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Capítulo 22

— Zahner. Zahner. Zahner —

Los golpecitos en su mesita eran suaves, aunque insistentes. Su mente regresó lentamente, haciéndole apretar los párpados unos segundos, cayendo en una sonrisa boba frente a la chica junto a él, intentando parecer amistoso.

— ¿Sí? — Susurró sin aliento — ¡¿Sí?! — gritó al levantarse de su silla, arrastrando las patas bruscamente, provocando un chillido profundo y molesto. Atontado, rebuscó en su memoria, el nombre de aquellos enigmáticos orbes de color oro, igual de resplandecientes que el propio sol. — Da... ¡Dalia!, sí. Dalia, ¿qué sucede? —

Aferrándose a las correas de su mochila negra de cuero, apenas alzando la cabeza, mirando un tanto asustada al contrario, balbuceó unos segundos antes de formular una pregunta.

— ¿Estás bien? La clase ya acabó — dijo al girar su vista a su alrededor. El aula estaba desierta, un par de hojas sucias quedaban encima de algún que otro escritorio, las bolitas en el suelo podrían formar una torre. La pizarra estaba a medio borrar, con algunos ejercicios matemáticos que enloqueció a más de uno y las sillas dividiéndose entre las subidas sobre el pupitre o las olvidadas en un rincón — Llevamos como tres minutos viendo la nada —

— Oh. Oh — sus mejillas se coloraron por la vergüenza, Aiden se dejó caer tras un soplo de alivio, para su tristeza no pudo borrar el tono amargo al final de su garganta. Ni siquiera la cena a la que Maximilian le invitó la noche anterior fue suficiente — Sí, no es nada. Un poco de gripe, no es nada. Gracias por preocuparte, Dalia... ¿Desde cuándo llevamos historia juntos? —

— Matemáticas. Tuvimos matemáticas — La castaña abrió los ojos de par en par, mientras se cubría la boca con la mano, asustada por los disparates de Aiden — ¿Quieres que te acompañe a la enfermería? —

Aiden, derrotado, recostó su mejilla sobre el frío escritorio, tras bajarse la mascarilla hasta el mentón — No. Solo necesito comer, por favor no le digas a nadie — suplicó, lamentando la poca comodidad, interrumpiendo su intención de descansar unos minutos.

— Tú... — sus cortos mechones lisos se movían en sintonía con el movimiento de su cabeza, ella era la definición de adorable — ¿Quieres que te traiga comida?, ¿llamo a alguien?, ¿traigo medicina? — dudó al dar opciones, así que el volumen de su voz disminuía a cada palabra. Nerviosa al no saber cómo actuar, jugo a enredar sus dedos.

— Gracias por preocuparte — esbozó una sonrisa pequeña al recomponerse en su asiento — Estaré bien, puedo llegar a la cafetería, pero agradecería que me acompañes... Por si acaso — no dispuesto a desaprovechar maleducadamente las buenas intenciones de la chica, Aiden accedió a tomar un poco de su amabilidad.

Ajustándose la correa de la mochila al hombro, deslizó la silla cerca del escritorio, acompañando el ritmo de los pasos de Dalia al caminar junto a ella por los pasillos. El rechinido de sus propios zapatos por la poca fuerza de voluntad de alzar los pies le tuvo distraído, hasta escuchar un nuevo intento de conversación por parte de la castaña.

— Quería disculparme — murmuró, atrayendo la atención de Aiden sobre ella — Cuando te pedimos ayuda, creí que tú y Nathaniel solo eran amigos... Seguro pensaste mal. Lo juro, no sabía sobre su relación —

— ¿Relación? — Aiden ladeó la cabeza, entrecerrando los ojos al mirar hacia arriba, cuestionando las palabras de la muchacha — ¡Ah! No estamos saliendo, solo son rumores, puros inventos. Nate y yo solo somos amigos, no me ofendiste —

— ¿No lo son? — Su alarido de asombro la hizo sonrojarse al notar su abrupta respuesta — Lo siento, solo creí... — negó, incómoda, desviando la mirada hacia el suelo — Ustedes se ven cercanos, lamento haberlo malinterpretado —

— Tranquila. No te juzgo, yo también me he creído un par de chismes, pero te lo puedo asegurar, Nathaniel Hicks es heterosexual — dijo, esperanzado en cambiar la expresión bochorno en la dulce chica.

— ¿Aiden? —

Ambos voltearon hacia la voz al final del pasillo. A escasos pasos, cargando una montaña de libros en sus brazos, Rosemary apreciaba con preocupación a su mejor amigo, cuestionándole con miles de preguntas sin necesidad de abrir la boca. Se le notaba cansada, con un leve rastro de ojeras bajo sus preciosos ojos esmeraldas, sus rizos yacían atrapados en una trenza que se balanceaba junto al movimiento de sus caderas y el tono pálido de su tez aumentaba la sensación de cansancio.

Los días de exámenes eran los más difíciles para ella.

— Gracias por ayudarme, Dalia. Te veré después — sacó una de sus paletas de clásico sabor a fresa del bolsillo de su chaqueta, tendiéndoselo a la contraria como acto de agradecimiento, antes de dejarla atrás para ir hacia Rosemary — ¿A dónde vas?, ¿necesitas ayuda? —

— ¿Tú por qué sigues aquí? Siempre eres de los primeros en la cafetería — exasperada por no poder usar sus brazos, se inclinó hacia Aiden, uniendo sus frentes, comprobando su temperatura — No pareces tener fiebre —

— Solo me dormí un poco, estoy bien. La comida me devolverá las energías — aseguró, pese a la inseguridad en su corazón. Su desánimo no se debía a alguna dolencia física. A su corazón roto, la medicina no le ayudaría. Quizá, el tiempo podría recuperarlo del dolor o inmunizarlo. Rebuscó en los bolsillos de su mochila, encontrando tras los útiles, uno de los emparedados que llevo para merendar — Como no me harás caso, al menos come un sándwich, dos pisos, doble jamón, doble queso, doble delicia —

Rosemary solo esbozó una pequeña sonrisa, aceptando el buen gesto de su amigo — Te veo después de clases, si te sientes mal, llámame, ¿de acuerdo? —

— Sí, señora —

El último sorbo a su caldo había sido glorioso. Un elixir de vida calentando su tráquea, hundiéndolo en una espiral de pereza, en donde batallaba por mantener sus párpados abiertos. Cabeceaba, por lo que recurrió a sostener su cabeza al apoyar su mejilla sobre la palma de su mano, cayendo suavemente en la tentación de su plenitud.

Enfurruñado, pegó un brinco cuando Cherrie arrojó su bandeja frente a él, espantando su sueño de un golpe. Admiró a la chica, empapada en una leve capa de sudor, algunos mechones se pegaban a la curva de su cuello. Encantadores eran sus labios embalsamados en labial sabor a fresa y sus resplandecientes ojos estudiaron cuidadosamente el aspecto del contrario.

— Te ves como la mierda. ¿Te arrolló un auto? — Le cuestionó, ocupada en apartar su cabello de su rostro, ladeando la cabeza para no ensuciarse con los fideos — Necesitas... un kit de... emergencia — sus palabras se escuchaban un tanto entorpecidas por el húmedo sonido de la comida en su boca.

— No. Solo necesito una nueva vida y un millón de dólares — su macabro mensaje venía de unos labios sonrientes, en un rostro cansado — Un poco de gripa, en unos días estaré como nuevo — Aiden se encorvó al echar hacia atrás su silla de plástico, recargando la barbilla sobre la mesa, buscó una posición cómoda.

Cherrie le miró fijamente, como queriendo escudriñar su alma — ¿Tienes algo con mi hermano? — revisó en su bolsillo derecho de su pantalón, luego el izquierdo y acabó rebuscando en su sudadera — Te manda estos chocolates. A mí ese infeliz nunca me ha regalado nada —

Aiden recibió el paquete al extender sus dos brazos, igual de sorprendido que la chica, ansioso por pellizcar para comprobar si era la realidad o un sueño — Mi amor al fin ablando su frío corazón —

— ¿Tu amor por quién? ¿Llegamos en el momento de hablar sobre quién nos gusta? — De tono amable y tinte juguetón, Ezra se acomodó al lado de Cherrie tras levantar la silla para no hacer ruido — Mi crush es Jeff the Killer, pero nuestro amor es imposible —

— ¿Quién? — Cherrie arrugó su nariz, deteniendo su tenedor en el aire para cuestionar a Ezra.

— Tu amor es un asesino — Aiden le acusó, casi olvidando su confusión por verlo sentado junto a ellos — No soy quién para decirlo, aunque igual lo diré, Ezra replantea tus gustos —

Ezra, risueño, sin pena se puso a reír — Fui un fiel amante de los creepypastas, culpa a Internet —

Nathaniel fue el último en sentarse. Arrastró la silla sin delicadeza, haciendo un chirrido un tanto molesto. Se derrumbó al lado de Aiden, prácticamente invadiendo el espacio del chico, por la cercanía de sus asientos

Nathan irritado por el parloteó sin sentido, rodó los ojos — ¿Podrían hablar en español? La gente normal no entiende su dialecto — su profunda voz causó un cosquilleo en Aiden. Nathaniel parecía inmune e ignorante a la definición de distancia.

— Ustedes son los raros. ¿Acaso no usaban Internet? — Shalford fue el primero en defenderse — Eran muy populares. No puedo creer que no le conozcan, ¿verdad? —

Aiden, quien debía ser su fiel apoyo, estaba ocupado en mandarle a su corazón que se callase, para armar una respuesta coherente.

— Sí — murmuró. Arrastrándose al borde de su asiento, se notó incómodo, esquivando la idea de girarse.

Shalford dejó a arreglar su arruinada hamburguesa de dos pisos. Se asustó al leer el ambiente — Lo siento. No creí que te pondrías incómodo por preguntar por tu novio —

— ¿Novio? — Nathaniel fue el primero en interrumpir la conversación. Afilando su mirada al apreciar por el rabillo del ojo, al contrario. Sus labios se torcieron en una sonrisa de mofa — Oh, ¿quién es el desafortunado? Me despisto un segundo y consigues pareja —

— Mi hermano — La chica se adelantó a responder, burlándose con una expresión inocente — Presidente del club de periodismo, alto, rubio e inteligente. Todo un partidazo —

— ¿Partidazo?, ¿no que lo odiabas? — Nate no tardó en contestar a sus provocaciones.

Ezra los observó a ambos, con miedo de perderse un segundo del intercambio, manteniendo la boca abierta, esperando el segundo ideal para empezar a comer. Se rindió de guardar silencio por los escalofríos que atravesaron su cuerpo — No entiendo. ¿Se están peleando? ¿Es una guerra fría? —

— ¿Maximillian y yo saliendo? — Aiden era el único con intereses contrarios. Con la vista perdida en el cielo raso, su mente truncaba cualquier posible fantasía — No tengo suficientes abrigos para soportar el frío de su corazón —

— ¿Quieres un novio cálido? — Cherrie esbozó una sonrisa de autosuficiencia — ¿Escuchaste Nathaniel? Tú tampoco podrías competir por su corazón. Aiden acaba de rechazarte — burlonamente alzó su vaso lleno de soda, zarandeándolo en júbilo.

— Los heteros ni siquiera participan — Aiden intentó reír, queriendo bajar el ritmo de la conversación al sacudir sus manos — Además, Max y yo no tenemos esa clase de relación. Somos amigos, me gusta serlo y no pretendo salir con él —

— ¿Eh? ¿Por qué no? — Cherrie frunció el ceño, ofuscada por las constantes negativas — ¡Se ven bien juntos!, ¿verdad, Nathan? —

Aiden comprendía las intenciones de su amiga. Buscarle un nuevo amor para olvidar el viejo. Aunque fuese una idea macabra y frívola, le tenía cierto aprecio por su desesperado intento de ayudarle en secreto.

— ¿Tu hermano y Aiden? — Los intensos orbes de Nathaniel examinaron cada aspecto de Aiden. Su conclusión, estaba desarreglado. Aburridos jeans, converse sucios, chaqueta multicolores y tez aterradoramente blanca, con una expresión de no haber conciliado el sueño. Le jaló de la barbilla, siendo intrusivo en su espacio personal. Admirando lo que la distancia escondía.

Cherrie dio un golpe con su puño cerrado contra la mesa — Hicks, es una pregunta de si o no —

Ezra intercedió por su amigo, apaciguando el malhumor de la chica a su lado — Se lo toma enserio, no te desesperes. La paciencia es una virtud —

Sumergido en una maraña de nervios, sus labios se abrieron inconscientemente. Aiden no podía sostener la mirada sobre Nathaniel, la culpa le carcomía por dentro, dejándole débil.

Hicks suspiró, lento y apacible, moviendo algunos mechones de la frente de Aiden — No quiero besarte — Su voz sonó profunda, cercana y cargada de un tono jocoso. Nathaniel parecía querer derrumbar su fuerza de voluntad.

— Ni siquiera he hablado —

— ¿Qué puedo decir? Soy todo un psíquico — Alardeó al soltar la barbilla del contrario.

— En realidad, estaba pensando en que quiero tu postre — Zahner se subió la mascarilla, queriendo ocultar el motivo de su vergüenza.

— Era mi segunda opción — Pasó el pudín a la bandeja de Aiden, desinteresado por el dulce o la mirada acusadora de Cherrie.

— Sigues sin responder, Hicks. A mí no me vas a distraer con un pudín — Alzó su mentón, cruzándose de brazos con ese aire de superioridad propio de ella. Retándole con la sonrisa.

— A mí sí. Soy un vendido — Aiden fingió no prestar atención a la insistencia de su amiga, su corazón no estaba para soportar cuestionamientos dolorosos — Dame dulces o dinero, y soy tu perra —

El pedazo de esponjoso pudín cayó contra la mesa cuando la respuesta llegó a sus oídos. Se le truncó la respiración en la garganta, mientras su pulso volvía a alterarse. Aiden yacía estupefacto, con la mascarilla siendo sostenida por la yema de su dedo índice, acabó golpeando sus labios al resbalársele.

— No — Nathaniel contestó. Firme, ronco y completamente serio. Enfriando el calor del ambiente.

Una palabra tan corta provocó un estremecimiento en Aiden, tintando sus mejillas y orejas de un incandescente tono rojizo, atontándole.

— Ay, eres un amigo celoso — Ezra, quien no leyó el ambiente, esbozó una sonrisa — Aiden no va a dejarte solo porque consiga pareja, ¿verdad? —

Cherrie suspiro ruidosamente mientras se acariciaba las sienes y resoplaba en murmullos inentendibles.

Zahner asintió, carraspeando para apartar el nudo obstruyendo su garganta — Mis amigos son valiosos para mí — se llevó el primer bocado, saboreando el dulce empalagoso en el paladar.

— ¿Lo ves? — Ezra no entendía por qué Nathaniel le estaba ignorando — Ya que tocamos el tema de la amistad. Aiden, ¿estarías interesado en unirte al club de baloncesto? — risueño, de orbes esperanzadores, inclinándose sobre la mesa, su aspecto apacible causó el efecto contrario.

— ¿Perdón? — Por tercera vez a Aiden, se le cayó un pedazo de pudín sobre la mesa.

Quizá un Padre nuestro le salvaría de las tentaciones, pensó.

Las nubes parecían albóndigas, gorditas y esponjosas, podrían caberle perfecto en la boca. Las personas a su alrededor causaban su propio bullicio, entre jalones, risas y voces, perdiéndose lentamente con el paso del tiempo, la clase había culminado. ¿Historia o ciencias? No le importaba, las palabras en su libreta no eran más que garabatos inentendibles.

Aburrido, admiraba la vida fuera del salón a través de la ventana, preguntándose por la realidad de otras personas. ¿La normalidad podría darle paz? Suave, delicadamente su respiración de cansancio abandonó sus pulmones, mientras sus párpados caían, con la excusa de brindarle un poco de alivio al dolor extenuante en su pecho.

Los golpes en la puerta abierta le hicieron saltar, encontrándose con un par de orbes verdes a la lejanía, llevándose consigo ligera tranquilidad que le acompañaba. Nathaniel, había llamado su atención con un golpe seco de sus nudillos a la madera, antes de adentrarse al desierto salón, caminando directamente al pupitre al lado de Aiden, tirando de él para pegarse al muchacho.

— Normalmente eres incomprensible, pero hoy te estás superando — dijo, sin saludar, imitando la posición de Aiden: Medio recostado a la mesa, sosteniendo su cabeza con su puño, relajado sobre el mueble, como si no tuviese preocupaciones — Pareciera que llevas horas viendo las nubes, no puedes comértelas, ¿lo sabes? —

Aiden apoyó sus brazos sobre la superficie, descansando su cabeza sobre ellos, usando sus extremidades de almohada — ¿Cuánto tiempo llevas viéndome? Creí que yo era el acosador — musitó al esbozar una pequeña sonrisa, admirando el perfil de Nathaniel, aguantando las ganas de hundir sus dedos en sus castaños cabellos.

— No intentes responder preguntas con otras preguntas — pese al tono bajo de su voz, rasposo e íntimo, era un regaño.

Aiden meditó en silencio, frunciendo los labios, retrayéndose con la esperanza de tener sus propios sentimientos guardados en un cajón — Es un poco de gripa, en unos días estaré como nuevo. Listo para fastidiarte — falló estrepitosamente porque su boca no iba acorde a sus pensamientos — ¿Me extrañas? Solo ha sido un día. ¿Sabes? Creo que en el fondo eres un masoquista —

Nathaniel sostuvo la mirada unos segundos, antes de escapar hacia el pizarrón, deslizando su mano de sus sienes hacia su boca. El tiempo pareció detenerse entre ambos, solo para ellos, bendiciéndoles. El secretismo del momento anudado a la confianza, permitió que el silencio fuese cómodo, casi necesario.

— Quizá —

Aiden, atragantándose con su respiración, apretó su pecho con su mano libre, aguantando el desborde de confusión.

— Solo no me vayas a pedir algún día que te azote, hay límite en las amistades — dijo, pretendiendo sonar gracioso, fallando por la intensidad de su voz. Tras un breve silencio, sus nervios le llevaron a jalonear de la chaqueta de Hicks, pidiendo mirarlo — Es lindo que vinieras a ver si estoy mejor —

Nathaniel respondió al tirón en su ropa. Su contemplación fue mucho más intensa e intrusiva, provocando un tenue tiritar en los dedos de Aiden, haciéndoles arrugar la tela bajo ellos, sosteniéndose por el miedo a desfallecer.

— Vine por ti. Te llevaré a casa. Debes recuperarte o nunca podrás cumplir nuestro acuerdo — posó su mano libre sobre el dorso de la del contrario, invitándole a levantarse al sostenerlo con más firmeza con cada segundo pasando.

La ilusión latiendo en su pecho, la estrujó al deslizar su mano, escondiéndola bajó la larga manga de su sudadera, queriendo borrar el calor de Nathan con el suyo — No puedo ir contigo. Tengo una cita — mintió al apartar la mirada, desbordando intranquilidad en su poco agraciada sonrisa — es tarde, necesito irme. Gracias por ofrecerte, Nate — apresuradamente metió sus útiles tras batallar con el cierre de su mochila.

— Entonces sí estás saliendo con el pequeño Dagger — afirmó, observando los torpes actos de Aiden al escapar de él, escudándose en una risa sin sinceridad.

— Max no es pequeño — replicó al agacharse por uno de sus bolígrafos rodando por las patas de la silla — Iremos a tomar un café, no es una cita romántica, solo una salida. Demándame con la policía de las definiciones por no usar las palabras correctas —

— ¿Te gusta? — inquirió alzando una ceja, tan sumergido en Aiden, que podía fácilmente responder cuántas veces había respirado en ese minuto.

Aiden se detuvo, sostuvo con dureza su lápiz, frustrándose por el cúmulo desordenado de pensamientos atormentándolo, admiraba a Nathan desde abajo. La culpa hizo a la ira contenida resaltar en su voz — Si no te conociera, pensaría que estás celoso, Nate — dijo, arrastrando su mochila al sostenerla en su puño, saliendo del salón de clases apresuradamente, tropezando con sus propios pasos. Corriendo de Nathaniel.

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