🎻 Capítulo 5 | Cuerda Floja
VINCENT
¿Cuál es el momento exacto para solucionar el pasado? Por fortuna ese día llegó, aunque no con las palabras correctas.
Era fácil dar con el culpable: Yo. Lo arruiné. ¿Era complicado explicar el dibujo sin tanto drama? ¿Era necesario acabar por hacernos daño?
¡Pobres rosas, de vergüenza serán todas rojas!
Despejado ha quedado el cariño que Meindert le profesa. Tan claro. ¿Quién es el afortunado al que le comparte esa ternura? ¿Un hombre muy apuesto como para dedicarle una pieza de violoncello?
Por supuesto que no, Vincent.
Un libro contra el suelo hubiera más que desquitado mi cólera, pero no. Era prestado, de la biblioteca, de Mandrú, de papá... ¡Por todos los rayos! ¿Entonces, qué? ¿Un puño a la pared? Mucho menos, si pareciera inofensivo. Mandrú una vez por semana revisaba cada habitación y pronto escucharía su sermón de hora y media sobre el costo del tapiz, de mi conducta, etc... bla, bla, bla... Más dramático que tragedia griega.
Tocan la puerta. Consulto la hora.
El desayuno esperaba y apresuro a buscar otra jeringa en la maleta. La dosis era obligatoria, lo tenía entendido desde la primera vez, pero nada extraordinario con eso. El escalofrío y las palpitaciones eran igual de persistentes y molestas que los moretones en el brazo, pronunciados y dolorosos. Si no fuera por el traje, acabaría internado en un hospital por mis hermanos. En eso debía ser cauteloso.
Hace años que las pastillas ya no eran suficientes.
Por tercera vez en la semana, Meindert no se presentó, por motivo de un malestar estomacal; costumbre o excusa de por si en él. ¿O, ahora, sí era por causa de gastritis, gases, nervios.. etc? ¡Bha! Ese hermano nuestro no soportaba nada. A lo mejor por ser rabioso se lo conseguía.
Algunos pensaban el motivo con profundidad. Margarito apuntó al estrés. ¿Y qué o quién lo ocasionaba? ¡De ninguna forma ese sería yo! Un poco, aunque no mucho. Ni siquiera lo era en absoluto.
¡Calla, Vincent! No es preciso culpar a un hombre sin rostro y menos frente a M...
—¿Qué vamos hacer con él? —Se dirigió Mandrú con cierto fastidio.
Y Theo, siendo tan Theo, lo toma sereno. Hace una pausa para acabar su café y, luego, contestar la pregunta con una simple respuesta.
—¿Té y nada más? ¡Pero es lo que has hecho todos los días!
—Por supuesto, pero té verde, manzanilla, laurel, canela... Ahora será regaliz.
—¿Rega, rega, rega, qué? ¡Una reprienda es lo que merece! —sugiere cruzado de brazos mientras Theo marcha a la cocina.
Cuando se pierde de vista, ruego, para mis adentros, que me fuera concedido ser una mosca para acompañarlo, pues la mirada que temíamos estaba presente. Era posible que nos diera la reprienda de Meindert, pero, en un segundo, la dejó de lado. Se mostró contento por abstenerme de la bebida durante medio año. ¿Eso era digno?
La noticia era una carga menos, en verdad lo necesitaba para acabar con tanta culpa, pero no la enseñé entusiasmado como los demás. No aunque yo fuera la causa especial de los aplausos.
—Y no por eso voy a dejar de observarte... ¿Lo llevo por ti? —Se volvió a Theo.
—No.
—Siempre te empeñas por hacerme quedar mal.
—¿Vincent, tienes un momento?
No.
Pero este ya había puesto el plato y la taza a lado mío antes de una negación.
El comedor iba quedando vacío. Uno por otro se retiraban a sus asuntos sin molestarse del pobre té. ¿Desde cuándo el mundo se volvió insensible? Aún despedía vapor, eso era bueno. Mantener la calma evitaría la alteración... si pudiera para no derramar el preciado remedio.
¿Qué tiene Theo en contra de este desafortunado de mí?
¿Dónde están todos?
Nuestra enemistad acabaría por quitarnos la máscara y reputación, si es que todavía había de la segunda. Theo era el mejor confidente, como ningún otro, pero cerraba la boca cuando lo tenía de frente. Prefería morir antes. Margarito era su responsabilidad y mis problemas solo niñerías. Nada era tan fácil como llevar ese té y creer que no moriría en el intento.
Llamo a la puerta. No contestó. Era de esperar porque se trataba del menos estimado y no de el hombre sin rostro con un ramo de flores. ¿Qué tiene de extraordinario que se enoje conmigo por su culpa? ¡Aquel debería estar en mi lugar! ¡Maldito seas!
Giro la manija. Todavía no pasaba de la puerta cuando el sudor empezó a escurrirse por mi cara. Pienso en el pañuelo. Dejo la charola en el buró. Ya hecho, respiro hondo y puedo concentrarme. Mirar alrededor. Dormía. ¿Qué la ansiedad valió la pena? No ¿Y si lo despertaba?
¡Alto, Vincent!
Moría por molestarlo. Reír sin parar al ver su cara enfadada. Con echarme a patadas olvidaría las dolencias... pero no. En nada se parecía a aquel niño chimuelo y despeinado. Nunca mintió de su salud para salirse con la suya. Para no jugar conmigo.
Aún guardaba en el bolsillo las semillas de ese día. Me percaté al sacar el pañuelo. El recuerdo de las rosas se fue encima... ¡Me comporté como un idiota! Y no cansaría de agredirme. Cómo si de un desconocido tratase lo critiqué, admito, pero tampoco iba a quedarme de brazos cruzados. El sentimiento por el hombre que decía querer o amar me era vago. ¿Amor a primera vista? ¡Absurdo! El bar no es un sitio serio donde se busca el amor, a menos de una aventura.
¿Entonces, qué haría con el dibujo? Pertenecía al motivo de nuestras diferencias y sufrimiento. ¡Merecía ser consumido al fuego! ¿Pero, y el tipo? ¿Quién era? Seguro caminaba tan tranquilo por la calle, con aires de seductor, sin siquiera molestarse en recordar a sus conquistas.
¡Meindert ingenuo!
Me despido en un susurro. Vuelvo a regar las macetas, cosa que mejor sabía hacer, pues daba señales de despertar y no sería adecuado que fuera yo lo primero que viera. Esperar por su gesto de enfado ya aburría. Ni una nota de violoncello lograría calmar su mal genio.
Solo dormido me recordaba al Meindert que perdí. Un rato bastó para hacer colapsar nuestra amistad. ¡Infeliz de mí!
¿Y el violoncello?
La carga de conciencia aumentó.
Disfrutaba de las pequeñas cosas, como dedicar unos minutos al cuidado del jardín o dar ánimo a mis hermanos en sus obligaciones. Ese instrumento ya pertenecía a mi vida más que de un pasatiempo ordinario. En consecuencia, lo descuidé y todo por una persona como... Sobra decir el nombre.
Lo llevé con entusiasmo al jardín, no sin antes dejarle pulido. Lo arranqué del armario, su cárcel y, por única vez, preferí ignorar la sombra del naranjo y di oportunidad al cerezo. Al menos, ese no me recordaba a su dueño. A continuación, lo acomodo en mi regazo y de preferencia elijo tocar alguna sonata de Vivaldi. Fuera solo un pedazo para devolverme bienestar.
Al momento de cerrar los ojos y crear un escenario imaginario, que fuera como la de una inmensa llanura, las cuerdas emitieron un ritmo indeseado. Hago una pausa para limpiar el arco, quizás era motivo de suciedad, no obstante, resultó vano. Volvía al principio. El chirrido no cesaba. Me daba a entender que era por causa del descuido. Estaba cobrando el precio de mis consecuencias.
Quebrar el arco a la mitad no solucionaría tal magnitud.
Necesitaba cambiar las cuerdas cuanto antes.
Recuperar mi vida.
¿Tan difícil es?
Nada es tan triste como perder la voz del alma.
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