📘 Capítulo 4 | No es Cuestión de Rosas
MEINDERT
¿Mañana? ¡Nunca!
Carecía de razón.
Su descaro había sido demasiado que el propio acercamiento. ¡Yo solo quería el fruto de ese árbol! ¿Qué era más importante que unas tontas rosas?
Tenía rato se haberse ido. Lo seguí de reojo. Luego, me saqué del bolsillo otro cigarro. Lo necesitaba para calmar los nervios o el mal sabor de boca... pero rechacé la idea por muy útil que era. Mejor era aceptar que requería acostarme, descansar del asunto, las pastillas, de él...
A lo mejor era hora de cambiar la receta.
No me presenté a la mesa. No era culpa de Vincent, por lo menos esta vez, sino por un dolor de abdomen que iba y venía sin avisar. Era intenso, pero no había nada como un analgésico para arreglarlo. Theo ordenó mi descanso. En medio de esto, hubo pelea en la hermandad por quién sería el velador de mi salud. Les prometí que no era grave, que había pasado. En verdad ya no dolía y una leve molestia solo había dejado. Nada de emergencia.
Rogaron que tratara de cenar aunque fuera una cucharada. Accedí al instante. Las tripas se comían entre ellas y era posible que devorasen la sopa o lo que fuese que estuviera hecho. A mi suerte, Salomón y Theo mostraron otra, de pollo con verdura, que juraron ser ellos los que la prepararon. La cocinera no se encontraba en casa y eso levantó mi ánimo enseguida. No es que ella fuera una molestia, sino que su ausencia permitía a Theo salir de compras. Lo que trajera en la bolsa era una maravilla que no ocurría a menudo.
Dejé el plato sobre el buró. Estaba saciado, sorprendido por haber acabado sin lidiar con las náuseas. La hinchazón del abdomen era lo de menos, pero no el sueño que trataba de conciliar. Era inútil el esfuerzo por cerrar los ojos. Era otra vez ese cosquilleo. Ese vacío en el estómago. Darme de topes contra la pared hubiera sido adecuado, pero evité no caer por muy desesperado que fuera.
Fui a la cocina por un vaso de agua y apresuré a tragar un somnífero. Era medianoche y la idea de fumar apareció tentadora. Si lo hacía podría contar las estrellas y recuperar sueño... pero renuncié a tales imaginaciones y volví a la cama. Quizás, dibujar garabatos (cuando niño) era una buena opción. Necesitaba papel del cajón, empero, el brazo se quedó corto. Ni siquiera llegué a tocar la manija. Todo indicaba ser efecto del medicamento.
🍂🍁🍁🍁🍂
El ruido de los zapatos por el pasillo en compañía de murmullos y risas que bajaban como subían de volumen, me despertaron. Eché una vista rápida al reloj de pared. ¡Eran seis de la mañana! Todavía era oscuro, frío, pesado... Resultaba innecesario seguir la alarma a pesar de los regaños de Mandrú y papá. Siempre lograba responderles ante esa injusticia, pero era cosa que los ponía sordos. Si no fuera porque debía ayudar con el desayuno, otro descanso no estaría de menos.
A medio andar otro calambre paralizó mi pierna, aunque eso no detuvo el trayecto hacia el comedor. Ahí, las miradas se fueron sobre mí como sus preguntas. Decían que me observaban más pálido y ojeroso... pero sin ofender. No le presté importancia, en verdad estaba bien, ¿qué más le iba hacer? ¿Broncearme?
¡Jamás!
Y no, no me había ofendido.
Vincent no estaba presente. Había ido por un pendiente con Mandrú. ¿Pero, cuál? Daba lo mismo. Mientras no molestara con el tema de las rosas, mejor si era lejos.
Theo nos animó a salir al jardín y lo hicimos. La mitad prefirió jugar algún deporte y la otra se quedó a lo que solía hacer mejor; tocar un instrumento, pintar o dormir. El deporte no era mi plato fuerte, pero mucho menos quería dormir. A lo mejor necesitaba estar junto al árbol para recuperar la emoción de dibujar. No me daba la gana y necesitaba con urgencia deshacerme del bloqueo.
Rayones y círculos invadían la mayoría de las hojas, una decepción para alguien como yo que disfrutaba de retratar rostros y paisajes. Tanta hoja desperdiciada me consumía en ansiedad, tirarlas a la basura me daría tranquilidad, pero, cuando estuve a punto, di por perdido un dibujo. No quise entrar en pánico, pero significaba demasiado. Tal vez lo había mojado en algún pantalón, quemado, o qué se yo... Tenía varias formas de desechar, pero ninguna me ponía más alarmado como la idea de que alguien lo hallara bajo sus zapatos. Posiblemente lo revisaría a detalle dando a reconocer al autor de ese boceto. No había duda que acabaría por descifrar la verdad y sería señalado por su dedo.
Acusado.
Irremediable, busqué por todos los rincones tanto de mi habitación como de la casa. Removí cuando me fue posible del clóset, así como debajo de la cama. Nada. Para colmo la basura ya había desaparecido.
¿Por qué ahora?
Caí de rodillas con intención de llorar, no sin antes despedir por los aires el cuaderno. Esta fue a dar contra el reloj. El vidrio salpicó y muy tarde me enteré del error. Con mano temblorosa me dispuse a recoger los pedazos. En el intento, tocaron la puerta.
—¿Todo bien?
Se trataba de Mandrú.
¿Qué más falta?
No tuvo el descaro de entrar como otras veces por lo que me facilité una mentira piadosa. Estuvo convencido cuando le respondí que había tropezado con el buró. En cuanto se alejó, seguí con la tarea. Por desgracia, el reloj ya no marcaba la hora. Lo lamenté pues se trataba de una pertenencia de papá, sin embargo, no compartía el mismo significado con él. No había nada más valioso que mi reloj de bolsillo... y ese dibujo.
Lo devolví a su lugar.
Más tranquilo, continué hacia mi sitio junto al árbol. El jardín se hallaba desocupado. Era de esperar que el deporte no era lo nuestro pero teníamos la intención de practicarlo de vez en cuando. Además, Patrick necesitaba un empujón. Un ejemplo a seguir aunque solo se nos permitiera correr a círculos por el jardín... Un problema que el pobre olvidaba cuando comía.
Otro caído.
—¡Meindert, espera!
¡Tú, otra vez!
Estaba dispuesto a huir, pero ya bastante tenía del día. Era justo ahorrarme la fatiga.
—¿No desperdicio tu tiempo?
—No, creo que no.
Preguntó si lo había visto venir de hace rato. Ni siquiera me habría importado si se hubiera asomado por casualidad a mi cuarto. No me daba la gana imaginarlo.
—¿Recuerdas lo de esa vez?
—¿Qué vez hablas? —pregunto confuso y aterrorizado. ¿No estaría hablando de... esa espantosa noche?
—Las rosas.
—¿Qué con eso?
—Lo prometiste.
—No que yo recuerde.
—Esta bien, si así lo quieres —agacha la mirada para luego darse media vuelta. En un arrebato lo jalo de la manga.
—Me parece una buena idea.
—¿Desde cuando eres extraño?
—¿Vamos o no? —Lo condujo hasta la maceta. Ahí, remueve la tierra con los dedos sin decirme siquiera una palabra.
—Es una maceta bonita -afirma, al fin—. Me compadezco.
—Lo sé, es una lástima.
Se saca un puño de semillas del pantalón de las cuales me hizo entrega. Dudé si era correcto, ya que había fallado, pero me convenció de volver al intento. Con los ojos cerrados, las eché a la suerte.
—¿Y cómo te sientes? —pregunta una vez que finalicé.
—¿Mejor?
Suelta una risa divertida. Me sentí ofendido.
—¿Qué pasa? ¿Es que no te das cuenta de lo bien que lo has hecho? ¡Solo es cuestión de tiempo!
—Quisiera que lo fuera... Es momento de irme.
—Aún no es hora de comer.
—Tengo que... dibujar.
—¿Y es necesario que te vayas? ¡Hace un día magnífico! Me haré a un lado, si eso prefieres.
—No, no es eso, es...
—¿Puedo adivinar?
—He perdido algo de valor.
—¡Pues te ayudo! Dos son mejor que uno... ¿Y de qué trata? Solo para darme la idea.
—¡Un dibujo! Pero es mejor que te hagas de lado. No quisiera aburrirte.
—¿Quizás, de un paisaje o...?
—En verdad, gracias, pero no sigas. Lo harás peor.
—¿Pero en qué te afecta para que te comportes de esa manera? Estoy siendo amable.
—¿De qué manera?
—Pues, indiferente, distante... frío.
—No es vital que te metas en todo —confieso—. A veces es chocante.
—Quiero ayudarte.
—No lo hagas.
—¿Y qué esconde precisamente? ¿Una pareja sentada al césped con un montón de rosas? —insinuó justo cuando le daba la espalda
—¡Cuida tus palabras, Vincent! Será mejor que no me encuentres.
—Me iré cuando lo entienda y, sobre esa noche, para aclarar, yo estaba...
—¡No, no por favor! —supliqué.
—¡Ebrio! Solo eso, ni siquiera consciente, a diferencia de ti que muestras con descaro ser un... un... ¿Es posible que tengas sentimientos indebidos?
—¡Homosexual! ¿Eso quieres decir? ¿Y qué te hace imaginar que lo soy?
—Solo un estúpido podría dibujarse a sí mismo de la mano con otro tipo.
—¡Lo acepto! —lo jalé de la solapa—. Soy yo el que aparece ahí, pero ese hombre sin rostro... ¿En verdad te importa?
—¡Por si las dudas!
—Lo conocí la última vez que fui al bar... y si, sí admito que me gustó. Desde entonces, no lo he vuelto a ver, quizás porque no era el amor que la vida me había mostrado y es por eso que no tiene un rostro... Espero que no te atrevas a enseñarlo o lo lamentarás.
—¿Así de orgulloso eres?
—Por un instante confíe que serías el único en entenderlo, pero da igual como lo tomes —lo solté—. No te molestes en devolverlo.
—Como mejor te plazca... Ahora, estoy convencido de la persona que eres.
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