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Capítulo 9.-Paseo con la invitada.

El día era maravilloso, un sábado. Quinella dormía plácidamente en su cama, siendo observada por la pequeña Lyceris, quien leía un libro sentada en una silla. Quería despertar a su tía, pero prefería no hacerlo o ella se enojaría.

Ella lo hacía por mera experiencia.

Mientras la señora de la casa dormía plácidamente, todos los trabajadores se apresuraban para tener todo prácticamente listo en espera de su señora.

La mesa ya se había servido, Kirito y Asuna daban un pequeño paseo por el palacio, oliendo al agradable aroma del desayuno. Tenían que esperar a Quinella.

De la vez en que casi corren a Alice de la casa pasó cerca de semana y media, por lo que los ánimos regresaron a la normalidad...al igual que la voz de Quinella.

Eugeo le leía, como era costumbre, el periódico a Yuuki. Él se había sentado a un lado de la cama a la vez que la señorita descansaba aun tapada por las sabanas y colchas de la misma. Era tierna verla así, ya que parecía una niña pequeña a los ojos del muchacho.

-Vayamos a desayunar, Yuuki-San.

-Un momento más, Eugeo...por favor. –Sonrió ella, provocando una sonrisa forzada en su contrario.

-Bien. Esperaré.

-Acuéstate conmigo, por favor. Hoy amaneció muy fresco.

-De acuerdo... -Al no ser la primera vez que accedía a acostarse a un lado de la señorita, Eugeo lo hizo sin mayor problema. La cama de Yuuki era bastante suave y cálida, no como la suya. –No me molestaría tener una cama como la que usted tiene.

-Dudo mucho que a madre le agrade la idea de que durmamos una noche juntos.

-Tendría a Bercouli vigilando en una de las ventanas...y eso suena muy incómodo.

-Es lo que te tocó, ni modo...o eso diría madre y Stacia. Yo no estoy de acuerdo con muchas cosas que ellas dicen, y me he dado cuenta que tú tampoco.

-Tengo mis razones, Yuuki-San. Es complicado de decir. Además, esa fue la razón por la cual me golpearon cuando fui al pueblo.

-¿Qué tenías en la cabeza? Pudieron haberte matado.

-Pero no lo hicieron. Imagino que no estoy destinado a morir.

-Tienes que morir, igual que yo, mamá...o papá.

-Nunca conocí a su padre, Yuuki-San. ¿Cómo era él?

-Murió de cólera con varios trabajadores del Noir et blanc. Primero mi enfermedad y después la partida de papá...te imaginarás que eso me dolió mucho.

-Eso creo, Yuuki-San.

-¿Me puedes dar un abrazo? –Preguntó Yuuki, quien comenzaba a soltar ligeras lagrimitas.

-Yuuki-San. –Eugeo accedió a la pregunta, abrazando a la señorita. –No debería de llorar por alguien que ya no está con usted.

-En un mes será su aniversario luctuoso...siete años sin papá...él siempre fue muy bueno y considerado conmigo. Nadie se preocupaba por mí como lo hizo él.

-Yo me preocuparé por usted al igual que su padre, ¿le agrada la idea?

-Por supuesto, Eugeo... -La chica sonrió, él le limpió las lágrimas.

-Vayamos a desayunar.

Bercouli fumaba de su pipa en la parte de afuera del palacio, observando a Kirito y a Asuna desde la ventana. Ambos platicaban en una de las salas del palacio, notándose bastante animados y felices. Eso lo hizo soltar una leve sonrisa.

El viejo capataz tenía una mala espina, y él nunca fallaba cuando las cosas le daban mala espina. Le preocupaba que "eso" sucediera, y no faltaba mucho para que, en efecto, llegara el día.

Lo único que lo sacó de sus pensamientos fue su caballo, el cual comenzó a relinchar al ya haberse aburrido de estar parado sin hacer nada más. Bercouli miró al suelo, avanzando hacía el establo.

Las amnistías habían sido declinadas...

Tras el desayuno, y pensando que haría bien a Lyceris para que la pequeña descansara de tan sólo leer libros y de molestar a su amada tía, se organizó un pequeño paseo en la ciudad.

Irían las tres dueñas de la casa y la invitada. Quienes quedaron un poco decepcionados fueron Kirito y Klein, quienes no podían salir por más que quisieran. Ya buscarían algo en que distraerse.

De igual forma, era mejor no llevarlos ya que las cuatro mujeres atenderían "cosas de mujeres". El viaje se realizó, por una pequeña parte, ya que se notaba que Yuuki estaba triste, así que eso la despejaría, quizá.

La salida era lo mejor que le podía pasar a los invitados. Eugeo y Tieze aprovecharían para tener un poco de cercanía ahora que no se encontraba su amante secreta. Ese detalle no le dolía mucho, ya que era mejor no negarse.

-Regresaremos a la hora de la comida, ¿está bien? –Cuestionó Quinella, subiendo al carruaje.

-Tómese su tiempo, Quinella-Sama. No se preocupe por el palacio, yo y el muchacho tendremos trabajando a los criados. –Respondió Bercouli, quien cerraba la puerta del carruaje.

-Así me gusta. Vamos ya. –El carruaje partió.

Y así fue como, mientras las mujeres se iban en el carruaje, los dos hombres regresaron a los jardines a inspeccionar que todo estuviera en orden y nadie holgazaneara.

Siendo sábado, el día era bastante calmado, por lo que el viejo Bercouli no se tomó tantas precauciones como sí lo haría, por ejemplo, un miércoles o un viernes. Miércoles por ser mitad de semana y el viernes por ser el final de la misma.

En cuanto se veía que Bercouli paseaba a lo lejos, todos los trabajadores se esforzaban más de lo normal para que diera la impresión de que no descansaban en lo más mínimo. En cuando el capataz se iba, todos regresaban a su ritmo normal, incluso un poco lento, pero eficaz.

El viejo capataz sí que se daba cuenta de ello, pero prefería ignorarlo al ser sábado. Prácticamente, no había prisa porque ese día salieran las cosas, sumado a que las señoras de la casa no estaban.

Dentro del Noir et blanc, Iskahn y Scheta hacían sus deberes. Lo que era ella sacudía las armaduras y las pinturas, que casi no tenían polvo, pero que era mejor hacerlo.

Iskahn trapeaba el piso, pasando por donde Scheta. Ella lo detuvo.

-Primero déjame terminar de sacudir. El polvo caerá al piso y se mezclará con el agua. –Explicó ella.

-No tengo tiempo que perder, y mi paciencia no da para esperarme.

-Iskahn, te la pasas de holgazán en las tardes, sólo bebes vino con los muchachos.

-Eso es lo que tú crees. Además, sólo me concentro en pelear, hoy tengo una pelea importante.

-Siempre dices eso, Iskahn.

-Toda pelea, por más débil que sea mi rival, es importante.

-Entonces iré a verte.

-¿Eh? –El muchacho se sorprendió ante lo dicho.

-Iré a ver al "hombre rudo y fuerte" que te dices ser. Si pierdes...me burlaré de ti. Si ganas...ya veremos que sucede después.

-¡Ja! Por algo soy el campeón de la comuna, muchos sueñan con vencerme. Aunque los sueños no cumplen metas.

Ambos se sonrieron de forma retadora. Siempre tenían esa costumbre de discutir por cualquier cosa sin apenas importancia.

En el pueblo, las cuatro mujeres bajaban del carruaje ayudadas por el conductor del mismo. Llevaba una pistola oculta en el saco, por cualquier cosa que pudiera suceder.

Lyceris y Yuuki se notaban radiantes de todo lo que veían, era muy hermoso el pueblo tras tanto de no visitarlo. Quinella sonreía con satisfacción, era bueno tener a su hija feliz.

Se habían detenido en una perfumería, por lo que las cuatro mujeres entraron a la misma, invadiéndose inmediatamente del espectacular olor de los mismos. Se notaba que era una perfumería fina.

Stacia y Quinella inspeccionaban todo con mucho recelo, ambas querían un aroma que pudiera encantar al joven Barón que se hospedaba en su casa. Prácticamente, hacían lo mismo que Alice, pero la diferencia radicaría en una cosa: el resultado.

Ambas estuvieron bastante de acuerdo en que el aroma que escogieron, era bastante cítrico y con tintes de maderas, fue excelente. Y sí, el perfume era muy popular entre las mujeres para encantar a sus enamorados.

No podía haber fallo alguno, o ellas no tenían marco de error.

Lyceris curioseaba con los perfumes, viendo los envases de los mismos, oliendo algunos. Yuuki, quien apenas podía cuidar de sí, tenía que cuidar de su prima.

Ambas se recomendaban perfumes la una a la otra, teniendo gustos ligeramente diferentes, pero concordaban en que los aromas dulces eran los mejores. El problema caía en que tan intenso debía ser el aroma, o de que fruta en concreto.

Yuuki roció un poco de perfume en la nuca de Lyceris, echándole un poco de aire con su abanico.

-Cuando se mezcle con tu olor natural, sabremos qué si esta fragancia es la tuya. Ya casi serás una jovencita, prima Lyceris, los muchachos te empezarán a interesar pronto. -Dijo ella.

-Quizá. Pero no me preocupo por ellos ahora, mis estudios son más importantes.

-Sí...digamos que no podrás estudiar más allá de lo más básico. Las mujeres no podemos estudiar en universidades, así que tus estudios acabaran pronto...te lo digo por experiencia. –Stacia se mostró melancólica.

-Mi tía dijo que querías estudiar Filosofía en la Universidad de París pero te rechazaron por ser mujer.

-Así es, prima Lyceris. Ni modo, si los hombres dicen que las mujeres no somos capaces, debe ser porque tienen razón. (La opinión de Asuna pertenece solamente a Asuna, yo no pienso igual).

-Creo que entonces me será más difícil estudiar medicina. Trataré de hacer lo que se pueda. No quiero terminar casándome por miedo a quedarme sin dinero.

El golpe fue muy directo al orgullo de Stacia, a pesar de que no había sido una indirecta de la chiquilla. Fue un comentario bastante acertado de las vías de escapatoria de las mujeres de la burguesía. Como fuera el caso, no le hizo ni puta gracia a Stacia, quien fingió una risa para no enojarse.

-Será todo. Gracias. –Dijo Quinella para que ella y sus tres acompañantes se retiraran. Ahora visitarían las boutiques.

Esa no era precisamente la idea de "paseo" que tenía Lyceris en la cabeza. Yuuki, al saber más o menos cuales eran los "paseos" de su madre, no se quejaba, y le daba gusto salir con ellas a dar una pequeña vuelta por las tiendas de ropa.

Las mujeres caminaban con sus largos vestidos, sus sombreros anchos en la cabeza y sus pequeños bolsos de mano. No eran las únicas en la boutique a la que ellas entraron.

Un nuevo vestido para Stacia no era mala idea. Si la intención era impresionar a Kirito, que mejor que rematarlo con un nuevo vestido para que la muchacha fuera llenada de halagos de su futuro esposo.

El pensar que comentarios le diría el barón le causaba un ligero rubor en las mejillas, en especial en aquellos paseos tras la hora de la siesta.

Probárselos no fue tarea sencilla, ya que, primeramente, escoger el vestido fue una joda. Tanto madre como hija no se decidían por cuál era el más indicado para probarse. Así fueron de boutique en boutique hasta que, en la cuarta, encontraron un vestido que a Stacia le llamó mucho la atención.

Era de color melón claro, con detalles en dorado, principalmente de rosas, teniendo una manga francesa de éste color. Se acompañaba con un sombrero bastante grande del mismo color que el vestido, y, para el sol de medio día, venía excelente.

La cola del vestido no era muy larga, pero era un poco abultado al tener forma de copa ancha. Ese detalle molestaba, pero era el más indicado. El vestido terminó en una caja de madera, la cual fue encargada al chofer, quien vigilaba a sus señoras.

Seguía Yuuki, quien era de gustos más simples y refinados. Ella escogió un vestido bastante diferente al de Stacia, siendo el suyo de colores un poco más obscuros, además de no ser tan abultado de la falda, dándole más movilidad y para que no le fuera estorboso para su bastón.

Las tres mujeres dieron su visto bueno, declarando que les convencía. De regreso, el vestido terminó en una caja para ser cargada por el conductor del carruaje.

En la casa, Eugeo se encontraba recargado en una de las paredes de la entrada trasera del Noir et Blanc. Leía a Marx, como no podía faltar en su rutina diaria. Esas lecturas eran lo que lo mantenían en buen humor cuando las cosas con Stacia o Quinella se ponían tensas, lo tranquilizaban tras escuchar los comentarios clasistas de sus señoras. Se la pasaba bien, eso sí.

Sonreía mientras se exhortaba en su lectura, no había nada más importante que ésta. Él siguió y siguió hasta que el ruido de unas pisadas del lado contrario al suyo se escucharon.

Bercouli apareció a un lado de Eugeo, caminando hacia él. El muchacho guardó el libro que tenía, ocultándolo en su saco. Fue inútil, Bercouli lo descubrió.

-¿Qué estás leyendo? –Preguntó el capataz, con una sospecha que no le agradaba en lo más remoto.

-No es nada. –Dijo el muchacho, levantándose aun con la intensión de esconder el libro.

No le sirvió de mucho ya que Bercouli se lo arrebató. El leer el título le provocó bastante cólera. El XVIII Brumario de Luis Bonaparte.

Para desquitarse con el muchacho, Bercouli le dio una muy fuerte bofetada, desacomodándole todos los cabellos, incluso el moño del traje. Ésta empezó a ponerse roja, Eugeo se la talló para quitarse el dolor.

-¡¿Cómo se te ocurre leer lo que este maldito judío tenga que decir sobre el padre de Su Majestad Imperial?!

-Para mí no hay reyes, sólo hombres.

-Estás loco. Confiscaré esto, lo quemaré en la chimenea esta misma noche, ¡ahora regresa al trabajo! –El muchacho se fue notoriamente molesto. -¡Y le diré a Quinella-Sama que lees estas porquerías!

Para ahuyentar a los malos espíritus, Bercouli escupió al suelo. Es curioso pensar como alguien que cree que escupir al suelo ahuyenta los malos espíritus puede decir que teorías científicas son porquerías...

Regresando con las cuatro damiselas, el recorrido por las boutiques había terminado ya.

Eso las dejaba con unos cuarenta minutos o incluso una hora de tiempo libre antes de la comida. De forma honesta, ninguna de ellas quería regresar ya al palacio, querían seguir viendo un poco.

Las panaderías empezaban a abrir sus puertas a los clientes con el pan recién horneado. Queda de más decir a quien se le antojo ir a probar los postres que pudiera haber.

Todas accedieron, pero sería un pedazo de pastel o un pan francés para calmar el hambre y no fuera tortuoso el regreso a casa.

Eran las doce del día, y llegarían allá a las dos de la tarde, por lo que no estaría mal aprovechar la situación.

La pastelería era grande y lujosa, con su mármol blanco y reluciente. Incluso Quinella sintió una leve envidia de que una panadería fuera un poco más linda que su enorme palacio.

Se podían ver las rejillas donde se colocaban los panes y pasteles recién horneados, los cuales desprendían su delicioso aroma en todo el lugar. Varias personas se encontraban sentadas en mesas de metal negro, siendo éstas de una madera de roble sellada.

Las sillas eran hechas de los mismos materiales, formadas por dos círculos: uno para sentarse y el otro como respaldo, pero acojinados.

Es demás decir que a Lyceris se le hacía agua la boca por todo el aroma a postre y pan francés que se apreciaba en su máximo esplendor.

Stacia y Quinella pidieron un café fuerte, Lyceris un café con leche y Yuuki simplemente tomó leche. El café no le iba muy bien a ella.

Para escoger cada una lo que querían comer en aquella ocasión, se pasearon un poco por la panadería. Quinella pidió un rol de canela, Stacia un Le Bourguignon, Yuuki un pequeño Le Floron y Lyceris una rebanada de pastel de nueces dulces, que era de sus favoritos.

Claro que habría una charla de mujeres. Se platicaba, a grandes rasgos, de la situación del palacio, se veían menos hombres en las calles, pues todos peleaban en los frentes.

-Me preocupa lo que pueda pasar... -Confesó Quinella.

-A todos. No me quiero imaginar a los prusianos pisando Francia. Lo bueno que vivimos en el sur, lejos de capital y de las fronteras. –Continuó Stacia.

Lo chistoso del asunto es que los prusianos ya habían pisado Francia, siendo dos de ellos hospedados en el Noir et blanc. Lyceris se guardó aquella burla debido a que estaban en un lugar público, y no era bueno que eso se supiera.

La guerra iba mal, como lo predijo Bercouli ese mismo día en que se supo la terrible noticia.

Todas estuvieron de acuerdo en que lo mejor era no seguir conversando de esas cosas, los ánimos se cayeron por los suelos. Ahora hablaron de los vestidos que Stacia y Yuuki se compraron. Eso era mejor, sin duda.

Aquella charla fue bastante animada, incluso para Lyceris quien más o menos se sentía poco identificada con las modas femeninas. Ella vestía cualquier cosa que fuera, pero que se le viera bien. Su gusto por el café y el verde se evidenciaban en sus vestidos.

-Llegará el día en que te empezarás a poner maquillaje, labial, te preocuparás por verte bien en todo momento. Cuando vayas a tu primer baile, me gustaría dejarte muy linda. –Dijo Stacia.

-Lo que prefiero es tratar de entrar a la universidad. Siento que la vida de bailes me aburrirá mucho. Lo que no me desagrada para nada es la idea de viajar, eso me gusta mucho.

-¿Te imaginas ir a Italia? Es un muy bello país. Gran Bretaña también tiene mucho por ofrecer...menos los barrios bajos de Liverpool. Una vez pasé por ahí y creí que moriría, era todo muy sucio y la gente estaba llena de carbón.

-Son por las fábricas. Respirar carbón es muy peligroso, daña gravemente los pulmones y conduce a la muerte...pero alguien tiene que hacerlo.

-Y esas no somos nosotras. –Se rió Quinella. –Para eso están las irlandesas.

-Sin duda. –Sonrió Stacia.

Lyceris continuó con su rebanada de pastel, limpiándose con la servilleta de tela que tenía, bebiendo un poco de café con leche seguido de eso.

El clima se sentía agradable. El sol brillaba, el aire frío se sentía contra la cara, enfriando bastante la nariz. En sí, el ambiente no era seco, lo cual era bastante refrescante al tener un vestido bastante caliente.

Ya llegaría la fecha en que, además de esos vestidos, era bueno usar un abrigo o una bufanda de piel de zorro. En la casa se sentía el frío a todas horas.

Algunas palomas volaban rápidamente de techo en techo, o entre las conexiones de telégrafo o de teléfono, que eran muy pocas. El cartero pasaba silbando, entregando algunas cartas al dueño de la panadería.

Al ver la dirección de remitente del sobre, el dueño se recargó en la barra donde se guardaba el dinero, se veía que le faltaba el aire.

-¡Padre! –Gritó un muchacho, quien corría a auxiliarlo. La sorpresa era que la carta venía del ejército. El muchacho tenía que ir a la guerra.

-No quería que esto pasara... -El hombre se soltó a llorar a la vez que abrazaba a su hijo. Quizá no lo volvería a ver, o verlo con el cuerpo incompleto.

Eso desagradó un poco a Quinella, quien empezó con un tic en la mano, acariciándose ésta con los dedos. Se veía muy nerviosa.

-Yo creo que lo mejor es irnos ya. Se hacer tarde, madre. –Dijo Yuuki, tomando del hombro a Quinella.

-Sí...creo que es lo mejor. –Sonrió ella forzadamente. Incluso en los ojos de Quinella se notaba la desesperación.

En la casa, Kirito y Eldrie practicaban tiro disparando a varios blancos que ellos mismos hicieron. Eran dos planchas de metal, las cuales pegaron en varas de madera, enterrándolas en el suelo.

Kirito acertaba un tiro, sonriendo.

-Nada mal, señor.

-Gracias, Eldrie. –Recargando su rifle, Kirito volvió a apuntar. –Dime una cosa, ¿cómo vas con esa chica de la cual te enamoraste?

-Me tiene bastante aprecio desde que la ayudé en una ocasión. Por el trabajo no he tenido tiempo de cortejarla, incluso hoy que es sábado, apenas he tenido tiempo para saludarla.

-¿Quién es? Digo, no es que me interese mucho, pero Klein ha mostrado interés en una que otra chica, y no quiero que haya conflictos entre ustedes dos.

-Sólo le pido, Barón Kirito, que esto sea un secreto. Júreme, de hombre a hombre, que no se lo dirá a nadie.

-No tengo a quien, Eldrie. Confié en mí. –El pulso comenzó a temblarle a Kirito.

-Es Alice, señor. –Eldrie sonrió. Kirito falló su tiro, por bastante. –Hum, quizá el blanco se movió mucho.

-¿Con que es ella? No es mal prospecto, Eldrie. Aspiras alto, se ve que ella es una mujer difícil, así son las más hermosas.

-No hay mujer que se pueda resistir a un corazón que ama de verdad. Se lo aseguro.

-Ya veo. –Kirito se puso el rifle en la espalda, tronándose el cuello. –Iré a descansar un poco, ¿vienes? –Kirito sabía cuál era la respuesta, pero tenía que verse cordial.

-Me quedaré practicando. –En efecto, esa era la respuesta.

-Entiendo. Suerte, Eldrie.

El muchacho siguió practicando su puntería mientras su contrario se marchaba. Kirito se quedó pensativo, enchinando los ojos. Él miró al cielo, encontrándose con las nubes vespertinas, el sol le golpeaba la cara con una leve fuerza.

Se empezaban a correr los rumores de que los soldados empezaban a reclutar a los trabajadores en las cercanías del Noir et blanc. En más o menos medía semana, la siguiente casa en la lista era el palacio, donde el veinticinco por cierto de sus trabajadores iría a los frentes de batalla.

Aquella noticia tenía muy con pendiente no sólo a Quinella, sino también a Tieze, la cual temía mucho por la vida de su amante.

Eugeo preparaba una escalera para quitar algunas ramitas que empezaban a brotar del tejado del palacio. Ésta era de madera, por lo que el muchacho la preparó bien en el suelo, subiendo por ella, cuidadosamente.

Tenía unas tijeras pequeñas en su mano izquierda, estando bien sujetado con su mano derecha a la escalera, la cual se podía ver desde una de las ventanas abiertas de la cocina.

Tieze se percató de eso, dudando un poco de que tan buena idea era lo que iba a hacer. Su amado yacía unos tres metros de distancia del suelo.

-Perdóname, Dios. Eugeo...sabes que es por tu bien. –Tieze se asomó por la ventana, tomando uno de los rieles de la escalera, empujando el mismo hacia un lado, tirándola.

Eso hizo que Eugeo cayera sobre su brazo derecho, escuchándose su desgarrador grito. Tieze se tapó la boca, llorando al sentir el dolor de su amante. La chica escapó de la ventana.

Varios trabajadores corrieron para ayudar a su compañero, quien no dejaba de gritar con bastante dolor. Entre dos de los trabajadores al muchacho lo llevaron en una de las carretas del mercado para llevárselo al hospital.

Lo que Tieze hizo casi podía acusarse de un intento de asesinato, pero su cometido se logró. El muchacho no podría ser reclutado al estar imposibilitado de mínimo hacer el servicio militar.

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Yuyio: Esa perra está loca. >:C

Tis: lo que hago por amor :'v

Al menos estaremos seguros de que yuyio no va a morir. Ya para la próxima semana van a pasar dos cosas que ay jo' de su pinche madre :v será un capítulo de puras confesiones alv, además de una noticia (o acción, no sé), que cambiará una sub-trama de la historia, por lo que estará D: 

Sin más, nos vemos en una semana. 

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes. 

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