🎻 Capítulo 37 | El Caos que Somos
VINCENT
La descompensación me ha tenido friolento y perezoso.
Magno decidió mudarse conmigo para estar al pendiente de tales recaídas. Ha cedido su confianza, por el bien de dos. Mis días postrado en cama, ya no viví su asfixia habitual. Procuraba ir al trabajo y al mismo evitar la ausencia. Solo tenía que llamar al teléfono, y esta vez no para dejarme colgado.
Un matrimonio que ocupaba la suite frente a la nuestra, se ofreció a auxiliarme en caso de otro desmayo. Papá no estaba conforme, necesitaba contratar una enfermera y un chófer para trasladarme... pero cedió de buena voluntad.
Con más razón puedo ir a distraerme a la calle, más tranquilo, para olvidar el embrollo que conlleva la enfermedad física. No hace bien quedarse entre paredes. No hace bien pensar que en cualquier esquina podría terminar inconsciente... No, no ha sido teatro ni chantaje, sino la pura verdad. La depresión es una enfermedad silenciosa con la que se debe ser cuidadoso.
¿Cómo creí darme por vencido?
De niño empecé creciendo en un ambiente hostil. Volví a nacer cuando ocupé el lugar número 17 en el círculo. Fallece Marjolein y hasta la fecha ocupo su puesto, 16. Mandrú ocupa el que fue mío y el último es Margarito. Un total de 18 integrantes.
No puedo creer que estuve a punto de pagar gratitud con sangre... Todo debe ser devuelvo como te lo han dado. Theo debe estar más que pagado con verme respirar todos los días... Si hubiera descansado bajo tierra, se iba a preguntar que habría hecho mal conmigo. Si no fue suficiente el apoyo que me brindó.
El bastón resbala de mi puño. Un extraño detiene su marcha para recogerlo. Suponía que era cualquier hombre, todos, menos mi autoritario hermano, Mandrú, regresando de compras. Aunque seguiría su camino sin cruzar media palabra... supongo.
—Rara vez coincidimos.
—Concuerdo.
—Deja que te acompañe por el momento... No, no pienses lo peor, papá no ha planeado esta casualidad.
¿Es bueno viniendo de tu boca?
—Te advierto que no gusto de las atenciones.
—De eso no tengo duda.
—Empezamos por buen término.
La banca donde Meindert me invitó aquel helado... Que tiempo cuando pensaba escapar, sin embargo, sus palabras tocaron fondo a mi razonamiento testarudo... Mejor no hubiera hecho caso. Ahora dolería menos.
¿Dónde quedó tu promesa de sacrificar la libertad?
—Aunque suene increíble, he soñado contigo a menudo... En casa no se acostumbra la falta que hacen.
—Siendo tan devoto al silencio, la tranquilidad, es absurdo que no mantuviera equilibrio en las cosas, y por imprudente cometí la desdicha de apartar a Meindert de su lado... Hace unas semanas que estuve atravesando un sendero equivocado, de poner fin a mi vida.
—Pocos son los afortunados en volver.
—Desde este punto reconozco lo descabellado que fue estar al borde del vacío; perder sensibilidad en las emociones y sonido en el ambiente, excepto las palpitaciones del corazón... Solo permanecía en odio, y el odio ciega, asi como el amor.
—Considera lo valiente que fuiste en el proceso.
—... Papá vino preciso a salvarme, no recuerdo más, pues acabé perdiendo la conciencia, solo conservo la sensación de sus brazos atados a mi cintura... Ya estaba tendido en la cama cuando volví en sí. Nada que me enorgullezca.
—Conozco que no soy modelo a seguir, pero necesito estar pendiente y no voy a esperar a un sueño para enterarme... Stanley espera siempre con los brazos extendidos.
—Pues temo su pronta desilusión.
—¿Desilusión?
En su palma deposito el anillo.
A cualquier negación, procuro mantenerlo cerrado en un puño.
Le genera confusión.
—Por favor, considera lo que acabo de decir.
—Sé que no le negarás la petición a este enfermo.
—Afirmo, pero... ¿Sí comprendes que esto será difícil para ellos?
—Lo que no te mata te hace más fuerte, perseverante, resiliente... Jamás les prometí volver a casa.
—Cara es la que te falta para enfrentarlos y hablar con la verdad. ¿Si eras tan feliz como presumes, porque decidiste volver? ¡Habla de una vez, cínico!
Me tuvo asido de los hombros hasta que terminó la línea. La culpa, supongo, lo obligó a soltarme. No fue su intención apretar con fuerza. Yo en su lugar haría lo mismo. Buscaría respuestas a cualquier precio... pero también saber cuando darme por vencido.
Las casualidades son inoportunas. Menos mal que el cuatro de junio vuelo a Suiza. Acepto que sigo en Canadá por temporada. Desde el principio estuvo decidido, solo que el plazo estiré de más, no excedí tal fuerza, y acabó por romperse.
Mi despedida triunfal será a través de una carta. La última desilusión más grande que recuerden de Vincent. Me avergüenza dejarlos comiendo ansias, pero tampoco alimento mentiras... Meindert tampoco se despidió como es debido, así que está de menos que haga lo mismo.
En un callejón presencio otra pelea.
Más bien un robo o una discusión de borrachos. El que parece víctima trata de defenderse. No puedo seguir siendo héroe sin rescatar mi vida propia, aunque me pese la conciencia. Yo no tengo poderes ni soy policía, solo un visitante que requiere cuidados. A Meindert le debo tal recordatorio.
Una extraña atención me obliga a atestiguar aquella batalla. El hombre poseía buenos reflejos, pero sus golpes no surten gran efecto... Eran bastante torpes. Cansados. Sin energía. Por orgullo muestro la navaja. Huyen sin posibilidad. Intimidar causa placer. Lo bueno es que no he tenido el infortunio de ensuciar mis manos.
Quedé satisfecho, con el pecho hinchado, no obstante, si hubiera seguido sin mirar atrás, habría sido noqueado por el tipo que acababa de salvar el pellejo. Le detengo con el bastón. En el mundo existen personas con los mismos rasgos, pero en Vancouver, solo un Meindert, aunque es irreconocible despeinado y con la camisa fuera de lugar.
Ebrio. Se le notaba en la mirada y los ojos. En el andar. Era muy probable que volviera al único lugar dónde pertenece. ¿Y qué hacía en la calle, y encima borracho? ¿Hace cuánto estaba devuelta? La hermandad ya tenía mucha desilusión. Les entregué el anillo y por supuesto que no iba a ser igual con Meindert.
Lo condujo al hotel.
Luce triste. Se queda absorto, mirando el cuadro que me obsequió Josh. Era un campo, típico en Suiza, un atardecer rojizo, pleno verano, lago cristalino... Pensaba Josh que extrañaba ese lugar, lo cuál la mitad es cierta. La mitad faltante es...
Lo quería consolar, decirle cuánto lo sentía por destruir su rutina... En verdad está ebrio, aturdido como para escuchar... Lo sacudo un poco, lo llamo por su nombre... Quizás estaba siendo duro, quizás pasaba por un mal rato... Para entonces su silencio era despiadado para mí.
Tan cerca para responder y no se atreve a decir palabra alguna... Música clásica suena en la radio, pero no puedo desistir, mantener la tempestad... Pero esto no es nada comparado con mis días a base de calmantes e ideas desordenadas.
Yo también he pasado por momentos difíciles.
Sé que cuando vuelva a abrir los ojos no estará.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro