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Capítulo 5.-El pueblo.

Era día de despensa, por lo que Alice, Scheta, Tieze, Iskahn y Egil iban a comprar las frutas, verduras, especias, etc. Lo que hiciera falta en la casa, tendría que ir en la carreta.

Ya que sí, iban en dos carretas, las cuales eran manejadas por Eugeo y Egil, respectivamente. En una de ellas iban todos los pasajeros, la otra quedaba vacía, pero estaría muy llena al toque de la campana del medio día.

No se necesitaban tantas personas para ir al pueblo a comprar las cosas que hicieran falta. Se necesitarían unos tres hombres, pero siendo unos bestias en como escoger las verduras, las mujeres los acompañaban.

Llegando al pueblo, éste resultaba muy pintoresco, las casas eran casi todas de color blanco con sus tejas en un grisáceo o un cobrizo muy opaco. Las tiras de madera que recubrían las mismas las hacían más hermosas.

Algunas de las casas tenían un pequeño porche, en el cual varios caballos bebían agua en sus enormes bebederos de madera. Algunas otras tenían un pequeño palco de madera, en donde se ofertaban algunas cositas.

Parándose la carreta, Iskahn bajó de inmediato, poniendo su mano para que fuera sujetada por Tieze, a quien ayudó a bajar. Lo mismo fue con Alice, ayudándola a bajar con una pequeña sonrisa en el rostro.

Cuando iba a bajar Scheta, el muchacho se dio la espalda, comenzando a caminar. Ella se mantuvo estoica, casi ignorando el hecho.

De no ser porque Eugeo y Egil y lo reprendieron, Iskahn optó por ayudar a bajar a Scheta. Tras ayudarla, ella le sonrió. El muchacho jaló de su saco, molesto.

-Ustedes vayan al hotel de paso, despreocúpense por lo demás. Me deberás un buen favor, Eugeo. –Dijo Egil.

-Yo sé cómo devolver un favor, Egil. –Sonrió el muchacho, tomando la mano de Tieze para que ambos enamorados se fueran al hotel de paso.

Ahora el plan entraba a la segunda fase, guiar a los caballos para ir al mercado del pueblo. Los hombres caminaban con sus trajes y las mujeres tenían, en su mayoría, gorros de tela en la cabeza. Algún que otro perro se paseaba por el lugar, resultando muy agradable para Scheta.

En unas canastas cosidas se guardaba el pescado, una mujer los vendía, gritando sus precios a la vez que atendía a varios clientes.

La calle, claramente, era de tierra, en las casas se colgaban las sabanas al sol, varios miraban por las ventanas. Un hombre gritó pidiendo una manzana, la cual el vendedor le arrojó. Tras eso, el hombre de la casa le dejó caer una moneda, siendo atrapada por el vendedor.

Un hombre con un saco en la espalda caminaba por el mercado, ofreciendo algunas flores. Algunos parasoles se asomaban en las lejanías del mercado.

Deteniéndose en una carreta de verduras, los muchachos se asomaron en la misma. Alice y Scheta se encargaron de seleccionar los mejores productos, Iskahn y Egil eran los que cargaban. Compraban en varios puestos, debido a que todo el cargamento para alimentar al ejército de trabajadores del Noir et blanc era mucho.

Se compraban treinta kilos de cada cosa, y eso era suficiente para una semana y media. Uno pensaría que a los trabajadores les fastidiaba salir a comprar la despensa, pero no. Resultaba vigorizante al respirar al aire y a ver cosas nuevas.

Las compras consistían, mayoritariamente, en tomates, patatas, cebolla, trigo, mucho trigo. El Noir et blanc tenía un molino, que era una de las tareas de Egil encargarse de moler el trigo para, posteriormente, hacer harina.

Cargando un costal de treinta Kilos, Iskahn se apresuraba para dejarlo en la carreta, dando un suspiro de alivio por quitarse semejante peso de encima.

Graciosamente, Egil se cargaba dos sacos en la espalda, notándose muy tranquilo al hacerlo.

-Mira que fuerza tiene ese negro. –Soltó una señora, que iba pasando con otras cuantas más.

-¿No se habrá escapado del circo? –Se burló uno de los vendedores.

Egil ignoró el comentario, por supuesto. Sí él quisiera romperle la espalda a cualquier sujeto era una tarea tan fácil como romper una galleta. Aun así, no era bueno meterse en problemas.

-No sé cómo haces para no explotar, Egil. –Mencionó Iskahn.

-No todos son tan prepotentes como tú.

-¡¿Prepotente, yo?! –El muchacho se vio avergonzado ante las risitas de sus compañeras.

-¿Quién más que Iskahn? –Rió Scheta, pasando a un lado de él.

-Tch.

Descansando un rato de cargar y caminar, los trabajadores fueron a ver un ligero espectáculo musical. Era divertido, Alice movía la cabeza de un lado al otro porque le gustaba mucho la música que se tocaba, sonando guitarra y panderos. Los músicos eran desterrados españoles por sus ideas republicanas.

Sonriendo, Scheta tomó la mano de Iskahn, quien se encontraba desprevenido. Ella comenzó a bailar con el muchacho, siendo aplaudidos por los demás espectadores.

Egil se soltó a reír, Alice también dejó escapar una pequeña risita.

-¿Qué ese no es el campeón de la comuna, Iskahn?

-Sí, es él. No sabía que se había comprometido.

El muchacho trató de ignorar los comentarios, tratando de no caer en el ridículo para que su reputación pugilista no cayera noqueada.

-Es bueno con los pies, no podía ser de otra. Al fin y al cabo, es el campeón de la comuna.

Acabando de bailar, los dos compañeros regresaron a sus lugares, siendo aplaudidos por los compradores e incluso por los músicos. Seguían tomados de la mano.

-Nada mal, mujer.

-Ya te dije que tengo nombre, Iskahn.

-Nada mal, Scheta. –El muchacho torció los ojos.

-¿Podrías soltar mi mano? La aprietas mucho.

Iskahn se sorprendió, pero soltó la mano de Scheta de forma inmediata. No se apenó, pero tampoco quería que se corriera el rumor de que él estaba comprometido cuando no era así.

En el hotel de paso, mejor ni hablemos. La joven pareja hacía el amor como siempre que iban al hotel de paso. Todas las camas eran iguales, la diferencia radicaba en que tan desgastada era la cama. Ellos ya sabían cuáles eran los cuartos menos rentados en el hotel de paso: los más caros, por supuesto.

Siendo el sueldo de dos y no el de uno, incluso un poco subsidiados por Eldrie, quien pagaba con dinero los favores que le hacía Eugeo, es que se pagaban tal lujo.

El cuarto donde hacían el amor no era un mugrerío, estaba limpió al igual que las sabanas.

Tieze se sujetaba de los barrotes de la cabecera, tirando su cabeza hacía atrás y formando con su torso un arco por la posición que hacía. Eugeo tenía sus manos a un lado de las orejas de la muchacha, teniendo fuertes movimientos rápidos.

-Eugeo... -Gimió ella, moviendo sus manos hasta las mejillas de su amado para besarlo con pasión.

El muchacho sujetaba los muslos de su contraría para tener más fuerza, así que ella gemía con más fuerza. De no ser por el ruido del mercado, las acciones de esos dos se escucharían hasta la calle.

Y no era el suyo el único cuarto donde salían gemidos. Era un hotel de paso lleno a todas horas, así que esa era la razón.

Un hilo de sudor corrió por las patillas de Eugeo, quien seguía concentrando en lo suyo, restándole importancia a todo lo demás.

Haciéndolo recordar un momento de anterior, Tieze movía sus piernas un poco agitada, contrayendo los dedos de sus pies. Llegando casi a su clímax, enterró las uñas en los hombros del muchacho.

Él continuó, sonriendo con una leve malicia, incluso acelerando en sus movimientos.

-Así...así. –Gimió Tieze.

-Te amo. –El muchacho la besó, siendo esas las palabras más sinceras que podían salir de su boca.

Cuando los jadeos llegaron a Tieze haciendo que ella sintiera que el cuerpo le dejaba de responder, fue que Eugeo se detuvo, besando una vez más a su amada, a la cual abrazó.

-Cuando sea capataz, nuestras vidas podrán ser mejores. Ahorraré todo lo que gane para poder salir del Noir et blanc e irnos a vivir a un lugar mejor.

-Promete que así será, Eugeo. –Pidió Tieze. Él le dio otro beso rápido.

-Si no lo consigo, que me muera por no lograrlo.

-Te amo, Eugeo. –Ella le beso la mejilla, abrazándolo.

Ya se tenía toda la despensa lista, por lo que Alice, Scheta, Iskahn y Egil ya se encaminaban para el hotel de paso. Lo más seguro es que ellos dos los estuvieran esperando, o en caso de que no, seguro se daban una vuelta.

Antes de ir por los dos tortolitos al hotel de paso, Alice fue a un puesto donde se vendían supuestas "pociones" para el amor. Las vendía una gitana, la cual tenía un paño de color morado en la cabeza y sus ropas eran de colores muy psicodélicos, (claro, en lo que se podría llamar psicodélico hoy en día).

-¿Qué tiene para un hombre de dinero, gitana? –Preguntó Alice, un poco apenada y nerviosa.

-¿Hombre de dinero? Vaya que tú no te andas con juegos, niña. –Sonrió la gitana, que era de unos cincuenta años. –Quizá esto, es un perfume, úntatelo cuando vayas a estar cerca de él y eso lo va a enamorar.

-¿Cuándo vale?

-Cinco francos.

-Ouch... Scheta, ¿me prestas dos francos?

-No tengo dinero, Alice.

-Te los daré yo, pero no olvides pagármelos. –Dijo Egil, quien sacaba un pequeño billete de cinco francos del sombrero para dárselo a la gitana.

-Suerte con tu hombre rico, pequeña.

-¡Espere! Aún quiero comprar algo más. –Alice miró a Egil, sonriéndole. El negro hizo un gesto de "ya que".

Además de su perfume, Alice tenía en su mano una pequeña piedra brillante. Era algo insignificante para cualquier miembro de la burguesía, pero la historia que contaría Alice para ganarse a Kirito era...creíble.

Ya con las piedra y el perfume, además de la despensa, claro que sí, los cuatro trabajadores fueron hacía la calle del hotel de paso. Egil e Iskahn jalaban los caballos que, a su vez, jalaban las carretas con las cosas. Las dos mozas vigilaban que nadie se llevara nada.

Un montón de gente se acumulaba una calle antes de llegar al hotel de paso, Eugeo y Tieze veían también, pero ellos del lado contrario a la calle.

Una familia era despojada de su casa, varios soldados apuntaban con rifles a las mujeres de la familia, y casi se podía decir que secuestraban al muchacho tratando de subirlo a un carruaje militar.

-¡Por favor, esperen un poco, los impuestos subieron muy rápido!

-¡Silencio! –El capitán del batallón golpeó al padre de la familia con la culata de su rifle.

Al tratar de reaccionar, la mujer fue golpeada, cayendo al instante al suelo.

Eugeo abrió los ojos de sobremanera, tratando de intervenir. Tieze lo jaló del brazo, impidiéndole que se metiera.

-No lo hagas... -Susurró ella.

-¡Su hijo se va a enlistar en el ejército ya que no pueden pagar los impuestos a su Alteza imperial! ¡Vámonos!

Los soldados se llevaron al muchacho, de lleno, dejando a las hijas llorando, a la madre inconsciente y al padre suplicando aun.

-¡Se los tendré en unas horas, no he vendido mucho en mi negocio, por favor no se lo lleven!

-¡Ya cállate! –El capitán le dio una patada al padre, rematándolo.

-¡Opresores! –Eugeo no aguantó más y gritó. -¡Ustedes no protegen al pueblo de Francia, son el brazo armado de los explotadores! ¡Traidores, traicionaron los valores de nuestra sagrada Revolución!

El capitán rió, caminó hasta Eugeo. Tieze se apartó un poco, Iskahn trató de intervenir, pero fue detenido por la gente.

-Eso que dices me suena a algo que diría cierto judío.

-Yo leo a ese cierto judío. –Eugeo le escupió en la cara el capitán, dándole un golpe. -¡Opresores del pueblo de Francia!

Los demás soldados fueron y agarraron a golpes a Eugeo, quien se trató de defender de forma fallida. Tras ser golpeado y pateado, lo dejaron tranquilo.

A la vez que los soldados se retiraban arrastrando a su capitán, Eugeo se revolcó en el suelo, sólo para cantar:

-¡Allons enfants de la Patrie, le jour de gloire est arrivé! Contre nous de la tyrannie.

Ya soltando a Iskahn, él y Tieze fueron corriendo para auxiliar a Eugeo, quien seguía cantando la Marsellesa a pesar de sangrar de la boca.

-No sé si lo que hiciste fue muy estúpido o muy valiente. –Dijo Iskahn.

-Un poco de ambas, pero más estúpido que valiente.-Respondió Tieze.

Egil subió a Eugeo a la carreta en donde iban Alice y Tieze. Ellas lo cuidarían de que nada malo pasara. En la otra carreta irían Iskahn y Scheta. Ella tenía amarrados los sacos de la despensa para que nada se moviera.

La chica subió a la carreta, ayudada por Iskahn. Él cerró la carreta de forma fuerte, asustando ligeramente a la chica.

-Ja, ¿te asusté, mujer? Antes eras más valiente, Scheta. –Se burló el muchacho, sonriendo al tiempo en que se volteaba.

Ella no dijo nada, lo dejó pasar. Cuando Iskahn se subió del lado del conductor, ahí fue cuando Scheta contratacó.

Le puso una pequeña rama seca en el asiento antes de que él se sentara, por lo que le muchacho se picó el trasero. Scheta rió de forma leve, él se enojó muchísimo, pero no se atrevió a golpearla en el pueblo.

-Ya me las pagarás, mujer.

En el palacio, Ronye y Kirito charlaban en alemán, se escuchaban risas de vez en cuando, incluso un jadeo de sorpresa se le salió al joven barón.

Klein miraba con bastante alegría aquella escena. Si su señor era feliz, él también. Stacia miraba con un poco de celos, ya que no tenía ni la menor idea de que hablarían esos dos.

Eldrie y Bercouli montaban a caballo, guiando a los perros a su lugar de reposo tras haber sido limpiado. Además de que los caballos les llamaban la atención a los canes, ambos hombres sujetaban un hilo para que los perros lo persiguieran.

La única que no seguía el juego era Blondie, quien jugaba con Quinella. Era tierno ver a la señora de la casa jugar con su perra favorita, dándole algunos huesos limpios, abrazándola y dándole de besos.

Yuuki tomaba un poco de sol, jugando también con Blondie, haciéndolo sentada. La perra a veces se le montaba en las piernas, siendo quitada de ahí por Quinella.

-Hoy tiene muchas energías. –Sonrió Yuuki, acariciando la cabeza de Blondie.

-Te veo un poco triste, ¿es porque Eugeo no te leyó el periódico?

-Digamos que Bercouli no tiene el mismo tacto...

-¿Qué haremos con el viejo Bercouli? En unos años más será un viejo amargado y cascarrabias.

-¿No ya lo era? –Yuuki rió.

-No seas grosera. Pero sí, ya lo es un poco. –Quinella también rió. -¿Quieres entrar ya a la casa?

-Esperaré a Eugeo. –Vaya que la sorpresa que la chica se llevaría sería muy ingrata.

-Und wie lange wollen Sie noch im Palast arbeiten? –El joven prusiano preguntaba cuanto tiempo Ronye seguiría trabajando en el palacio.

-Ich werde die Arbeit verlassen, bis ich genug Geld habe, um ein besseres Leben zu führen. –Ronye respondió que lo haría hasta que tuviera el dinero para una mejor vida.

-Möchten Sie zu mir nach Hause nach Preußen kommen, um dort zu arbeiten? –El chico le pregunta a Ronye si no quería ir a trabajar en su casa en Prusia.

-Es ist kompliziert, Baron Kirito, ich bin mir nicht sicher, mein Leben ist hier in Frankreich. –Ella le dijo su vida era en Francia, así que era complicado.

-Mach dir keine Sorgen, ich verstehe. –Kirito entendía la situación.

Las carretas levantaban la tierra, los caballos corrían a toda velocidad, sobre todo, que iba más adelantado. Era en el que montaron a Eugeo.

Las dos mujeres se preguntaron por qué tendrían tanta prisa los criados de la casa. ¿Jugarían carreras? Como fuera, Quinella se preparó para darles una buena regañada por ser descuidados con las carretas.

Claro que ella no sabía que una situación delicada se precipitó en el pueblo. Eugeo estaba casi muerto, sangrando de todo el rostro. Quién sabe si los gorilas le rompieron algún hueso.

Bajando de la carreta, Iskahn fue corriendo directamente hacía la casa. Egil ya lo alcanzaba por detrás.

-¡¿Estás estúpido o que, Iskahn?! ¡Es muy peligroso que...!

-¡Necesitamos un médico! ¡A Eugeo lo golpearon unos soldados!

-¡¿Qué?! –Quinella no se lo podía creer.

-¿Eugeo? –Yuuki se levantó rápidamente, casi llorando. Ella fue detenida por varios jardineros de la casa, no era buena idea. -¡¿Qué le pasó a Eugeo?!

-Regresenla a la casa, por favor. –Pidió Quinella, quien corría junto con Iskahn a traer una camilla para trasladar a Eugeo de la carreta hasta su habitación.

Llegando Egil, las tres mozas abrieron la carreta y levantaron a Eugeo para dejarlo en brazos del negro, quien caminaba con prisa hacía la casa.

Varios trabajadores observaban al golpeado Eugeo, quien se desmayó en el recorrido del pueblo hacía el palacio. Tanto fuera como dentro del Noir et blanc ya se había armado un escándalo.

Llegando la camilla que era llevada por Klein e Iskahn, Egil dejó al muchacho en la misma, siendo llevado a toda velocidad al cuarto de Quinella por el mozo y por el escudero.

-¡Eugeo! –Gritó Yuuki, quien lo vio en la camilla. -¡Eugeo, despierta!

-Vamos Yuuki-San, tenemos que llevarla a su habitación.

-¡No quiero, yo quiero ver que le pasó a Eugeo!

Para no hacer enojar mucho más a Quinella, Iskahn, Alice, Scheta, Tieze y otros trabajadores ayudaban a descargar las dos carretas. En donde viajó Eugeo había un poco de sangre en las tablas de madera. Quien sabe que parte de su cuerpo sería.

Un telégrafo se mandó inmediatamente al hospital para que un doctor fuera a atender al muchacho. Mientras eso sucedía, algunas criadas le limpiaban el ensangrentado rostro, además de quitarle la ropa.

Tenía varios moretones en todo el cuerpo, por lo que le pusieron trapos mojados con agua fría para que no se fueran a inflamar.

Tieze corrió para ir a la habitación de Quinella, tomando de la mano a Eugeo.

-Tranquilo...aquí estoy contigo. No te dejaré solo, Eugeo...tranquilo.

Se escuchaba que Yuuki lloraba en uno de los pasillos que tenían una pequeña sala de estar. Scheta y Alice trataban de consolarla, pero era una tarea casi imposible.

Stacia y Kirito platicaban de lo ocurrido, pareciéndoles algo sorpréndete. ¿Qué pasó exactamente como para que al muchacho lo golpearan unos soldados?

-¿Lo trataron de alistar a la fuerza? –Cuestionó Kirito.

-No creo, de lo contrario se lo habrían llevado. –Respondió Stacia.

-Te juro, por mi vida, que cuando nosotros dos contraigamos nupcias jamás te daré un disgusto de esta clase, Asuna.

-Gracias por tranquilizarme, barón Kirito. Madre está histérica, ni hablar de Yuuki. La pobre no ha dejado de llorar, y no ha podido ver a su mozo personal.

-¿Qué habrá hecho ese muchacho? ¿No saludó correctamente?

-Ya se lo dirá a madre, pero ella no lo contará, eso es seguro.

-Mientras no esté en peligro de muerte, no tenemos que preocuparnos mucho porque tanto hizo. Si la intensión de los soldados no fue matarlo, es que se debió a un problema menor.

Pasaron cerca de cuarenta minutos para que el doctor llegara, revisando al muchacho y comprobando que nada grave le pasó, pero que sí tendría que reposar.

Se corría el rumor de que, a pesar de que los soldados no lo mataron a golpes, el muchacho ya estaba condenado a muerte. Era muy seguro que lo correrían del Noir et blanc.

Quinella entraba por la puerta, viendo a Tieze tomando de la mano a Eugeo a la vez que él respiraba profundamente. El médico ya se había marchado de la casa.

-Váyanse, tengo que platicar con él. –Pidió ella a las criadas que lo cuidaban. Todas se marcharon menos Tieze. –Igualmente tú.

-Quiero quedarme.

-¡Lárgate! –Farfulló Quinella, apuntando a la puerta. Tieze soltó la mano de Eugeo y se fue del cuarto, cerrando la puerta. –Y en cuanto a ti...

-¿Va a correrme?... –Preguntó el muchacho, en un tono muy leve. Quinella se sentó a un lado suyo, poniéndole el dorso de la mano en la frente.

-No tienes fiebre...¿Qué pensabas cuando golpeaste al capitán?

-No lo pensé...lo hice.

-¡Ya sé que lo hiciste! –Ella se soltó a llorar en el brazo de su contrario. -¿Por qué no te quedaste quieto?...pudiste haber muerto.

-Perdóneme, mi señora.

-¿No pensaste en mi antes de hacerlo? ¿Qué acaso no me amas, Eugeo?

-Por supuesto que la amo, Quinella-Sama. –Respondió Eugeo, siendo esas las palabras menos sinceras que podían salir de su boca. –Ya le he dicho que sólo tengo ojos para usted y nada más.

Ella se comenzó a secar las lágrimas, alzando su rostro para darle un pequeño beso al chico, quien lo tuvo que regresar un poco a la fuerza.

-Nunca...jamás me hagas esto de nuevo. Piensa en mí antes de volver a cometer una estupidez así.

-Pensé en la injusticia que le cometían a esa familia...la madre de ese chico debe estar destrozada sabiendo que su hijo puede no regresar a casa.

-Primero preocúpate por mí, Eugeo. –Quinella se levantó de la silla que quedaba al lado de la cama, caminando hacía la puerta. –Yuuki quiere verte, no ha dejado de llorar en todo este rato.

-Hágala pasar, y después a Tieze.

La hija menor de la casa entró corriendo a la velocidad que pudo, sólo para abrazar al chico, llorando en su pecho. Le daba alivio saber que Eugeo no moriría tras la golpiza. Él la tomó de la cabeza, consolándola.

En la hora de la siesta, Kirito caminaba un poco por la planta del palacio en busca de un poco más de pastel de coco. Él nunca había probado algo igual, así que el joven prusiano atracaría la cocina en busca de un pedazo más.

Stacia dormía, pero él iría con ella apenas despertara. Quedaban cerca de unos veinte minutos para eso, así que el tiempo no le preocupaba. Temía encontrarse a Bercouli, Eldrie o a Quinella, así que vigilaba todo pasillo para no ser atrapado.

Entrando a la cocina, ninguno de los trabajadores de la casa estaba en la misma, así que Kirito celebró su pequeña victoria del día. Fue a buscar en donde se alojaba el pastel de coco.

Se había rodeado de fruta y verdura del mercado comprada esa mañana, así que era difícil dar con lo que buscaba. Finalmente, vio el pastel, así que el muchacho sonrió muy ampliamente, saboreando el pastel, por lo que empezó a salivar mucho.

Teniendo el cuchillo en sus manos, Kirito partió el pastel, siendo interrumpido por algo que casi le arranca el alma del susto.

-Jum, hum. –Alice se aclaró la garganta, el joven se llevó la mano al pecho, asustado a la vez que volteaba a ver a la chica. -¿Qué está haciendo, barón Kirito?

-Venía por una rebanada de pastel...¿quiere una? –El muchacho rió estúpidamente, causado por sus nervios.

Ella lo miraba con sus ojos enchinados, pero salió por la puerta para revisar si es que alguien, de casualidad, venía.

Con la oportunidad en puerta Alice se untó de forma veloz el perfume que le compró a la gitana, poniéndose un poco en el cuello. Guardándolo, entró de nuevo a la cocina.

-Una pequeña rebanada no me sentía mal. –Sonrió Alice, caminando hasta el barón. –Yo me encargo, no se preocupe.

Ella se acercó al muchacho, tomándolo del hombro a la vez que le quitaba el cuchillo para pastel de la mano. Se encontraban muy cerca, por lo que Kirito logró olfatear el aroma del perfume, aspirándolo fuertemente.

-¿Eso es grosella? –Preguntó el muchacho, con los ojos abiertos y alzando la ceja.

-Eso creo, barón Kirito. –Susurró Alice, tímidamente.

-Huele muy hermoso, señorita...

-Alice...dígame Alice, barón Kirito.

-Su perfume huele hermoso, señorita Alice. –El muchacho se quitó su gorro militar. –Permítame hacerlo a mí.

-Mi trabajo es servirle a los invitados y a las señoras de la casa.

-Tómese un descanso, considérelo un deseo de mi parte.

-Y sus deseos son mis órdenes.

-Siéntese, por favor. Esta tarde me encargo yo. –Kirito cortó las dos rebanadas de pastel de coco, una pequeña para Alice. Ambos se sentaron en la mesa.

-Quiero darle un pequeño presente. Quizá usted que es de la nobleza lo vea como algo insignificante, pero yo no. –Alice sacó de su delantal una roca de pirita del tamaño de su palma de la mano.

Era pirita en cubos, por lo que parecía que la piedra de forma irregular, tenía cubos incrustados.

-¿Es oro?

-Parece, pero no es. Se llama pirita, dicen que es un imán de la buena suerte. Le llaman "el oro para tontos" –Alice soltó una pequeña risa.

-Caí en su hermoso engaño. La piedra es hermosa, pero traicionera. –Kirito tomó la mano de Alice para darle un beso al dorso de la misma–Usted es como la pirita: dorada, hermosa. ¿Pero será traicionera?

-No. Le juro que no le diré a nadie que comimos pastel, juntos.

-Entonces se lo agradeceré después. Ya verá que quedará sorprendida.

-Usted puede ser prusiano...pero es tan romántico como un francés. –Alice se ruborizó ligeramente.

-Touché... -Kirito comió de su pastel, Alice lo imitó. –¿Lo digo bien?

-Su acento prusiano lo delata, barón Kirito. Pero sí, no lo hace mal.

-Me alegra escucharlo.

Aquellos dos charlaron hasta acabar su pastel, únicamente para seguir en la sala. Stacia buscó a Kirito por varios lugares, suponiéndose que tendrían que verse en la entrada del palacio.

Muy mala fue su sorpresa cuando ella vio a Kirito hablando con Alice sentados en la sala. Eso lo tomaría...como una declaración de guerra.

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Kirito: Uhhhh, que eres puta, dice. Uhhhh, que se la pelas.

Stacia/Asuna: la perra esta.

Alice: ¡Yo no soy una perra!

Stacia: Me refería a Kirito.

Alice: Ah :v

Pues las cosas se van a calentar todavía más entre esta Alice y Stacia, que de hecho para la próxima semana me van a querer matar por algo que se va a insinuar. Aun no sé con quien haré que se quede Kirito, no sería malo hacer una encuesta de a quien prefieren ustedes. 

¿Pensaron que el yuyio se iba a morir? Yo sé que sí lo pensaron :v pero no, no se va a morir...o todavía no lo pienso (risa malévola)
Nos vemos en una semana.

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes.

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