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Capítulo 15

Los maullidos eran incesantes, incluso a través de sus audífonos, el llamado de Cheshire era incuestionablemente empalagoso. Pasaba su cabeza contra el torso de Nathan, quien le tenía bajo su brazo, brindándole una cómoda cama a su peludo cuerpo.

— Le gustas — Dalia, quien en silencio había estudiado los recovecos de la pulcra habitación de Aiden, detuvo su mirada del estante lleno de mangas y novelas ligeras, hacia el chico al otro lado de la mesa, Nathan ya no parecía tan atemorizante con un felino cariñoso en los brazos.

A ellas, el minino solo les había gruñido. Aiden incluso se llevó un arañazo por su intento de alejarlo de su muchacho predilecto.

— No sabía que te gustaran mucho los gatos — Sofía murmuró, queriendo sonar desinteresada, cuando sus orbes delataban la ilusión con la que apreciaba cada mueca en el rostro de Nathan. Una de las tantas jóvenes embobadas por su apariencia física.

— No me gustan — Nathan respondió con cierta indiferencia, porque poco esfuerzo hizo por dejar de prestar su atención al rechoncho gatito de negro pelaje — Éste es el único que me agrada, y va a agradarme —

¿Aiden?

Aiden ciertamente estaba escondiendo sus celos en el apretón de sus labios, custodiando entre sus dedos su celular, fingiendo no estar en la habitación, pues tercamente pretendía seguir con sus planes.

Espalda a espalda. Aiden usaba a Nathan como un recostadero, dejando caer su peso sobre él, provocándole ciertas cosquillas con el roce de sus desarreglados cabellos castaños al más alto, quien no se opuso a fungir de silla. Los músculos de Nathaniel eran aterradoramente rígidos, Aiden poco podía agradecer la comodidad, notando su exhaustivo entrenamiento diario reflejado en su cuerpo.

Su calor seguía derritiendo sus sentidos, calentaba su corazón, mucho más que la taza de chocolate a su lado. La fragancia de su piel, era sencillamente una exquisitez, su colonia podía percibirla con tanto anhelo, que las ganas por abandonar su serie y darse la vuelta a enredar sus brazos por encima del chico, hundiendo su nariz en su cuello, era devastadora. Aiden era el más atontado de la habitación, incluso que el propio felino objeto de las caricias de Nathan.

Iba a dormirse, sus párpados caían lentamente, y él solo podía luchar por no desfallecer. La tranquilidad de la lluvia golpeando sus ventanas, el ruido sereno bordeando su alrededor, las caricias accidentales de la cola de Cheshire contra su antebrazo, el sabor de las galletas de su padre combinado con el chocolate caliente y, la reconfortante presencia de la persona dueña de su amor platónico, arrastraba a Aiden a descansar.

Si tuviese que escribir el significado de paz, ese era el suyo. Quizá el único desperfecto de su tranquilidad, eran el par de chicas, intrusas en su calma, aunque al mismo tiempo, responsables de regalarle esa tarde.

— No te duermas, no planeo cargarte o despertarte —

— No me estoy durmiendo — Aiden replicó al bostezar y alzar los brazos en lo alto, escuchando el crujir de los huesos de su espalda — Solo descanso un poco los ojos —

El viaje al gimnasio era relativamente corto, unos minutos en el auto se convirtieron en horas, porque Aiden parecía viajar en una hoja movida por soplidos del viento. Quizá se debía a la pasividad de Nathan al conducir en medio de una llovizna, con el asfalto empapado por el llanto de las nubes. Casi acabó babeando el vidrio del copiloto, al caerse hacia el lado de la puerta, cuando la pereza acabó ganándole.

— Sigue descansado y te abandonaré aquí, no soy tu niñera — evidentemente Nathan no creía ni una sílaba dicha por Aiden, menos cuando su tono era tan somnoliento e insistía por arrancarse las pestañas con el movimiento errático de sus dedos en sus párpados.

La luz roja del semáforo apenas iluminaba el interior del vehículo, consiguiendo pintar las pocas gotas en el parabrisas, en la piel de ambos muchachos. Las calles estaban desoladas, como si las almas fuesen espantadas por la presencia de la eterna lluvia de la tarde, el invierno poco a poco avisaba de su llegada.

— ¿Puedo ir a verte? — Aiden cambió la conversación de una forma un poco tosca, admirando el perfil de su amor platónico, se contenía los suspiros, mortificándose por la poca piedad de sus pensamientos al hacerle girar a su alrededor — Digo, no quiero parecer un acosador, quizá lo sea, pero... —

— Solo ve — Interrumpió su torpe balbuceo, mirándole por el rabillo del ojo solo un instante antes de regresar su vista a la calle — No rompas nada, no molestes a nadie y no te metas en problemas —

Aguantando las ganas de refutar cada una de sus advertencias, Aiden se mordió el interior de la boca, acallando sus palabras para pensar un segundo — Está bien, papá. Seré un buen niño — escupió, entre enojado y contento. Un sin fin de contradicciones revoloteaban su interior. Aiden solo decidió ignorar, y prefirió sentir.

Con el motor del auto apagado, Aiden fue el primero en salir del auto, luego que el cinturón de seguridad se terminase de deslizar por su torso. Colgó su bolso en el hombro, de forma cruzada, dejando atrás a Nathan, casi escapando de él, temeroso de ser pillados juntos por ojos curiosos.

— ¿Podrías dejar de correr? — Nathan le cuestionó al verle a lejos a unos pasos de su automóvil, mientras él tranquilamente sacaba sus pertenencias de la cajuela — ¿Acaso te avergüenza que nos vean juntos? —

Apretando los labios, aferrado a la correa de su bolso, Aiden decidió detenerse, abochornado de ser el único preocupado de las habladurías de desconocidos — Solo pensé... Ya sabes — se revolvió los cabellos con una de sus manos, consiguiendo dejar su frente expuesta — que no quieres más rumores sobre ti de ser un fornicador de maricas —

En sus verdes ojos se perfiló un brillo, las ganas de tocar su rostro casi fueron devastadoras, en esos instantes, Aiden le parecía más pequeño de lo que era — ¿Acaso tienes miedo?, ¿crees que alguien va a atacarte de nuevo? —

— No tengo miedo, solo soy precavido — Aiden se quedó inerte, pegado al suelo, hasta que Nathan estaba frente a él, invadiendo su espacio personal — es diferente, si tuviese miedo no hubiese aceptado venir en tu auto — mantuvo la cabeza hacia arriba, negándose a dar la victoria, tercamente se enfrentó a esos orbes, manteniendo su fachada de serenidad.

Nathan esbozó una de sus risas a media, las únicas que conocía para burlarse de los demás, Aiden incluido — Tiemblas como chihuahua, tus labios te delatan —

— No suenas muy hetero mirando los labios de otro chico — Zahner contraatacó, queriendo esconder la verdad con el peso de sus palabras, negándose a admitir su equivocación.

— ¿De verdad?, ¿crees que entraré en pánico? ¿Qué pones en duda mis preferencias sexuales? Soy heterosexual, no ciego — su mano se deslizó por el brazo de Aiden, asentándose en su antebrazo, tirando de él para jalar al chico contra su voluntad.

Aiden tropezó contra sus pies, siguiendo con torpeza la errática rapidez de Nathan, si no cayó, fue porque se estrelló contra el cuerpo del otro. Le fue robado el aliento, su garganta se cerró, ahogándole. Su pobre cerebro apenas interpretaba las palabras, intentando no sucumbir a un vacío de ilusiones, por supuesto, fracasó.

El aire cálido del interior del gimnasio les golpeó apenas las puertas automáticas se abrieron por su presencia. Aiden fue arrastrado por Nathan hacia el interior, mientras éste seguía taciturno, manteniendo una larga conversación inconexa con sus pensamientos.

— No entiendo — murmuró finalmente — ¿Entonces, piensas que soy lindo? — se avergonzó de su propia pregunta — ¡Atractivo!, bien parecido, como quieras decirlo — con la lengua trabada y el calor en sus mejillas, desvió su atención al agarre de la mano de Nathan, desbordaba cierta delicadeza, pese a su firmeza al sostener su brazo.

Nathan se detuvo, mirándole por encima del hombro, de arriba hacia abajo, observó con escrutinio su figura en completo silencio — ¿Lindo? — negó al regresar su vista al frente, acabando de estudiarle — No, no lo eres. Objetivamente, eres bastante normal —

Aiden se mordió la lengua. No iba a negar la decepción, no cuando está se posaba en sus ojos, dándole el lamentable aspecto de la cristalización por culpa del llanto asomándose — Es un alivio, hubiese sido malo que me dijeses lindo, habría pensado en tener oportunidad y la comodidad de ahora se hubiera arruinado — alzó la mirada tras una profunda inhalación, decidido a olvidar del punzante dolor en su pecho.

El amor no correspondido era una mierda, no podía tener otro significado. Él se esforzó, se esmeró por darle otra definición, una mucho más engañosa, amigable, pero falló.

No estaba enojado con Nathan. No era su culpa, tampoco era suya, simplemente los sentimientos no entienden razones.

Despertó de su aturdimiento de negatividad cuando trastabilló con el escalón de la entrada al salón de zumba, deteniéndose de una lamentable caída por el brazo de Nathan, aferrándose a su campera, arrugando la tela entre sus dedos. Reponiéndose del estruendo en su corazón con lentitud.

— ¡Casi me caigo! — Aiden chilló, encontrándose de frente con el rostro de Nathan a escasos centímetros, porque éste se había inclinado gracias a su peso tirando de él hacia abajo — Vi pasar mi vida delante de mis ojos, la mayor parte del tiempo estaba echado viendo anime en mi habitación, no me arrepiento de nada, fue una buena vida —

— ¿De verdad?, si no me dices no me doy cuenta. No es como que no estás colgándote de mi brazo justo ahora — Ironizó al estabilizar al chico, soltándolo al estar seguro que no se caería.

— Quisiera disculparme, pero es tu culpa por jalarme como a un muñeco. No soy un niño pequeño, conozco el camino, no me voy a perder, papá — finalmente se despidió de la compañía del calor de Nathan, guardando sus propias manos en los bolsillos de su gigantesca sudadera.

— ¿Seguro? porque lo pareces. Aparentas ser un adicto desesperado para... —

— ¡No soy ningún adicto! — Aiden le interrumpió, dispuesto a refutar las malintencionadas ganas de Nathan por fastidiarlo, las palabras se atoraron en su garganta cuando la dulce mirada divertida de Bea recaía sobre ellos. Sus defensas se destruyeron y el rubor abarcó hasta sus orejas — ¡Ya vete a tu entrenamiento!, ¡Shu, shu, fuera de aquí! — Con sus manos en la espalda de Nathan, lo empujó lejos, consciente de su propia vergüenza.

— No soy un perro — Nathan se quejó sin ser movido al menos un centímetro de su lugar, desde su perspectiva, Aiden era bastante debilucho.

— ¡¡Solo vete!! — Gritó el castaño, en un tono agudo, tras derramar lo último de su calma.

Aiden se sentía mal. Ignorar a personas sin importancia no conllevaba un cargo de consciencia pesado. Ignorar a Rosemary con excusas tontas por su férreo intento de escudriñar su mente, cual acusado de un crimen al que quieren sacarle una confesión, pensar cada sílaba a decir, era devastadoramente cansado.

Ansiosamente se había atragantado una caja de chicles de distintos sabores frutales, mientras ocupaba su mente en las operaciones matemáticas, sumergido en el movimiento de su lápiz mecánico sobre las cuadriculadas hojas, hasta que la punta se quebró torciendo el cinco que estaba escribiendo.

Derrotado, se recostó con la mejilla sobre su cuaderno, ideando alguna satisfactoria respuesta a las inquietudes de Rosemary, quien desde la noche anterior le encerró contra una pared, buscando leer la verdad en sus ojos, por su afán de ser igual a Patrick Jane, al personaje principal de su serie favorita, "El mentalista".

Logró escapar dos veces de ella, una tercera podría ser la vencida.

Ser amigo de un chico problema, es justamente lo que Rosemary le había dicho no hacer, y era exacto lo que hizo, a medias, en realidad siquiera eran amigos. Conocidos en buenos términos lo definiría mejor.

La vibración constante de su celular le sacó de su adormecimiento, cuidadoso con las manos sobre la mesa de su pupitre, leyó los mensajes de Cherrie. Más allá de su impresión por la capacidad de la fémina para escribir cincuenta palabras por segundo, la noticia le dejó frío.

Salió del salón de clases, dejando sus útiles escolares alrededor de su escritorio, casi tropezando con su propia mochila al costado de su lugar, siendo su celular lo único en su mano. Aiden obviando los múltiples llamados de atención del señor Harrigan, quien le siguió fuera del salón, sin embargo, él ignoró todo lo que se interpusiera en su camino, echándose a correr por los pasillos, sin sentir nada más de los latidos de su corazón por el esfuerzo físico.

Rosemary había tenido un accidente durante su práctica de rutina.

El bullicio alrededor de la enfermería sonaba a palabras inconexas, flotando en el aire. Su mente solo se ocupaba de mantener su boca abierta, succionando el aire entre pequeñas, cortas y poco profundas bocanadas. Inconsciente de los pares de ojos recayendo en él por su inesperada y no autorizada llegada. Aiden solo podía mirar a Rosemary, su diminuta sonrisa fingida y su tobillo vendado.

— ¡¡Rose!! — Chilló al tirarse a la camilla, abrazándose a su cintura, enterrando su cabeza en su pecho, dándose el permiso de respirar al sentirla en sus brazos — Rose, ¿duele mucho?, ¿qué pasó?, ¿te llevaran al hospital? ¡Deben llevarte!, podría ser una ruptura — habló tan de prisa, sorprendentemente su lengua no se enredó entre las palabras — ¿Tus padres vendrán?, podemos llamar a los míos, no te preocupes —

Rose le acalló al acariciar sus cabellos, regalándole una risa mucho más sincera — Tranquilo, ellos vendrán, iré de urgencias al hospital. Te contaré como me fue al final de la tarde, ¿de acuerdo? — Sus erráticos latidos eran perceptibles por el abrazo, las gotas de sudor en la frente del castaño se pegaban a su húmeda camiseta, sin embargo, la preocupación de una persona cercana le hizo sentir mejor.

Aiden asintió mucho más calmado. Se quedó junto a ella el tiempo restante, ignorando sus responsabilidades, pues su cabeza solo podía contarle anécdotas tontas y banales con las cuales distraerla, hasta su partida con la llegada de sus progenitores.

Su desastroso día, terminó por volverse descolorido, cuando fue interceptado por Nathan durante el descanso. Aiden siquiera tuvo que escuchar su voz, sus intenciones se notaban en su expresión.

— Quieres visitar a Rosemary — dijo, apenas elevando la voz, avergonzado de su egoísmo. Nathaniel tenía sentimientos por ella, era natural su necesidad de estar con ella — Se agradable e intenta no hacerla enfadar, ¿de acuerdo? —

— Desgraciadamente, estoy a tu disposición. Haré todo lo que tú ordenes con tal de verla —

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