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Capítulo 19

La hermosa chica su lado, plácidamente dormida, aferrada a su brazo con sus dos manos, el tirante de su camisa deslizándose hacia su hombro y su azabache cabello desparramado en la almohada, impregnando la tela con el floral aroma de su acondicionador, no alteraba sus latidos.

Aiden jamás se sintió atraído por alguna mujer, Cherrie no era la excepción.

Cuidadosamente, con la yema de sus dedos sosteniendo la delgada tira, jaló de está para acomodarle la blusa a su amiga, procurando enrollarla en la colcha.

— ¿Cherrie? — Pronunció su nombre con delicadeza, esperando en medio del silencio una respuesta que llegó en un leve ronquido.

Por alguna razón, su inconmensurable sueño se había desvanecido, dejando el insomnio en su lugar. Su percepción del tiempo se volcó, ralentizándose, diez minutos parecían una hora y una hora parecía una eternidad.

Cansado, se mintió a sí mismo, creyendo que la lectura podría regresarle las ganas de dormir. Dos insatisfactorias horas después, yacía arrodillado junto a la ventana, apreciando aquello que la luna llena le dejaba ver.

Gracias a la interrupción de Cherrie, la llamada de Nathaniel seguía siendo un enigma, por ello su subconsciente le traicionó. Su entorpecido cerebro reaccionó hasta el tercer repique resonando en su tímpano. Avergonzado, estuvo por colgar, hasta que la voz de Hicks sonó a través de la bocina.

— ¿Qué haces despierto a las tres de la mañana, Aiden? —

El ruido de los alrededores se colaba en la llamada, música y personas hablando a los gritos, considerando la fecha, no era una locura que estuviese en una fiesta.

— No conduzcas borracho. En realidad, no deberías beber, no si quieres estar en condiciones para tu pelea. ¿Siquiera duermes? — empezó a musitar, recostando su cuerpo a la pared junto a la ventana.

— No estoy bebiendo, estoy trabajando. Los fines de semana duermo toda la mañana y la tarde —

Aiden podía imaginar la mueca de mofa de Nathaniel.

— No sabía que trabajabas — nervioso, trazó figuras sin tinta con la punta de su dedo sobre su muslo.

— Casi nadie lo sabe, solo Erza, Cherrie y tú. Mi tía tiene un pub, le ayudo los viernes y fines de semana — dijo, mientras el escándalo se diluía, solo dejando su voz — ¿Ya vas a decirme qué haces despierto?, ¿cuál es tu excusa? —

— Insomnio — se encogió de hombros con aires de simpleza — Entonces pensé en molestarte, ahora me siento mal por interrumpir tu trabajo — miró a la chica en su cama removerse, deslizando las sábanas hacia abajo, provocándole cierta gracia.

— En realidad, mi descanso está por comenzar. ¿Tienes un sexto sentido por ser mi tormento? — Bromeó en medio de una corta risa profunda.

— Podría tenerlo — sonrió unos instantes antes de suspirar — ¿Para qué me llamaste en la tarde? —

— ¿Cherrie realmente está durmiendo en tu cama? —

— La está disfrutando más que yo — murmuró, mirando a través de la ventana, las nubes que pasaban por debajo de la luna, oscureciendo la estancia, ayudándole a la voz de Nathan a adormecerlo — Aunque estar despierto para escucharte tiene su encanto —

— ¿Estás coqueteando conmigo? —

— Todo el tiempo. ¿Funciona? Mejor no me digas, amo la felicidad de la ignorancia — el frío del cristal le mantenía despierto, un toque de melancolía le abrigó y la suave respiración de Hicks terminó de calmarlo.

— Te llamé para pedirte un favor — Nathaniel cambio de tema, siguiendo los deseos de Aiden — Pronto iniciaran los exámenes, personalmente no me importan mis calificaciones —

— ¿No te quieres graduar? —

— Mis notas no son pésimas, paso las materias, es lo que importa — replicó sin sonar enfadado por la interrupción — pero mi madre quiere una mejora y yo no voy a defraudarla —

— Te maldigo por tu heterosexualidad — Aiden pasó sus dedos entre las hebras de su cabello, tirándolo hacia atrás — Yo tengo notas promedio, pero conozco a alguien que puede ayudarte —

— ¿Rosemary?, ¿Vas a manipularla para que acepte estar en una habitación conmigo? —

— No voy a manipularla. Haré que pague un favor con otro favor. No es por ti, es por la señora Hicks —

— No voy a juzgar tus métodos, si los resultados son buenos —

El grito de una fémina hacia Nathaniel hizo a Aiden pegar un brinco, riéndose por el desenfreno de sus latidos.

— Supongo que robe tus minutos de descanso — con pesar, Aiden aceptó el inevitable fin de la llamada — Buena suerte en el trabajo —

— Por eso eres mi Tormento. Ya vete a dormir —

— Tranquilo, yo dormiré en nombre de los dos — la risa no se le borraba, batalló tirando de sus mejillas, pero la calidez de esa corta llamada en plena madrugada le dio tanta felicidad que no pudo ocultarla.

— No te canses de ser tan amable, Zahner. Ojalá tengas pesadillas —

— Voy a tener dulces sueños gracias a ti, Hicks —

La llamada terminó sin la necesidad de un adiós, porque inevitablemente volverían a verse pronto.

Sábado, lluvia torrencial, ser el hermano mayor.

Aiden se estaba dejando la vida y medio pulmón mientras corría a través del diluvio, arrastrando la punta de metal de la sombrilla contra el asfalto, levantaba los charcos de agua sobre los que pasaba. La suela de sus zapatos se resbalaba, haciéndole trastabillar en algunos momentos. Haberse despistado en el transporte le hizo bajarse dos paradas después de la suya.

El reloj barato en su muñeca marcaba las cuatro de la tarde, tiempo exacto en el que debía recoger a Roy de la fiesta de cumpleaños de uno de sus compañeros de clases de la guardería. Aiden tenía cierta envidia del Zahner menor, a él ya no lo invitaban a celebraciones llenas de dulce. Caramelos gratis, era la definición de su perfecto paraíso.

Sosteniéndose de un farol apagado, tomó un bocado de aliento, lamiendo un par de gotas de agua que se deslizaron por su frente, Aiden estaba seguro de haberse tragado un poco de sudor. Se sobó unos instantes la espalda, recordando el mal dormir de Cherrie, con quien despertó al límite de la orilla, con la cabeza de la chica incrustada en sus costillas, mientras las marcas de sus dedos se pintaban en sus caderas.

— La edad nos coge a todos — Se quejó entre risas y lamentos. Su impermeable amarillo, tres tallas más grandes a su figura, resaltaba en la calle intransitada, todos parecían haberse escapado de la lluvia, huyendo bajo techo. Él era el único pobre desgraciado muriendo de frío.

Retomó su apresurado paso, solo para tener la satisfacción de pasar menos tiempo en el agua, pese a que estaba sudoroso, empapado y tembloroso, posiblemente enfermería si no procuraba entrar en calor. El alivio fue mucho más grato al llegar a la casa en donde había dejado a Roy hace unas tres horas. El cálido interior del hogar de la familia Saenz olía a pastel, chocolate y palomitas, manjares que hicieron salivar a Aiden, quien esbozó una sonrisa a la esbelta mujer tras la puerta.

— ¿Hermano de Roy Zahner? — La matriarca Saenz se notaba cansada, y pese a ello, sonreía con mucha gracia, una contagiosa que aminoró la tensión en los hombros de Aiden.

— Sí, señora. ¿Cómo se portó mi pequeño demonio? — Bromeó. Quitándose el impermeable, procuró no fastidiar a la fémina, mojando su impecable alfombra de bonito mensaje: "Hoy va a ser un gran día, sonríe".

— Roy fue el alma de la fiesta, ruidoso, saltarín... amante a las golosinas — dijo en una risilla divertida, casi cómplice del tono jocoso del muchacho frente a ella.

— Sip, ese es mi Roy. Gracias por invitarlo, señora Saenz — Aiden se secó un par de gotas de la frente con el revés de su chaqueta, respirando con mayor pausa tras la corta charla con la mujer.

Roy, quien se relamía el chocolate de los labios, salió disparado hacia Aiden apenas notar su presencia, se colgó a su pierna, terminando de limpiarse en el pantalón de su hermano mayor.

— No soy una servilleta, jovencito — quejándose en un tono de reproche, acarició sus cabellos, enredando algunos mechones entre sus dedos — ¿Trajiste todo? —

— Yo solo te estoy dando calorcito de hermanos — refunfuñó en ese tono burla que hizo a Aiden jalarle de un cachete — Lo tengo todo, vayamos a casa. ¡Le llevo un regalo a Cheshire! —

— Despídete de la amable señora Saenz — le ordenó en un tono calmo, dándole empujoncitos en la espalda a su hermano.

— Gracias por invitarme, señora. La pase genial, su fiesta fue muy divertida — balanceó su mano de lado a lado, dando una apariencia dulce e inocente, propia de su joven edad.

Aiden acomodó las correas de su mochila y se acuclilló en el segundo escalón de la entrada, llamando a su hermano a subirse a su espalda. Entre malabares y ayuda de la mujer, el chico pudo acomodar el impermeable para cubrirlos a ambos del temporal. Con los brazos del menor alrededor de su cuello, le empujó con una mano para terminar de acoplarlo a su cuerpo.

— No vayas a soltarte, enreda tus piernas en mi cadera — extendió la sombrilla, esperando una mejor protección. Sostuvo uno de los muslos de su hermano con una mano, y en la otra tomaba el paraguas.

— Nos vemos ridículos — Roy murmuró cerca del oído de Aiden al acurrucarse contra él.

— Pero estamos protegidos — Argumentó el mayor de los Zahner, empezando con su viaje a casa, caminando a un paso mucho más tranquilo, principalmente por el miedo a resbalarse y lastimar al niño en su espalda — y me sirves de estufa. No me quejo —

— Deberías comprar un auto, si tuviese un auto no pasaríamos por está penosa situación — siguió refunfuñando, pellizcando el moflete de Aiden, tal como éste lo había hecho con él.

— ¿Auto?, no necesito un au... ¡Auch! — Lloriqueó removiéndose, esperando aliviar el dolor en su cachete — ¡Roy! — Por irse peleando con el infante, piso mal el caminito de cemento, deslizándose por la grama del jardín de la casa de los Saenz, callándose al perder el equilibrio.

Una mano sobre la suya, que sostenía el paraguas, tiró de él hacia adelante, ayudándole a mantenerse en pie, dejando solo el rastro del susto al casi caer vergonzosamente, sus latidos se recompusieron y su cabeza se elevó buscando el rostro del desconocido.

El verde de sus ojos resaltaba en medio de un campo opaco, ocupado por las espesas nubes grises cargadas de agua. La última exhalación le dolió, Aiden estuvo seguro en que su suspiro se escuchó mucho más alto del golpeteo del agua en la tierra.

A veces el destino actuaba de forma extraña y el gigantesco mundo, solía reducirse al tamaño de un bolsillo.

— Mira por dónde caminas, Tormento... —

— ¿Me estás acosando? — La pregunta salió de sus labios sin que pudiese siquiera pensarla.

Nathan sonrió ladinamente mientras arqueaba una ceja — ¿Así le agradeces a tu salvador? —

Su cuerpo bajo un paraguas negro, yacía recostado sobre su hombro, un poco caído hacia atrás, dejando que el enlace de sus manos se empapase al estar desprotegidos. Pese al agua, Aiden podía sentir el calor brotando de la punta de sus dedos, los callos de sus manos raspando su tersa piel y la firmeza del agarre tiñendo su dermis de rojo.

— ¡Es el chico del auto bonito! — Roy le señaló con el dedo índice dando un saltito en la espalda de su hermano, al que casi le revienta un tímpano con su chillido de alegría.

Nathan soltó la muñeca de Aiden, dirigiendo su atención al infante, ignorando a Erza a su espalda cubriéndose con su propia sombrilla, mirando en silencio y con suma curiosidad, parpadeando rápidamente, intercalando los segundos para dedicarles atención.

— No sabía que eran tan amigos, hasta conoces a su hermanito — Erza, con un tono dulce comentó sin malas intenciones, pareciendo disfrutar del momento.

—Tomamos café juntos. El gato de mi hermano está enamorado de él — Roy, incapaz de tener un filtro, habló con la mayor sinceridad, orgulloso de saber más que un chico mayor.

— Erza, ¿no tienes una mocosa a la que ir a traer? — Viéndole por encima del hombro, escondiendo el enojo de su entrometimiento en una línea seria en sus labios, Nathan echó a su mejor amigo y sus inoportunas dudas.

Shalford revisó la hora en su reloj de muñeca y asintió — Mi linda princesa debe estarme esperando. No tardaré — murmuró al alejarse sin girarse a ver a alguno de los presentes.

Aiden se rió, corto y bajo — Que pequeño es el mundo — empujó a su hermano para volver a acomodárselo en la espalda — Como sea, gracias por la ayuda, Nate —

Su segundo intento de ida fue mermado por la mano de Nathaniel tirando del borde de su sombrilla.

— ¿A dónde vas, Aiden? —

— ¿A casa? — Cuestionó confundido por la repentina pregunta.

— Los llevaré. Erza ya me obligó a venir por su hermana, mi placentera tarde de sueño ya se arruinó — invadió el espacio personal de Aiden, uniendo las dos sombrillas, tirando del impermeable para sacar a Roy de adentro.

— Tu amigo del auto bonito es agradable — El infante se sintió libre. Pisó un charco con entusiasmo, tomando sin dudar la sombrilla que Nathan le tendió.

— ¿Por qué nosotros tenemos que compartir paraguas? — Aiden se quejó al quitar su mano del agarradero cuando Nathaniel puso la suya encima, usando la excusa de arreglarse el impermeable para no sostenerlo.

— ¿Tú le vas a seguir el paso a la bola de azúcar? — señaló al eufórico niño, quien seguía sus deseos de embarrarse de lodo y mojarse por accidente al saltar entre charcos, en medio de carcajadas escandalosas.

— Como te seguía diciendo, gracias por llevar el paraguas — alzó el pulgar, siendo cuidadoso de guardar al menos unos centímetros de distancia — y gracias por el aventón — con sus dedos se acomodó un par de húmedos mechones que entorpecían su visión al caer por su frente.

Nathaniel le miró por encima del hombro, sonriendo con sus característicos aires de malicia y egocentrismo que estremeció a Aiden.

— No será gratis —

La sombrilla cayó más hacia el lado del bajito, en tanto éste se encogía apretando los puños y curvando los labios.

— ¡Regrésame mis palabras de agradecimiento, tacaño! — Chilló, preocupado por el calor en sus mejillas y retumbar ruidoso de sus latidos ante la cercanía de Nathaniel inclinado hacia él

— Chocolate caliente y una cama suave, debo trabajar en unas cuatro horas —

Aiden asintió. Empujó con su índice la barrita helada de metal del paraguas para hacerlo caer en dirección a Hicks, gimiendo del susto cuando una gélida gota en su cabello cayó sobre su nariz.

— Trato hecho —

— ¡Chicos! — Erza se acercó a ellos cargando en brazos a una pequeña castaña, quien se escondía en el espacio entre su hombro y su cuello — lamento la demora, Cindy estaba dormida, disculpen que no pueda saludarles — dijo, acariciando tiernamente la espalda de la pequeña.

— No te preocupes, el mío parece poseído por el demonio del azúcar — respondió, abochornado por su sonrojo y la mano de Nathan en su espalda baja, empujándole para que avanzara.

Erza, estudiando en un segundo la repartición de sombrillas, ladeó la cabeza — Siento que me perdí de algo —

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