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Capítulo 29

"¿Por qué a mí nunca me invitó a una pelea? Yo guardé su sucio secreto. Vaya bastardo hijo de pu... Su mamá es agradable, mejor hijo de puto"

Las divagaciones en una lluvia de mensajes de parte de Cherrie le causó gracia. El frío había paralizado sus dedos y estrujado sus respiraciones, sin embargo, los nervios no le dejaban mantenerse quieto en una pequeña habitación rodeado de personas estresadas corriendo en direcciones en las que él se perdía, Irónico, porque todos estaban encerrados entre cuatro paredes.

Ezra podía encargarse, con su sonrisa radiante y su aura de tranquilidad, como si fuese otro domingo de pasear a su perrito en plena primavera, mientras el aroma de las flores corría entremedio del aire, al paladar se le antojaba un helado y la risa de los niños descargando energías en los juegos, fuese lo único audible. Ezra tenía la habilidad de permanecer imperturbable durante los momentos más asfixiantes, por ello fue el capitán del equipo de baloncesto desde su segundo año de preparatoria.

Por la idea de no ser un cúmulo de náuseas necesario, Aiden se escabulló de la sala, arrastrando sus pies a la salida del gigantesco gimnasio, zigzagueando al personal ocupado del establecimiento. El cordón alrededor de su cuello evitó que su pase especial no saliera volando, mientras se inclinaba, apoyando sus manos en sus muslos, resistiendo el impulso de vomitar. El nudo atando su estómago, le aturdió, desvelado y con un pedazo de pan con mantequilla de alimento, era lo único en su sistema.

Por eso se distrajo hablando con Cherrie, ella conseguía distraerlo en esos momentos agónicos de espera. Ni siquiera iba a pelear, y aun así, temblaba de miedo. No entendía el gusto de descarga de adrenalina ante un deporte tan brusco, sin embargo, lo respetaba, así como Nathaniel jamás se burló de sus intereses.

"Porque soy su favorito. También seré tu favorito. Te conseguí una cita, usando el mal"

"¿Cita? Escupe. ¿Qué hiciste? Podría matarte, y no agradecerte"

"Mátame, así no siento este dolor" se echó a reír, resistiendo el impulso de explayarse, por el mero placer de tener retorciéndose a Cherrie.

"Aiden, hijo de puta. Habla o iré contigo, y les enseñaré como se golpea de verdad". La fémina no dejó que pasaran ni diez segundos, llamó a Aiden, maldiciendo cuando éste cortó sin responder. "Contesta, Baboso. ¡Sádico!"

"No desesperes, la paciencia es una virtud". Aiden podía imaginarla pataleando en su cama, golpeando la almohada, gritando su nombre, exasperada igual a un león en cautiverio, rondando tras los barrotes.

"¡Una mierda!"

"Hice una reserva, mesa para cuatro, después del evento. Prometí llevarle una agradable cita a Ezra". Guardó el celular unos instantes en las bolsas de su campera, frotando sus manos con insistencia. La avalancha de mensajes de Cherrie casi hace a su móvil saltar por culpa de la vibración.

Principalmente era una descarga de frustración traducida a mensajes sin sentido, reclamos y stickers de enojo y pánico. "¿Por qué me lo dices hasta ahora?"

"Confundí el agua con el vinagre, tenme piedad. Estoy muerto del miedo".

"Mejor rézale a tu Dios, y pídele que te mate el miedo y no yo. Te odio... pero te amo"

La conversación acabó rápidamente, con el tiempo de enemigo en común. Cherrie había enloquecido con fotos e ideas de maquillaje, y aunque Aiden amase escuchar a los demás, sus dedos empezaron a doler hasta niveles insoportables.

Traspasar las puertas de metal, asegurándose de esconder sus manos bajo las mangas de su campera, le hizo suspirar de alivio por la sensación de calidad del interior, atrayendo el rubor a sus mejillas y la punta de su nariz. Paseó su lengua unas tres veces antes de recuperar la sensación húmeda en ellos. Encorvado, evitó cualquier posible mirada curiosa sobre él. No se sentía lo suficientemente preparado para socializar con desconocidos. Las ganas de reír se le congelaron afuera.

— ¿Dónde estabas? —

Casi estrellarse con el torso desnudo y tonificado de Nathaniel apenas abrir la puerta, no le ayudó a recomponerse. Tambaleó hacia atrás, consiguiendo dos pasos de distancia. Sus propios males no le permitieron poder bendecir la buena vista, porque estaba ocupado en recordar respirar constante, antes de dejarse llevar por el lívido de un jovenzuelo calenturiento.

— Ver si estaba lloviendo al otro lado de la calle — se encogió de hombros, un tanto decepcionado por no hacerlo sonar como una broma. Aunque el toque serio le daba otra magia a sus palabras.

La calma de Nathan le causaba envidia. Su primera reacción fue enojarse. Él estaba al borde de un colapso, y el chico por el cual sufría, parecía estar reluciendo de contento. Sacarle una pequeña risa le provocó una mueca en los labios.

— ¿Lo estaba? — Cuestionó al seguirle la tontería con una jocosidad muy conocida. Inclinándose hacia él, como si estuviesen secreteando entre ellos, hasta su voz fue un ronco susurro.

— Sí, por eso me moje los pantalones un poco. No es orina, que quede claro — Se congeló, tal como que siguiera en el exterior... Si bien la aflicción le paralizó, su corazón siguió latiendo con la misma viveza cada que estaba alrededor de Nathan — ¿Por qué estás tan tranquilo? Si soy sincero, me estás cayendo muy mal —

— ¿Por qué debería temer? Soy mejor que él — Su sonrisa socarrona, Aiden tuvo ganas de borrarla al estrujar su mejilla. Su mano quedó en el aire, bajó la atenta mirada de Nathaniel, siguiendo cada uno de sus movimientos.

— Vaya modestia. Tienes confianza, te doy un punto extra, y te resto tres por engreído — se esforzó en hablar, sin ganas de salir corriendo. Hasta sus respiraciones temblaban. No estaba siendo el mejor apoyo, aunque tuviese ganas de decir algunas frases motivadoras, tampoco parecía que Nathaniel le necesitase. Se definía como un inútil en aquellos instantes.

— Te ves horrible. ¿Vas a tener un paro cardiaco? — Con ayuda de uno de sus nudillos empujó hacia arriba a la barbilla de su amigo, obligándole a cruzar miradas de nuevo con él — ¿Aiden? —

— Posiblemente tenga un colapso — Admitió, hablando demasiado atropellado. Sus cuerdas no coordinaban la velocidad, el volumen... A veces ni siquiera funcionaban — Se me saldrá el corazón, espero estés contento, ¿estás contento? —

— Frena — Aquella faceta de Aiden tenía su toque humorístico y fastidioso al mismo tiempo. Completamente encorvado, apoyó su frente contra la del chico, su piel yacía helada en sintonía con su palidez. Pudo percibir, como la respiración del contrario empezó a apaciguarse tras una abrupta interrupción — Ni siquiera voy a disputar el título de campeón del mundo. Necesitaré llevar un hospital para ti ese día —

No se le ocurrió ninguna respuesta jocosa, absurda y ridículamente estúpida, sus sentidos se habían enfocado en el chico apresándole en medio de ese tumultuoso cuarto, irrumpiendo sin permiso en su espacio, brindándole su calor con su cercanía. Codicioso quiso pedir un poco más. ¿Reconforte?, ¿palabras?, ¿tiempo? Él lo quería todo, porque en esos instantes aprendió a respirar de nuevo. Cerró sus ojos, dejándose arrastrar por su imaginación, construyendo el momento.

— Cuando pelees por el título, sería genial que llegaras con la canción de Aqua: "I'm a Barbie girl in a Barbie world" — Tarareó en medio de una risa suave, apenas perceptible, con una pronunciación cuestionable y un ritmo aborrecible — Y mientras suena, entra un hombre musculoso, de cinco metros con cara de maleante, con fuego a su alrededor —

— ¿Burlarte a mi costa te quita los nervios? — Inquirió al volver a tomar una corta distancia, la suficiente para verle a la cara, apreciando aquella sonrisilla encantadoramente risueña.

Aiden abrió los ojos, encontrando su reflejo en los de Nathaniel. — No me estoy burlando. Solo ideo una estrategia de marketing, los medios te amarán — El pánico se disipaba con cada palabra, diluyéndose en los segundos, flotando como un recuerdo lejano.

Nathaniel negó, compartiendo la risa de Aiden. Con el dorso de su mano se aseguró de comprobar el color de su piel, aunque no fuese necesario, porque su dermis se cubría lentamente de un nuevo tono — Sí. Burlarte de mí te da años de vida —

— Que no, que no. ¡Hasta lo visualice por los dos! Me ofendes muchísimo, no estaba jodiéndote — Insistió, alzando su quijada muy en alto, luchando en una competencia por quien era el primero en apartar la vista — Hoy es una pelea por cupos para un torneo, mañana el título del mundo. Es lindo que me sumes en tus sueños —

— Soy un chico muy sentimental — Se encogió de hombros, regodeándose sobre sí mismo sin pizca de modestia.

— Y un ganador. Aposté veinte dólares por tu trasero. Te invitaré a la cena si ganamos — Bromeó al señalar hacia la puerta, esperando que las ganas de reír no rompieran su voz seria.

— ¿Solo veinte dólares? Apuesta más, no seas tacaño —

La ronca y profunda voz del entrenador de Nathaniel rompió la burbuja, las últimas indicaciones eran necesarias, pero él había perdido tiempo por parlotear tonterías con Aiden, antes de responder a sus responsabilidades.

Aiden se alzó como vencedor de la pequeña batalla, porque Nathan tuvo que girarse a responderle al hombre de mala gana. A sabiendas que el tiempo se les había agotado, Zahner alzó sus puños, dando una indicación sin necesidad de palabras.

— Estaré en tu esquina. Siempre contigo, como los matrimonios, en las buenas y las malas —

— Este es uno de los buenos — chocó delicado sus puños contra los de Aiden, como una despedida en la cual entrecruzaban la suerte.

— Lo sé... ¡Nathan! — Retenerlo un segundo más no podía sumarle un castigo divino de los tantos que debía pagar — Gracias por calmarme —

— Me quedé con la mitad de tus nervios... Como los matrimonio —

Las nuevas promesas se reunían a presentar su luz frente a escépticos que medían sus habilidades bajo una imponente lupa, de la que no escapaban los más mínimos fallos. Uno de los tantos campos de batalla, un enfrentamiento brutal donde solo uno gana, llevándose la gloria. Los perdedores caídos en desesperación, pueden elegir seguir en el foso o florecer gracias a las lágrimas derramadas.

— ¿Nervioso? —

Ezra a su lado, ajustaba la cinta deportiva bordeando su cabeza, aplacando sus cabellos, asegurándose de no tener impedimentos durante su labor de apoyo. Ellos tenían su propia lucha, una igual de importante, ser el soporte del luchador. La sonrisa en sus labios era conciliadora, funcionaba igual a un calmante. Una droga adictiva por la calma contagiosa.

Aiden dejó de prestar atención alrededor del sitio. Un viernes por la noche las personas se reunían bajo las calurosas luces de un gimnasio, a ver chicos golpearse. Bromearía con alguna tontería sadomasoquista, si Nathaniel no estuviese tan lejos, encima de un ring, obligándole a alzar su cabeza, una de las tantas desventajas de su estatura.

Las últimas directrices de su entrenador serían más importantes que palabras estúpidas de su parte. El tecnicismo se lo dejaba a los profesionales.

— Nathaniel tomó la mitad de mis nervios, así que... Ahora puedo decir frases coherentes — respondió tras un asentimiento, antes de regresar su atención a las gradas, estudiando a las personas llenando algún par de asientos. Ni siquiera necesitaba cerrar los ojos, para visualizar un estadio repleto de personas vitoreando hasta el punto de desgarro. Paso a paso, sin dejar de soñar en grande.

— Hay más personas de las que creía — Ezra atrapó el interés de Aiden, admitiendo su mismo desconcierto por el ambiente del gimnasio.

— Habrán más — murmuró ido en su propia fantasía, las luces en el techo le hicieron cerrar los ojos unos segundos, los reflectores siquiera eran para él, y aun así le fastidiaban — Deberé comprar una colección de lentes de sol —

— ¿Lentes de sol en medio de la noche?, ¿no llamarás mucho la atención? —

Aiden se encogió de hombros — Haré el ridículo, pero estaré cómodo — aseveró, aguardando sus manos en sus bolsillos, empuñando sus manos. Nathaniel se había quedado solo en su propia lucha, tres minutos sentidos como tres mil años en la guerra, antes de descansar un efímero minuto.

El auditorio quedó en un sepulcral silencio. Ni siquiera el ruido de una exhalación pudo interrumpir el brutal repique de la campanilla anunciando el inicio de la contienda. Nathaniel fue el primero en acercarse, con la guardia en alto, su principal estrategia era el ataque directo. Su contrincante era de la misma contextura y altura, sin ventajas o desventajas, era un feroz altercado.

El juego de pies, y el retumbar de los golpes eclipsaban los demás sonidos, la atención de la audiencia había sido capturada por el espectáculo en medio del salón, apartar los ojos sería considerado un delito. El arranque era brutal, ninguno parecía dispuesto a ganar por puntuación decidida por los jueces... Iban persiguiendo hambrientos el knockout.

Durante el tercer asalto, Nathaniel consiguió atraparlo contra las cuerdas, antes que el chico pudiera liberarse y subir su defensa, impidiéndole asestar golpes potentes con los que desbalancearlo. El contraataque y venganza la consiguió en el cuarto round, Dany, el fortachón pelinegro que batallaba con furor, le regresó el favor, consiguiendo hacerle una herida por encima de la ceja, al conectar un poderoso derechazo. Nathaniel cayó por primera vez.

La esquina era frenética durante el descanso, sesenta segundos se percibían como dos, entre secar el sudor, la hidratación y las guías del entrenador. Aiden no se animó a hablarle por el desenfreno, se calló porque, aunque él odiase aquel deporte de contacto... Nathaniel lo disfrutaba, lo notaba en el brillo emanando como llamaradas desde sus ojos.

La sangre y el sudor se mezclaban, el ardor antes de detenerle, le ánimo a seguir superando sus límites. Anhelaba inyectarse con la gloria de la victoria, al ver caer a su adversario. El quinto asalto fue el último de la noche, todo el frenesí y la angustia se disipó por el golpe limpio y directo de Nathaniel en la quijada del contrario. Dany fue abatido, el árbitro tardó cuestión de segundos en reaccionar frente al muchacho tumbado, asegurándose de su estado, avisó el final del encuentro.

El equipo de Nathaniel vitoreó a su campeón, mientras el público le alaba al son de un par de aplausos. Ezra fue el primero en acercarse a abrazarlo, no importándole terminar de manchar su camisa de sudor, palmeando su espalda, en un efímero contacto, antes de darle lugar al grupo de staff.

Aiden fue el último en llegar cuando el furor empezaba a disiparse, a los pies del ring de boxeo, mientras las personas le daban espacio al cansado y sudoroso joven. Esperándole con una gran sonrisa, extendió sus puños, chocándolos contra los guantes de su amigo.

— Gracias por los cuarenta dólares, Miel — 

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