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Capítulo 1

Dos alarmas en intervalos de cinco minutos. El mismo grito del cantante desconocido desgarrándose la garganta en un ataque de desenfreno al entonar con ganas el título de su canción: "Die motherfucker, die", Aiden no era fanático del heavy metal, pero le servía muchísimo a la hora de decidir una canción con la cual despertar todas las mañanas de los días que terminaban en "s".

Un par de volteretas para deshacerse de los edredones en los que se enredaba como un burrito y la rutina de alistarse comenzaba, hasta acabar con los audífonos ensordeciendo sus oídos, mientras descansaba en uno de los asientos traseros del transporte público, atragantándose con una barrita de cereal, como un postre de su desayuno.

Despeinado y medio dormido, bajaba en la misma parada de autobús de todos los días. Se quejaba de los aires fríos que llegaban por el otoño, y jugaba en su soledad, a caminar en la acera sin pisar las líneas, no había perdedor o ganador, solo diversión. Ignoraba a las personas a su alrededor, cada una de ellas ocupadas en sus propios menesteres, como para brindarle una sonrisa de saludo, a excepción de Margaret, la dulce anciana que cuidaba de su propia florería, ella siempre desprendía dulzura al darle los buenos días desde el otro lado de la calle.

En su casillero recargaba su mochila con los libros de las materias de la mañana, asegurándose de mantener su espacio limpio, pues tenía una reputación como el autoproclamado "dealer" que según él era.

Un conocido peso siempre caía sobre su espalda, haciéndole resbalar hacia adelante, llenándole del aroma a Chanel en la espalda, y dándole picazón en el cuello por el golpe de cada riso golpeando su piel.

— ¿Qué tal la infernal mañana del lunes, Rose? — Aiden siempre le saludaba con ese tono de alegría contagiosa, uno que fácilmente podría cambiar los ánimos, porque él era aterradoramente optimista, al menos la mayor parte del tiempo — ¿Hiciste la tarea de matemáticas? Odio la tarea de matemática y sus interminables ejercicios. Ayer me dolía el culo por estar sentado veinte horas rompiéndome la cabeza. ¿No es un crimen hacer que alguien se quede haciendo tareas un domingo? —

La muchacha solo se echó a reír, acostumbrada al despliegue de palabrerías de su mejor amigo, al quien nunca parecía acabarse tema de conversación y ello muchas veces, solía marear a los demás. Le soltó de su agarré, permitiendo al chico encararla.

Rosemary era una chica hermosa, Aiden no dudaba en que fuese alguna descendiente de una diosa de la belleza. Ella desprendía elegancia, como si hubiese nacida para codearse con la realiza, una princesa a la cual adular por su atractivo físico, su espíritu aventurero, la amabilidad de su alma y la sensación de ser inalcanzable al toque de la servidumbre.

Aiden estaba enamorado de Rose, porque ella le enseñó el valor de la amistad.

— Sí, sí acabé... y avance con el proyecto de español, proyecto que imagino ni te acuerdas de su existencia — su voz era delicada, prácticamente angelical, una sonata mística y clara. Rosemary era algunos centímetros más alta que Aiden, quien siempre le insistió en intentar entrar al mundo del modelaje, pues la altura la tenía para triunfar en un mundo tan caótico como aquel.

Aiden arrugó su expresión en una mueca de desagrado, un escalofrío le hizo abrazarse a sí mismo, olvidando su mochila a los costados de sus pies — Los libros de la profesora siempre son aburridos, me lleva dos horas leer dos líneas y siempre hacen que quiera saltar por la ventana. ¡Renuncio! prefiero morir. Leeré algún resumen, rezaré un Padre nuestro y que sea lo que Dios quiera — se encogió de hombros, no necesitaba cuestionar el cómo su mejor amiga tenía tiempo para ser ridículamente aplicada — Te traje un regalo —

— ¿Va a matarme? — Rose amaba a su amigo, pero no por ello se arrojaría a un precipicio para seguirlo.

Aiden sonrió pretendiendo demostrar inocencia — Seguramente deba comprarle un par de flores a la señora Margaret para tu funeral — se agachó tomando desde su mochila una bolsita llena de galletas de chispas de chocolate, una obra hecha en su propia cocina, cuidadosamente horneada por sus manos — Es broma, está vez estoy completamente seguro de haberlo conseguido —

— Sí claro, igual a la última vez — ironizó, agarrando el empaque casi por obligación. Rose mintió, en realidad sí saltaría al precipicio, y lo hizo desde que mordió la primera galleta, relamiendo con su lengua las migajas en sus labios.

— ¿Y bien?, ¿increíbles?, ¿las mejores galletas de tu vida? Lo sabía, no esperaba menos de mis habilidades cinco estrellas — cerró su casillero con una sonrisilla de orgullo, ignorando el silencio de su mejor y única amiga.

— Confundiste el azúcar con la sal, es como darle un mordisco al mar — regresó la galleta mordida a la bolsa, devolviéndole su pequeño desastre a su dueño — por favor, renuncia a tu sueño de ser el "dealer definitivo de dulces", te vas a quedar sin negocio si vendes tus postres caseros —

Aiden golpeó su casillero con su frente, apoyó con fuerza su cabeza, suspirando derrotado — Paliza por la falta de talento pastelero, vaya mal chiste de la vida, esto va a salir en Pornhub: Chico enclenque dominado por el papi llamado arte culinario, al menos seré famoso y me darán premios por mis películas — murmuró en su escena de lamentos.

August, el padre de Aiden, era todo un cocinero, el mejor de su trabajo. Desgraciadamente, Aiden creía que la vida era igual a las matemáticas, sumó dos más dos creyendo saber la respuesta... El problema es que a las matemáticas le agregaron letras.

Sus reniegos ayudaron a sacarle una risa a la chica, cuya gracia seguía envuelta en esa aura de delicadeza, pues los sonidos provenientes de su boca eran suaves y efímeros. Entre negaciones de cabeza, consiguió limpiarse una lagrimilla atrapada en sus largas pestañas.

— Mejor vamos a clases de una vez —

Rosemary era la definición de ensueño. Amada por muchos, envidiada por otros. Favorecida por el destino, parecía que todo le salía perfectamente bien, solo por ser ella. Aiden sabía sobre la gran mentira propagada entre los murmullos de los estudiantes. Rose se esforzaba, nadie le regalaba sus triunfos más que su propio sudor, lágrimas y corazón.

Aiden, del su bolsillo de su sudadera sacó dos paletas con forma de corazón, le quitó la envoltura a uno y le regaló el otro a Rose antes de despedirse de ella, porque no compartían la misma clase, la chica tomaba lecciones avanzadas de física, en la que era considerablemente buena, igual que en todas las materias.

— Un dulce para endulzarte la vida, así no matas con la mirada a nadie, ¿princesa del invierano o verinvierno? — Bromeó, a sabiendas del disgusto de la pelirroja por el molesto apodo con el que se referían a ella.

— Sigue de graciosillo y no te ayudaré con el ensayo de historia — le amenazó, zarandeando en el aire el bombón.

— Tú serías incapaz de dejar tirado a tu pobre e inocente amigo del alma, tu persona favorita y único amor, en medio de una crisis. ¡Me quedaría calvo y moriría del estrés!, así no enamoraré a ningún sugar daddy — empezó a explicar, pasando el dulce a un lado de su boca, deformando su mejilla — No podré mantenerte y protagonizar juntos una serie macabra en donde esperamos la muerte del daddy para robarnos todo su dinero y escapar a las Bahamas —

— A veces tu imaginación me asusta, lo juro — pasó sus dedos por el flequillo del chico, echando hacia atrás sus castaños mechones — Creo que deberías conseguir más amigos —

— Aun así me quieres. Culpa al tiempo por habernos juntado hace mil años — Aiden no creía necesitar más amigos, Rose era suficiente.

Aiden era promedio. No era especialmente el más listo de la clase, ni el más atlético o atractivo, sin embargo, era fácilmente reconocible entre sus compañeros por vender dulces en medio de las clases. Un respetable negocio ilegal de tráfico que empezó por necesidad, pues el dinero no crece en la copa de los árboles, o él hubiese abandonado la escuela y sería agricultor.

Callado durante las clases, su atención siempre estaba en sus clientes antes de la pizarra. Se enorgullecía de conocer el nombre de todas las personas con las que compartía materias, en el mundo de las ventas la información era importante, la piedra angular de sus ingresos.

Sentado en los asientos de atrás, más por temas laborales, estaba durmiéndose por el peso de desvelarse haciendo trabajos escolares. Mascaba un chicle con sabor a frutillas, con la esperanza de espantar los bostezos que llevaba soltando desde el inicio de la hora.

Morir de aburrimiento no sería muy genial de su parte, si pensaba tener una buena anécdota para contar en el más allá. Estuvo por enterrarse la punta de su bolígrafo, si la señorita Elwen seguía explicando su clase con su tono monótono, sin muchos ánimos de estar con ellos, sin embargo, la campana le salvó, haciéndole arrojar sus útiles en su mochila de forma desenfrenada.

Su intento de ser más rápido solo entorpeció su huida. Sus lápices de colores volaron en diferentes direcciones, obligándole a hincarse de rodillas, recuperando cada pluma entre murmullos de queja, hasta que el último le fue devuelto por un tercero.

Hoy, sus ojos tenían mayores tintes verdes, en el que el color avellana rasgaba por relucir con mayor luz, su tono siempre era enigmático por los ligeros cambios. Aiden podía reflejarse en ellos, y se miraba completamente desarreglado.

Nathaniel. Él era la versión de Rosemary, pero con pene. No en nivel de personalidad o méritos, pero sí en ser inalcanzables. Si Rose era la fantasía de los chicos, Nathan era el de las chicas.

— ¿Qué se le ofrece al As del equipo de básquet? — Preguntó al recuperar su pluma dorada de las manos del otro. Ahora era una reliquia familiar, nunca iba a gastarlo. Hizo una pompa de chicle, escondiendo su impaciencia — Tengo para todos los gustos, a módicos precios —

Si usaba las matemáticas, donde uno más uno es dos, Nathan solo se acercaría a él por el mismo motivo que los demás.

El ceño fruncido por la confusión no fue una señal que las matemáticas tuviesen razón, de nuevo.

— Zhaner, vengo a hablar contigo, no a comprar —

Nathaniel no solo era idealizado por las féminas, también era el de Aiden. Tenía todas las cualidades físicas llamativas para alterar sus hormonas, porque ante sus ojos era atractivo, ridículamente hermoso, al menos por fuera. Aiden se reservaba los comentarios sobre su aterradora, molesta y horrible personalidad. Quizá solo era un enamoramiento superficial de adolescente, tampoco le quitaba el sueño por las noches.

— Ugh, si no quieres comprar entonces no tengo motivos para hablar contigo — Aiden podría tener su momento de fan de closet, gritando internamente y autoproclamado aquel día como uno de sus mejores, pero no era idiota, lo castigarían si llegaba tarde a su siguiente clase — El tiempo es dinero, y yo no tengo ni lo uno, ni lo otro. ¡Chao, buena suerte en tu siguiente jue... —

Por tercera vez truncaron sus ilusiones de escapar.

— Rosemary, quiero hablar de ella —

— ¿Rose? Ella está bien, muchas gracias. Ya comió — se encogió de hombros, desviando el tema tanto como pudiese. Aiden sabía esa historia de memoria, siempre eran las mismas palabras con un ligero cambio de personajes — sigue una estricta dieta, duerme ocho horas, hace ejercicios con regularidad, práctica yoga y natación, tiene una vida muy saludable, no te preocupes —

Nathan sabía los rumores alrededor del particular guardián de la chica, cuya definición recaía en: Raro. Aiden era alguien extraño, al que era difícil acercarse a conversar por sus respuestas sin sentido.

Nathan entendió que uno de los más grandes defectos de Aiden, era hacerle perder la paciencia. Su semblante risueño estaba desconcentrándole, dio un largo suspiro, debía controlarse y sonar lo menos grosero posible.

— Quiero salir con ella — dijo, aclarando su mente de cualquier deseo maligno de arruinar su oportunidad.

Aiden asintió en lentos movimientos de cabeza — ¿Bueno?, ¿buena suerte? — Alzó ambos pulgares, sin poder evitar una mueca de una sonrisa incómoda en los labios — ¿Quieres que te dé una bendición?, cobro por bendiciones según las palabras que deba gastar, y si necesitas agua bendita es más caro —

Nathan prefirió obviar el sinsentido del otro, aunque más sentía charlar con una pared o un robot de chistes malos preprogramado. — Necesito tu ayuda — Él lo había intentado y había salido desastroso, tanto que sus ganas de tener una relación solo aumentaron — Ayudarme a salir con ella puede beneficiarte —

Aiden quizá era tonto la mayor parte del tiempo, pero no era masoquista, al menos que él supiera.

— No, no te voy a ayudar. ¡A mí me gustas tú! —

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