Capítulo 4.-Invitada especial.
Alice pasaba por la entrada de la puerta, notando las manchas de sangre en todo lo que era el recorrido desde la puerta hasta, muy seguramente, la cocina. Eso la molestó bastante, ya que tendría que limpiarlo ella.
No obstante, con Bercouli gritando y haciendo señas a uno de sus trabajadores, además de que Kirito y Klein salían del granero, ella se extrañó bastante, ¿Qué harían esos dos?
Stacia iba bajando por las escaleras, encontrándose con las manchas de sangre en el piso y a Alice mirando hacía la entrada.
-Tú, niña. –Dijo ella, molesta.
-Stacia-Sama.
-¿Qué estás ciega? ¿No ves todo el desastre en mi piso? ¡Límpialo ahora mismo!
Eldrie pasaba, por lo que fue a calmar las cosas.
-Stacia-Sama, por favor, relajase. Su madre la llama para...
-Silencio, Eldrie. Estoy regañando a la servidumbre. Alice...empiezo a creer que haces esto a propósito, ¿no te gusta el Noir et blanc?
-Claro que me gusta, Stacia-Sama. Lo que pasa es que veía algo raro que...
-¿Eso te involucraba, Alice?
-N-no, pero...
-¡Entonces no deberías porque chismear en los asuntos que no son de tu incumbencia! ¡Ahora ve por el trapeador para que recojas todo esto!
-Lo haré yo. Yo llevaba el venado, tengo que recogerlo yo, Stacia-Sama. –Intervino Eldrie.
-Quien sea de los dos. Pero, en cuanto a ti Alice, desaparécete. –Stacia chasqueó los dedos, corriendo a Alice lejos de la entrada, ya que iba entrando Kirito.
Los dos prusianos la habían visto cerca, pensando que en verdad se trataba de soldados a dar algún aviso o a reclutar a los trabajadores, lo cual no tenía mucho sentido ahora que se analizaba con calma. Apenas se llevaban dos días de guerra.
Kirito vio las manchas de sangre en el suelo, apenándose ligeramente.
-Mi lady, una pena, le manché el piso de sangre de pato.
-No se preocupe, solamente se limpia. Dejando un poco de lado ese tema, que es algo que me ha causado un leve dolor de cabeza. –Stacia se llevó, efectivamente, una mano a la cabeza, en señal de dolor.
-Qué vergüenza me da. Nunca fue intención de un servidor causarle molestias mientras me alojo en su hermosa morada. Fui de cacería con su capataz, su segundo al mando y el joven sirviente de su hermana.
-Eso explica un poco el uniforme. Se ve muy atractivo con él, Barón Kirito.
-Me halaga, Stacia-Sama. Aun así, usted también es una mujer muy hermosa. –Kirito tomó el mentón de Stacia, acariciándolo, levemente. –Iré...a cambiarme las botas, no tardo mucho.
-Tómese su tiempo. –Kirito se retiró. Stacia suspiró de amor.
Klein miraba con una leve sonrisa en sus labios, conteniendo una leve risa. Stacia lo miró con algo de molestia, ¿se burlaba de ella?
-Se ven perfectos juntos. Harán una pareja increíble, y cuando le den nietos a los padres de mi señor... serán la envidia de toda Europa.
-Gracias por sus comentarios, Escudero Klein. Si usted siente algún atractivo por alguna de las doncellas de la casa...yo seré su confidente, le arreglaré todo para que no tarde mucho en casarse cuando el Barón Kirito y yo contraigamos nupcias.
-Le comentaré cualquier inquietud que tenga por sus hermosas doncellas. –Klein se retiró con algo de prisa, tratando de alcanzar a Kirito.
Scheta y Ronye sacudían y recogían el cuarto de Kirito, además de acomodarle la ropa en la cama en espera a que él llegara. Cuando el joven Barón abrió la puerta, las dos chicas se sorprendieron un poco, dejando todo lo que hacían para alzarse ligeramente el vestido, saludando al señor.
-Buenos días, Barón Kirito. –Saludaron las dos mujeres.
-Buenos días. Guten morgen, Ronye. Vielen Dank für die Unterbringung meines Zimmers und danke auch Ihrem Partner für die Aufnahme meines Anzugs. –Kirito le daba las gracias por acomodar su habitación, también pidiendo agradecimientos a Scheta por acomodarle el traje.
-Ich werde es Ihnen sagen, Baron Kirito. –Ella le diría a Scheta.
-Bitte zurückziehen. Ich muss mich zum Essen umziehen. Gracias, chicas. –Kirito pidió que ambas se retiraran para poder cambiarse.
-De nada, Barón Kirito.
El joven sonrió tras cerrarse la puerta, acostándose en la cama. Las piernas y los pies le dolían por el recorrido.
Eran cerca de las diez de la mañana, siendo las siete cuando los cinco hombres partieron de cacería. El joven se quitó los zapatos y el saco, descansado en la cama, con deseos de dormitar un rato.
En cuanto a Alice, ella lloraba encerrada en la despensa. Claro que todo lo que Stacia le dijo la hizo sentir mal, pero ahogaba sus llantos para que nadie la descubrieran.
Era una suerte que la despensa no se hubiera abierto. Aun así, faltaría un rato para ello, ya que se seguían hirviendo los patos para desplumarlos, además de pelar a la venada para cocinarla y extraerle la menudencia.
Quien hacía eso eran Egil, quien tenía la fuerza suficiente para poder cargar a la venada con sus dos manos, y también de tronar alguna articulación.
Esa no era su función principal en la casa, ya que lo suyo era más como jardinero. No obstante, el negro era consentido en la casa por ser un instrumento muy valioso para Quinella-Sama. Muchos esclavos negros matarían por tener un trato similar.
Eugeo, de igual forma, descansaba en su habitación, leyendo a Karl Marx para seguir aprendiendo a lo que se había adoctrinado: el comunismo.
Él tenía la fantasía de una vez ser capataz, pero le faltaban casi veintidós años de servicio para tal logro. El capataz del padre de Quinella duró esa cantidad de años para obtener el puesto. Bercouli tuvo mucha suerte, en realidad.
Pero bueno, que su fantasía era ser capataz. Se juraba que las cosas cambiarían para bien si es que él alcanzaba tal puesto. Teniendo a Quinella bajo su encanto, y su amistad con Yuuki, era casi seguro que le darían su visto bueno de aumentar el salario, bajar las horas de trabajo, garantizar la salud de los trabajadores y más equidad e igualdad.
Su sueño era muy ambicioso, y, aun así, no era amigo de Yuuki por mera conveniencia. Algún día le tendría que contar de Karl Marx, a quien Eugeo consideraba como el mejor de todos los hombres.
Eldrie terminaba de limpiar todo el piso. Él ya se sentía cansado, pero quería darse un pequeño lujo, una cosita de nada. Seguramente habría algunas endrinas para preparar una tarta en el postre de la noche...robar algunas cuantas no afectaría a nadie.
Claro que el único lugar donde las endrinas se hallaban en la alacena, por lo que el muchacho fue hacía la misma, pasando por la cocina, donde había muchísimo ruido, ya fueran algunas pláticas o porque ya se preparaba la comida. Los patos ya quedaban desplumados, por lo que ya se salpimentaban.
-Eldrie, ya que vas a la despensa, ¿me puedes pasar unas patatas? –Preguntó Tieze.
-Claro. –Abriendo la puerta de la alacena, Eldrie escuchó los llantos de Alice, la cual se sentó en la parte más profunda de la misma. -¿Alice?...
Ella no respondió, sólo miró a su compañero, agachando la mirada una vez más. El muchacho tomó lo que necesitaba, cortando algunas endrinas extra. Dándole las patatas a Tieze, él regresó a la alacena.
-¿Qué te sucede, Alice? ¿Quieres un poco?
-No. Y déjalas ahí, seguramente Stacia-Sama me va a echar la culpa únicamente a mí por qué faltan sus malditas moras. –Ella apretó su falda, llorando con más amargura.
-Tranquilízate. Quizá no te llevas muy bien con Stacia-Sama, pero ella quiere demostrarle a su madre que es lo suficiente fuerte para heredar la casa.
-¡Ella se irá con el Barón Kirito!...¿es mucho pedir que en el tiempo que falta no me trate tan mal?
-Somos sirvientes, Alice. No podemos pedir más, no tenemos dinero, tierras. Yo ni siquiera tengo un apellido, igual Eugeo. (En el anime creo que sí tiene, pero no estoy seguro, igual Muchas personas pobres del siglo xix no tenían apellido D:)
-Y eso es lo que más me enoja...no tengo nada para poder reclamarle a Stacia-Sama ni para pedirle que me respete.
-Habla con Yuuki-San, ella sabrá que hacer. A Quinella-Sama no le comentes nada.
El muchacho abrazó a su compañera, la cual le regresó el abrazo, sintiéndose bastante dolida por los regaños injustos de su señora. Lo peor, es que no podía hacer nada, ¿o sí?
Lo que era la carta, ésta seguía en el bolsillo de Bercouli, quien se paseaba por la cocina para tomar una manzana de uno de los fruteros, observado cómo es que Egil destazaba a los patos y a la venada, rebanando una de sus piernas, además de extraerle el hígado.
-Se ve muy limpio, quedará bien en pate.
-Lo más seguro es que le encanté a Quinella-Sama. A Yuuki-San déjale el corazón, le hará falta para que el suyo propio se fortalezca.
-Bien pensando, señor Bercouli.
Tras darle un mordisco a su manzana, Bercouli se marchó. Tenía que supervisar el trabajo de los jardineros y de los domadores de caballos, asegurando que el establo estuviera limpio.
En sí, las hortensias y las rosas ya habían sido podadas, quedando bastante lindas. Las mismas no tenían espinas, lo cual hizo que el buen capataz diera su gesto de aprobación. Los girasoles también quedaban bastante lindos, un trabajador le extendió uno a Bercouli, quien hizo un gesto de extrañez.
Claro que no era para él, era para Yuuki. Era chistoso ver al viejo capataz con un girasol en las manos y una manzana en la otra, lo cual causaba la risa de las criadas.
Stacia se encontraba fumando en el jardín donde Eugeo y Tieze se solían ver. Ella tenía prohibido fumar, por lo que tiró el cigarro en cuanto vio a Bercouli.
-Buenas tardes, Bercouli. –Trató de disimular ella.
-Le vi, no haga que no pasó nada. Menos mal su madre no me acompañaba, de lo contrario estaría en muchos problemas.
-Ya tengo suficientes problemas con las criadas. No me hacen mucho caso, me desobedecen, ¿Qué sigue? ¿Qué me reten?
-Se corre el rumor que usted se irá con el Barón Kirito en cuanto se casen, pero sé perfectamente que eso es mentira. Su hermana Yuuki no podría cuidar de la casa.
-Le tienen más consideración a ella que a mí, ni siquiera porque soy la heredera de la casa.
-Le tenemos compasión. Claro que a todos nos rompe el corazón ver a Yuuki-San así. Para afianzar su poder, tiene que hacerlo por medio de mí.
-¿Qué insinúa, Bercouli?
-A pesar de que soy el capataz, casi no tenemos contacto. Cuando usted quiera que algo se haga en la casa, dígamelo a mí, y si sus órdenes salen de mi boca, ya verá si los muchachos no lo hacen.
-Me cobrará su ayuda.
-No. –Bercouli mordió su manzana, tirándola en el pasto. –Cuando yo me retire, quiero que la casa esté en perfecto estado, y eso solo se logra cuando la heredera afianza su poder. No queremos que nadie diga... "Stacia-Sama no está a la altura de su madre" o, peor aún... "era mejor cuando Quinella-Sama seguía viva".
Ese pequeño comentario hizo molestar muchísimo a Stacia, dándole bastante rabia. Aun así, era evidente que se tenía que controlar, puesto que lo que Bercouli decía era verdad.
Si era por medio de Bercouli, su poder se desafianzaría en cuanto el viejo capataz se retirara de su cargo, no faltando mucho para ello. En quien también tendría que juntar sus nexos era con Eldrie.
Ya el trato estaba hecho, Bercouli siguía observando los jardines, asegurándose que nada estuviera fuera de lugar.
Al tener todo en su orden, Bercouli regresó al palacio, caminando lentamente entre los pasillos de la misma, el cual tenía una alfombra que cubría a la mitad el pasillo, era roja y con una línea dorada a dos centímetros del borde.
Lo más seguro es que Quinella estaría en su estudio, atendiendo todo lo que faltara. Iskahn barría el pasillo y Scheta sacudía el polvo de los espejos. Ambos discutían, siendo acallados por Bercouli.
Cuando el capataz se fue, los dos siguieron discutiendo.
Tocando la enorme puerta del estudio de Quinella, ella no respondió. Pasados unos segundos, Eugeo abría la puerta, Bercouli se extrañó.
-¿Qué haces en el estudio de la señora?
-Me ayudaba a acomodar algunos libros. –Dijo Quinella. Eugeo terminó de abrir la puerta. Tenía el moño desarreglado.
-Arréglate ese muño, muchacho. –En el cuarto hacía calor, Quinella sudaba ligeramente, notándose algo agitada, varios libros yacían tirados en el suelo.
-Se me cayeron mientras buscaba uno, le pedí a Eugeo que me ayudara, eran muchísimos.
-Me doy cuenta de ello. Le llegó correspondencia de su hermana. –Bercouli se sacó la carta del bolsillo, otorgándosela a Quinella.
-Bien hecho. ¿Ahora que quiere mi hermana?
-Quizá no le agrade.
El sobre tenía el nombre de la sobrina de Quinella, algo que, de tan solo verlo, la hizo gesticular un "ash" de la molestia que sentía.
-Me mandará a esa mocosa solo porque no accedí a hacerle unos favores. Mi hermana es cruel.
-¿Siguen sin llevarse bien usted y Lyceris-San?
-Nunca me ha agradado esa niña. –Quinella suspiró, relajándose. –Pero sólo tendré que verla en la mesa, de ahí en fuera, no.
Quinella salió del cuarto, tomando rápidamente el hombro de Eugeo, dándole unas palmaditas al mismo. Al retirarse ella, Bercouli se le quedó viendo, ordenándole seguir con el resto de los libros.
Él en verdad no se había dado cuenta que aquellos dos tenían una rápida batalla, siendo una pierna de Quinella la que tiró la pila de libros de contabilidad al lado de la silla en donde luchaban.
Kirito salía de su cuarto, sintiéndose bien descansado. Cambiándose el traje de cacería por su traje de vestir y gorro militar, el muchacho se vio al espejo, acomodándose cualquier defecto que pudiera tener.
Klein tocó la puerta dos veces, avisando de su presencia y que no faltaría mucho para la comida. Habían pasado tres horas desde su regreso al palacio. Aún faltaban algunos preparativos, faltando quizá una media hora o cuarenta minutos. En fin, la mesa ya se ponía.
Alice, Ronye y Tieze se apresuraban para poner los platos, asegurándose de tener bien colocadas las servilletas de tela. Eso era en el comedor, ya para la mesa de la prole, se servían con platos de madera y cubiertos de hierro, ya que los de plata eran reservados para, por supuesto, las señoras de la casa.
Era muy raro que alguien de la prole compartiera mesa con las tres mujeres dueñas del palacio. Entre ellos estaría Bercouli o Eldrie, siendo ellos los de mayor rango en la pirámide de poder.
Otro que compartía la mesa con las mujeres era, y por puro capricho de Yuuki, Eugeo. Claro que el muchacho era bien recibido por Quinella. Por Stacia...no tanto, pero lo soportaba ya que era ir contra la voluntad de su madre y su hermana menor.
La razón por la cual no le agradaba la idea era porque Eugeo no tenía ni siquiera apellido debido a su humilde origen. Su nombre "completo" era Eugeo de Barfleur.
El joven Barón ya bajaba por las escaleras a mediana prisa, sujetaba un bastón y era esperado por Klein, quien le sonrió de forma afable.
-Se ve bien, mi señor.
-Gracias, escudero Klein. ¿Sabes dónde puede estar Stacia-Sama?
-Hmm...creo que la vi por los jardines, quizá y aun esté rondando por ahí.
-Gracias. Avísame cuando esté lista la comida, no importa que interrumpas algo.
-Así lo haré, señor. –Se burló Klein, quien caminaba hacía la cocina, con las manos en los bolsillos.
En cuanto el muchacho salió de la casa, respiró el aire fresco de la mañana. Varios trabajadores iban hacía el granero, incluidos Iskahn. Era hora de sacar a darles una pequeña vuelta a los caballos.
Los perros de la casa también saldrían a pasear. Eran veinte perros, todos de la misma raza pero con un listón de un cierto color, para distinguirlos a todos.
La favorita de Quinella era una hembra más pequeña que las demás, por lo que de ahí es que se ganaba el encanto de la señora de la casa.
Uno de los perros se le acercó a Kirito, ladrándole un poco. El muchacho le acarició la cabeza al can, sonriendo a la vez que lo hacía. Cada que el muchacho movía el bastón, el perro giraba la mirada hacía éste.
-Veo que le agradó a Blondie. –Rió Stacia, quien caminaba hacia él.
-Ese es un nombre alemán: Blondie. Cuando fui a Rusia me regalaron un gato, era del tamaño de mi palma y ahora es enorme.
-Todos los perros son cachorros de los dos canes que tuvo mi abuelo. Es una pequeña gran familia.
-Sé que acaba de pasear por el jardín, aunque...¿le molestaría darme un tour personal por ellos?
-Con mucho gusto.
Kirito tomó el brazo de Stacia para enredarlo contra el suyo. Ambos fueron caminando de forma lenta y tranquila. El joven prusiano movía su bastón de forma estrafalaria, por lo que varios de los trabajadores se burlaban de él.
Cuando los dos pasaron por donde había unos jardineros, y al ya no estar a la vista, uno de ellos tomó su pala, haciendo una expresión graciosa con su rostro e imitando con la pala los movimientos de bastón de Kirito, soltándose a reír tras haberlo hecho.
-Estos prusianos. –Dijo uno de ellos, negando con la cabeza.
Ambos futuros comprometidos seguían su camino, charlando que tal le había ido en la cacería al muchacho, diciendo sus inquietudes.
-Me sorprende que puntería tiene su mozo Eugeo, es bastante impresionante, debo de reconocer. No me atrevería a retarlo a un duelo.
-Es quien más sale de cacería. Y ya tenía mucha práctica, según nos contó una vez Bercouli.
-¿Él está incluido en las amnistías?
-Así es. Mi madre no quiere que se vaya a la guerra por miedo a que no vuelva, ella dice que el mundo de Yuuki gira entorno a él.
-Que romántico suena. Claro que tu madre no permitiría que esos dos se enamoraran.
-Ya he platicado con Yuuki acerca de eso, a mí también me preocupa. Me ha contado que no lo ama, pero le tiene mucha estima y lo quiere mucho.
-Mientras no haya amor de por medio...creo que estaremos bien. No obstante. –Kirito se soltó de Stacia, adelantándose dos pasos. -¿Ella tiene algún impedimento si me enamoro de usted, Stacia-Sama?
-Creo que no. –Dijo ella, con algo de pena.
-Yo tampoco espero que no. –Kirito se quitó el sombrero, haciendo una pequeña reverencia. -¿Cuándo es día de fiesta aquí? Imagino que no ha de faltar mucho para algo.
-Antes celebrábamos el veintiséis de agosto, pero Napoleón III lo prohibió. También cambió el himno de Francia.
-Sí, supe que prohibieron La Marsellesa. Qué pena, era un muy hermoso himno, muy violento, sí. Pero hermoso, igual.
-¿Y que podría ser más hermoso? ¿Yo? ¿O La Marsellesa?
-No me la pone muy difícil, Stacia-Sama. Claro que es usted.
-Me halaga, barón Kirito. Siendo así, dígame por mi segundo nombre, ése me gusta más, pero hágalo en lo personal.
-¿Y cuál es ese su segundo nombre?
-Asuna.
-Vaya que es lindo, al igual que usted.
-Muchas gracias, Barón Kirito. –Asuna soltó una pequeña risita.
Los dos siguieron caminando, aún faltaba mucho por recorrer.
En el Noir et blanc, ya se tenía lista la mesa, y la mayoría de los mozos comían dentro en su parte de la cocina. Iskahn y Scheta se sentaban juntos, siempre molestándose o insultándose el uno al otro. Eldrie los miró con cierta ternura, suprimiendo un comentario que, seguramente, provocaría que Iskahn le diera un golpe.
Se comían con cebolla, debido a que la preparación del pato así lo pedía. En la mesa de la burguesía se preparó un plato diferente, uno más fino y con mejores condimentos.
Esa vez Bercouli compartía mesa con sus compañeros, siendo algo que no le molestaba mucho. Eugeo también estaba presente, apurándose un poco ya que, como era costumbre, le servía a Yuuki.
-Yo quisiera ser capataz algún día. El señor Bercouli gana buen dinero, su cuarto es muy bueno y puede dar las órdenes que él quiera. –Mencionó Eugeo.
-Trabaja duro y entonces serás el capataz. Eldrie te entrenará para tal cosa. Cuando tú seas capataz yo viviré en una casa en la playa.
-Jum, lo que cualquiera esperaría de usted, señor.
-¿Ser capataz es difícil, señor Bercouli? Quiero saber si me puedo arrepentir. –Preguntó Eldrie.
-Es acarrear a una bola de cretinos que se hacen los que trabajan, así que no es muy difícil.
-¿Eldrie como capataz? Yo creo que él es bueno para el cargo, seguramente lo hará bien. –Apoyó Alice, sonriéndole a Eldrie.
-Creo que el pato sabe mejor cuando tú eres el que lo caza. –Rió Eugeo, terminando su plato.
-Nada mal, Eugeo. Lo bueno es que siempre podemos contar contigo. –Dijo Tieze.
El muchacho se retiró, tomando un poco de menta para lavarla y masticarla durante un rato. La escupiría antes de ir a servir en la mesa.
Los mozos ya se preparaban para servir la meza, incluso las señoras de la casa y los dos invitados ya se sentaban en la misma, siendo ayudados por los sirvientes que, respectivamente, les servían.
Eugeo ayudaba a Yuuki con muchísimo cuidado, sujetándola de ambos brazos, arrimando la silla a la mesa.
Acabándose la comida, y siendo ya de noche, Stacia salía de su cuarto, caminando lenta y sigilosamente para ir a la de Kirito. Eran cerca de las doce de la noche, pero despertarlo de una forma romántica, quizá con algún beso sería lo indicado.
Pasar la noche abrazado a su futuro esposo...la emocionaba bastante. Poniendo la mano en el picaporte, se dio cuenta que la puerta estaba cerrada.
-¿Pero qué? –Preguntó ella, moviendo una vez más la manija para ver si no era por falta de fuerza. Efectivamente, tenía llave.
-Jum, hum. –Tosió Alice. –Todos a esta hora ya se encuentran dormidos, ¿Qué hace usted fuera de la cama?
-Lo mismo te pregunto. Yo soy de las dueñas de la casa, así que puedo hacer lo que se me venga en gana.
-¿Qué dirá su madre si le cuento esto? –Retó Alice, alzando una ceja.
-Calmémonos un poco.
-Sí usted quiere entrar al cuarto del Barón Kirito, deberá pedirme permiso.
-¿Pedirte permiso? ¿A ti? –Stacia rió. –Eres una criada, no tengo que pedirte permiso, ahora entrégame la llave del cuarto del barón Kirito y regresa al cuarto de la servidumbre.
-Soy una criada, sí. Aun así, usted le tiene que pedir permiso a Bercouli para algunas cosas, lo mismo que Yuuki-San con el joven Eugeo. Sin más, me retiro, ya es muy noche para andar vagando por los pasillos.
Una pequeña victoria terminaba para Alice. Esa era su venganza por los regaños injustos de Stacia en aquel día. Eldrie esperaba en el pasillo contrario, haciendo un leve gesto de negación.
De alguna u otra manera, él era parte del juego.
Con Stacia, ella apretó los puños, inflando las mejillas para después retirarse con bastante molestia. Alice empezaba a representar un peligro, si los demás trabajadores se daban cuenta que Stacia no podía controlar a una criada, el desorden empezaría a brotar por todo el Noir et blanc.
Era hora de empezar a mandar con puño de hierro, incluso de forma más radical que la forma que le aconsejo el viejo Bercouli.
Ya en las habitaciones de los trabajadores, Eldrie seguía con su cara de negación. Alice sonrió, emocionada, dándole un abrazo al muchacho.
-¡Lo hice!
-Golpeaste a Stacia-Sama en donde más le duele, en su futuro esposo.
-Claro que no voy a permitir que ella se case con el hombre...del que me enamoré.
-¡¿Eh?! –Eldrie sintió como si le estrujaran el corazón al escuchar eso.
-Es un poco penoso para mí decirlo, pero me enamoré del Barón Kirito. Suena estúpido, lo sé...pero si ha pasado que el noble se enamora de la criada, eso dicen los libros y algunos rumores.
-Entiendo, Alice...¿entonces no fue sólo para fastidiar a Stacia-Sama?
-No. Mañana mismo entablaré conversación con el Barón Kirito, lo haré ver que existo, y que tengo nombre. –Ella volvió a hacer un pequeño gesto de emoción. –Buenas noches, Eldrie. Gracias por tu ayuda, descansa.
-Tú también, Alice. –Ella se fue corriendo a su habitación. Eldrie se derrumbó sobre sus rodillas. Había escuchado de los labios de la chica que amaba...que ella quería entregarle su corazón a alguien más.
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Pobre eridorie 😢😢 el nada mas quiere hacer feliz a Alice :con
Y sí, ahora ya ven por que los decía que iban a odiar a Asuna xd
Ya más o menos se empiezan a definir bien las parejas, que es algo que corregí y que le dará más intensidad a la historia
Nos vemos en una semana.
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
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