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Capítulo 8.-Conspiración.

Durante los últimos días, Stacia y Alice discutían más de lo normal y sus roces aumentaban. La dueña de la casa se comenzaba a desesperar de que ella fuera tan rebelde.

En una ocasión y era la que más le dolió a Stacia, fue ver cómo es que Alice ayudaba a Kirito a ponerse el saco de vestir. Él se quitó el gorro militar para hacer una pequeña reverencia, besando la mano de Alice.

Comparándolo, Kirito no tenía esos gestos tan románticos con ella, de ahí que eso fuera lo que más doliera.

Lo que más sacaba de quicio a Stacia a la vez que la preocupaba era el hecho de que Kirito se enamorara de Alice. No lo encontraba prudente, ¿un mimbro de la realeza prusiana casándose con una criada francesa? Eso era de lo más reprobable. De hecho, aun seguiría siendo reprobable si es que ella siendo burguesa se casara con Kirito.

Prusia, Alemania y Francia eran prácticamente enemigos, de ahí que una unión entre ellos fuera reprochable. Al menos para Quinella, eso daría lo mismo. Mientras sus nietos pudieran ser de la nobleza, ella no tenía mayor problema.

Una refriega más sucedía entre Stacia y Alice. La noche anterior, la criada le impidió ver a su prometido.

El argumento era un poco imprudente, pero Alice se atrevió a hacerlo.

-Lo siento, pero considero que el barón Kirito no se puede dormir con usted. –La intención de Stacia era que ella y Kirito se durmieran juntos para una "velada romántica".

-Esos asuntos no te incumben, niña. Ahora déjame pasar a su cuarto.

-Él ya está dormido, me aseguré de apagar su lámpara de noche para que no se quedara prendida toda la madrugada.

-¿Por qué entras a su cuarto así como sin más?

-Es un favor que el propio Barón me pidió. Dice que se duerme sin apenas darse cuenta, por eso es que apagué la lámpara.

En sí, Alice no mentía...del todo. Quien debía apagar la luz del cuarto del muchacho debía ser Ronye, pero Alice siempre se le adelantaba. De cualquier modo, a Ronye no le molestaba en lo absoluto. Le ahorraba trabajo.

Al apagar la luz del cuarto de Kirito, la chica le dio un pequeño beso en la frente, sonriendo de la forma más genuina. Sin duda alguna, esa era su pequeña alegría nocturna.

Regresando a la refriega, Stacia miró con una expresión constante de sospecha a Alice, simplemente para marche con mucha molestia. La chica sonrió tras alzarse victoriosa una vez más.

En el cuarto de la hija de la señora de la casa, la muchacha arrojaba sus colchas y sábanas blancas bordadas al suelo. Se sentía furiosa e impotente.

Para su muy buena suerte, ningún mozo se daba cuenta de la rebeldía de Alice, o ya la casa estaría patas arriba. No era buena jugada tener a un mozo desobediente en el palacio.

-Eldrie me tendrá que disculpar, pero Alice ya no puede seguir viviendo en esta casa... -Pensó ella, sentada en su cama a la vez que trataba de tranquilizarse.

Los invitados y las tres dueñas ya dormían, eran las once de la noche. Los mozos terminaban sus jornadas.

En cuanto a Eugeo, el sacaba la basura del palacio, ya fuera polvo, restos de comida, incluso una pequeña copa que se rompió por accidente. Él tenía ya bastante sueño, pero debía cumplir su jornada de doce horas. Ya se había terminado de recuperar.

Las doce horas de servicio le parecían una barbaridad. La vida y energías de los trabajadores eran absorbidas casi en su totalidad por esas doce horas.

-Cuando sea capataz, haré que la jornada sea de ocho horas...en cuatro horas se pueden hacer tantas y tan pocas cosas a la vez. Algún día...por Tieze y por el señor Marx.

Ronye caminaba junto con Egil, ambos tenían velas en sus manos. Ya las luces se habían apagado, si las prendían, seguramente molestarían a los patrones, por eso mejor no lo hacían.

-Buenas noches, Ronye. –Se despidió Egil al llegar a su cuarto.

-Nos vemos mañana. –La chica siguió su camino.

Scheta ayudaba a Yuuki a ponerse la pijama, además de acostarla en la cama. Una vez ahí, la chica le sonrió para que la criada la cobijara.

-Muchas gracias, Scheta. Descansa.

-Usted también, Yuuki-san. –La chica apagó la luz y se llevó la vela, caminando por los obscuros pasillos.

Se notaba un aura de cansancio en general, el día fue muy agotador, como todos los días de trabajo. Lyceris era correteada por Iskahn. La pequeña niña no quería dormir.

-Vamos a tu cuarto. –Dijo el muchacho una vez que atrapó a la pequeña.

-Pero no tengo sueño.

-Yo sí, y no quiero que me des más problemas. Así que vayamos a tu habitación.

-Vamos, Iskahn. Media hora más.

-No trabajo doce horas al día para escuchar eso. Anda, vamos a tu cuarto.

Scheta se encontró con ellos, sonriendo. Caminó hasta la niña, tomándola de ambos hombros.

-Todos estamos cansados, princesa. Vamos a tu habitación o mañana no habrá postre.

-¡Está bien, ya me iré a dormir! –Exclamó Lyceris.

-Así se habla. Vamos. –Scheta le sonrió a Iskahn. El chasqueó la lengua, molesto. Volvía a perder contra aquella mujer.

Eugeo caminaba por la planta baja, quitándose los guantes blancos y quitándose los tirantes de los hombros. Se veía muy cansado, pero le faltaba hacer una última cosa. Ronye se lo encontró.

-Buenas noches, Ronye. –Saludó el muchacho. Se notaba el cansancio en su voz.

-Deberías descansar ya o de lo contrario caerás dormido.

-Tengo que llevar la ropa al cuarto de las sirvientas. Por lo regular la dejo en la puerta, es pésima idea entrar así como así...lo sé por experiencia.

-Yo lo hago. Igual tengo que ir para mi habitación. Descansa ya, Eugeo.

-Gracias, Ronye. –Dijo el muchacho, notoriamente cansado y dando un enorme bostezo.

Con lo que era la ropa en sus manos, Ronye se dispuso entonces a la escalera, subiendo junto con Eugeo, salvo que su habitación estaba en el segundo piso. La mayoría de las chicas dormían en el tercero.

Encontrándose a Iskahn fumando dentro de la casa cuando eso era más o menos prohibido, Ronye decidió jugarle una pequeña broma. Fumar en la casa no ameritaba una sanción mayor a un pequeño regaño o a que decomisaran los cigarros.

-Iskahn, ¿se puede saber qué haces? –Preguntó ella, desde la lejanía. El muchacho apago el cigarro y tiró el resto por la ventana, además de la ceniza.

-Nada, no hago nada. Tomo el aire nocturno. –Mintió él, acomodándose el cabello.

-Si no quieres que le diga a Quinella-Sama lo que hacías, ve y deja esto en la habitación de Scheta. Quizá ya está dormida, así que debes de ser cuidadoso.

-Tch. De acuerdo, Ronye.

El muchacho, muy a la fuerza, se fue para el tercer piso, que era donde quedaba la habitación de Scheta. Seguramente ella le iba a recriminar algo, cualquier cosita para molestarlo.

Muy grande (y, honestamente, medianamente grata), fue su sorpresa cuando el muchacho abrió la puerta sin tocar, que fue que se encontró que Scheta caminaba en pijama por su habitación.

La misma era de un color blanco, delgada y se transparentaban sus curvas. Ella era una mujer de complexión delgada y su piel bastante pálida.

Ella se cubrió el pecho con los brazos. No se notaba enojada, se veía tranquila, estoica.

-¿No te enseñaron que antes de entrar a la habitación de una señorita se debe tocar? –Cuestionó ella, en un tono neutro.

-Pe-perdón. –El muchacho se ruborizó ligeramente. –Venía a dejarte esto.

Él extendió los brazos para que Scheta recibiera el vestido de sirvienta que usaría mañana. Ella lo recibió, pero la tela transparente dejaba sus pezones al descubierto. El muchacho se ruborizó aún más.

La chica se dio cuenta que Iskahn le miraba los pechos, por lo que frunció el ceño, tapándose el tórax con su vestido.

-Deja de mirarme, lascivo. –Se quejó, levemente molesta.

-¡No vi nada! ¡Perdón por no tocar, en serio, Scheta! –El muchacho se dio media vuelta, poniendo su mano en la puerta. –Bu-buenas noches...ahora me doy cuenta que eres bastante linda.

-Fuera. –Ella le aventó su almohada, Iskahn terminó de cerrar la puerta, pero se recargó en la misma. Scheta se percató de eso al ver la sombra de sus pies colarse en la habitación.

-Vaya...no me había dado cuenta que, en efecto, Scheta es una mujer. Su habitación olía muy rico a rosas. –Pensó, marchándose por las escaleras.

La mujer no quedaba atrás en los pensamientos de aquello que recién sucedió. Se sentía un poco molesta por que Iskahn le viera en su casi desnudez. Lo que le parecía curioso era ese último y pequeño halago.

-Será un bestia...pero puede ser tierno de vez en cuando. –La chica torció la boca, formando una torpe sonrisa.

(Estos dos me encantan uwu)

Al día siguiente, se servía el postre del desayuno. Alice le servía a Lyceris, Eugeo a Yuuki y Eldrie a Stacia.

El postre era una natilla de vainilla, la cual la pequeña Lyceris degustaba completamente maravillada. Se notaba que era feliz en ese instante.

-Quisiera que feliciten al chef que hizo esta delicia. En verdad, me encantaría que los postres fueran así en mi casa todos los días.

-Me alegra que estés feliz, prima. –Sonrió Yuuki, dándole una pequeña cucharada a su natilla.

-Hay buenas criadas y mozos, por supuesto. Lamentablemente, existen igual algunos que no tanto porque no son muy obedientes...¿no lo crees, Alice?

-¿Disculpe? –Preguntó ella, extrañada. No entendía de todo la indirecta al no prestar atención.

-Nada. El punto es que esos mozos y criadas que no conocen su lugar en la casa son muy impertinentes, ¿creyendo que pueden desafiar a los patrones?

-Eso es una tontería, prima mía. –Siguió Lyceris.

-Exacto. Y con ese tal Karl Marx agitando y promoviendo los alzamientos de los trabajadores. Hay niveles, y es claro que ellos y nosotros no estamos en el mismo nivel.

Eugeo apretó los dientes fuertemente, incluso el rostro se le ponía un poco rojo, y no precisamente porque se hubiera avergonzado de algo.

-Los criados deben obedecer a sus patrones sin cuestionamiento. Alice, un poco más de café.

-Iré a traerlo, Stacia-Sama.

Con las leves indirectas de Stacia, se creó otro roce entre ella y Alice, como no podía ser de otra forma. Se notaba molesta al entrar a la cocina a servir más café. No le parecía mala idea envenenarlo para que una molestia menos existiera en la casa.

Kirito y Klein se secreteaban algo en alemán, teniendo que ver con las noticias del periódico de esa mañana. Eran asuntos relacionados con la guerra, además de una carta que la familia de Kirito mandaba al Noir et blanc para asegurar su integridad.

Ambos discutían como contestar la carta, ya que la misma tenía una dirección de una casa de un noble francés amigo íntimo de la familia de Kirito.

Quizá consultárselo a Quinella era lo adecuado, pero tendrían que mandarla a nombre de Bercouli para que todo estuviera en perfecto orden.

Finalizando con el desayuno, ambos prusianos fumaban en el jardín de la casa, seguían con eso en mente. Stacia supervisaba la comida de ese día.

Era sopa minestrone, por lo que Tieze y Alice eran las que hacían la pasta directamente con la harina que Egil traía del molino.

Stacia supervisaba todo desde la entrada de la cocina, evitando estorbar para las personas que entraban y salían. Tieze cortaba cebolla para el que sería la comida de la prole, más que nada para darle un poco de sabor.

En la estufa se cocinaban los vegetales para la sopa minestrone, siendo Alice quien removía la misma, echando la pasta a la gran olla con agua.

Dándose cuenta que nadie prestaba atención, puesto que todos se concentraban más en cada labor que hacían, Stacia sonrió ligeramente, caminando hasta la tabla para cortar que tenía la cebolla...echándola en la sopa minestrone.

En cuanto ella lo hizo, se retiró por completo de la cocina, tratando de suprimir una risa. Era el plan perfecto, estando apenas en la primera fase, pero era importante que nadie descubriera la cebolla que se cocía en la sopa.

La tabla fue dejada en su lugar, algo lejos de la olla de la sopa minestrone. Tieze vio que la tabla ya no tenía la cebolla, por lo que ella se extrañó mucho. Revisó en el piso, en la basura, nada.

-Rayos, ahora tendré que cortar más. –Se quejó ella, caminando hasta la alacena.

Alice usaba el ablandador de carne en algunos filetes que se servirían a los trabajadores, removiendo la sopa de vez en cuando, sin fijarse en el contenido de la misma.

Aunque la cebolla fuera descubierta, Stacia seguía cantando victoria, ya que, muy seguramente, no se daría el tiempo para preparar de nuevo la sopa, y si la comida se retrasaba, Quinella podía llegar a molestarse muchísimo ahora que Lyceris era invitada, al igual que Kirito y Klein.

No había nada peor que estar esperando la comida sentados en la mesa.

Eldrie y Egil eran los ahora encargados de la cacería. Buscaban algunos jabalíes para cocinarlos el día de mañana, pero era mejor tener todo preparado.

El muchacho recordó la vez que Stacia regañó muy fuerte a Alice por prácticamente su culpa. Eso lo distrajo un poco, tropezándose con una raíz. Egil lo vio, riéndose un poco.

-Más atento, chico. Si así eres al disparar, mejor me alejo unos metros de tu campo de visión.

-Lo siento, es que estoy pensando en otras cosas.

-Cuando tienes un rifle en las manos no piensas, disparas. Y ni hablar de cuando estás cazando.

-¿Por qué lo dices, Egil?

-Ya empiezan los reclutamientos forzados. Empieza a cernirse la amenaza de que nos manden a la guerra.

-Quinella-sama tiene las amnistías, no deberías preocuparte, Egil.

-Eso de las amnistías es una mentira para que no nos preocupemos...pero ya no hay forma de que nos engañen. La guerra va mal, Eldrie.

El joven se comenzó a preocupar. ¿Qué tal si a él lo reclutaban en el ejército? Lo más seguro es que, por su torpeza con el rifle, lo declararan no apto.

Torpeza que, justamente, se evidenciaría al dispararle mal a un jabalí, permitiendo que se escapara.

-¿Desayunaste bien, Eldrie? En verdad te ves muy distraído.

-Tengo problemas, y pensar en el reclutamiento me trae más problemas.

-Es normal que sientas miedo por ir a la guerra, a mí tampoco me agrada la idea. –Egil acertó el tiro, derribando al jabalí. –Pero no podemos hacer mucho.

Con la cacería finalizada, ambos hombres regresaron a la casa, esta vez entrando por la parte trasera de la casa para evitar manchar el suelo donde, muy seguramente, pasaban Quinella o Stacia.

La puerta de servicio no era muy visitada por ellas, de forma evidente. Era la puerta para el proletariado.

Kirito y Stacia caminaban tomados del brazo en las afueras del palacio. Lyceris jugaba con Scheta y con Yuuki.

Era un pequeño paseo de medio día, por lo que el sol pegaba con una ligera fuerza. Stacia llevaba un parasol con ella, cubriéndose a sí misma y un poco a Kirito, quien se las apañaba con su gorro militar.

Admiraban el paisaje, Stacia se notaba muy pero que muy sonriente, incluso contagiando al propio Kirito.

-¿Por qué tan sonriente el día de hoy, cariñito? –Le preguntó.

-El clima se siente excelente, es algo que me pone muy alegre. –En realidad, la alegría de Stacia venía de pensar que tan excelente sería su plan de verse realizado.

Aun así, el clima en era verdaderamente excelente, ya que no se sentía mucho calor ya que corría un ligero viento que movía sus cabellos.

Ambos examinaban las flores y los retoños para ver que tanto habían avanzado desde hacía semana, que era, justamente, la última en que los habían visto. Se notaban más grandes.

Siendo un poco temerario, Kirito arrancó una flor del jardín, poniéndosela en la oreja a Stacia, a la vez que le acomodaba el cabello. Ambos se sonrieron.

-Que bella te vez así.

-Gracias por el halago, Barón Kirito. –La chica se alzó un poco en sus puntillas y le robó un beso rápido en los labios. El joven hizo su cuello un poco para atrás, abriendo los ojos como platos. Stacia rió, dulcemente. –Sigamos con el paseo.

El muchacho alzó una ceja, mirando sospechosamente a Stacia a la vez que le sonreía mostrando los dientes.

-No pensé que a las mujeres francesas les gustara el albaricoque.

-Ya ve que sí.

El paseo continuó ligeramente más hacía la parte de la carretera. Ambos se detuvieron para admirar el solitario camino que llevaba hacía el pueblo y hacía las ciudades. Se notaba que Kirito se sentía melancólico, expresándose ese sentimiento en su rostro.

Era un poco claro, no había nada peor que estar enclaustrado en un mismo lugar. No se aburría, pero estar encerrado todo el día lo fastidiaba. Quería conocer el resto de Francia, pero no podía o sería muerto al instante.

-¿Extraña la ciudad? A veces suelo aburrirme cuando no salgo al pueblo de vez en cuando. Nunca nada cambia, pero esa emoción de pensar que sí es lo que me anima a regresar.

-No es tanto que extrañe la ciudad...extraño mi casa, la comida de mi país. Unas buenas salchichas no me vendrían nada mal, honestamente. –Ambos soltaron una breve risa.

-Hábleme más enserio, Barón Kirito. Por favor.

-No visité nada de Francia, Asuna. Me da curiosidad saber que hay más allá del Noir et blanc. Casi todo me distrae en su casa. Aun así...la curiosidad del hombre es un fuego que ni el mismo hombre puede apagar.

-Puedo mostrarle algunas pinturas que, seguramente, no ha visto que se encuentran en el palacio.

-Me gustaría mucho que se tome esa molestia por mí, Asuna. –El muchacho se quitó el gorro militar y le dio un beso en la mano a su contraria.

-Qué bueno que sea detallista, ¿pero es necesario que también lo sea con las criadas?

-Es un agradecimiento con ellas. Son tan amables que me han dado un par de obsequios, pero creo que saben acerca de mi categoría y cuál es su relevancia.

-¿Obsequios?...¿qué clase de obsequios?

-Nada importante. Un pisapapeles nada más.

-Entiendo. ¿Es Ronye quien le ha dado esos obsequios?

-No. Ha sido Alice, imagino que usted debe conocerla, la chica rubia que es encargada de la cocina.

-Ella no es encargada de la cocina, pero a veces se pasea por ahí. Lo suyo es más que nada de la limpieza de la casa, pero se rotan sus labores dependiendo del día de la semana.

-Tiene sentido.

Tanto Stacia como Kirito regresaron tomados del brazo al palacio. Él no encontró nada de raro en las preguntas de su interlocutora...pero Stacia ahora estaba doblemente satisfecha de los resultados que tendría su plan en caso de salir bien, que era muy seguro.

En cuanto a la comida, la misma ya se terminaba de preparar. La sopa reposaba tibia en la olla, a lo que Alice volvió a prender el fuego, revolviéndola un poco con la cuchara, sin prestar mucha atención a esa tarea, en realidad.

La carne salía del horno, inundando toda la cocina con un olor bastante rico, Tieze olió la carne al sacarla, sonriendo de satisfacción. Una vez más, el plato fuerte le salía a la perfección.

Quedaban los pormenores, que eran, prácticamente, la verdura, la cual ahora Alice era encargada de lavarla y de cortarla para hacer la ensalada del día.

Tenía, además de la lechuga, la col y los tomates, un poco de vinagre y aceite de oliva. La chica sonreía mientras hacía esa tarea que no le requería de mucho tiempo, en realidad. En cosa de diez minutos, la ensalada ya había sido preparada.

-Ya se están sentando en la mesa, así que dense prisa, niñas. –Dijo Ronye, quien entraba a la cocina por las jarras de vino para llevarlas a la mesa.

-De acuerdo. –Tras hablar Alice, Eugeo entraba por la olla de la sopa, tomándola con algunos trapos de cocina para no quemarse las manos, además de ir por la tabla de madera para apoyar la olla.

La mesa ya se había servido perfectamente, ya se encontraban en posición los mozos que ayudarían a cada una de las personas sentadas en la misma. Se servía el vino, tras luego llegar Eugeo a servir la sopa, empezando por Quinella.

-Hoy me di cuenta que usted y mi hija dieron un pequeño paseo por los jardines del Noir et blanc, ¿Qué tal les pareció?

-Bastante bien. La compañía de su hija siempre me es grata, Quinella-Sama.

Como todos se encontraban tan exhortos en la plática, nadie notaba que la sopa tenía cebolla, salvo Eugeo, quien se extrañó muchísimo de ver tal ingrediente en la mesa de la burguesía. Aun así, no le dio mayor importancia al pensar que, si estaba ahí, era por algo. Quizá Quinella o Lyceris la había pedido así, quien sabe.

-Al Barón Kirito le gustaría visitar la ciudad, pero se nos complicaría mucho disimular que es prusiano.

-Podríamos decir que es mudo. –Bromeó Klein, sacándole una risita a todos...menos a Kirito.

-Que bufón eres, mi querido escudero. –El muchacho tomó del hombro a Klein, sonriéndole de una forma que le decía "ya te jodiste". Klein se arregló la corbata, un poco nervioso.

En cuanto la sopa le fue servida a Lyceris, ella la removió un poco, soplando a la misma.

-¿Pero qué?... –Cuestionó ella, alzando una ceja.

Con la cuchara, la pequeña extrajo una rodaja grande de cebolla, poniendo un gesto de asco. Quinella palideció de inmediato. Kirito y Klein se miraron, incomodos, dándose cuenta que su sopa también tenía cebolla.

-¿Cebolla? –Se quejó la niña, notoriamente molesta, levantándose de la mesa. –Estoy indignada, tía Quinella, indignada. ¿En verdad sirves cebolla a tus invitados? Eso es una falta de respeto en lo más absoluto.

Lyceris se fue del comedor, con esa aura aun de molestia. Quinella también se levantó de la mesa, pero ella se notaba un poco más tranquila.

-Eugeo...llama a Tieze, por favor. –Pidió, notándose que acumulaba mucha ira en sí misma.

-E-ella no hizo la sopa.

-No me importa. Llámala, por favor.

-Tieze...espero me perdones. –Pensó el muchacho, caminando hacía la cocina. Todos los mozos se comenzaron a sentir muy nerviosos por lo que fuera a pasar.

-Retiren los platos...creo que hoy habrá ración doble de plato fuerte.

Inmediatamente tras las palabras de Quinella, los mozos retiraron a toda velocidad los platos de sopa, llevándoselos a la cocina. Tieze entraba al comedor, Quinella le hizo un gesto de que la siguiera. Fueron hasta su despacho, que se encontraba al otro lado de palacio.

Pasados unos segundos, y a pesar de la distancia, se lograron escuchar los gritos de cólera de Quinella, quien se enojaba como nunca antes en todo lo que llevaba mandado en el palacio.

En la mesa, todos se miraban incómodamente, sonriendo y fingiendo que no pasaba nada.

-¿Leyeron el periódico del día de hoy? –Preguntó Yuuki, tratando de que el espesor de la incomodidad no fuera en aumento.

-Parece ser que los independistas cubanos siguen dando lucha a los españoles. –Se escuchó como algo de vidrio se quebró, además de algunas cosas cayendo al suelo. –Y pensar que hace setenta años eran el imperio más grande del mundo.

-Sí...vaya que las cosas cambian en poco tiempo.

Regresando Quinella, ella se notaba con la furia de mil demonios. Sólo Dios sabría dónde estaría Tieze, quizá seguiría en el despacho. Cuando la señora de la casa pasó, a varios mozos les dio un pequeño escalofrío. Todo el palacio se sentía muy nervioso.

Quinella entraba a la cocina empujando la puerta, buscando con ojos coléricos a quien sería su siguiente víctima. Éstos se posaron en Alice.

-¡Tú! ¡¿Por qué le pusiste cebolla a la sopa?! ¡¿Por qué carajos se te ocurrió algo tan estúpido como eso?!

-Qui-Quinella-Sama, ¿de qué habla?...

-¡No te trates de escapar tan fácil! ¡Tú fuiste quien preparó la sopa! ¡¿Por qué pusiste cebolla a sabiendas que Lyceris comería de ella al igual que nuestros dos invitados?! ¡¿Acaso estás loca?!

-En verdad, le juro que yo no fui.

-Miente. –Intervino Stacia, quien se paraba en la puerta. –Yo vi que ella echó la cebolla.

-¡¿Y por qué no le dijiste nada, Stacia?!

El resultado se volcaba en contra de la propia Stacia. El plan le había salido bien...hasta ese punto.

-Bu-bueno...es que yo.

-¡Excusas! Luego arreglaré cuentas contigo, niña. –Quinella volteó a ver a Alice, quien se notaba sumamente nerviosa. –Y en cuanto a ti... ¡Estás despedida, Alice! ¡Hoy mismo te vas del Noir et blanc!

-¡No! ¡Por favor no, Quinella-Sama! ¡Le juro por mi vida que yo no fui, no tendría razones para...!

-¡Silencio! Toma tus cosas y lárgate ya mismo, Alice. –Sin decir más, Quinella se marchó de la cocina, aclarándose un poco la garganta, tomando del brazo a Stacia para llevarla a su habitación. Pasados unos segundos, el griterío regresó a la casa. Ella reprendía a Stacia por hacerse de la vista gorda en lo que era algo que no debía suceder nunca.

Alice se soltó a llorar, las demás criadas se acercaron a ella, abrazándola a la vez que la trataban de consolar.

Llegó un punto donde Quinella, de tanto gritar, se quedó sin voz. Su cólera se debía a que la cebolla era considerada para pobres, así que servirla en una mesa donde comían burgueses y miembros de la realeza se podía considerar como un insulto, de ahí que Lyceris se sintiera tan indignada y Quinella tan enojada. Tieze la alcanzó a librar, ella no era despedida pero el regaño sufrido por su señora no se lo quitaba nadie.

Curiosamente, los gritos de Quinella se lograron escuchar hasta afuera del palacio, ya que Eldrie y Bercouli regresaban de un pequeño encargo que se les había pedido. Iban montados en caballo, con la intensión de dejar a los animales en el corral, ahí fue cuando escucharon el regaño para Stacia.

-¿Pero qué rayos habrá sucedido? –Preguntó Bercouli, prendiendo su pipa.

-Quien sabe, pero no debe ser nada bueno.

De manera oficial, Alice se iría del Noir et blanc ese mismo día después de que el proletariado comiera. No es necesario decir el por qué ella no tenía hambre ella ni las compañeras que eran prácticamente obligadas a empacar todas sus cosas para que ella se marchara.

El plan de Stacia había funcionado casi a la perfección, obviando el hecho de que terminó quemada. No importaba mucho, su cometido se logró y eso era lo que le importaba.

Incluso para Kirito era difícil ver aquella situación. Alice lloraba de forma inconsolable en su cama al tiempo en que Scheta y Ronye guardaban sus cosas en una maleta, que si de por sí no eran muchas pertenencias. Ellas se notaban muy tristes al hacerlo. Quinella supervisaba personalmente todo el proceso.

El pequeño detalle de la sopa no le molestó a Kirito al saber que era preparada por Alice. Pensaba "un error lo puede cometer cualquiera".

-¿En verdad es necesario que ella se vaya de la casa? –Le secreteó a Quinella, quien, simplemente, le asentó con la cabeza. No tenía voz por tanto gritar.

Yuuki se acercó para abrazar a Alice, quien le regresó el abrazo con bastante fuerza. Ella no quería irse, pero no entendía por qué le echaban la culpa de algo que no cometió. No pensaba en quien la culpaba, ni siquiera el por qué. Lo único que pasaba por su cabeza era el no querer irse del palacio.

-Ayúdeme por favor, Yuuki-san. –Pidió Alice mientras lloraba en el hombro de su contraria.

-Traté, pero madre es reacia a acceder a cualquier cosa. Stacia le dijo que desacatabas sus órdenes, por eso mismo se niega a todo.

-Nunca fue con una mala intención, se lo juro, Yuuki-san.

-Yo sé que no fue con una mala intención, Alice. En verdad, no puedo hacer nada a pesar de que sí quiero...perdóname.

Eldrie y Bercouli entraban al palacio notando que el ambiente se sentía raro, el aura era lúgubre, casi como si fuera un funeral. Eso extrañó a ambos hombres, quienes buscaban a la dueña de la casa para informarle acerca del pedido.

Cuando preguntaron donde se podía encontrar Quinella, Egil les respondió que en el cuarto de Alice, ya que la habían despedido y supervisaba que el proceso fuera lo más rápido posible.

Al primero de ellos la noticia le cayó muy mal, sintiendo como si le golpearan el pecho. El más viejo de los dos hombres se sorprendió bastante, ya que no se lo podía creer. Hacía mucho tiempo que no se despedía a nadie en el Noir et blanc.

De forma inmediata, Eldrie subió por las escaleras a pesar de la negativa de Bercouli. Él no se explicaba por qué su aprendiz se alarmó tanto por esa noticia, algo andaba mal.

Cuando el muchacho terminó de subir al tercer piso, pudo ver como Alice tenía en manos su maleta, seguía llorando, tratando de secarse las lágrimas. Quinella señaló con su dedo la salida.

-¡Un momento! ¡¿Qué está pasando aquí?!

-Alice cometió un error muy grave, Eldrie. Mi madre se enojó como nunca antes, por eso mismo ella se tiene que ir.

-¡Pero no pueden hacerlo, cualquiera comete un error!

-Lo siento Eldrie, pero madre ya tomó esa decisión, así que ya no hay nada que hacer.

-Quinella-Sama, por favor, sea racional. No pudo ser tan terrible el error que Alice cometió. Quizá está muy molesta ahora, pero si se toma un tiempo para...

-Silencio, Eldrie. Madre decidió correr a Alice y no hay nada que puedas decir.

-¡¿Por qué ella no me responde?!

-Bueno...es que ella no puede hablar...los gritos la dejaron sin voz.

-Quinella-Sama, Stacia-Sama, en verdad les ruego que repiensen el tema. No despidan a Alice, por favor se los pido.

-Lo siento, pero la falta que ella cometió fue muy grave, algo que merece el despido.

-¡Entonces renunciaré si es que Alice se va de la casa!

Aquella sentencia tomó por sorpresa a ambas mujeres, en especial a Stacia, quien vería por la borda todos sus planes si es que Eldrie renunciaba.

Quinella sonrió de forma altanera, ella pensaba "entonces lárgate también". No le importaba que Eldrie se fuera, tenía a Eugeo para que se convirtiera en aprendiz de capataz. No obstante, fue ahí cuando Stacia intervino.

-Calmémonos todos. Eldrie, no es necesario que tú renuncies, así que...

-Esa es mi última palabra, Stacia-Sama. Iré a preparar mis maletas ahora mismo.

-Eldrie, cariño. No es necesario que hagas eso...Alice se queda en la casa. –Ante las palabras de su hija, Quinella se le quedó viendo horrible a Stacia. -Creo que, al final de todo, sí que nos precipitamos, ¿no es así madre? Oh vaya, pero que tarde es, es hora de tu baño, madre.

Tomándola del brazo y jalándola a la fuerza, Stacia se llevó a Quinella, quien no dejaba de mirarla con una cara de "¿Pero qué carajo haces?". La señora de la casa le forcejaba a su hija. Aun así, ella cedió ante su hija. No gritaba por que no podía.

-¿En-entonces?

-Así es, Alice. Desempaca tus cosas...no te vas del Noir et blanc.

Ella sonrió con una luminiscencia que se notaba en su rostro. No podía ser más feliz, su estancia en el Noir et blanc seguía siendo un hecho.

Kirito sonrió de forma oculta, también le alegraba que su kleine Sonne no se fuera del palacio. Él tenía que ocultar esa pequeña alegría que sentía en su corazón.

La muchacha se abalanzó sobre Eldrie para abrazarlo, estaba muy agradecida con él, por supuesto. Gracias al muchacho, ella seguiría en el Noir et blanc. Alice ahora lloraba de felicidad.

-Gracias, Eldrie. Eres un santo por ayudarme en una injusticia así.

-N-no hay de que, Alice. Tranquilízate ya, por favor. Vamos a tu habitación, te ayudo a desempacar.

-¡Sí! –La chica le sonrió a Eldrie, abrazándolo una vez más.

El aprendiz de capataz sonrió para sí mismo, alegre de que su acción temeraria saliera mejor de lo esperado. Esa felicidad se notó en su rostro a la vez que le regresaba el abrazo a Alice. Kirito se percató de ello, haciendo una expresión constante de sospecha.

-Imposible... -Pensó él.
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Algunos de ustedes cuando Eldrie salvó a Alice de ser despedida. Bueno, quizá ya varios no tenían mucho afecto por Stacia/Asuna...pero yo creo que ya de plano la odian JAJAJAJA 

A lo mejor piensan que poner cebolla en la comida no es causa de despido, por lo que, hermano mio, déjame decirte que si piensas así eres parte del proletariado :v ¡Toma conciencia de clase y organiza una revolución bolchevique alv >:U!, ok no xd

En el 1870, que es la época en donde nos situamos, la cebolla era para pobres, y servirle cebolla a un noble era algo parecido a escupirle en la cara, de ahí que Quinella se enojara tanto que hasta se quedara sin voz D:

Pero bueh, menos explicaciones, más acción, en dos semanas pasará algo que dirán "Oh Dios mio, vaya historia" Ya que habrá una confesión romántica D: mai gah, ¿de quien para quien? Saquen sus teorías mientras yo me rio de que tan equivocados están :v

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes.

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