🎻 Capítulo 13 | Estático
VINCENT
—¡Arriba!
Reaccioné cuando oí su voz.
Papá me sostenía entre brazos, eso creí, pero se trataba de Meindert. Sus lágrimas se confundían con la lluvia. Hacía una ligera tormenta. Estaba incrédulo y agradecido por mi segundo regreso. Cuando una vez caí por las escaleras, por igual fui preso de un profundo miedo a morir sin comparación. Me incorporo, pero trata de impedirlo. Aseguraba que los tipos me cercenaron la pierna izquierda. Por desgracia, el secreto salió a luz. No hubo tal hemorragia o fractura. Lo que yacía en el lodo se encontraba más inerte que yo al correr un maratón.
Sentí ardor en la cara a causa del enojo y cómo pude remplacé su apoyo a una vara. Deseaba ir lo más pronto a casa, nada ni nadie podría detenerme, pera esta se quiebra y voy a dar al lodo de bruces. Ahora no solo quedo sucio, sino impotente. Inválido.
Meindert vuelve al auxilio. Dice que me apoye a sus hombros. Le entrego la llave que abre la reja. Quería llevarme de inmediato a la habitación de Theo, pero todos salen de las suyas. Llueven interrogaciones. No doy ninguna declaración. Ser el centro de miradas fastidia. Theo me rescata de la multitud y soy conducido al baño. Limpia la mugre con un trapo pasado en agua caliente. Me cambia de ropa. Antes de despedirlo, le pido que no tengo ganas de recibir visitas.
Asiente. Comprende mi situación anímica. Dijo que estaría ausente por un rato para traer lo que había perdido en el camino. Se refería a la "pierna", para ser claro. Prometí quedarme en cama, pero no estoy dispuesto a dormir. Seguía pensativo. Vulnerable. Incompleto. El accidente en el caballo no sirvió como mentira porque no solo había quedado cojo, sino mutilado. Los puños que recibí no tienen comparación a un orgullo destrozado.
Cuatro desconocidos hicieron la revelación sin robar o matar. No tuve la suerte de conocer su rostro, excepto al que nos había provocado. Todavía con mareo, forcejeé con este y puse al descubierto su identidad. Le arranqué el pasamontañas de un manotazo. La fisonomía, los ojos azules, el castaño del pelo... familiar. En el mundo hay personas con rasgos similares, lo comprendo porque llegué a confundir a mis hermanos, ¿pero con la misma voz y forma de vestir?
Este caso exigía ser diferente.
A un año de salir de rehabilitación, conocí al hombre. Era proveniente de Inglaterra, por lo que escuché. Iba a las fiestas de la empresa en su tiempo libre. Las mujeres lo seguían por su buen parecido. Papá dijo que era un guardaespaldas personal, pero mentía porque se le veía a menudo con él. Tenía una residencia en Hollywood, EU y no estaba dispuesto a cambiarla, según afirmó. Las veces que nos visitaba tenía que aguantar su altanería y ego. Siempre soltaba la conversación sobre mujeres y le seguía la corriente... Estar desvalido me salvó de tener noviazgos defectuosos.
Distingo la silueta de Meindert, por la ventana.
No tuve tiempo de cubrir la discapacidad y, aparte, estaba usando pantalón corto. En su mirada noté lástima. No debía echarlo de menos por tantas desgracias mías, pero ahora necesitaba más que nadie del brazo de Magno. Juzgué su severidad siempre, desde niño y adolescente, pero esa misma me sirvió de soporte antes de pasar al quirófano. Tan despreocupado y altivo, por instantes deseé ser como él, sin remordimiento ni miedo.
Esa actitud levantó mi espíritu.
Horrible es estar indispuesto a perder una extremidad y desplazarse en silla de ruedas. Con una enfermera a todas horas y sentirse inútil e infeliz. ¿Así debía continuar? Magno prometía que las cosas iban a cambiar, pero no le presté caso. Las cosas conmigo eran críticas. Hubo un episodio donde quise suicidarme con analgésicos, pero las imágenes de toda mi vida con la hermandad se revelaron, cual si fuese una cámara.
Luego, lloré tendido en un rincón. Le tiré la sopa a la cocinera. Un día entero con seguro en la puerta, hasta que un cerrajero rompiera la chapa. Las ojeras más pronunciadas. La mirada perdida en el jardín. Vomitando los medicamentos...
Justo en mi cumpleaños vino un doctor a revisar los síntomas. El problema era por depresión, nada novedoso. Papá estuvo de testigo. Fui incapaz de sonreír cuando me desearon felicidad en ese día, pero fue aún enorme cuando mostraron el regalo para mí. Con lágrimas recibí el remplazo de la pierna. Estaba feliz de hacer a un lado la silla y moverme por mis medios... Pero no todo fue color rosa.
Estática, insensible y gélida. Son los sinónimos que utilizo para describirla. No podía desplazarme con comodidad y sufrí varias caídas al piso. Quería pasar desapercibido entre los demás. Fue necesario visitar otra vez al psicólogo por estos ataques de pánico. Fobia social. Tuve la dicha de recibir las cartas de muchachos del internado, pero aún más jubiloso fue reencontrarme con Mónica. Magno le permitía atenciones, no porque mantuviera amistad con sus padres empresarios, sino por cuestiones amorosas.
Las primeras veces negué conocerla. Tampoco quise abandonar la silla, pero estaba obligado a realizar ejercicios de rehabilitación con esa inhumana pierna. Todavía odiaba salir de casa, pero ella me dio aliento en el camino. No mostró lástima, la misma que abundaba tanto en Meindert.
Theo llegó con la pierna. Al tiempo que la iba ajustando, probé bocado de la charola. La comida estaba fría, pero no quise parecer inoportuno. Las gotas de llovizna se le notaban en la ropa, no quería que por mi culpa pescara un resfrío. Untó pomada en los moretones y se despidió, no sin dar indicaciones. Seguido me levanto a cerrar la cortina. No me daba la gana saber del clima y los curiosos. En el suelo hay una mochila que no reconozco. En ella encontré ropa y basura. Tres cerveza y una caja de cigarros. Una placa de policía y una identificación. Pertenencias del sujeto antes mencionado.
Detective
Davis Davidson Crusoe
26 años
Edimburgo, Escocia.
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