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Capítulo 16

Aiden no era receptivo a las flores. Lindas, olorosas y delicadas, esa era su definición. Prefería los dulces, mientras más vistosos y cargados de azúcar, mejor.

Aunque no negaba cierto afán a los girasoles. Tener su casa bordeada de ellos sonaba encantador, exceptuando la parte en donde succionaban tantos nutrientes que acababan siendo más altos a él. ¿Se podía morir por aplastamiento de girasoles?

Aiden no iba a descubrirlo. Los sueños muchas veces suelen ser meras ilusiones, se necesita más que un alma soñadora para cumplirlos. Él no lo era, por ello aquella idea de tener un plantío en el jardín de su propia casa, se quedaría como lo que era: Una fantasía. Idealización de su futuro.

Probablemente vivirá en un pequeño piso barato, en donde apenas cabrían los muebles y él, porque su sueldo no daría un mejor sustento. No pasar frío era lo primordial. Tener una cama estaba sobrevalorado.

— ¿Qué tienes? Llevas callado unos... ¿Cinco minutos? — Nathan intentó acertar una respuesta cuya contestación solo era desconocida para él — ¿Olvidaste cómo hablar?, ¿tienes hambre?, ¿te comiste tu propia lengua? —

Aiden, con el insistente roce delicado de los pétalos sobre la punta de su nariz, con ese penetrante aroma dulzón en sus fosas nasales y el ardor de los celos... Empezó a odiar los tulipanes.

— Quiero mi jardín repleto de girasoles. Piénsalo, visualízalo — Le bajó el volumen a la radio — Son grandes, vistosos y especiales —

Nathan, mucho menos agobiado, suspiró — No. No te comprendo. Todo volvió a la normalidad —

Ojalá, pensó al dejar de apreciar su reflejo en el vidrio de la ventana del auto, ocupado en apaciguar la impotencia al apreciar la sombría casa de Rosemary. Sus padres tenían problemas con el color blanco, él siempre se mordió la lengua por la forma tan incolora de su hogar. Juzgar las viviendas de los demás no era su estilo, no podía dejar que Maximillian influyera en su personalidad.

Aiden casi prefería que fuesen algunos raritos con un irracional complejo de suciedad, así tendrían sus muebles empacados en plásticos, y él no tendría miedo de tocarlos. Siempre andaba de puntillas, temiendo provocar manchas. Quizá ellos lo habían contagiado a él con sus necesidades de estar impoluto.

— Si tú crees que yo soy raro, es porque no conoces a la familia Hawksley — tras quitarse el cinturón de seguridad, encorvó el cuerpo en dirección a los asientos traseros, sacando un conjunto de pantuflas nuevas — Dijiste qué harías todo. Bien, es tu momento de brillar —

— ¿No eres solo paranoico? — Inquirió tomando su propio par de calzado, un tanto desconcertado por el nerviosismo de Aiden.

Relamiéndose los labios, quiso apaciguar el tiritar de estos. Zahner jugó con un par de tulipanes, estrellándolos contra sí — Créeme, me falta paranoia — Recordar las alfombras cremas, y los sillones blancos perfectamente pulcros, como si hasta el polvo tuviste miedo de posarse, le provocó escalofríos y envidia.

— Ezra puede hacernos gorros de aluminio — Nathan resopló al salir del auto, casi abandonando a Aiden... pero lo necesitaba, por ello, a regañadientes le abrió la puerta, un tanto exasperado sus largos silencios y su ausencia — ¿Listo? —

Aiden asintió, dándole el pequeño arreglo de diez tulipanes de variados colores, creando un perfecto contraste con el apacible, nostálgico y melancólico atardecer oculto entre nubes grises.

— ¿Recuerdas todo? Eres mi novio, yo compré las flores, eres deportista con notas promedio — recitó contando con sus dedos, esperando darles una buena impresión.

— ¿Crees que voy a agradables cuando de cuatro características, tres son una mentira? — Aunque ansioso e impaciente por ver a Rosemary, Nathan estaba adecuado a los pasos de tortuga de Aiden.

— Los Hawksley son personas muy rectas, demasiado — dijo Aiden, sin despegar su mirada del suelo, preocupado por no pisar alguna línea — Juzgan demasiado rápido a los demás y son muy prejuiciosos. Por ejemplo: Si te ven un tatuaje, pensarán que eres drogadicto, matón, ladrón o los tres —

— ¿Qué? ¿Te regalaron esmalte de uñas y faldas en tu cumpleaños porque eres gay? — Cierto tono burlesco se camufló en la pregunta.

Aiden frunció los labios, recordando su intento de lindo gesto, convertido en uno de incomodidad — En realidad, sí. Sí lo hicieron —

Brisella y Leonel Hawksley eran demasiado íntegros, tanto que era un defecto.

Aiden no podría definirlos como buenas o malas personas. Simplemente eran complicados, sus años de experiencia le enseñaron a tratarlos con suma educación, con la misma delicadeza con la que cuida la porcelana — Tú solo se un Tulipán más y deja a los adultos charlar — Él era experto, sabía caminar en la cuerda floja.

— Tú solo estás disfrutando mangonearme. No sabía que se escondía tanto sadismo en un cuerpo tan pequeño — replicó, antes de morderse la lengua por el sonido de la puerta principal abriéndose.

Una considerablemente copia mayor de Rosemary les recibió con una pequeña sonrisa. Por mucha risa en sus labios, Nathan sentía el escrutinio de aquellos enigmáticos orbes irónicamente claros. Rose era el retrato joven de su madre, y Brisella era una fotografía del futuro aspecto que tendría la chica en sus años más adultos.

— Aiden, Cielo... Te estuvimos esperando — La amabilidad de su sonrisa no alcanzó sus ojos. Brisella tenía la pregunta en la punta de la lengua, conteniéndola con los dientes.

— Es mi novio — Aiden contestó, adelantándose a la voz de Brisella — Nathaniel Hicks, miembro del equipo de baloncesto de la escuela — palmeó su brazo, pretendiendo una risa torpe.

— ¿Novio?, ¿por qué no sabíamos de él? — Leonel emergió desde la cocina. Se secaba las manos con una toalla desechable e inspeccionaba la apariencia del jovenzuelo con mayor descaro — ¿No es un poco mayor para ti? —

— No. En realidad, yo soy mayor que Nate por un mes — respondió, dedicándole una mirada al susodicho.

— Buenas tardes, señores Hawksley, gracias por recibirnos — Quizá comprendía la paranoia de Aiden. Los padres de Rosemary no le agradaban, no por las miradas, el descontento y los intentos de reducirlo a un matón aprovechado de su víctima... No le agradaba el actuar del chico alrededor de ellos.

— Solo le dejaremos a Rosemary unas flores — dijo Aiden, sintiéndose un tonto por alargar tontas explicaciones.

— Queremos que descanse — Leonel le dedicó una mirada a su mujer, como si concordaran telepáticamente — Quizá puedan volver otro día. Nosotros nos encargamos de las flores —

Nathan quiso protestar, pero el jalón de Aiden en su chaqueta le hizo callar.

Aiden podía sentir algunas gotas de sudor deslizarse por sus sienes — Solo cinco minutos, lo prometo. Conozco las reglas, y mi linda mielecita es completamente homosexual — insistió, abrazándose al antebrazo de su crush.

Nathan no mintió sobre sus convicciones, decidió por su cuenta ser mucho más agresivo sobre la mentira. Sosteniendo el arreglo con un brazo, aferró firmemente la cintura de Aiden con la otra, tirando de él hacia arriba.

Nathan le besó. No, solo fue un roce cerca de la comisura de sus labios. Le obligó a mantenerse de puntillas, encontrando cierta fascinación por el temblor en cada uno de sus dedos sujetándole cual si fuese un salvavidas. Ahogándose en un efímero toque. Sus pomposas mejillas yacían prendidas en una intensa llamarada, mientras su mirada escapaba de la suya.

Aiden sabía a chicle de fresas. Demasiado empalagoso.

Leonel carraspeó, incómodo con la escena en medio de su sala de estar — Bien, solo cinco minutos respetando las reglas —

Ocultos en la segunda planta, perdiendo los ojos mirones de los Hawksley, Aiden se permitió derrumbarse, utilizando una pared como soporte, en tanto apretaba su pecho, temeroso de la potencia de sus latidos. Si se le salía el corazón, tenía la sospecha de poder morir.

— Muy buena tu actuación de novio, Nate. Un poco más y me arruinas mi primer beso — musitó, caminando con torpeza, gracias a la falta de aliento y el dolor de los nervios.

Encogiéndose de hombros, Nathan no parecía trastornado por casi besar a otro chico — Tenía que estar a la altura de tu mote meloso —

— Miel, eres tan sensible — rodó los ojos, recuperando la calma tras su pequeño ataque, recordando como dar pasos apropiados.

Nathan le había fundido las neuronas.

— Me lo dice el que hace nada caminaba como cervatillo recién nacido por un roce —

Aiden le fulminó con la mirada unos instantes, antes de llamar a la puerta, abriendo al recibir el permiso de Rose.

Las reglas eran sencillas: No cerrar la puerta, no ser ruidosos y no pasarse del tiempo.

Rose sostuvo su sonrisa exactamente tres segundos, hasta cruzarse con un intruso desentonando en su recámara. Sus labios cayeron en una línea recta llena de reproche.

— ¿Qué hace él aquí, Aiden? Mis padres jamás dejarían entrar a un chico a mi habitación — Vigiló las acciones del recién llegado, renuente a demostrar felicidad por el arreglo en sus manos.

— Bandera blanca, Rose — Aiden se desplomó en el suelo, junto a la cama, suspirando todo su cansancio. Su cuerpo tensionado se relajó — Nate no muerde, es un perrito domesticado — por amor, se acalló el pensamiento — Además, yo también soy un chico —

— Vaya modales con tus visitas — espetó Nathan, dejando el arreglo en la mesita de noche, junto a un grueso libro debajo de una lamparita — Y yo que me molesté en ser tan dulce como la miel y te traje un obsequio —

Aiden, se mordió los labios para apaciguar el temblor de estos. Abochornado, se sentó con la espalda erguida, enterrándose las uñas en las palmas de las manos.

— Yo no pedí ningún regalo. No lo necesito — molesta por el tono condescendiente de Nathan, Rose farfulló.

— Que lindo eres, te gustó el apodo. Ahora se un bonito Tulipán y siéntate — Aiden palmeó el lugar a su lado, siendo ignorado por Nathan, quien arrastró la silla del escritorio.

— Creí que era una miel, por ser dulce — dijo, fastidiando y avergonzado a Aiden a partes iguales.

Quizá no había sido buena idea ayudarle a colarse en la habitación de su mejor amiga, pero ya no podía retractarse.

Aiden carraspeó, raspándose la garganta, contrariado por caer en el juego de provocaciones de Nathaniel — Ignorarlo, Rose. Prometió portarse bien — dedicándole una furtiva mirada, no pudo evitar el temblor de sus labios, conteniendo una risa al ver al susodicho elevar sus manos, dándose por vencido — ¿Qué te dijeron en el hospital?, ¿es muy serio?, ¿podrás rendir los exámenes? — se elevó con cada pregunta, quedando arrodillado frente a la cama, con sus chillidos perdiéndose en el silencio.

— Es un esguince, sanaré en unos días — el positivismo de su voz se fue apagando según las sílabas — ¿Los exámenes? Los exámenes, estuve estudiando tanto... Tendré que reprogramarlos, mis padres no están en contra de ir a la escuela, pero — resopló cansada, dejando caer su cabeza abruptamente contra la cama, notando el aroma de los tulipanes muy cerca de ella.

— ¿Pero?, ¿pero?, ¿están ocupados para llevarte a la escuela?, ¿cuál es el pero?, ¿no podrás andar por los pasillos? ¡Yo puedo cuidarte! Incluso si tengo que llevarte en carretilla. Solo debemos arreglar como llevarte todos los días de casa al instituto — la determinación provocaba un brillo especial en el par de orbes marrones, mucho más luminosos que cualquier tarde de verano — Gané más resistencia por las clases de zumba y la golpiza de homofóbicos —

Dulcemente, Rosemary atrapó un cachete de Aiden entre sus dedos, tirando de él, como si pudiese bajarle a su hiperactividad — Gracias, Aiden... es solo que — sus palabras fueron silenciadas por la duda — No quiero causarte tantas preocupaciones. A veces debemos aceptarlo y rendirnos —

— Auch — lloriqueando, Aiden se alejó de golpe de la chica, sobándose su mejilla de forma efusiva — ¿Rendirse? Ni siquiera iniciamos, no puedes solo rendirte — se puso en pie, apoyando su mano sobre su barbilla, pensativo — Si es por transporte — sus ojos cayeron en el tercero en la habitación — ¡Nate puede llevarte! Él tiene auto, seguro no le molesta ayudar —

Nathaniel consciente de la mirada esperanzada sobre él, abrió los ojos tras su silenciosa presencia, hablando con sus orbes sin necesidad de abrir la boca. El recorrido fue muy corto, entre Aiden y Rosemary, notando en un instante la incomodidad de la chica con la idea, seguramente incapaz de romper la ilusión de su mejor amigo, ansioso por ayudarle.

— ¿Por qué estás tan seguro en que no me molesta? — Inquirió arqueando una ceja, manteniéndose quieto, sintiendo al chico empujar la silla giratoria en la que estaba sentado, quedando de espaldas a Rose.

— Mielecita, que divertido eres — mofándose entrecortadamente en risas evidentemente fingidas, Aiden apoyó una de sus manos en el hombro de Nathaniel — Rose, nos permites un minuto, por favor. ¿Sí? Gracias — se inclinó, acercando su boca al oído del contrario — ¡¿Qué demonios haces?!, es una oportunidad — reclamó entre dientes, intentando mantener su voz en susurros.

— Aiden, esto es muy tonto. No quiero un favor de Nathaniel, menos deberle uno — Rosemary finalmente volvió a perder la calma, mordiéndose en interior de la boca, aplacó las ganas de hacer una rabieta.

— ¿Oportunidad? — Nathan no tuvo la misma predisposición por secretearse con Aiden, por lo que su profunda voz se escucha claramente en toda la recamara.

— ¡Sí! — Aiden apresuradamente lo calló con su mano, ignorando la frívola mirada de Nathan sobre él — ¿No se supone que eres un retador? Aprovecha las oportunidades, en especial si estás te golpean en la cara —

La fémina empezaba a hartarse de esa actitud arrogante de Hicks, irritándose en demasía por la belleza de su regalo.

— Aiden, deja de rogarle — insistió, acallando el debate interior sobre lo que haría con los tulipanes.

Nathaniel, sujetando la muñeca del contrario, consciente de la diferencia en sus tamaños, tironeó suavemente su mano, alejándola un par de centímetros de su boca.

— Creí que no querías juntarme con Rosemary, por tu enamoramiento — Solo un idiota podría no percatarse de la falta de respiración de Aiden, cuando su aliento acarició su palma, elevando sus nervios. Una respuesta encantadoramente divertida.

Omitiendo la agitación de su cuerpo, agradeció la energía para hablar sin tartamudear — No se trata de mí. Rose tiene problemas y tú puedes ayudarla, con tu auto y tu fuerza bruta — lo mejor sería recomponerse, retomar la distancia y quitarse el calor de Nathaniel, restregándose las manos en el pantalón.

— Acepto —

Aiden no tuvo tiempo de ponerse feliz, Nathaniel le sujetó de la cintura y le echó hacia abajo, directo a su regazo. Tenso, contuvo la respiración, temeroso en que su propio aliento entorpeciera su sentido del tacto. Se escuchó tragar saliva, con su manzana de Adán cayendo dolorosamente. Confundido por la mano firme en su cadera, enterró sus dedos en el pecho de Nathaniel, sordo del intercambio de palabras entre Rosemary y él.

Un segundo después, Brisella Hawksley estaba apoyando su espalda contra el marco de la puerta. Supervisando al trío de jóvenes, vigilante de cualquier posible equivocación. Cuyas buenas intenciones se escondían en una sonrisa amable.

Nathaniel solo actuaba como un novio cariñoso delante de la mujer, siguiendo su ridícula mentira, Aiden se repetía la realidad, sin embargo, la verdad no alcanzaba sus mejillas, ni su corazón. El sonrojo y sus enloquecidos latidos eran una mezcla entre la vergüenza y la felicidad del amor.

— Escuchaste Hawksley, mi pequeña Tormenta y yo, cuidaremos de ti en el instituto — Nathan se levantó de la silla con su supuesto novio colgado a su cuerpo, ayudando al atontado chico a ponerse en pie por sus propias fuerzas al bajarlo con cuidado. Aplacando hasta el ruido de sus pensamientos, cuando Aiden tomó su mano — Vendremos mañana por ti —

Rose se mordió la lengua y con ello alguna protesta, no queriendo arruinar la fachada de Aiden frente a su progenitora.

— Te llamaré más tarde, Rose. Descansa — el tono de Zahner era mucho más desanimado, rozando la delicadeza de un murmullo. A tirones se llevó a Nathaniel, despidiéndose de Brisella en un corto intercambio de palabras, enojado por su necesidad de tener todo bajo control.

Su presencia en la habitación, no era más que un llamado de atención, sobre la falta de tiempo que les quedaba.

— No volveré a hacer nada estúpido, lo juro, Dios — Lamentándose dentro del auto, Aiden se permitió bajar a guarda y recostar su frente contra el vidrio — No voy a ayudarte a colar en la habitación de Rose de nuevo, nunca más... Tengo escalofríos — se abrazó, paralizándose cuando Nathan se cernió sobre él, tirando del cinturón de seguridad para ponérselo.

— ¿No fuiste tú el que dijo de aprovechar las oportunidades, Tormenta? — Le cuestionó, divertido con las respuestas sobreactuadas de Aiden sobre su cercanía — Puedes fingir ser mi novio, ¿no es una oportunidad? —

Frunciendo los labios, Aiden refunfuñó — Calla, estoy viviendo de mi arrepentimiento. Además, ¿qué es eso de Tormenta? —

— Un mote dulce de novios, eres como un tormento, digo Tormenta para mí —

— Ugh — Aiden se encogió por un nuevo escalofrío — Por favor, para... No quiero que mis malas decisiones de vida me persigan —

— Tus deseos, son órdenes, Tormenta —

— Insoportable, muy insoportable. Definitivamente no eres dulce, Miel — le subió a la música en la radio, tarareando a gritos la letra de la canción de Harry Styles, queriendo opacar las burlas de Nathaniel. 

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