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Capítulo 7.-La pequeña invitada.

Era el para nada ansiado día por Quinella en que su sobrina Lyceris llegaría al Noir et blanc. Su hermana lo sabía, sabía perfectamente que ella odiaba a su pequeña hija, por lo que, tras una pequeña discusión en la que había dinero de por medio, ella decidió desquitarse.

La razón por la cual Quinella odiaba tanto a su sobrina es que ella era muy fría, muy antipática y desobediente. Decía la verdad, por lo que eso hacía que Quinella explotara.

De tan sólo pensar que diría la niña de tener a dos prusianos en la casa, la ponía muy de malas, desquitando esa furia con Egil, quien se mantuvo tranquilo del regaño de su señora.

El negro ya sabía por qué era el tedio de su señora. Todos sabían la razón, menos los dos invitados, por supuesto.

Quinella gritaba a todo pulmón, descargando su ira en Ronye, quien se retrasó un poco en traerle el té de la mañana, puesto que se había acabado. Para los dos invitados era muy incómodo esa escena.

-Por favor, Quinella-Sama. Relajase, es un poco de té. –Mencionó Kirito.

Se notó que ella reprimió el gritarse. Simplemente, sonrió de forma cortés.

-Digamos que el día de hoy mis nervios están un poco mal. Hoy viene mi sobrina, y quiero que todo esté perfecto, por eso es que me encuentro tan explosiva. Una disculpa.

-¿Cuántos años tiene su sobrina? –Preguntó Klein.

-Es pequeña. Tendrá unos once años...pero es muy molesta.

-Lo que madre trata de decir es que mi prima, Lyceris, no es muy...sensible, que digamos. Hace comentarios que pueden llegar a herir a las personas, y parece no importarle. –Explicó Stacia, tratando de calmar el ambiente.

-Entiendo. Hay muchas personas así en Prusia, así que no creo molestarme con su presencia. Relájese, Quinella-sama.

Acabado el desayuno, Kirito y Stacia montaban en el mismo caballo, dando un pequeño paseo por los alrededores del palacio. Ambos se notaban muy felices, ya que sonreían muy ampliamente.

Alice veía desde la ventana del tercer piso...tenía celos. Quizá ella ya había capturado la atención del muchacho, pero la razón por la que él estaba ahí era para casarse con Stacia, nada más por eso.

Recordar ese detalle la ponía triste. Alice se sentó en uno de los sillones de una pequeña sala que daba hacía la ventana, la cual tenía una alfombra de color rojo y verde olivo.

Yuuki pasaba cerca de ahí, observando a Alice. Ella sonrió, por lo que fue con la criada.

-¿Cansada de tanto trabajar? –Preguntó Yuuki, con una sonrisa.

-No es tanto por eso, Yuuki-San.

-¿Hum? ¿No dormiste bien? Tómate un descanso y vayamos a tomar el té en mi habitación.

-Que amable de su parte, Yuuki-san, pero no es por eso. Es algo un poco más personal.

-¿Te puedo preguntar qué es?...claro, respeto tu privacidad.

-Son cosas de amor...¿usted nunca se ha enamorado?

-Hum...en realidad, no. Casi nunca he salido de la casa, siempre me han educado aquí, no como a Stacia, ella si ha podido ir a las escuelas de Paris. No he tenido mucho contacto con los hombres.

-¿Y qué hay de Eugeo?

-Él es un caso especial. Es mi mejor amigo, lo quiero mucho por todo lo que ha hecho por mí. Lo malo es que no puedo ayudarte en tus problemas del amor, Alice. Quizá el viejo Bercouli tenga algo que decirte.

-Creo que el señor Bercouli es la persona menos indicada para algo como esto. –Declinó Alice, fingiendo una sonrisa.

-Claro que es el peor, te lo dije de broma. –Yuuki rió amablemente. –Pregúntale a tus compañeras, ellas deben de saber.

Yuuki se retiró, caminando sobre su bastón para seguir con su trayecto original. Alice soltó un fuerte suspiro, levándose del sofá para seguir trabajando lo suyo.

En la entrada, Kirito y Stacia iban tomados del brazo. Tras ese paseo en caballo, ahora irían a platicar un poco en la sala, para luego jugar con los perros de la casa.

Siendo una jugada sorpresa, Eldrie pasó por la sala, viendo a aquellos dos platicar animadamente. Se contaban las experiencias de su vida, algo que era muy bueno para él.

-Recuerdo cuando visité el Eyalato de Egipto. Monté en camello, y no hacía mucho calor ya que fui en invierno. Las esfinges son hermosas, es algo de otro mundo. ¿Has viajado a otro país, Asuna?

-Fui a Italia, España y hace unos dos años me quedé por dos semanas en Suiza. Visité las montañas nevadas.

-Son hermosos, sin duda. Bajé de los Alpes suizos para venir a esta Francia llena de vacas, y debo reconocer que es muy hermoso.

-¿Y por qué un lugar lleno de vacas le parece hermoso?

-No son las vacas. Francia me parece hermosa porque tú estás aquí. –El joven barón tomó la mano de Asuna, dándole un beso en el dorso de la misma.

Estrepitosamente, Eldrie entró a la sala para interrumpir el momento íntimo de aquellos dos. Claro que Stacia se molestó, pero, supuestamente, Kirito era requerido por Quinella, quien ya lo esperaba en su despacho.

Aquello era una mentira. Por lo que le guiñó el ojo Stacia, dejando caer un papel en la alfombra a la vez que se llevaba a Kirito.

Ella tomó el papel, desdoblándolo. Era una pequeña nota que decía: Es por un motivo que nos conviene a ambos, mi señora.

Y así era, escapando hasta la entrada de la casa, Eldrie cortó una rosa, quitándole las espinas para dársela a Kirito.

-Sería un buen detalle que le obsequie una rosa a su prometida, Barón Kirito.

-Veo que prestaste atención a los consejos que yo y mi escudero te dimos. No obstante, joven Eldrie, primero céntrate en tu relación. Gracias por ayudarme. –Kirito entró de nuevo en la casa.

La nota fue escondida en uno de los jarrones de la sala, por lo que Kirito no vio nada extraño. Stacia miraba a la ventana, esperando el regreso de su prometido. Él se aclaró la garganta, evidenciando su presencia.

-Un pequeño obsequio de mi parte. –Dijo él, ofreciéndole la rosa a Stacia.

-Que tierno de su parte, barón Kirito. –Ella tomó la rosa, oliendo su perfume. -¿Me cuenta de sus aventuras en Egipto?

-Claro que sí.

El plan de Eldrie salía a la perfección. Mientras más lejos estuviera Kirito del alcance de Alice, ella estaría más cerca del futuro capataz de la casa. Era muy obvio que Kirito no se figaría en una criada, pero era mejor extremar precauciones.

Los dos comprometidos siguieron hablando en la sala.

Pasado el rato, un carruaje se asomaba por el camino. Apenas fue visto por Bercouli, él soltó una buena risa. Las cosas se iban a poner tensas en el palacio, por muy evidentes razones.

El carruaje tenía el escudo de la familia de Quinella, lo cual evidenciaba mucho más lo obvio. En ese carruaje, iba la sobrina de la señora de la casa.

Los trabajadores dejaron de hacer lo que estuvieran haciendo. Todos se formaron, quitándose lo que tuvieran en la cabeza para no ser regañados por la señora de la casa.

El ambiente que se respiraba era...no muy agradable. Ni siquiera Yuuki sonreía, ya que tampoco se llevaba muy bien con Lyceris. De cualquier modo, su relación era la mejor...de las peores.

-¿Cuánto tiempo se va a quedar? –Secreteó Eldrie.

-No lo sé. Pero no serán pocos días. –Bercouli sonrió alegremente.

Bercouli y Eldrie se apresuraron en sus caballos para llegar a la entrada. El carruaje llegaría en unos tres minutos.

Los quienes poco sentían la presión eran Kirito y Klein, puesto que a ellos les era un poco indiferente el hecho de que un miembro de la familia se uniera en la morada. Como fuera, eso los afectaba, indirectamente. La llegada de Lyceris representaba el comienzo del fin. ¡Claro!, en un sentido hipotético.

Ver el carruaje recorrer el camino era algo que causaba un poco de vértigo, cada metro que se acercaba, hacía que los presentes se pusieran más nerviosos.

Lo peor de todo sería el primer día, por supuesto. El saludo, el primer momento de aquel largo día que venía en la lejanía era lo que causaba más pavor e intriga.

Finalmente, y levantando el polvo, la carreta se detuvo. El conductor se apresuró muchísimo a abrirla, casi como si su vida dependiera de ello. Una mano pequeña se asomó por la puerta recién abierta. Eugeo, de forma perspicaz, se encaminó hacía la mano, tomándola con delicadeza.

Y ahí estaba, una figura de un metro con cincuenta centímetros portando un vestido de color verde, un sombrero café y unos lentes estilo Trotsky bajaban por el carruaje.

Lyceris tenía en sus manos un libro de literatura. El título: Les misérables.

-Buenos días, señorita Lyceris. –Saludó el muchacho, sonriendo.

-Un placer verte de nuevo, Eugeo. –Respondió ella, fríamente, soltando la mano de su contrario.

La pequeña se encaminó hacía Quinella, quien sonreía de forma falsa y forzada. No se sentía para nada alegre de tener que volver a ver a su sobrina.

-Lyceris, ¿Qué tal el viaje? –Preguntó ella, tratando de romper un poco la tensión.

-Nada mal. –La pequeña se alzó de puntillas para besar las dos mejillas de su tía, quien regresó el gesto. –Veo que sigues usando el mismo perfume, ¿no has podido encontrar otro mejor?

-Es el que me gusta. –Sonrió Quinella, tratando de disimular su molestia.

-Prima Lyceris. –Sonrió Yuuki, saludando con la mano.

-Tú salud no ha mejorado. Qué lástima, Yuuki. –La pequeña abrazó a su prima de manera afectuosa y delicada. –Lo bueno es que el aire del campo debe serte revitalizante, eso me alegra.

-¿Y qué hay de la ciudad?

-Es horrible. El humo de las fábricas empieza a ser molesto, la gente se amontona por doquier y los caballos defecan por donde quiera. Sigh, es todo un martirio. Te envidio mucho, prima Yuuki.

-A mí me gustaría vivir en la ciudad. Sería lindo conocer, el pueblo no tiene muchas cosas que ofrecer, si te soy sincera.

-Es mejor que no te quejes. –Lyceris se dirigió con Stacia. Ambas se sonrieron un poco forzado. –Escuché de mi madre que te vas a casar, ¿al menos te atrae la imposición que te hicieron?

-Vaya comentario, tan tuyo. –Stacia rió nerviosa, ya que Kirito podía escuchar.

Lo peor de todo es que Lyceris no se equivocaba. Era una imposición el que ella se tuviera que casar con el Barón, era un matrimonio forzado. Lo bueno es que ella no se quejaba.

-Me alegra que te cases. En cosa de unos años serías de esas mujeres solteronas que se la viven en las mansiones y en las casas de los ricos como parásitos.

En sí, los comentarios de Lyceris eran muy...sin tacto. No es que ella lo dijera de mala leche, pero eran tristes verdades las que ella decía. En efecto, de no casarse Stacia, ella viviría como las solteronas de la burguesía.

Notando a los dos invitados, y viendo que no usaban vestiduras de empleado, Lyceris alzó una ceja, cuestionándose quienes eran ellos dos. Acercándose un poco a ambos, lo siguiente dejaría sorprendidos a los dos hombres.

-¿Was machen einige Preußen in Frankreich während des Krieges? Das gibt mir den Eindruck, dass sie sein Leben nicht verhaften. –Lo que ella preguntaba era por la estadía de los dos prusianos, ¿Qué acaso ellos no apreciaban su vida?

-¡¿Eh?! ¡¿S-sprichst du deutsch?! –Exclamó Klein, sorprendido.

-Claro que hablo alemán, ¿pero ustedes hablan francés?

-Bueno, él y yo hablamos francés. –Sonrió Kirito, buscando alguna empatía.

-Sein Akzent ist ziemlich schrecklich. Jeder Notar, der preußisch oder deutsch ist. –Lyceris reprochaba de su acento. Era obvio que eran alemanes o prusianos.

-Hey, du solltest dich besser bei einem preußischen Adligen entschuldigen, Mädchen. –Klein exigía que Lyceris se disculpara con Kirito.

-Knappe Klein, kümmere dich nicht darum. Sie ist so mit jedem. –Ronye intervino diciendo que Lyceris era así de ruda con todos.

-¿Podrían hablar en francés, por favor? –Pidió Quinella, desesperada.

-No discutimos nada importante, Quinella-Sama. Tranquilícese. –Sonrió Kirito. al menos él entendía ahora el por qué todos se encontraban tan nerviosos de la llegada de Lyceris.

-Iré a mi cuarto a descansar un poco. Espero que la comida tenga un buen sabor, por amor a Dios.

En cuanto la pequeña se marchó, Quinella pidió a Stacia que se llevara a la casa a Kirito, además de pedirle a Eldrie que fuera a mostrarle los conejos a Klein. Cuando eso pasó, todos los empleados hacían el trabajo que normalmente harían.

La señora de la casa hizo un berrinche tal que parecía más niña e inmadura que su propia sobrina. Claro que todos los que la miraban en secreto sabían por qué.

El primer encuentro fue, de hecho...mucho peor de lo esperado.

Al momento de la comida, Ronye y Tieze eran las que más nerviosas se encontraban sin pensarlo mucho. Eran las encargadas de la cocina junto con las demás cocineras, y si a Lyceris no le gustaba lo que se sirviera, la regañada era para ellas.

Casi siempre la respuesta era la misma "sabe horrible". Eso bastaba para que Quinella explotara.

Por el bien de todos ahora lo mejor era tener contenta a la pequeña niña. Se hizo un postre bastante dulce, que era lo que nunca fallaba. Lyceris nunca se quejó de un postre, pero si de alguna crema o sopa.

Quien le servía era Alice, la cual se sentía muy mal. Cualquier fallo...sería un regaño seguro.

En cuanto la sopa fue servida, las tres mujeres trataron de comer lo más natural posible, casi como tratando de evitar ver de reojo a su nueva invitada. Los dos caballeros hacían como si nada, pero también sentían la tensión.

-Está un poco caliente, pero sabe bien. –Expresó Kirito, tratando de sacar platica. -¿De qué es, Alice?

-N-no lo sé, Barón Kirito. Hoy no estuve en la cocina.

-Hum. Una pequeña lástima. No te preocupes, quizá luego le pregunte a Ronye.

-¿A usted le gusta juntarse con la chusma? –Preguntó Lyceris, bebiendo de su sopa. –En efecto, está caliente...pero sabe bien.

Escuchando el comentario, todos soltaron un respiro de alivio. La misma Alice sintió como si le quitaran un peso de encima. Eugeo, quien se encontraba presente sirviéndole a Yuuki, se escapó de forma rápida y sigilosa.

Fue hasta la cocina, solo para decirle a Tieze, de forma muy emocionada, que la sopa le había gustado mucho a Lyceris. Ambos celebraron con un beso rápido. El mozo regresó a su lugar.

Kirito se talló suavemente la barbilla, enchinando los ojos mientras miraba su plato. Pensaba en la respuesta a esa pregunta tan retadora.

-No es que me guste, precisamente. Es eso, o hablar con los perros.

Todos soltaron una buena carcajada en la mesa, incluso la propia Stacia se atragantó un poco con la sopa, riéndose a la vez que tosía. Se cubrió la boca con la servilleta.

-Mi señor siempre ha sido bueno haciendo bromas. Nunca falla en hacernos reír. –Rió Klein, limpiándose un poco las lágrimas.

A quien ni puta gracia le hizo fue a Alice. Se sintió hecha menos, ¿y por una niña de doce años? Eso le dolía en el orgullo. De cualquier modo, ella tenía razón. Alice y Ronye no eran más que la chusma...¿o sí?

También Eugeo se sintió verdaderamente indignado y molesto. Si por él fuera, le diría que lo que ella llama "chusma" no existe. El único detalle es que esa no era la mejor de las ideas.

-Quizá hablar con un perro sea mejor que hablar con un indigente. –Rió Quinella. Todos la imitaron de forma verdadera...menos Yuuki.

-No lo sé, madre. Creo que es mejor hablar con una persona que con perro.

-Siempre tan inocente, hermanita. Los indigentes y los perros no son muy diferentes, son bastante similares.

-Si sigues así, no me sorprendería que para la próxima digas que los negros son humanos.

-Egil es negro, madre.

-Los negros no son personas, Yuuki. Egil es una mercancía, sus padres tenían valor en el mercado de esclavos, sus abuelos también. Egil es...como una lámpara que sabe moler el trigo. –Una vez más, todos en la mesa rieron...menos Yuuki.

-Su negro es impresionante, Quinella-Sama. En realidad, es una muy buena mercancía. Es como una lámpara, así como lo dice, toda mercancía se cuida, se sacude, se le saca brillo. Egil es igual, es un negro al que se le ha sacudido y sacado brillo.

Eugeo se quitó los guantes, apretando los dientes. –Me siento mal, ya regreso. –Dijo, marchándose a toda prisa.

El silencio fue absoluto. Alice se quedó con los ojos bien abiertos, caminando a la cocina para pedirle ayuda a Scheta. Ella ahora serviría a Yuuki tras la salida de Eugeo.

La verdad era que él no se sentía mal. Pero entre tanto comentario racista y clasista, Eugeo no soportó más y salió del palacio a tomar un poco de aire para tranquilizarse. Le hervía la sangre de pensar que ellos decían eso de Egil de forma tan despreocupada.

-Menos mal no soy como Iskahn...o las cosas hubieran acabado muy mal...

En la cocina ya se servía el plato fuerte, que era solomillo con verduras. La tensión crecía una vez más. Alice sirvió un poco de vino tinto en la copa de Lyceris, rellenándola con agua. 

-Gracias. –Dijo la pequeña. Acto seguido, empezó a cortar el solomillo, probándolo. –Nada mal, pero el término medio no me gusta.

-Detalles. Quizá si lo mezclas con el puré se termine de cocer a cómo te gusta. –Sugirió Kirito.

-Es por la edad. En unos años, le tomará el gusto a la carne en su punto medio o tres cuartos. –Sonrió Klein.

-Ah, los prusianos son buenos cuando se habla de carne, sobre todo en las salchichas. –Rió Lyceris.

-Algo así, pequeña.

La comida siguió como normalmente lo harían. La plática era más clasista de lo que era antes de que Eugeo se marchara. Suerte para él que no estaba ahí presente. Él fumaba un cigarro, pensando en cómo sería un mundo donde él pudiera compartir mesa con Stacia sin que ella lo hiciera menos.

Ella se limpiaba los labios con la servilleta de tela, tratando de contener una risa. Un chiste clasista más salía de los labios de Kirito.

Los sirvientes se sentían ligeramente incomodos de escuchar la plática y los chistes, ya que muchos tenían que ver con servidumbre. La única que se mantenía estoica era Scheta, ya que se concentraba más en servir la mesa que en otra cosa.

Fue ahí cuando Alice se cuestionó si a Kirito en verdad no le desagradaba su presencia en las ocasiones que compartían alguna platica o parecidos. Era difícil de saber, ya que él se escuchaba tan convencido en sus argumentos. Encima, ella no le podía ver la cara.

-¿Ya servimos el postre, Quinella-Sama? –Preguntó Scheta.

-¿Postre? –El rostro de Lyceris irradió felicidad, por lo que una gran sonrisa mostrando los dientes se hizo presente.

-Por favor, querida. –Sonrió Quinella, igualmente.

El postre era éclairs relleno de chocolate, con una cobertura de vainilla y una línea de crema batida que iba en todo lo largo del panecillo.

La pequeña Lyceris se veía tan tierna devorando el éclairs, que ya no parecía tanto el pequeño demonio que era para las dueñas de la casa, y un poco el escudero invitado.

Muchos sonreían al ver a la pequeña niña comer, les parecía muy tierno. Claro, que mantenía los modales, masticando bien y limpiándose con la servilleta. Aun así, era un encanto.

-Veo que la pequeña le gusto el postre. –Observó Kirito, sonriendo. La pequeña asentó con la cabeza a la vez que seguía masticando.

Ya en la cocina, Tieze podía descansar agradecida de que nada malo sucedió. Quizá la sopa fue un descalabro, pero ya con lo último, Quinella no estaría tan molesta con ella y las demás chicas que ayudaban en la cocina.

En cuanto a Eugeo, él se aisló en su cuarto para leer y releer a Karl Marx. Eso lo tranquilizaba, además de recordarle por que se había sumado a la lucha comunista. Quería un mundo mejor para todos, uno más justo y respetuoso.

Acabándose el postre, la pequeña niña fue en compañía de Scheta, (más que nada porque fue la única que no inventó pretexto alguno para deslindarse), dejando a los adultos hablar de "cosas de adultos".

-¿Cómo va la guerra? –Preguntó Stacia.

-No sabría decirle, Asuna. –Respondió Kirito. –No hay mucho en los periódicos que hable de eso.

-¿Asuna? –Quinella alzó una ceja. –Así sólo le dicen las personas con las que ella tiene confianza, barón Kirito...lo cual me es muy buena señal.

-La química entre nosotros dos es muy buena, hablando de forma honesta. –Dijo Stacia. -¿No es así, barón Kirito?

Ups, ahí fue cuando el joven barón se vio arrinconado. Sabía que Alice estaría escuchando, ¿pero que importaba? Quizá fuera con la que mejor se llevaba de las criadas, pero eso no importaba.

-En efecto. Mi prometida y yo nos conectamos más rápido de lo esperado. En cuanto usted me mandó una foto de ella, quedé profundamente enamorado. –Sonrió Kirito a Stacia y a Quinella.

-Maravilloso, barón Kirito. ¿Ya decidió donde se realizará acabo la boda?

-Prusia es mi hogar, donde hay muy bellas catedrales y templos donde podríamos casarnos...pero esta Francia llena de vacas me parece también muy hermosa...a pesar de que no he conocido a sus vacas lecheras.

La broma le pareció buena a Klein, quien soltó una risotada. Lo mismo fue con las demás invitadas, pero su risa fue un poco forzada, ya que no les hizo mucha gracia el chiste.

Lo que era Alice, ella se sentía arrasada del corazón al escuchar esas palabras salir de la boca de Kirito. Ahora era bueno no verle la cara, ya que a ella se le destrozaría el corazón con que eso sucediera.

En las afueras del Noir et blanc, Scheta tomaba de la mano a Lyceris, acompañándola en un pequeño recorrido vespertino. El sol no pegaba muy fuerte y la brisa del aire era tranquila. La pequeña quería ver a los caballos.

Eldrie descansaba, igual el viejo Bercouli, por lo que el acceso a los caballos era imposible...o casi.

Iskahn fumaba un cigarro a la vez que platicaba con un trabajador del Noir et blanc. Soltaban algunas risas, amenazándose al lanzar algunos golpes al aire. Para la próxima semana habría peleas en el pueblo, o sea, paga extra para el campeón de la comuna.

-Quizá él pueda ayudarnos. –Mencionó Scheta.

-¿Iskahn? Si él es un inepto. –Se quejó Lyceris.

-En realidad, lo es. O bueno...no tanto. –Sonrió la muchacha.

En cuanto los dos caballeros se percataron que la criada y la sobrina de la señora de la casa se acercaban, recuperaron la compostura. No era buena idea que la invitada se quejara con su tía o les iría mal...muy mal. Que si de por sí, Iskahn ya estaba fichado por Quinella.

-¿Qué se les ofrece? –Preguntó el compañero de Iskahn.

-La niña quiere ver los caballos.

-¿Caballos? El capataz no está, y él es el único que puede abrir el establo.

-Por favor. –Pidió Lyceris.

-Tch. Si algo sucede, fue idea de Scheta. Una más y es probable que tú tía me despida.

-¿Qué tanto habrás hecho, Iskahn?

-Larga historia que prefiero omitir. Como sea, vamos a los caballos. Espero no mancharme de estiércol los zapatos.

La caminata al establo fue breve, ya que no quedaba muy lejos. Eso sí, antes de pasarse la barda del corral, Iskahn revisó que nadie lo viera, por lo que saltó con facilidad. Claro que el muchacho era muy fuerte, así que eso no le costó mucho trabajo.

Para su buena suerte, no piso estiércol como lo previó, por lo que soltó un suspiro.

-¿De qué color quieres que sea tu caballo?

-Hum...color rubio cenizo.

-¿Eh?...¿y ese que color es?

-Que decepción de trabajadores. No me sorprendería que no sepas leer, Iskahn.

-Claro que sé leer, niña. –Imaginó él que le decía... pero no podía. –Vamos, señorita. Dígame que color se le asemeja a eso que pide.

-Es café claro. –Intervino Scheta.

-Gracias, mujer. –Sin poderlo evitar, el muchacho torció la boca, formando una sonrisa involuntaria. Era la primera vez que en verdad se sentía agradecido con Scheta.

Buscando el caballo adecuado, el campeón encontró el perfecto. Era joven, con el pelo brillante. En cuando la niña lo vio, ella sonrió y saltó un poco de la alegría.

Abriendo el corral, Iskahn llevó al caballo hacía la zona de montar. Entre él y Scheta subieron a la pequeña Lyceris, la cual más o menos sabía montar a caballo.

Él dirigía al caballo al tener la cuerda que lo amarraba. Ella cuidaba que la niña no se fuera a caer. Daban paseos cortos.

-¿Se han dado cuenta que esta experiencia entre ustedes dos y yo es lo más cercano a una "familia"?

-¿Eh? No es como que yo quiera formar una familia con esa mujer.

-Él es un salvaje...es todo lo que tengo que decir.

-Se llevan mal, ya veo. Muchas veces, y eso es algo que dicen los libros, el odio lleva al amor.

-¡Ja! Quien escribió eso está mal de la cabeza, ¿no es así, Scheta?

-Yo creo que sí es posible. Si el amor lleva al odio, el odio debería llevar al amor. Tiene sentido.

Iskahn no dijo nada...abrió los ojos de sobremanera e hizo un gesto de extrañeza y de desaprobación. La pequeña Lyceris los miró a ambos, sonriendo con cierta malicia.

-Sí, el odio lleva al amor. –Fue esa su sentencia.
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Ay el amor <3 me encanta como va quedando la relación entre scheta e iskahn tan inocentes los dos :v

Aclaro, no soy racista ni clasista ni antisemita, pero ese era el pensamiento en el siglo xix y aun falta cuando pasamos a los comentarios machistas :v chale me enferman los estereotipos clasistas

Pero bueh, nos vemos en una semana con un capitulo medianamente dedicado a las mujeres de la casa.

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes.

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