
Capítulo 28
— Zahner, Zahner, Zahner —
Aiden se giró hacia el hombre. Su tono firme, de regaño, nunca se elevó a un inapropiado grito. Allister parecía haber perdido la calma, acariciaba el puente de su nariz tras sujetar sus gafas con su mano, preocupado en disipar el dolor de cabeza. El café ya se había enfriado, olvidado en la taza sobre la mesa, atrincherado entre pilas de hojas.
— Dígame, señor Allister — Adormilado, repicaba en un compás molesto a los oídos del adulto, sus dedos contra la madera, consiguiendo distraerse del parloteo catedrático sobre la importancia de sus decisiones.
— ¿Sabe por qué le llame, joven Zahner? — Inquirió, sus ojos fijos en el chico, le contaron de la incomodidad del mismo — Su futuro, considero que no le está tomando la importancia debida —
— Tiene razón... Un día descubrí que mi futuro depende de mí, y me di cuenta, todo está perdido para mí — quiso reír al final de sus palabras, sin embargo, la expresión sería del hombre le hizo retener la gracia en su garganta — Era un chiste, no lo tome a mal, profesor —
— Su vida no es un chiste para mí —
Aiden se atragantó con su propia saliva, el paso dolió al cruzar su tráquea. La idea de poderse enamorar de él, si su corazón no estuviese reservado a alguien más, la guardó en su mente. Pensar antes de hablar le salvó de un segundo momento incómodo.
— Y lo agradezco. Como joven siento que es un entrometido y me fastidia, pero... Se siente bien, es un buen maestro por preocuparse de corazón por sus estudiantes — tiró con dos dedos el papel hacia él, releyendo la hoja de su futuro de vida.
— No soy un buen maestro, solo hago mi trabajo, guiar a mis estudiantes —
Aquello causó una leve risa, apenas un sonido de un segundo. Aiden negó insistente en no retractarse de sus palabras — Lo es. No muchos trabajan por pasión, usted sí... A ello aspiro, a amar lo que hago —
— ¿Y qué ama hacer, Zahner? — Lejos de sentirse ofendido por la risilla del menor, Allister se inclinó sobre la mesa, expectante de conseguir una mejor conversación con el chico — Debe tener un gusto, un pasatiempo... Si lo tradicional no sirve, puede estudiar una carrera técnica. ¿Sus padres estarían de acuerdo? —
— Sí. Son unos padres modernos dispuestos a apoyarme — regresó la hoja hacia atrás, fingiendo darle su atención al café, esquivando su atención.
— Usted tiene ventajas, Zahner. No las desaproveche. No todos tienen el privilegio de tener tutores comprensivos... Inspiradores. Aproveche. — Golpeó levemente la mesa con la yema de su dedo índice y medio, llamándole a levantar la cabeza — Piénselo cuidadosamente. Yo no puedo darle la respuesta, porque solo la tiene usted —
Su mirada se perdió en los orbes cafés del adulto, asintió como reflejo, necesitando dar una contestación, sin encontrar consuelo en la taza entre sus manos.
— Gracias, profesor Allister —
— No me agradezca, yo no he hecho nada por usted — recogió los documentos, apilándolos para guardarlos en el expediente del chico — Solo estoy fastidiándolo hasta que encuentre su camino —
Esbozando una pequeña sonrisa, se levantó de la silla, dispuesto a marcharse. Aiden se sentía más tranquilo, al menos el docente de perpetua expresión seria y rebosante pasión por su labor, tenía sentido del humor, aunque fuese un reto encontrarla tras tantas formalidades.
Suspiró al adentrarse en el pasillo, la luz del atardecer pintaba las blancas paredes de un tono anaranjado, casi rojizo. El sol apenas irradiaba al penetrar el cristal de las ventanas, arrastrándose por unos minutos antes de desaparecer, llevándose la claridad con él.
Junto a uno de los pilares de la pared, admirando el exterior, descansaba un fatigado Ezra, quien seguía el movimiento de las copas de los árboles agitándose por el soplo del viento, inmerso en una conversación en la que solo él era partícipe.
Dudando, no pudo obviar al gigantesco chico junto a la ventana. Cada quien tenía sus propias preocupaciones, lidiaba con sus demonios, sufría males distintos. Se paró a su lado, jaloneando cuidadosamente de la manga de su chaqueta deportiva, esperando no ser muy brusco.
— Ezra, ¿todo bien? — Cuestionó, a sabiendas de verse como un entrometido, lo prefirió antes a presentarse igual a un frívolo.
— ¡Aiden!, ¿cuánto llevas ahí? — Rascó la parte posterior de su cabeza, riendo suavemente, avergonzado — ¿Ya vas a casa?, ¿quieres qué te lleve? — La sonrisa no llegó a sus ojos, aunque el toque amable de su voz no se perdió por su melancolía.
Negó, casi lamentando no poder aceptar la propuesta, aunque está fuese hecha por inercia — Nate prometió llevarme a casa, se toma muy en serio su trabajo de enfermero — se excusó, parándose a su lado, contemplando la misma vista, interpretándola diferente — ¿Tuviste reunión con el orientador? Me sorprende que existan docentes preocupados por nuestro futuro — murmuró sin esperar contestación, apoyándose contra el marco de la ventana, estremeciéndose por el frío.
— Sí — La respuesta fue un endeble susurró que el viento se llevó consigo. Parecía laborioso a sus cuerdas emitir palabras.
Aiden caminaba en terreno peligroso, su cerebro empezó a idear posibles guiones, ninguno era satisfactorio y en todos acababa cayendo.
— ¿Estamos en el mismo bote de los chicos perdidos sin saber sobre sí mismos? — Intuyó, pensando en cómo mantener el equilibrio. El futuro siempre era un tema delicado según con quien charlabas — Porque soy el capitán de la embarcación —
La risa escueta, las manos casi rozando su piel y el suspiro le señalaron el buen camino. Aiden sonrió, esperando mantener el buen ambiente que creaba poco a poco. Viéndole de reojo, Ezra ya no lucía tan abatido.
— Definitivamente me he subido al barco de último momento — Asintió, empeñado en grabar la belleza del exterior, el previo silencio le permitió contemplar la naturaleza rodeándole — Pensé... Quería obtener una beca deportiva, me estuve esforzando estos años —
— Tú eres el capi del baloncesto, tienes las aptitudes —
— Me esforcé demasiado — movió su hombro hacia atrás, sin poder evitar una mueca de dolor surcando su rostro, impidiéndole terminar el ejercicio — muchísimo más de lo necesario. Me he quedado sin nada —
— Sigues vivo, aún tienes oportunidades para salir del foso — pasó sus manos entre las hebras de su cabello, enredándolas en un acto de frustración — Sé que solo son palabras estúpidas, pero es la verdad, si un camino no funciona, entonces toma otro... Si dejas de intentarlo, entonces en verdad te quedas sin nada —
El parloteo sentimental de Aiden consiguió hacerlo reír, hasta el punto de conseguir una sonrisa mucho más sincera — Nathan también me dio ánimos diciéndome que encontraría otro rumbo. Si no lo conociera, temería ser reemplazado como su mejor amigo —
— Paz. Pido paz, por favor — Zahner retrocedió alzando las manos, permitiendo a Ezra cerrar la ventana e interrumpir el recorrido del frío — No quisiera una guerra por el puesto de amistad. Suficiente drama tengo con pensar en quién quiero ser de grande —
— En un giro de guión, tú y yo nos convertimos en mejores amigos y dejamos de lado a Nathaniel —
Compartiendo una pequeña risa, ambos accedieron en silencio a caminar hacia el estacionamiento, yendo lado a lado. Ezra se ajustaba la bufanda y Aiden escondía sus manos en los bolsillos de su chaqueta, cada quien lidiando con sus propios males, atravesando los pasillos desolados del instituto, junto al rechinidos de sus zapatos por el húmedo suelo recién trapeado.
El invierno atacaba con fuerza aquel año, dando la sensación, que la primavera nunca llegaría. Aiden disfrutaba el sabor del chocolate caliente de su abuela, sin embargo, no podía negar el encanto de regar sus flores cada mañana, apreciándoles crecer.
La voz de Ezra disipó el silencio, haciéndole regresar su atención al chico con el que caminaba por inercia, por la tranquilidad de su presencia junto a él.
— Por cierto, aún no me dices si entrarás al equipo de baloncesto. El trabajo de asistente es muy duro — Viéndole de reojo, se detuvo cuando Aiden lo hizo, confundido por la inesperada incomodidad del castaño.
— ¿Por qué quieres que entre al equipo? — Cuestionó tras una larga pausa silenciosa, evitando el contacto visual y procurando una distancia aceptable entre ambos — ¿Es alguna especie de plan malévolo? — Bromeó al fingir un tono acusatorio, señalándole con el dedo, dramatizando su descontento.
— En realidad, sí es un plan malévolo. Si tú te unes, es probable que Nathan quiera reincorporarse — Pese a su vergüenza, no evitó ser sincero, aprovechando la soledad y la falta de oídos curiosos a su alrededor.
— O lo evite porque ya no soporta verme en todos lados — Aiden se encogió de hombros, riéndose de sus propias palabras — Una dosis de mí en el día debe ser suficiente para él —
— ¿Por eso fue a buscarte de madrugada después del trabajo? — Preguntó, tomando a Aiden con la guardia baja, sosteniéndolo del brazo cuando éste tropezó al fijarse en él y no en el escalón de bajada.
— ¿Có... Có? — Balbuceó sin perderse la mirada apacible de Ezra, sosteniéndole con fuerza, marcando su mano en su brazo, porque no podía ni coordinar su voz.
— Somos mejores amigos, nos contamos todo... Bien, no todo, pero si lo importante — contestó sin perder la gracia de notar al chico atontado, quien le sacaba las palabras por su atónita mirada, en un acto piadoso.
Solo el golpe frío del exterior acariciándole las mejillas le hizo reaccionar, atragantándose con su propia saliva mientras tropezaba con el escalón, consiguió mantener el equilibrio con los brazos alzados, aguantando el grito del susto entre sus labios cerrados.
— Lo pensaré — reorganizó sus desperdigadas ideas, consiguiendo que las palabras volviesen a aflorar en orden — Sobre unirme al equipo para retener a Nathaniel. Ugh, suena más malvado cuando yo lo digo —
Ezra asintió, un leve escalofrío le hizo abrazarse a sí mismo, impidiéndole el sostener del brazo a Aiden, ya no parecía necesitarle — De acuerdo, ¿te veo mañana? Será la noche de la verdad —
El primer combate estelar de Nathaniel, ya tenía fecha y hora.
— Mañana — repitió, abochornado por su atrofiado cerebro incapaz de completar frases correctamente — Te veré mañana, convertido en un zombi. No voy a dormir de los nervios. La pelea — se le quedó atrapado el aire en el pecho — Quise evitarlo, pero es mañana... Creo que podría vomitar —
Ezra le palmeó la espalda con una delicadeza propia de su alma amable — Tranquilo, lo mejor es demostrarnos serenos, así ayudaremos a Nathaniel a estar relajado. Conozco ejercicios de respiración — Su tono animado, fue contagioso, consiguiendo arrancarle una sonrisa a Aiden — Te los compartiré —
— Gracias, Ezra — Alentado por la agradable sensación de una buena charla, se despidió del chico agitando su mano de lado a lado. Curioso por montarse algún día en su motocicleta de maleante, vehículo bastante discordante... Quizá los estereotipos le habían fundido el cerebro — Nos vemos — musitó al chico que seguía despidiéndose pese a la distancia de varios metros.
Satisfecho con su día, tiró de las correas de su mochila, afianzándola a su espalda. Caminando entre los autos, buscaba el indicado, dejando un camino de respiraciones cansadas tras él, persiguiéndole hasta desvanecerse antes de tocarle. Inconscientemente recordaba el recorrido, por lo que llegar al correcto no fue un reto más allá de la resistencia de sus piernas.
Poco a poco fue aminorando el ritmo, desalentado por la vista frente a sus ojos. Su hermoso cabello naranja, más incandescente que los rayos del sol del atardecer, eran realzados por cada soplido del viento. La madre naturaleza tenía sus favoritos. Rosemary descansaba de brazos cruzados contra la puerta delantera del auto de Nathaniel. Su voz era suave, igual de refrescante a la primavera. El perfume de su piel era embriagante, fácilmente podría alcoholizarse con su sola presencia. Nadie escapaba de su atrayente belleza, sin importar tus gustos, sencillamente te volvías un esclavo de su presencia.
— El estudio va acabar matándote, ¿lo sabes? Debes descansar, Rosemary — La preocupación de Nathaniel era perceptible, palpable para los testigos. Su mirada no perdía ningún movimiento de la pelirroja, le atrapaba, impidiéndole escapar.
— No necesito un regaño de ti. No es personal, solo... No eres quien para juzgarme — Por primera vez, sus orbes se encontraron contra los de Nathan, retándole silenciosos, a una batalla que ella misma desconocía.
Aunque su mente procesó la idea, su cuerpo fue mucho más lento. El intento de esconderse, acabó con él arrojándose inútilmente tras uno de los autos cercanos, consiguiendo golpearse la cadera y activar la alarma de la estúpida y chillona camioneta. Aiden solo pudo maldecir entre dientes, fingiendo encontrar un objeto que nunca existió.
— ¡Acá está! — Vociferó por encima de la alarma, guardando nada en su bolsillo, con tal de seguir con su mentira — Yo solo venía, venía... Ezra me llevará a casa. ¡Ah, que tarde!, ¿por qué no llevas a Rose? Anochece y es peligroso — Nervioso, empezó a parlotear todas las ideas de una sola vez, olvidando la importancia de tomar pausas para respirar.
Ambos chicos se habían callado, observando los torpes movimientos del chico de sonrisa chueca y fingida, quien apoyaba su mano sobre su cintura de manera antinatural.
— Te veré después — Rosemary, acorde a su cobardía de los días anteriores, se despidió de forma escueta, acelerando su paso al nivel de casi poder definirlo como trotar.
Aiden resistió unos segundos, antes de encorvarse por el dolor atravesando su cuerpo, escondiendo sus ojos bajo una capa de lágrimas. Pateó lánguidamente la llanta de la camioneta, esperando obtener un poco de alivio en esa infantil venganza.
— Se puede saber... ¿Qué fue eso? — Nathaniel se apresuró a sostenerlo de la cadera, apoyando su mano sobre la del chico, apretando con firmeza su cuerpo — Debo decirte, tienes los mismos dotes actorales que una planta... Y la planta lo haría mejor —
— Calla, mi futuro es tener un Oscar — jadeó por falta de aire, aferrándose desesperado al fortachón de su amigo, esperando fraguar la siguiente vergüenza — Solo llévame al auto, quiero morir recostado. Intento ser buen camarada y la vida me paga con dolor. Ya no se puede ser bueno —
— Ser Rey del drama es uno de tus tantos miles de defectos — Su paso era lento, adecuado a los torpes movimientos de Aiden, quien caminó hacia el auto, dejando caer la mitad de su peso sobre él. Confiando despreocupadamente — ¿No fuiste tú el que dijo no ayudarme con mi enamoramiento? —
Aiden olía a menta y chocolate, los sonidos exagerados de sus labios causaban cierta gracia y los tirones de sus manos en su cuerpo eran descarados, juguetones.
— Somos amigos, quizá mi pensamiento ha estado cambiando — musitó antes de acomodarse en el asiento de delante, pasando impetuosamente sus manos por las arrugas en la chaqueta de Nathaniel, señas que él mismo había causado — He madurado, creo. Además, lo he pensado detenidamente... Si yo te pidiera ayuda para conquistar a un chico lindo, me ayudarías, ¿verdad? — El retumbar de los latidos de su corazón se detuvieron al encontrarse con aquellos orbes bajo los que se reflejaba.
El silencio le hizo temblar, aferrarse a esa gruesa tela entre sus manos. Su mirada no dejaba de caer hacia sus labios entreabiertos, consiguiendo alterarle.
— ¿Verdad? — Insistió tras aguantar la respiración, por culpa de las manos aferrada a sus muñecas, haciéndole soltarle.
— Ponte el cinturón — señaló con un movimiento de cabeza, incorporándose al lado de la puerta abierta.
Aiden, en pánico, se removió al notar que Nathan estaba por cerrar la puerta. Se sentó erguido, inclinándose en el asiento, impidiéndole alejarse demasiado — ¡Aún no me respondes! La comunicación es importante en cualquier relación —
Nathaniel acabó apoyando su brazo contra el techo del auto, encorvándose para violentar el espacio personal de Aiden, obligándole a recostarse de nuevo — ¿Quieres que mienta o te diga la verdad? —
Nervioso, Zahner solo consiguió balbucear monosílabos antes de concretar una pregunta coherente — ¿Eres homófobo? —
La piel de Hicks aún desprendía un leve aroma a colonia. Aiden lo supo, porque sus sentidos se alborotaron ante el parón de su corazón cuando su amigo se inclinó, cubriendo su cuerpo contra el suyo, rozándose descuidadamente, al atarle a la silla con el cinturón de seguridad. Su propio calor corporal quedó atrapado en sus mofletes, haciendo su rostro arder bajo la vergüenza y los nervios.
— Tendría celos — Su tono no tenía rastro de alguna broma. La seriedad de Nathan causaba un mayor impacto sobre Aiden, porque ya no sabía definir la barrera entre un jugueteo tonto y la verdad.
El ruido de la puerta al cerrarse le hizo dar un respingo, sus manos se aferraron a la cinta sobre su torso, enredándose entre ella, como si se tratase de un salvavidas. De soslayo, vigiló los movimientos del contrario, encogiéndose en el asiento por no poder actuar con naturalidad.
— Eres un amigo celoso, ¿quién podría creerlo? — Aiden sacó del bolsillo de su chaqueta un chocolate relleno de maní, sus manos temblaban debido al desborde de sus emociones. Que Nathaniel no lo supiese, y aumentase la calefacción del auto antes de agarrar el dulce, fue igual de empalagoso que la golosina. El latido de aquel instante, tuvo su nombre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro