🎻 Capítulo 3 | Que el Tiempo Vuelva
VINCENT
Lo sé, soy un sinvergüenza.
No debí contestar de esa manera, pero es que las cosas salen sin voluntad. Juro que, si no fuera por la benevolencia de mis hermanos, ya le hubiera dado un mal golpe a Mandrú. ¿Por qué cada vez se esforzaba en ser irritable? La causa de esto era mi comportamiento, no lo dudo, sin embargo, no era la gran cosa ni un defecto. Tampoco era de otro mundo. Ya bastante tenía lidiando con una jaqueca constante.
El sol entraba con más fuerza que lo anterior. El dolor había pasado. Faltaba casi media hora para el desayuno y era obligación estar pulcro. Me negaba hacer las cobijas a un lado. Menos aún pretendía traer la boca de Mandrú a la cama para recordarme lo inútil que sería toda la vida. Hice bola las cobijas. Después de comer las llevaría directo a lavar.
No era una esperanza hallar el baño desocupado a eso de las 7, por lo que decidía salir al jardín, aunque lo que hallé me hizo cambiar de opinión. La fila había desaparecido. No había hermanos discutiendo por su turno.
Meindert no habrá hecho...
Mandrú leía el diario. Los demás le seguían. Contemplarlos con ese modo era sorprendente, hasta parecían tener tiempo de sobra. Tuve que preguntar cinco veces, cerciorarme, si no se trataba de una equivocación. No lo fue. Por consiguiente, ocupé el turno de entrar. Al momento de empujar la puerta, tropecé sin querer con Meindert. Resultó penoso encontrarnos de esa forma y más cuando huyó tan aprisa como si de un desconocido se tratara.
¿O lo era?
No iría tras sus pasos para descubrirlo.
En la mesa se respiraba la calma de costumbre. No hubo reproches, malas caras, preguntas... Lucía sobrio y eso era un alivio para ellos, sobre todo para mí. Yo era la causa de la armonía en el ambiente. De igual forma el café me sabía de perlas y con disimulo miraba a Meindert, aunque en ningún momento se volviera a verme, a notar mi existencia. Se limitaba a mirar su plato. Entre tanto, Theo no dudó en preguntar como me sentía. Respondí que mejor. Los demás sonrieron. Les devolví por igual el gesto, pero, ¿realmente estaba bien? Admitirlo resultaba dificultoso.
Era culpable.
Ninguno tenía conocimiento de lo que sucedió esa madrugada. Era vergonzoso pensar en ello sobre la mesa... Sin embargo, era tonto, nadie podría leer mis pensamientos, solo demandar mi conducta. Un temor que acabaría arrastrando a un segundo si no dejaba de darle tantas vueltas.
Nunca me lo perdonaría.
Mandrú permitió retirarnos. Theo y él quedaban para hablar sobre asuntos de dinero, casa, conducta... Quedábamos fuera, no éramos invitados a menos para avisarnos un día antes sobre la visita de papá. No estaba de menos prepararnos, según Mandrú.
Meindert se había esfumado tan pronto nos indicaron. Entre el puño de hermanos no lo encontré. Fui capaz de haber preguntado, pero los deberes llamaban primero. La ropa y el piso no se lavarían por arte de magia y era infalible que había sido llamado por Brujita a limpiar la cocina.
Cada día era así. Uno en su cabeza y otro obligado a ser un cero a la izquierda. Era mi culpa. La unión se había roto. Pude enfrentarlo de una vez y aclarar las dudas, pero yo también lo evitaba.
¡Si tan solo volviese el tiempo!
Me pasé en mi recámara, como solía hacer todas las tardes. No estaba de humor para platicar con alguien, además, no tenía nada que hacer, ni siquiera tocaba el violoncello o me ponía mi mejor traje. ¿Para qué? Este primero yacía arrumbado en el clóset, sin dueño, sin voz... No poseía el valor para pedirle también perdón.
Ajusté la almohada a mi gusto y mis manos se encontraron con ese dibujo. Tuve un tanto de emoción al verle de nuevo. Perdí la cuenta de cuántas veces lo había desdoblado, pero no era necesario si disfrutaba admirar a la pareja que se daba un beso sentada al césped donde brotaba un sinfín de rosas. El papel ya presentaba diminutas arrugas, pero muy pronto lo daría por colgado en la pared y así conservarlo. En el instante, pensé en las rosas. ¿Qué habrá sido de la tarea de Meindert? Hacía días que no me paraba en ese lugar por temor a mi atrevimiento.
¿Lo había logrado?
De un arrebato alcanzo la ropa para vestirme. Las piernas me comienzan a temblar. Hice a un lado la cortina. No se encontraba nadie afuera y en la sala. A esta hora lo único que sería era dormir la siesta. Cómo único, distingo un piano. Era Margarito perfeccionando sus lecciones. Entonces, un escalofrío corre en mi cuerpo.
Indicaba ser el momento adecuado.
Empezaba a estar arrepentido. ¿En verdad valía la pena encontrar a Meindert? No tenía de malo ir a tomar aire fresco y volver a encerrarme. ¿Y si no? Pasaría con disimulo y le saludaría... ¡De ninguna manera! Sería una falta de consideración, insensibilidad, incapaz de olvidar, no dar un perdón... Era consciente la magnitud y el castigo. ¿Y qué más daba? Solo fue un delirio de un estúpido ebrio, aunque dicen que hasta ellos y los niños dicen la verdad.
¿Valía la causa?
Noto que varias flores sobresalían del pasto. Llegué hasta ese lugar sin siquiera darme tiempo para asimilarlo. Detengo la marcha en mi árbol preferido, de ciruelo, que se mostraba aún erguido y competente al vecino, un orgulloso durazno. Justo en este, una persona. Despedía humo de un cigarrillo y si no fuera porque volteó un segundo, lo hubiera confundido por cualquier otro. Me le acerco, aunque no mucho. Dudé si era lo correcto pues tenía absoluta atención en dirección al cielo.
Maté la espera hablando con el ciruelo. No daba fruto y los pocos que brotaban terminaban por pudrirse. Le supliqué una y otra vez, demasiado, que al final admití la derrota. Solía ser pésimo con las disculpas. Era hora de volver a casa.
—¿Se te perdió algo?
El tono fue seco. A pesar de que quería cualquier cosa para entablar comunicación, no me volví a mirarlo. No hasta que me lo permitiera.
—No creo que el humo sea bueno para el árbol o para ti —dije.
—Todo el mundo lo hace, a menos de que "algunos" prefieran beber —señaló.
—¿Eso me incluye?
—Como quieras... ¿Algo más?
—No ha dado brote el rosal.
—¿Eso? ¡Bha! Me tiene sin importancia.
—¿Hablas en serio? —Tanta sinvergüencería me tomó de sorpresa.
—Yo mismo las plante y destruí.
—¡¿Sabes cuánto lo esperábamos?!
—Ellas no nacieron con la voluntad de las otras. ¿Entiendes?
—¡Es un crímen!
—¿Entonces, por qué no miras al culpable? Seguro ya ni lo reconoces desde meses.
—Suena tonto. ¿Quién podría olvidarte?
—Un cínico, supongo.
—¿Tan así soy?
—Como prefieras —dicho esto, tiró la colilla y la aplastó con el zapato.
Ojalá no fuera mi cara la que se imaginaba desintegrar cada vez... Y sí, lo hubiera preferido porque lo merecía.
—Les faltó sol —afirmé mientras tomaba asiento en el césped.
Meindert me siguió.
Quise seguir la conversación, forzarla, pero tenerlo cerca me hacía pleno. Quizás no había necesidad de palabras. O arreglar algo. Hasta sonaba absurdo pensar así.
—¿Serán superiores al cuadro de Josh?
—¿Las rosas?
—No —señala al árbol próximo.
—Pues dicen que maduran en junio.
—¿Faltará poco?
—Todavía es marzo, pero se llegará.
Meindert soltó un suspiro. La idea parecía abrumarlo, pero... ¿desde cuándo le gustaban las naranjas?
¿Cuando perdí el rastro de sus gustos?
—Todo es cuestión de tiempo.
—Eso es único en Otto, por eso le devolveré el cargo.
—¿No fuiste tú el que se preparó para esto?
—Quedó atrás.
—No, si lo permito —afirmé poniéndome de pie—. Las sembraremos juntos, como equipo.
—¿Equipo?
—Entonces, nos vemos aquí mañana o pasado. No máximo de una semana.
—¿Mañana? Eh... —balbuceó.
Por su mirada, entendí lo tan desconcertado que se encontraba. A mi parecer, fue gracioso verlo rascarse la cabeza.
¿Qué harás? ¿Aceptar o negarte a la solicitud?
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