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📘 Capítulo 28 | Quebec



MEINDERT





Tuve la fortuna de poseer un Dodge Charger (1968), vehículo que compartímos V y yo. Con sacrificio fue comprado; haciendo la barba a papá y solicitando un préstamo al banco. Era una meta, he olvidado como se siente soñar despierto, la inquietud por vivir aventuras... Vincent estaba al volante mientras yo echaba la cabeza para atrás, con posición despreocupada.

Hasta la noche, de ese horrible Marzo de 1999, que nos fue arrebatada la libertad. Desde que lo vendimos jamás vuelvo a ser pasajero u piloto. Las consecuencias, por falta de costumbre, son dolores de cabeza. El movimiento me causa mareo, así como el olor a cuero y gasolina... Estuve a punto de exigir una parada e ir a vomitar, pero faltaba menos para la gasolinera.

Uso el baño.

En la tienda compra café.

Almorzamos sandwiches para lo que falta de trayecto.

Quiero una sopa caliente, la chimenea, mi acogedora cama... ¡Estoy enloqueciendo! Algo dentro me dice que renuncie a esta decisión... Pero no, porque ya no he de mirar atrás, soy adulto y no un niño al que jalan de su correa. Lo conveniente será que duerma en la cabina, o mejor, creo no poder conciliarlo. El colchón está viejo y una cobija gruesa cubría ese y demás defectos... Pesqué una alergia, gracias a la cantidad de polvo del edredón.

Fumaba a la interperie para no ensuciar los asientos y el tablero. V tenía precaución a un accidente... ¡Cómo rechinaba de pulido ese Dodge Charger rojo! Lo cuidamos más que a nuestro sombrero... Como un miembro del círculo. La hermandad estaba metida en sus asuntos para conocerlo. Se instalaron en distintos países a probar suerte... Poco a poco el contacto desaparecía.

Solo quedamos dos.

Dos personas que tenían en común, más de lo pensado.

Estaciona la furgoneta en el patio de un vecino. Caminamos todavía una cuadra para llegar a la casa. Una joven nos recibe con un bebé en brazos. Es hermana suya. Intercambiamos nombres. Se llama April. Parece sorprendida al verme. Observo que tiene dos varones, de entre cinco años, jalando su vestido... Cómo parece atareada por estos traviesos, decido dejar a Luke e ir a instalarme por mi cuenta.

Antes, en el viaje, comentó que esa casa pertenecía a la hermana y la mitad del jardín a él, dónde pudo construir una casa de una planta, para cuatro miembros, bien amueblada. Ganaba dinero extra al usarla como alquiler. Dos habitaciones. Un baño. Calefacción. Cocina integral. Un pequeño centro de lavado... El único defecto era la mugre. Le quitaba puntos, no le daba buen aspecto.

Junto a mi cama pongo el estuche

Apago la luz.

Mañana pediré trapeador y atomizador.

Gracias a periódicos supe que toda esa familia vive en Quebec. Es una buena y desfavorable coincidencia... si ando con precaución. Son empresarios. Rivales. Gente de primer mundo. Debo ser prudente y sigiloso al mandar cartas anónimas a su dirección... Con personas así no se puede jugar al detective.

En primer lugar les hago una visita en las oficinas. La recepción dice que están ocupados para atenderme y menos si no estoy en la agenda. Siento que todos sospechan, pero ha de ser porque sigo nervioso.

—¿Algún recado?

—Por supuesto —Hago entrega de la primera carta.

Es poco, pero un buen punto de partida a la investigación.

Salía todos los días a la calle, a mediodía, a observar el edificio. Luke estaba lejos de la casa y yo no tenía que darle explicaciones de mi ausencia... El superior del cuarteto sale de la puerta giratoria. Justo en la posición que lo quiero. El plan está rindiendo frutos. Puedo asegurar que lo han llamado hasta Quebec para acabar conmigo.

Estaba a una calle, a unos metros de molerlo a golpes, hacer justicia de mano propia... Pero, tengo que reservar ese odio cuando llegue el momento. No tengo de otra que seguir sus pasos hasta su vivienda. Entregar incontables cartas a su buzón. No va a importar que las rompa en pedazos ni muestre cara de enfadada, estas continuarán apareciendo. Sea bajo la puerta o las ranuras de las ventanas.

En el parabrisas del coche.

🍂🍁🍁🍁🍂


Dos semanas seguidas sin adaptarme.

Veces que despierto en plena madrugada, sobresaltado.

Extraño las conversaciones y las horas de comida.

Después de todo lo merezco, por abandonar el nido.

Gusto del silencio, pero no sentirme en soledad...

En papeles de facturas vencidas escribo.

Resulta práctico que ese cuaderno de pasta azul, rayado de imperfecciones... Hay todo un catálogo de colores. El amarillo es un buen color para iniciar. Justo hoy uso un abrigo del mismo. Es uno del montón de ropa nueva que encontré guardada en el clóset. Cuando le pedí autorización, no pregunté ese porqué.

Mientras la preste, da lo mismo saber.

Corro la persiana. Es Luke quién toca el claxon. Con un ademán me invita al garaje. Necesita ayuda para escoger los colores. Con ellos pintará la combi. Con la mirada busco el colchón. Nada de rastro. Ya era hora de desechar aquella basura. Dos puntos a favor.

—¿Qué se te viene a la cabeza?

—Mmm...

—¡Uno siquiera!

—Verde.

—¿Prefieres quedarte o..?

—Perdona la prisa... Espero el resultado final.

—De eso no te vas a arrepentir.

Distingo al padre, un viejo ya decrépito. Se llama Frederick. De apoyo le acompaña Joe, su primogénito. Agradezco a la TV por la información. Van de salida. No sé como personas distinguidas andan tras nuestro rastro.

Mientras caminen tranquilos por la calle, mis hermanos vivirán en un cubículo para siempre.

Retroceden. Las llantas explotan. El vehículo les sirve de trinchera. El milímetro de las balas no perforan, a menos que sea blindado. Es fácil bajar un pájaro de una sola pedrada.

Tendrán primero que pensar antes de hacer frente a una hermandad.

Las sirenas ahora van por mi caza. El camino se hace eternidad. Tengo que respirar, controlar el miedo antes que acabe conmigo. Voy a ser perseguido muchas veces y con ello dormiré... La chaqueta tiro a la basura. La combi es irreconocible. La cabina brilla con todas esa luces. Es extraño que sienta comodidad a lado de Luke. Es injusto que termine implicado por mi causa.

—No estuve convencido con tu respuesta, sé que prefieres ante todo el azul.

Insiste que plasme lo que quiera sobre ella... Un sol, árboles, aves... Lo que sea.

—Todo lo que tenga que ver contigo, Meindert... Creerás que soy patético, despistado, ausente, pero mi más grande deseo es hacerte sentir en casa.








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