🎻 Capítulo 35 | ¿A Dónde Pertenezco?
VINCENT
Camelia demostró ser buena confidente, a una semana de conocernos. No voy a mentir su sorpresa al escuchar mi apellido, y no por aprovecharse de la ocasión, sino porque era importante entre la sociedad.
Camelia sabía mucho las mentiras que se publicaban en la prensa, cómo que Magno Marco de la Crin era reservado en el tema familiar... Debido a que nunca mostraba acto de presencia, se rumoraba que había fallecido... Ya que no se le conocían hijos, la herencia quedaría a merced del representante...
Todo un mar de teorías locas.
Moría por decirle la verdad, que tenía dos herederos, que cubría su nombre para pasar desapercibido... pero ya era demasiado con el mío. No debí decírselo a la ligera, darle un arma para luego disparar en mi contra... Solo me quedó esperar un error de las dos personas escogidas.
Un error que costó muy alto.
Randall estaba de ocioso, peor cómo de costumbre. Lo golpeaban por acosar a las mujeres. Yo arriesgué el pellejo al defenderlo y al llevarlo a su departamento. Era su consuelo y por otro tenía miedo de que descubriera la prótesis. Los ojos de mis hermanos no se comparan a los demás.
De nuevo el miedo de lástima.
En esa rutina, Randall se atrevió a robarme un beso. Decía la frase de "Se vale probar de todo..." Estuve a punto de vomitar. Era un cínico porque en sus labios pasaba toda una multitud. A causa de esto me nació un grano en la lengua. Si antes no comía, ahora menos. En los siguientes días ya no me hablaba de frente, sino a espaldas.
Todo lo que le confié terminó en lío. Ya todos sabían mi condición y apellido... Fue doloroso porque lo creí de Camelia... Aquí comienzo a pedirle mesero, no lo habitual, sino la botella. Gustaba de la confusión, amanecer sin recordar nada de la noche anterior ni zozobra de la siguiente.
Caminar entre nubes.
La música desaparecía, los chismes, las miradas de reojo... Si no fuera suficiente, amanecía desvalijado. Sin cartera y zapatos. Sin el anillo que me recordaba mi unión a la hermandad. Volvía a ser el mismo problema, desastre... basura. Necesitaba huir a Suiza. Respirar su aire. Recuperar la confianza con papá. Por lo menos no tenía un mal historial.
Estaba convencido: la hermandad no me hizo bien y viceversa.
Me arrepentí de pensar en ellos al último momento, pues las cosas transcurrían normales. Margarito no hubiera sufrido la herida de bala y Meindert escapado. Fui estúpido al cambiar mi suerte por sentimentalismo...
¿Por qué no morí en las escaleras? ¿Para qué vivir con la marca, el recordatorio de ese accidente?
—Este lugar no es para ti, cariño.
—A ninguno pertenezco.
—Te equivocas, porque tu mirada está ausente y tus ojos siguen buscando al ladrón de su brillo, esa persona querida por ti... Y no, no lo vas a encontrar en el fondo de esta botella.
Por un momento pensé que iba a sacar el tarot sobre la mesa, pero seguía viéndome con curiosidad. Desenterrando en mi alma. La mano me pesaba como una roca, la culpa misma, era imposible traer la botella a mis labios agrietados... o en realidad era una bruja.
—Y voy a repetirlo de nuevo: este lugar no es para ti. Tu forma de ser no se compara con el ambiente, la lujuria, el ocio... Eres un muchacho de buen pecho para una rutina sosa.
—¿Tiene otra cosa por hacer?
—En esta vida solo se tiene una.
—¿Y qué sucedería si viviese varios años, si no hubiesen los años pasado por usted?
—¡Imposible, querido!
—Siento decirle tonterías...
—Aunque es interesante, porque sigue siendo una y la experiencia es lo que te hace cambiar, la vejez o la enfermedad te hace perdonar, darte cuenta...
—Estoy enfermo y nada de lo que dices es cierto.
—Entonces, no esperes hasta la muerte para arrepentirte de lo que hubieras hecho.
—Mi único error fue volver a casa.
—Error es quedarte de brazos cruzados... ¿Saben todos sobre tu enfermedad?
—Menos uno.
—¡Qué esperas a decírselo!
—El problema es que no quiero que por mí deje al hombre con quién decidió estar.
—Es hora de confesar ese secreto guardado con recelo.
—Ya quisiera su edad para comprender mis errores.
—Y yo juventud para arreglarlos a tiempo.
Más tarde decidí subir a la terraza del hotel. Contemplar la vista panorámica. Estar a centímetros del borde. Volví al mismo punto, cuando estaba desilusionado de Giuseppe, de sus perversas intenciones... Sentí amarlo en serio, o solo porque supo borrar el recuerdo de Meindert.
Ahora era todo confuso.
—¡Vincent!
La adrenalina corrió en mi cuerpo, parecía bajar de una montaña rusa... Estaba a metros de saborear el vacío, sino fuera porque me tenía sujeto a sus brazos, como un cinturón. Quería mantenerme aún en la realidad. Theo, tan optimista. Tenaz en momentos difíciles. Insistente y apegado al sentimiento de proteger.
¿Quién fuera él?
—No, no te voy a soltar.
Parecía increíble que imaginara a Magno, fuera yo testigo de su calidez paterna... No, no era Theo desde un principio, sino al hombre que decepcioné. ¿Por qué salvar al hijo con sentimiento anormal? Estaba al borde de desechar los problemas de una vez.
No tuve tiempo de llorar, de hablar... quedé inconsciente en su regazo, colapsado de tantas emociones complicadas... Estuve en un sueño continuo a causa de los calmantes. Sentía que me acariciaban el pelo. Me hablaban cosas bonitas, de superación. Me llamaban hijo.
Dos meses pasé en aquel estado.
¿A dónde pertenezco?
Me tiene sin cuidado, porque los que me conocen como a ninguno son mis hermanos... ¿Qué necedad? Si hubiera reflexionado un poco, no habría necesidad de haber contado estos acontecimientos.
Sucesos después de dar a conocer mi nombre.
Vincent de la Crin.
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