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Capítulo 10

Aiden yacía inusualmente silencioso. ¿La comida había mermado sus energías? Aletargado en el asiento del copiloto, evitaba el contacto visual con Nathan, las suaves tonadas de las melódicas canciones contando historias de amor en tonos delicados, le hicieron permanecer un tanto ausente, tarareando casi sin aliento, en murmullos perceptibles solo para él, mientras las gotas golpeaban el parabrisa.

Recordaba algún par de palabras de las letras, mientras seguía los recorridos de la brisa en el vidrio, batallaba con el frío, pese a la calefacción, temblaba ligeramente, manteniendo los brazos cruzados alrededor de su panza, enterraba a ratos sus dedos en la chaqueta, suplicando por calor.

Ideó una y mil frases para despedirse, sin embargo, sus párpados pesaban, el sueño invadía su sistema. Posiblemente su fiebre le hubiese atontado, su cuerpo ya no podía esforzarse más, simplemente necesitaba reposar. Intentó iniciar una nueva conversación, por su mala fortuna solo llegó a soñarlo, pues cayó rendido ante sus malestares, su cabeza ligeramente se deslizó hacia su derecha, al lado de la ventana.

Nathan no había apreciado el silencio, podría fácilmente dormirse al volante. Él también estaba agotado tras toda su ardua semana, entre las clases, el club, el entrenamiento y el trabajo, le faltaban horas al día. Simplemente quería dormir por mil años, enredado en cálidos edredones, donde descansar su cuerpo, olvidar sus problemas y simplemente no estar por un rato.

No quiso forzar una charla, principalmente porque no estaba seguro si Aiden terminaba de agradarle o desagradarle menos que los demás, de esa pregunta nació su capricho. Condujo con calma hacia el hogar del chico, tras dos veces de haberlo ido a dejar, reconocía el camino perfectamente sin necesidad de consultarlo. Se estacionó frente a la propiedad, sin apagar el automóvil, seguro que sería una corta despedida.

Aiden no salió del auto, no se movió o intentó siquiera decir un "adiós". Posó su mano sobre su hombro, zarandeándolo sin mucha fuerza, consciente de la reciente paliza que el chico había recibido. Moverle provocó que sus lentes cayeran a su regazo, su expresión era de calma, su cabello se había desarreglado, tomando diferentes direcciones, algunas hacia arriba.

— Aiden, ¿qué tienes?, ¿5 años? Despierta — Le habló en tono firme, un poco fastidiado por las molestias que el chico provocaba — Aiden — arrancándole con cuidado la mascarilla del rostro, pudo sentir el contacto directo entre sus pieles, la punta de sus dedos ardió, como si hubiese tocado algunas brasas.

Aiden apenas se quejó, sujetando débilmente su muñeca con su mano, Nathan corroboró lo obvio, su acompañante de la noche tenía fiebre. Suspiró pesadamente, paseando sus dedos entre sus cabellos, se llevó un par de mechones hacia atrás. No tenía muchas ganas de tratar con padres curiosos, preguntones o groseros, interrogándole por andar con su hijo.

— ¿Cuántos problemas vas a darme? — Cuestionó al chico dormido en el asiento de su auto, arrastrándole a su vida.

Bajó del auto, ignorando la llovizna, esperando no lidiar con progenitores enfadados por arruinar sus horas de sueño, pues la vivienda yacía en penumbras, el exterior pobremente era iluminado por un farol en la calle, cuya tenue luz, era enigmática al iluminar un par de enredaderas abrazadas al propio poste.

Tocó el timbre tres veces y esperó, para suerte o desgracia, nadie salió a recibirlo.

Nathaniel no era definido por ser el más amable, sin embargo, no se consideraba del todo un desalmado para abandonar a un chico enfermo frente a la puerta de la casa en medio del temporal. Un tanto a regañadientes por culpa de las circunstancias, mientras observaba a Aiden descansar incómodamente en el asiento, no tuvo más opción que llevárselo consigo.

Su primera acción del día, fue rebuscar en sus alrededores su celular, con toda la pereza pesando en sus párpados, el sueño se diluía lentamente. Aiden se enfadó al no encontrarlo, golpeando el colchón y las almohadas con mayor empeño, entre su cansancio olió un aroma distinto a sus sábanas, confundiéndose porque sus padres no le dijeron del nuevo cambio en el suavizante.

No le quedó más remedio que abrir los ojos para buscar por medio de otro de sus sentidos, el foco principal de sus adicciones. Aiden se obligó a restregarse con furor los párpados, porque estaba seguro de seguir dormido. Aquella no era su habitación. En pánico, volvió a esconderse bajo la colcha, intentando recordar las últimas horas.

— ¿Secuestrador? Solo quiero decir que soy pobre, no tengo ni un centavo — murmuró, sacando la cabeza de su escondite, admiró con mayor detenimiento la recámara, apretando su pecho, intentando calmar sus nervios.

Principalmente de tonos grises, la luz apenas se colaba por las persianas blancas, casi oscuro, un perfecto cómplice para dormir por horas sin ser consciente del paso del tiempo. Torpemente salió de la cama, admirando sus pies escondidos en sus calcetines, impidiendo el roce directo con la afelpada alfombra de tono gris que cubría todo el suelo. Se tranquilizó al comprobar sus pantalones y camiseta en su lugar, su chaqueta y sudadera descansaban en los apoyabrazos de un pequeño sillón en una esquina, junto a un estante con pinturas organizadas por colores.

Fatigado, con el golpe del terror sacándole las fuerzas, se deslizó hacia el suelo tras dar un par de pasos, sentándose con las piernas en forma de W frente a un atril, en el que se admiraba una obra.

— ¿Nate? — Elevó la voz, rebuscando a una persona que evidentemente no estaba en la habitación. Un viejo reloj de gigantes números rojos le indicaban las seis y media de la mañana — ¿Nate? — Insistió.

Las paredes yacían recubiertas entre posters de deportes y arte, una combinación divertida a los ojos de Aiden, quien regresó su atención a la pintura en medio de la recámara. Las cinceladas eran torpes, a los pies del atril descansaba un libro abierto de par en par con algunos consejos para principiantes, las hojas desprendían el mismo aroma de la pintura.

Nathan era considerablemente ordenado, igual que él. Aiden no dudó en recorrer cada centímetro del cuadro. Un inmenso campo de flores, donde apenas se vislumbraba una línea del cielo. El mundo era cubierto por la primavera, con sus vivos colores. Solo se enaltecía la belleza en cada flor en medio del campo. Aiden, atraído por el esfuerzo de cada pincelada, quiso acariciar los pétalos, quizá sus caricias fuesen igual de suaves a como lo imaginaba.

Se sintió sano, cálido, sin los temores de su nariz escurriendo mucosa por culpa del resfriado gracias al frío. Probablemente no le asustaría estar en medio de ese campo, siendo rozado por las flores al mecerse por la acción del viento al tocarlas.

La puerta finalmente se abrió, tras ella apreció Nathan, con un pantalón de pijama y una camiseta. Compartieron miradas unos segundos, antes que Aiden rompiese el contacto.

— Buenos días, Nate. No sé qué hago aquí, pero gracias por no abandonarme, seguramente te di muchos problemas — se levantó del suelo, apenado por haber jalado la cobija hacia el suelo. Tras recogerla y doblarla, acomodó la cama con rigurosidad por respeto y educación.

— Más de los que esperaría por una salida sin sexo — respondió al recostarse sobre la puerta, admirando al chico desenvolverse en su cuarto — ¿Si tenías fiebre por qué no solo cancelaste? —

— Bueno, era una oportunidad de una vez en la vida — palmeó las almohadas, esperando regresarles su esponjosidad — gracias a ello obtuve una recompensa, casi muero al despertar en un lugar desconocido... Valió la pena, descubrí que pintas —

— Algún día tu estupidez va a matarte — le indicó que le siguiera al señalar con la cabeza el pasillo — Acepté una invitación a cenar, no hacer de niñera —

— Lo siento, ¿quién iba a pensar que me iba a desmayar por fiebre? — Intentó reírse, callándose de inmediato por ser fulminado con la mirada — pensaré en una forma de recompensarte, los dos podemos ganar — quiso aliviar el ambiente, aunque pronto la felicidad de estar en la casa de su crush, se convirtió en pánico — por cierto, ¿alguien me llamó? —

— Sí —

— ¡¿Sí?! — Chilló, aferrándose a su propia camisa, inventado excusas por haberse ausentado en toda la noche. Jamás cometió una ofensa como aquella — ¡Pero dame más información! — Se fue contra él al caminar más rápido, ignorando la alfombra levemente levantada, estrellándose contra su espalda, zarandeando al más alto — ¿Quién fue?, ¿respondiste?, ¿no respondiste?, ¿me ayudarías a fingir que me secuestraron y me falta un riñón?, ¿sabes sacar y traficar riñones? —

— ¿Podrías dejar de gritar? Estoy a tu lado — se quejó, el peso del chico tras él ni siquiera era una molestia, ni cuando bajó los escalones para llegar al primer piso — Solo fue un niño, preguntó por ti, le dije que estabas descansado por estar enfermo y colgó tras agradecerme por cuidarte —

— ¡Mi bebé Roy se preocupó por mí! — Lloriqueó más animado, rodeando con mayor vehemencia la cintura de Nathan con sus manos, tambaleándose en cada escalón. Irguiéndose al percibir el aroma a caliente comida recién hecha, un gustoso olor a café le hizo caminar por su cuenta a la cocina, se sujetó la panza con los brazos, notando su hambre tras calmarse — ¿Tus padres hicieron el desayuno? —

Buscó con la mirada la presencia de adultos, no tardó en entrar en pánico al notar la soledad.

— ¿Hiciste el desayuno? — Se viró hacia él, completamente anonadado por el nuevo descubrimiento — Imposible, ¿sabes cocinar? Yo soy un asco cocinando, ¿no te lo había dicho? — siguió al chico que le ignoraba mientras se servía huevos revueltos, pan tostado y tocino.

— Come y calla. No te vayas a ahogar en mi cocina — Nathan jamás había visto a alguien con los orbes tan brillantes y una sonrisa bobalicona por un plato de comida.

Aiden, de puntillas, empezó a abrir los anaqueles, buscando las tazas para servir el apetecible café embriagando sus sentidos.

— ¿No crees que eres muy confianzudo? — Inquirió Nathan, de espaldas a él, solo escuchaba el sonido de las bisagras, los pasos y los quejidos — Es tu primera vez, y te comportas... —

— ¡¡Bingo!! — Aiden interrumpió lo que para él era un cuchicheo — Nate, no soy confianzudo — sacó dos simples tazas, la platería de la familia Hicks era aburrida y blanca, muy blanca — Soy un fantasma, solo piénsalo, en teoría yo no estoy aquí, estoy en mi cama durmiendo, no necesito modales —

— Los fantasmas tampoco necesitan comer, y aquí estás, invadiendo mi cocina y sirviendo café — ironizó al encogerse de hombros.

No tardaron en acomodar la mesa entre los dos. Los platos descansaban sobre el mantel, a toda la comida se le escapa el calor. Sentados, lado a lado, Aiden era el más hiperactivo al mecer los pies, mientras se gastaba el azucarero en el café.

— Creo que hay un poco de café en tu azúcar — Murmuró, no por ser quisquilloso al ofrecer alimento, simplemente le ponía nervioso el crimen contra la humanidad que Aiden había cometido al endulzar su bebida.

— Y yo creo que te falta azu... ¡¿Y el azúcar?! — Chilló al ver a Nathan tomar un trago sin haberle echado al menos una cucharada — ¿Cómo puedes beberlo tan amargo? —

— El café debe beberse amargo, no quiero lloros —

Con una expresión de asco, tomó la taza por los bordes, soplando la superficie, renegando — Tú lloraste primero. Tienes el corazón igual de amargo que tu café —

— ¿Dijiste algo? — Cuestionó pese a haber escuchado.

— Gracias por la comida, eres un alma muy dulce. Ojalá Diosito te bendiga con una buena esposa, amén — Unió sus manos emulando hacer una petición, con los ojos cerrados y la cabeza inclinada, siendo tentado a lanzarse a su plato por el aroma que desprendía.

— ¿Eres religioso? —

— Mi abuela, ella es muy católica, siempre reza por nosotros, así que a veces lo hago — explicó al untar la mantequilla en el pan tostado, sintiendo su saliva volverse más líquida ante la expectación del primer bocado — En casa no somos muy religiosos, simplemente respetamos las creencias de la abuela —

Su mordida fue interrumpida por la mano de Nathan sobre su frente, impidiéndole enterrar los dientes en el pan. Su vergüenza subió a sus mejillas, su labio inferior se llenó de mantequilla y su propia temperatura se elevó, sus nervios acallando su voz, se notaban incluso en el errático movimiento de sus dedos apretando su comida.

— Nate, ¿qué haces? —

— Compruebo si ya no tienes fiebre y es moralmente aceptable abandonarte — respondió al quitar su mano, ignorando el obvio sonrojo del chico, parecía en mejores condiciones.

— Ya no tengo fiebre, pero estoy por comer, sigue sin ser moralmente aceptable abandonarme — mordió con brusquedad la tostada, quebrándola por la mitad, haciendo que un pedazo cayese y manchara el mantel — ¡¡Mi pan!! — Lo levantó cuidadosamente al sostener sus extremos con sus dedos — ¡Mi mantequilla! —

— Creo que olvidas a la verdadera víctima, el mantel. Mantel que acabas de manchar — suspiró, ocupándose en su propio desayuno, antes que los desastres causados por Aiden.

— Oh, sí... el mantel — dijo, desganado sin dejar de ver el pedazo roto, echándole más mantequilla para reponer lo perdido — No te preocupes, lo lavaré y te lo devolveré como nuevo —

Nathan no recordaba un desayuno tan ruidoso, con Erza las comidas solían ser muy pacíficas, en especial porque su mejor amigo era respetuoso con su hogar, y no parecía sumergido en su propio egoísta mundo.

— ¿Tus padres van a tardar en bajar?, ¿cómo me presento?, ¿soy tu sucio secretito? porque eso suena muy gay — se encogió de hombros, recargando mucho peso en las patas traseras de la silla de madera — Solo es una observación. No es que hiciésemos al... Espera, ¿tú dónde dormiste? —

Quizá escuchar la capacidad de Aiden de hablar a mil palabras por segundo, las preguntas tontas o la forma tan descuidada en la que se expresaba, no le provocó algún deje de melancolía al pensar en el pasado — Mi madre se fue al trabajo hace un rato, no bajará nadie más —

— Me hubiese gustado saludarla, después de todo invadí su casa y manche su mantel — replicó, sin cambiar su tono o su semblante, simplemente volvió a luchar por comer su pan antes de darle ruidosos sorbos a su dulce café

Aiden no preguntó. Nathan tampoco tenía ganas de responder. Ninguno mencionó la ausencia del padre del chico. 

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