
Capítulo 26
El juego de llaves resonó entre el silencio, llamando la atención del atontado Aiden, quien caminaba un paso por detrás de Nathaniel, aferrándose al borde de su chaqueta, para no alejarse. Ante su vista solo yacía la ancha espalda del muchacho, sus músculos se realzaban al ser acariciados por la ropa, invitándole a recostarse sobre él.
Despejó aquellas ideas al indagar entre sus dudas, ansioso de respuestas — ¿En verdad puedes saltarte las clases de la tarde? —
Nathaniel la dejó frente a la puerta del copiloto, como si esperase que en cualquier momento podría caerse o desviarse del camino.
— Muy seguro. Ahora entra — le empujó con delicadeza tras abrirle, tumbándolo en el asiento — Solo te llevaré a casa, no tienes que enloquecer —
— No estoy enloqueciendo — renegó al acomodarse, extendiendo el respaldar un poco hacia atrás. Responsablemente se puso el cinturón y se encogió en sí mismo — No quiero ser excusa de irresponsabilidad. El equipo de básquet me echaría la culpa si no vas —
Nathaniel le admiró por el espacio entre la puerta abierta, relajado, casi divertido de verle enfurruñado — Ya no estoy en el equipo de básquet —
Los tímpanos de Aiden chirriaron, por la puerta al ser cerrada y la nueva información, procesando lentamente, las preguntas se quedaron en la punta de su lengua, sus ojos se concentraban en el camino casi desértico, llevaba largos minutos ensimismado a su alrededor, oyendo de fondo las canciones que había guardado en una lista de reproducción dentro de Spotify de Hicks. Buscó consuelo al acercar sus manos a la calefacción, el tiritar de su cuerpo no quería ceder.
Su amigo, igual de callado como él, no tardó en estacionarse a un lado de la calle. Se despojó de su chaqueta, invadió su espacio sin siquiera alzar la voz, simplemente la cobijó con ella, envolviéndolo en una bolita.
— Este no es el camino a mi hogar — murmuró, extasiado por la atención, idiotizado por el aroma de Nathaniel abrazándole — ¿Me estás secuestrando? —
— Lo hago — Corroboró por tercera ocasión su temperatura con el dorso de sus manos sobre las mejillas y la frente del castaño — Te llevaré a mi casa. No voy a dejar solo a un enfermo, no soy un insensible —
Aiden no reprochó, accedió con un asentimiento, porque era un poco desolador admitir la tristeza de permanecer en una solitaria casa, anhelando la compañía, escondiendo sus deseos por propasarse de egoísta.
— Nunca has sido un insensible, eres un chico dulce, igual que la Miel — Bromeó al esbozar una sonrisa, pese al aturdimiento por el martilleo en su cabeza. Su mirada se posó cerca del volante, le causaba un regocijo ver su llavero adornando el manojo de llaves — Me haces feliz —
— ¿Te hago feliz con tan poco? —
— Los pequeños detalles son importantes. Cuando empiezas a sumarlos, se hacen inmensos — explicó sin apartar sus orbes del chico enfocado en el camino — Por ejemplo, pusiste mi playlist, aunque no seas amante de las canciones pop repetitivas de letras sonsas, solo para permitirme relajarme, sentirme seguro —
— Eres la única persona, además de mi madre, en decirme sensible —
Aiden se encogió de hombros, guardando sus palabras en el silencio, dedicándose a disfrutar del momento, empecinado en enrollarse con la chaqueta de Nathaniel por la añoranza de su calor y su aroma, del privilegio de gozar de su amabilidad. Admirando a la persona que su terco corazón quería, empezó a adormecerse. A pesar del dolor de un sentimiento no correspondido, jamás se arrepentiría de sentir.
El cansancio no tardó en derrumbarlo, cayó dormido en el asiento, recostado a la puerta, confiando plenamente en Nathaniel Hicks.
Perezoso, abrió los ojos al sentir una mano colarse debajo de sus muslos, medio dormido consiguió sonreír.
— Puedo caminar. Sé que estás desesperado por llevarme a tu cama, pero tranquilo, no iré a ningún lado — su garganta estaba seca y muy raposa, su voz ronca aumentaba la idea del empeoramiento de su salud.
— Sé que tienes energías, las suficientes para bromear — ignorando su voluntad de demostrar su fuerza, le cargó en brazos, cuidadoso de no lastimarlo. Una mano en su espalda y la otra en sus muslos, ambas sosteniéndolo con firmeza contra su cuerpo — Sin embargo, eres mi paciente y debes seguir mis reglas... Si no te gustan, te jodes —
Aiden resopló, recostó su cabeza sobre el hombro del contrario, absortó en la tranquilidad de su presencia — Vaya trato espartano. Al menos di que no soy pesado, sería lindo de tu parte —
— Eres pesado, jodidamente pesado. Lo bueno es que yo soy fuerte —
Aiden le fulminó con la mirada, ansioso de conseguir sacar su mano de entre las telas para pellizcar su cachete — ¿Ah sí? Déjame comprobarlo, señor super fuerte — la yema de sus dedos se deslizó por aquella mejilla, y al primer intento de presión, se quedó quieto igual que una piedra cuando la puerta principal de la casa se abrió.
Una mujer les recibió con una expresión curiosa, expectante de lo que pasaba, intercalando su atención entre ambos chicos, consiguiendo abochornar a Aiden, quien acongojado empezaba a sentirse un aprovechado.
— Hijo, ¿no deberías estar en clases? —
Adormilado. Aiden libraba una férrea batalla contra sus insistentes párpados privarlo de cansancio, exigiéndole dormirse. El aroma del caldo cociéndose a fuego lento, conseguía arrancarle un par de gruñidos a su estómago.
La dinámica voz de Bruno Mars sonaba en un murmullo que los altavoces querían esconder. Aiden se estremeció, aferrándose a las capas de colchas bajo las que había sido enterrado por Nathaniel.
Si quería acompañarle en la cocina, debía seguir sus reglas y adquirir cinco tallas más era una de ellas. Su nariz rozaba con los bordes suaves y esponjosos de la tela con olor a suavizante, brindándole una cómoda sensación de limpieza.
— ¿Podrías dejar de acariciarlo? No es un perro que recogí de la calle — Nathan llamó la atención de la mujer, quien se había empecinado en pasar tiempo de calidad con los muchachos.
— Calla. Calla. No quiero que pare, tú solo estás celoso porque una linda chica no te mima — Aiden, atontado por las delicadas manos de la madre de su crush enredándose entre sus castaños y alborotados mechones, salió en defensa de sus privilegios.
Emma Hicks era una mujer hermosa. Las palabras se quedaban cortas, era necesario idear unas nuevas para describirle apropiadamente. Reluciente, cariñosa y agradable, una completa discrepancia y un chiste irónico de la vida, porque su hijo era un espejo de ella.
— ¿Chica linda? — Se exaltó por el asombro, cayendo en una inevitable risilla tímida — Tu amigo tiene lindos modales. Ya entiendo porque hablas tanto de él — su maternal muestra de afecto no se detuvo, fue avivada con más ansias por la mirada mordaz de su retoño.
Aiden estaba en la gloria, quizá los Hicks tenían una habilidad especial o eran su debilidad, porque sus inhibiciones desaparecían y parecía estar embriagado. Emborrachado de felicidad.
— Oh. Hablas de mí todo el tiempo, tan lindo — El rubor en su pálido rostro era una mezcla entre la fiebre y la vergüenza.
— Pones todo de cabeza, eres un fastidio y encuentro más defectos que virtudes en ti — Señaló con el cucharón, remarcando sus palabras con todo de burla.
— No cambia nada — contraatacó orgulloso con la frente en alto — Hablas de mí, piensas en mí y los dos sabemos de tus tendencias masoquistas —
Emma alcanzó a reír, entrometiéndose en la discusión en su cocina. Apartó de su rostro las castañas hebras soltándose de su liga — Ignórenme. Solo, es.... — las carcajadas no le daban tregua, no podía hablar — Se llevan muy bien — su mirada estaba plagada de mansedumbre.
Zahner se animó a desbordar su exceso de ánimos con tal de contemplar aquella sonrisa. Emma le recordaba a sus padres — Lo somos. Somos como uña y mugre. Yo soy la uña —
— ¿Acabas de llamarme mugre? —
— Tú lo dijiste, no yo —
Su figura era pequeña, Nathaniel le rebasaba por una cabeza, sin embargo, bajo la aparente fragilidad de una delicada flor, se escondía una mujer fuerte, quien no dudaba en pararse de frente contra las adversidades, su espíritu de lucha nunca se apagaba y su hambre por sus cumplir sus sueños seguía intacto.
— Espero que uses esa misma energía para tomar toda tu sopa — Nathan le amenazó en un tono autoritario. No pasó desapercibida la ilusión resaltando en los verdosos ojos de su progenitora.
— Me ofende que pienses que no voy a comer — Suspiró ante el estallido de aromas entrando en sus orificios nasales. Abrazó el pequeño tazón con sus manos. El invierno era ese instante, compartir cálidos momentos en compañía de personas amorosas junto a una comida humeante.
El primer sorbo alivió su sistema, se estremeció sin perder la sonrisa torpe e inocente. La felicidad la tenía justo entre sus dedos. No todos tenían la dicha de darse cuenta de haberla obtenido.
Aiden no tardó en empinarse el tazón, terminando de beber de primero, relamiendo las gotas en sus labios como deguste final — ¡Más, quiero más! — Vociferó alzando el traste en dirección a Nathaniel, aprovechando que éste apenas le estaba sirviendo a la dama.
— Lamento haber dudado aunque fuese un segundo de ti, Rey de los glotones —
Aiden sonrió con orgullo, esperando ansioso la siguiente porción de comida. Balanceaba las piernas de lado a lado, se escondía entre las frazadas y admiraba a Nathaniel, reafirmando que sus latidos tenían un nombre.
— Tienes un gran apetito, muchacho — Estupefacta, la fémina alabó su habilidad para comer. Encariñarse era sencillo, cuando el chiquillo desprendía euforia en sus risas.
— Y su hijo tiene una buena sazón. ¡Somos el equipo perfecto! —
— Lo son, porque le haces feliz. Gracias por estar a su lado —
Ambos chicos se giraron a verla. Nathaniel podía sentir el calor del tazón quemando sus dedos, en silencio otorgó la respuesta de su pensamiento. Aiden, desconcertado, balbuceó antes de ocupar su boca en atragantarse con la cuchara.
La conversación no llegó a más, pues la mujer no tardó en marcharse a su jornada. Aiden aún sentía el aterciopelado toque de sus labios al despedirse de él con un beso en la frente. Ella exudaba dulzura.
— Tu mamá es hermosa y agradable — musitó, recostado sobre la mesa, escuchando el flujo constante del agua saliendo de la llave. Nathaniel no le había dejado lavar los tratos, por su débil condición.
— Mi padre es el único que no se dio cuenta —
— Tu padre es un idiota — Apesadumbrado, abrió los ojos para admirar al chico a su lado, secándose las manos con una toalla. Nathaniel era hermoso, aunque intocable... De cualquier forma, sus manos no entendían el significado de aquella palabra.
— Lo es — suspiró, volteando hacia la mano sujetando su camisa, arrugando su tela. Le ignoró, ocupando sus ideas en otros menesteres, como el acomodar las capas de cobijas con cuidado a su alrededor — Vamos a la habitación, es hora de dormir, Tormento —
— Tienes dotes de enfermero. Si el boxeo o la pintura no funcionan, podría ser tu tercera opción — Aiden, tambaleante, se levantó del taburete, consiguiendo equilibrio por su cuenta, negándose a recibir ayuda para caminar hacia la segunda planta de la casa.
Sus pasos eran torpes, descoordinados y lentos, se sostenía de los barandales con empeño, siendo negligente con las colchas, porque estás conseguían rozar el suelo. Celebró en un murmullo que quiso ser un grito, su logro de subir el último escalón.
— Un pequeño paso para el hombre, un gigantesco paso para el pobre enfermo —
— Querrás decir, el idiota enfermo descuidado, porque según él, es inteligente desvelarse leyendo y no descansando — pese al regaño, su voz no denotaba enfado. Las acciones de Nathaniel se resumían en seguirle el paso, y permanecer alerta.
— No me arrepiento de nada — musitó al estremecerse, aferrándose con mayor empeño a las frazadas sobre sus hombros — Tengo el privilegio de ser cuidado por un enfermero particular, mis hormonas son felices —
— Tu sistema inmunológico parece decir lo contrario — Le dio un empujoncito hacia el interior de la habitación. Su recámara olía a limpio — Usa la cama —
— Sí, papá — Exhaló el aroma de limón del ambientador. Despojándose de las sábanas, las olvidó en la orilla de la cama — ¿Podrías prestarme una camiseta? No quisiera dormir con jeans — Ni bien esperó una contestación, sus pantalones estaban sobre sus tobillos, y la su cabeza se había quedado atorada en la apertura de su propia camiseta.
— Si decía que no, ¿te hubieses quedado desnudo? — Cuestionó al acercarse con la prenda que considero más pequeña.
— Improvisación. Antes de entrar al club de periodismo, fui a tres sesiones con el club de teatro. Recitar a Shakespeare no era estilo — respondió, por respeto a la pulcritud del ambiente y el miedo a romper el balance, dobló su mudada, antes de abandonarla encima de la tapa del cesto de ropa sucia, paseándose medio desnudo por la habitación, inhibido de la vergüenza por la fiebre y el sueño llamándole con insistencia.
— Me llamas masoquista, aunque tú pareces tener una tendencia exhibicionistas — Se quejó extendiendo la camiseta hacia el contrario, zarandeándola sin apartar la mirada de esos somnolientos orbes castaños.
— ¿Exhibicionismo? — Encaró una ceja. La prenda olía a un frutal aroma a suavizante, poca pena le dio hundir la nariz en la tela, exhalando ruidoso su regusto por el olor — No le veo la gracia si solo uno se excita. A mí, verte desnudo, me haría arder por motivos hormonales... A ti, verme desnudo, sería indiferente — se vistió, aplacando la mayor parte de su desarreglado y empuntado cabello. Corroboró el largo de la ca, satisfecho porque el ruedo acariciaba sus muslos.
Nathaniel señaló la cama con un movimiento de cabeza — A dormir —
Aiden entendió la indirecta, y el tema quedó mermado. Tiritó, pese a la suavidad y el olor dulce, las sábanas estaban heladas. Rodó hacia el costado, chocando con la pared, envolviéndose con las colchas.
— Tú también debes dormir. Puedo darte permiso de tomar la otra mitad — encogiéndose, apoyó su frente contra la pared, escondiendo inútilmente su malestar. Solo le quedaba la esperanza de una mejoría tras un tazón de sopa caliente y unas horas de sueño. Su corazón se alteró por unos segundos, mientras su oído escuchaba al contrario cambiarse de ropa, solo le quedó rogarle silencio a sus latidos.
— No pensaba dormir en el sillón o la habitación de mi madre — El colchón se hundió ante su peso. Vestido con un pantalón de dormir, se acomodó en el espacio vacío, notando la falta de cobijas, porque Aiden las había acaparado todas — Se compartir, no soy un egoísta como muchos creen —
Y aun así temblaba. Su pequeño y frágil ser, yacía trémulo contra la cama, pues las mantas no le daban el consuelo que necesitaba.
Aiden lo tomó como un acto piadoso. Nathaniel se pegó a él, rodeando su figura con su cuerpo, arrastrándolo a encontrarse entre ambos de forma íntima. Zahner podía percibir el peso contra su espalda, sujetándolo firmemente bajo su resguardo, tranquilizando sus dolencias por la sensación de compañía.
A los segundos acabó relajado, añorando por culpa de la necesidad, que él nunca le abandonase. El golpe de su pecho al respirar, el calor corporal de su piel, la caricia de su cálida respiración contra sus cabellos y el peso de cada músculo sin llegar a agobiarlo, el momento era solo de ellos, porque Nathaniel era consciente del bulto entre sus brazos.
— Gracias por cuidar de mí — dijo, su voz rasposa sonaba cansada, Aiden estaba quedándose dormido — Te quiero mucho, amigo — sus emociones brotaron de sus labios, la sinceridad no le dio vergüenza. Amar y decirlo en alto, no era una locura descabellada.
El silencio y la nula espera de una respuesta, acabó por arrastrarlo a la morada del sueño. Aiden se convirtió en un ignorante, pues en realidad, sí tuvo una contestación de Nathaniel.
— Yo también te quiero —
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