida por él.

— Se puso bastante raro. Si no te conociera, pensaría que quieres besarme — Aiden le empujó en medio de una risilla un tanto fingida. Aliviado por recuperar la compostura, caminó por delante, casi trotando para impedirle a Nathaniel alcanzarlo. Necesitaba un instante, un segundo con el cual darle oportunidad a su corazón de calmarse.

Aliviado por el calor del lugar, le regresó la sonrisa a la uniformada muchacha agradeciendo su visita. La sonrisa blanca en aquellos labios consiguió llevarse lejos sus pensamientos, hacia unas dudas bastante tontas, como el nombre del dentífrico de la chica. Nathaniel terminó contestando por él tras entrar, porque no dejó de regresar la sonrisa con asentimientos sin respuestas a las preguntas de la fémina.

— Tenemos reservación, ya nos esperan — Nathaniel no se ofendió al verla palidecer por la seña de golpes en su rostro. No tenía el aspecto más sobresaliente tras una pelea. Posiblemente creyó que fuese algún pandillero.

Aiden volvió a adelantarse, rastreando con una rápida mirada a sus amigos. La belleza de Cherrie no pasó desapercibida a sus ojos, nadie podía escapar. Ella deslumbraba por la bendición de Afrodita, quien le colmó de un inmenso atractivo. Estaba orgulloso de verla llegar mucho antes que ellos. Su intento de acercarse a su mesa, fue abruptamente interrumpido por Nathaniel sosteniéndole de la capucha de su campera.

— ¿Puedes dejar de correr? —

— No estoy corriendo — Refutó, aunque su tono no fuese el más creíble. Quizá los nervios por rehuir de él resaltaban más allá de sus ganas de sonar calmado. De soslayo sostuvo la mirada contra aquellos orbes verdes, atragantándose con la inquietud — Tengo hambre, ¿de acuerdo? Quiero devorar esa lasaña —

— Ajá — Musitó tirando de él, ayudándole a encaminarse hacia la mesa. Su mano se deslizó por la ropa, afianzándose a la cintura del más bajo, sosteniéndole con firmeza. Ignorando la confusión de Aiden por el repentino acercamiento, se quedó frente a la mesa. ¿Debía mostrar asombro por ver a su ex novia sentada junto a su mejor amigo?

— ¡Chicos! — Aiden se guardó las preguntas con la excusa de hacerlas después, porque su prioridad era el trabajo de formar el amor, no montar una escena por la cálida mano en su cadera — Hoy tendremos una bonita velada de celebración. Le pedí a Cherrie que se uniera porque... —

— Aiden y yo nos vamos, dice que le duele el estómago — Nathaniel le interrumpió, sintiendo al castaño tensionado contra él, con la sonrisa congelada en su boca, aguantando el pánico — Venimos a disculparnos —

— ¿Dolor de estómago? — Cherrie inspeccionó a ambos achinando la mirada, escéptica, no creía en ese cuento mal narrado — Yo le veo bien —

Ezra negó con un movimiento de cabeza, casi aliviado de descubrir el porqué del extraño comportamiento de Zahner — No. Estuvo bastante callado en el auto, ¿era por el dolor? —

Aiden, luchando por decidir si amaba y odiaba a Nathan, solo repuso regresar al torcido plan de acción — Me duele mucho, no quería arruinar la salida... Tomaré medicina y descansaré en casa — se apretó el estómago con las manos, sosteniendo la respiración cuando Nathaniel puso la suya encima de sus palmas, presionando con suavidad.

— Podemos dejarlo para otra noche — Ezra intercambió miradas con los tres presentes, buscando aprobación a su idea.

— ¡No! — El supuesto enfermo fue el primero en gritar, demostrando la buena salud de sus pulmones — Mira a Cherrie, está tan hermosa, no sería educado dejarla plantada. Acompáñale está noche en mi nombre, Ezra —

Cherrie, quien había estaba fingiendo beber agua, volcó su atención a la charla — Podemos dejarlo para otro día, no tiene sentido sin el campeón — se le notaba cierto toque de derrota. Quizá la cobardía atacaba en los segundos claves. Zahner no la iba a dejar autosabotearse.

Nathaniel observó a Aiden por el rabillo del ojo, esperando por su respuesta, porque la suya dependía de él.

— Celebremos otro día. Por ahora, solo... Disfruta la noche sin pensar en darle motivos — se encogió de hombros, dedicándole su atención a la chica — No eches a perder la oportunidad... ¡La reservación! La reservación, el dolor me hace decir tonterías — se excusó en medio de una risa un tanto bajo, y bastante fingida.

Ezra, un poco confuso, asintió antes de admirar a su compañía. Ella permanecía extrañamente silenciosa, si el borde del vaso de cristal no estuviese acariciando sus labios, podría creer que fuese una muñeca. Su timidez era una faceta desconocida, un misterio cuya resolución se conseguía invirtiendo tiempo — Cherrie, ¿no te molesta quedarte solo conmigo? Sé que viniste por Aiden —

— ¿Tú no estás incómodo? — Cuestionó a la defensiva, enterrando los dedos en el vaso hasta blanquearlos. Avergonzada de sostener la mirada con la suya, por miedo a encontrar lo que las palabras no podían decir.

— Estoy hambriento — dijo risueño, tomando la carta del restaurante, ansioso por hacer el pedido. Los nervios del combate de su mejor amigo le habían truncado el apetito, y tras degustar la victoria, su estómago reclamaba el alimento que no consumió al medio día — Me hice el fuerte, pero no he comido desde la mañana... —

El ambiente era tan fresco, que el caer de una hoja sería delicado y lento, al danzar en las corrientes de aire. La apesadumbrada sensación se derritió. Aiden admiró a Nathaniel al elevar un par de ángulos su cabeza, pidiéndole su libertad. Le ignoraron, provocando un altercado entre su razón y su imaginación.

— Disfruten la velada por nosotros — Nathan se despidió de ambos, sintiendo que sobraba en el lugar. Pese a su agotamiento, arrastró a Aiden al estacionamiento, con la excusa de seguir la mentira de su supuesto dolor.

— ¡Misión cumplida! — Cansado, Aiden tomó distancia en la soledad del parqueo, la iluminación era incluso más tenue a medida que la noche tomaba mayor protagonismo. Se estiró perezoso, antes de esconder sus manos en los bolsillos de su campera por culpa del frío — ¿Cuáles son los planes? Se supone que estoy en casa de mi abuela, no puedo ir a la mía —

— ¿Tú? — Le siguió un par de pasos atrás, dejándole adelantarse, porque la distancia le permitía apreciarle caminar a su saltarín ritmo — Cumplir tu palabra, las cenas que me debes solo aumentan —

— Hoy particularmente de todos los días — se giró hacia él, andando de espaldas, sin temer caerse — me estás cayendo bastante mal, pero está bien, tendré mi venganza —

Las luces del restaurante italiano iluminaban la acera, con cierto temor. A más lejanía, menor protección de la luz... El brillo de las estrellas no era igual de radiante, por culpa de un gran par de nubes caprichosas manchando el cielo nocturno. Para Aiden, lo más vistoso, eran los ojos de Nathaniel, no por su característico color, sino porque estos le seguían con fidelidad.

Suspiró, el amor le atontaba fácilmente. Aiden se volvía un simple esclavo de su corazón.

— ¿Aún encontraremos el supermercado abierto? Tu chef personal tiene un par de ideas para nuestra velada —

La carne ardiendo en la plancha tenía su propio sonidito, lo mejor de ella era el aroma, ese que se colaba por los orificios de la nariz, abriendo el apetito. Aiden casi saboreaba los pedazos en su boca, mientras les daba vueltas.

— Tres cuartos, créeme Nate, está es la mejor versión de la carne. La otra podría mugir en tu plato — Insistió aspirando deseoso el olor, su saliva era menos espesa. Se mojó los labios con el sabor de fresa de su bebida alcohólica, la tercera de la noche y su propio récord personal — Yo, es decir, el chef, sabe —

— ¿Estás borracho? — Nathan inquirió al alejar el vaso de agua, sin poder siquiera darle un trago para calmar su sed.

— No, aún no, pero esa es la idea — musitó orgulloso, volviéndose a atar las tiras del delantal de señora Emma — Nunca he estado ebrio, tengo curiosidad por el tipo de borracho que seré — su atención volvió a las papas que puso a Nathaniel a pelar, las inspeccionó achinando su mirada, estudiando cuidadosamente la labor de su amigo — Si haré el ridículo, quiero hacerlo con alguien de confianza —

— ¿Rosemary y tú nunca se embriagaron juntos? — Le quitó la lata de la mano, tentado en darle un sorbo, se detuvo al rozar el borde, apenas saboreando su frutal gusto. El metal quedó presionado contra su labio inferior.

— No. Rose no quiso, dijo que no debíamos imitar a los demás, beber solo nos mataría las neuronas — Su atención volvió al más alto, confundido por su errático actuar — ¿Vas a tomar? Porque yo si quiero, al fin encontré a una persona para que me cuide mientras hago el idiota. Mis neuronas siempre estuvieron fritas de todas formas —

Nathaniel le regresó la lata, el roce de sus dedos le provocó un escalofrío que ahogó al empinarse la bebida hasta acabarla. Barriendo con su lengua las últimas gotas atrapadas en la boquilla.

— No me gusta, es demasiado dulce — explicó al seguir los movimientos de Aiden, quedando atrapado en su castaña mirada curiosa.

— Más para mí. Me saliste barato — Su billetera agradecía la factura del supermercado. Frunciendo el ceño, señaló con la lata, el tazón vacío entre las manos de Nathaniel — Oye, no te veo aplastando esas papas —

— ¿No se supone que tú eres el chef? — Inquirió alzando una ceja, inclinándose hacia el chico, quien marcó distancias con las pinzas de la carne.

— Y tú mi asistonto. Vamos, aplasta esas papas, esa es tu especialidad — Le ordenó con una gran sonrisa de orgullo, jugando con el utensilio de cocina en su mano, provocando un ruido metálico.

— Quisiste decir asistente —

— Estaré algo mareado, pero sé lo que quise decir — Abrió la cuarta lata de bebida, antes de hacerse con el cuchillo para cortar los vegetales que le pondría a la ensalada.

Aunque estuviese bufando, su mano yacía aferrada al aplasta papas de acero inoxidable — Eres un dictador, ¿lo sabías? —

— Pero te agrado, lo suficiente para renunciar a tu reservación en el restaurante italiano — Canturreó, mientras se balanceaba levemente al compás de la canción resonando en el parlante inalámbrico. Tan tranquilo en ese hogareño ambiente, que llegó a tararear un par de letras de la canción — Y aceptas ayudarme a cocinar sin poner muchos pretextos —

Entre los dos, la cena no tardó en ser puesta en la mesa. Los platos rebosaban entre la carne, el puré de papas y la ensalada repleta de tomates y pepinos. Tontear más de una hora en la cocina, para acabar la comida del plato en menos de quince minutos. La vida se trataba de superar las desilusiones, y Aiden sufría bastante decepciones cuando su alimento se acababa, una de las tantas desventajas de ser un glotón de nacimiento. Solo pudo saborear el sabor en sus labios, hasta que éste desapareció de tantas lamidas.

Medio dormido, escuchó el sonido de la llave correr ininterrumpidamente mientras Nathaniel lavaba los trastos sucios, haciéndole conversación, sin dejarle dormirse en la silla del comedor. Aiden apoyando su mano sobre su cachete, seguía el movimiento de su lata media vacía.

— ¿Tu abuela apoya que seas un mentiroso? —

Un par de mechones castaños abrazaron su frente, entremezclándose en sus pestañas — Me dijo que te dijera de usar condón, las enfermedades venéreas son un tema serio — dijo, risueño al recordar el bochorno provocado por las palabras de la anciana.

Nathaniel se detuvo, recobrando la compostura cuando Aiden se giró, recostando su barbilla al borde del respaldo de la silla de madera — ¿No conoce el concepto de amistad? —

— No cuando voy a encerrarme en una habitación con el chico que me gusta... Tranquilo, le hable seriamente de tu heterosexualidad — tras un largo suspiro, arrugó la expresión porque el sabor dulzón dejó de parecerle agradable — Tus gustos no cambian porque la persona te agrade... O yo estuviese locamente enamorado de Rosemary o Cherrie. Créeme, jamás pensé en besarlas —

— ¿Querer besarlas te volvería heterosexual? — Nathan se colgó la toalla con la que secaba los trastes en el hombro.

— ¿Bisexual? — Se encogió de hombros antes de levantarse, el mareo le hizo sostenerse de la mesa. Hace mucho había rebasado su límite — No lo sé. Siempre supe que me gustaban los chicos, no sufrí ningún dilema y mis padres me aceptaron, fui un chico afortunado — Las manos sosteniendo las suyas no le asustaron, al alzar la cabeza se encontró de frente con Nathan, custodiando sus pasos.

— Ya bebiste suficiente, Aiden — sus manos se deslizaron a los antebrazos del más pequeño, tirando con suavidad de él hacia su cuerpo.

— Una más en tu habitación y listo — Sus orbes tenían un tinte diferente desde cerca, y Nathan aún intentaba descifrar qué era. Aiden solo pudo cerrar los ojos momentáneamente cuando los dedos de su amigo rozaron la piel de su pómulo, acomodando un par de mechones de su cabello tras su oreja — Prometo ser un chico bien portado y no darte problemas —

— Ni ebrio dejas de ser un manipulador — Desde su perspectiva, Aiden era pequeño, frágil... Sin embargo, sabía cómo doblegarlo con una mirada y un par de palabras.

Aiden mintió. Una se convirtió en tres, pero quién podría culparlo, últimamente las matemáticas no se le daban bien. La habitación de Nathaniel siempre era una aventura de colores entre los estantes de pintura y los lienzos desperdigados por la recámara. Sus manos curiosas no dejaron rincón sin explorar.

— ¿No eres muy egoísta? — Cuestionó al alzar el cuaderno de un hermoso amanecer, quizá su borrachera le tenía imaginando que se trataba del sol iluminando tenuemente su hogar.

— ¿Por? — Nathaniel le había dejado a su libertad recorrer lo que quisiese. Yacía recostado en la alfombra, usando su cama de respaldo, manteniendo las piernas abiertas. Cansado por el agotamiento físico, mantenía los ojos cerrados, concentrado en escuchar al fisgón en sus aposentos.

— Tus manos saben dar golpes potentes y crear hermosas pinturas, deberías dejar talento para los demás — confundido por lo que sus ojos veían, regresó sobre sus pasos, abandonando la tercera lata junto a las demás en la mesa del centro, en donde algunos bocetos de dibujo descansaban.

— No es mi culpa si los demás no encuentran en qué son buenos — su voz sonaba ronca, llena de pereza. Acercando su pierna derecha, apoyó su codo en la rodilla. Sus ojos se abrieron de par en par al sentir al contrario acomodarse en el hueco entre sus piernas.

— Odio cuando tienes razón — Aiden atrapó su mano libre, trazando líneas sin tinta con la yema de sus dedos en la palma de Nathan. Se detuvo tras un par de segundos, porque su atención se quedó en el rostro del otro — ¿Por qué te gusta tanto un deporte tan... violento y peligroso? — delineó la piel de su mejilla, negándose a tocar la de sus labios.

— Te lo contaré en la mañana... es hora de dormir, Tormento — Aunque le sostuvo de los codos, no apartó aquellas suaves manos de su cara, Aiden podía sentir que le instaba a continuar.

— ¿Dormir? No quiero dormir, quiero hablar — le acunó en el calor de sus palmas, animado por el exceso de alcohol en su sistema y las pulsaciones nacidas de sus sentimientos.

A Nathaniel le dolió respirar, con delicadeza bajo las manos de Aiden, asegurándose no de herirlo — Yo no quiero hablar —

— ¿No? ¿Y qué quieres hacer? —

— Besarte — el segundo siguiente a sus palabras hizo a la duda crecer — No. No quiero besarte... Necesito besarte. Necesito más allá de un beso —

— ¿Tener sexo conmigo? — Las palabras produjeron un sonrojo y una risa nerviosa. Sus manos solo pudieron afianzarse a los hombros de su amigo — ¿Los dos estamos borrachos? Porque te recuerdo, debajo de mi ropa hay un pene, Nathaniel —

— Lo sé — Tras una estruendosa respiración de su parte, solo pudo levantarse con Aiden entre sus brazos — A dormir, Tormento — Le acomodó bajo sus sábanas, aprovechando los zonzos movimientos del castaño — fue un día largo, muy largo — se recostó a su lado, dejando un muro imaginario de distancia entre ellos.

Aiden solo podía percibir el peso a su lado y la pared frente a él. Le costaba respirar, su rostro ardía y los nervios se atravesaban en su garganta — ¿Y si yo dijese que también quiero tener sexo contigo? —

— Estás borracho, Aiden. Los ebrios no pueden dar su consentimiento — respondió tras apagar la luz de la lámpara a su costado, dándole la espalda al chico. Tenso a su lado, estaba recostado al filo de la cama.

— ¿Incluso si tengo sentimientos por ti? — insistió al jalonear de su camisa, llamando su atención.

Tardíamente, sintiéndose mucho más pesado de lo que era, se dio la vuelta, vislumbrando un par de características del rostro Aiden, gracias a la poca luz de luna entrando por la ventana — Incluso si tienes sentimientos por mí. No puedes consentir, y yo no voy a tocarte. Lo hablaremos cuando seas consciente de ti mismo —

Asintió, atontado por la lenta caricia que Nathan empezó a darle en sus cabellos — Si tardas demasiado, podrías perderme —

— Lo sé —

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