Capítulo 2.-Inicia la guerra contra Prusia.
Kirito recién se levantaba. Ronye tendía la cama, llevando ya bastante tiempo más de despierta.
Durante un rato, que pudieron ser unos cinco minutos, ella observó al joven barón prusiano dormir en aquel sillón. El joven se durmió la noche anterior mientras ella le contaba historias de su infancia.
Como criada, Ronye no se sentía ofendida, todo lo contrario. De hecho, se sentía realizada y tenía un leve sentimiento maternal, casi como ella hubiera contado un cuento a un niño.
-Buenos días. -Saludó él, estirándose en el sillón donde se había dormido. Tenía puesta una gruesa manta.
-Buenos días, barón Kirito. -Regresó la chica.
Ambos salieron de la habitación. Varias criadas espiaban la puerta, en espera de que ellos salieran. Fue sorprende ver a Ronye peinada y a Kirito con su cabello bien arreglado.
Había dos opciones, o la noche no fue tan ajetreada o se habían arreglado antes de salir. Al menos Alice y Tieze se dieron sus vueltas por la habitación, pegando el oído a la puerta para tratar de escuchar algún ruido proveniente de la misma. Nunca escucharon nada.
En la cocina se preparaba el desayuno. Tieze ni siquiera tenía apetito de pensar que le habían hecho a su amiga. No conocían al noble prusiano, así que ella pensaba lo peor, y solo lo peor.
Por la parte de Eugeo, él sujetaba en sus manos una bandeja de plata que tenía algunas tostadas con mantequilla y miel, además de un chocolate caliente y un poco de jugo de toronja. Unas pocas uvas en un plato también adornaban lo que era la bandeja.
Todos los que le veían le daban paso o le ayudaban a sortear algún obstáculo, ya fuera una escoba o una alfombra mal puesta. Daba la impresión de que aquello no era un desayuno en bandeja, sino algo que podría desatar una tragedia en la casa.
La habitación quedaba cerca de la chimenea, la cual seguía prendida ya que la mañana era fresca, pero se apagaría en algunos minutos más ahora que la temperatura subía.
Finalmente, el mozo abrió la puerta, entrando a una habitación adorada con una cama llena de peluches, de cosas muy infantiles y de una cama enorme tejida con hilos de oro. Era el cuarto de Yuuki.
Ella seguía durmiendo, el muchacho puso la bandeja en la mesa de noche, la cual era enorme y seguía teniendo más peluches todavía. Él sonrió.
-Yuuki-San, despierte. Yuuki-San. -Susurró Eugeo, moviendo delicadamente el hombro de la señorita.
-Eugeo, buenos días. -Fueron las primeras palabras que ella diría en aquel día. -¿Qué hora es?
El muchacho revisó su reloj de bolsillo. -Son las nueve, Yuuki-San.
-Dame cinco minutos más, por favor. Entra a la cama, por favor. Siento frío.
-No sé si deba, Yuu...
-Por favor. Consideralo como un deseo.
-Y sus deseos son órdenes. -El muchacho comenzó a quitarse los zapatos a la vez que la muchacha abría la colcha. -Me siento incomodo sabiendo que corren rumores sobre nosotros en la mansión.
-Madre se preocupa por ello, pero no me importa mucho ya que no son ciertos.
Tras eso, el muchacho se recostó en la cama de la señorita. Increíblemente, él pensaba que se iba a hundir en la misma por la suavidad del colchón. Ahora ya no le molestaba lo que pudieran decir, estar ahí acostado era como el cielo.
Aun así, los mozos y criadas pasaban por el cuarto como si nada. Eugeo siempre se quedaba a ver desayunar a Yuuki, ayudándola en lo que le fuera posible, de ahí que no dijeran nada a esa hora del día.
En el comedor, Kirito se sentaba junto con Klein, quien le preguntaba por su estancia. El joven barón contó lo ocurrido, confesando que le fue un poco incómodo el "regalo" que le dejaron a pesar de que él venía a casarse con la hija de la señora.
Quizá en Francia o en Italia las cosas fueran diferentes a Prusia. Ahí no era muy acostumbrado a que una criada tuviera que entretener por la noche a los invitados. No sería para nada extraño en Norteamérica, pero esos extranjeros no les llegaban ni a los talones a los prusianos, en palabras de ellos mismos.
Quinella y Stacia ya esperaban en la mesa, siendo servidos por Scheta e Iskahn. Alice servía a Kirito, sonriéndole siempre que podía.
-¿Cómo pasó la noche de ayer, joven Kirito? -Preguntó Quinella. La pregunta alarmó un poco a Alice, haciendo que derramara un poco de café fuera de la taza.
-Perdón. -Pidió ella, limpiando el desastre ocurrido. Tanto Stacia como Quinella, se molestaron.
-Fue muy amena. No me sentí fuera de Prusia. -Por la respuesta de Kirito, las dos mujeres rieron jocosamente. -¿Y su niña menor?
-Yuuki suele desayunar en su cuarto. Por las mañanas se siente muy débil, es a medio día que baja a acompañarnos. -Explicó Stacia.
-Entiendo, entiendo. Una pena. No es queja ni nada por el estilo, pero me incomodó un poco el hecho de que dejaran a una de las sirvientas...en mi habitación, sin antes consultármelo. En Prusia no acostumbramos tal cosa, no somos los barbaros norteamericanos.
El leve rubor apareció en las mejillas de Quinella. Stacia miró a su madre, levemente indignada. Ella no sabía que una criada fue dejada en el cuarto del que era su futuro esposo, o eso se suponía.
-Lo siento tanto. En todas las casas francesas esa es la costumbre. Y como Ronye habla alemán, pensé que...
-Si la dejan está noche otra vez en mi habitación...me sentiré muy feliz. -Sonrió Kirito. -Hablar con ella me pareció tan interesante, malamente me quedé dormido. Pero, por favor, déjenla con su ropa de cama normal.
-Así lo haremos. En verdad, que pena me da. -Se disculpó Quinella. Alice respiró aliviada.
Fuera del Noir et blanc, Bercouli esperaba el periódico. Éste era traído por un chico que iba a caballo con varios ejemplares que eran destinados en su totalidad al palacio. Ahora se había retrasado más de veinte minutos, siendo la primera vez que algo así ocurría.
Un negro con un sombrero de bombín caminaba hacía Bercouli, mirando también al horizonte. Era Egil.
-Cuando ese chico venga le daré una buena regañada. Eugeo debería estarle leyendo ya el periódico a Yuuki-San.
-Esperemos que no hayan entrado en huelga los trabajadores de la imprenta. La última vez que eso pasó nadie tuvo periódico durante dos semanas. -Lamentó Egil.
-Maldito sea ese tal Karl Marx, desde que sus libros han sido traídos a Francia no han dejado de darnos problemas.
-Revoluciones, revueltas, alzamientos obreros. Deberían tener prohibida esa clase de lecturas. -Egil le dio un pequeño golpe en el hombro a Bercouli, marchándose al instante.
Eldrie tenía dos rifles en las manos, también caminaba hacia Bercouli, saludando a Egil en el camino. No era día de cacería, ¿acaso había bandidos en las cercanías y asaltaron al chico de los periódicos? Esa podría ser una posibilidad, y era algo que no le gustaba a nadie.
El joven le quitó el seguro a uno de los rifles, haciendo que su capataz se volteara. Él sonrió.
-¿Ya te hartaste de que te regañe y vienes a matarme, Eldrie?
-No señor, ni siquiera lo sueñe. -El muchacho le dio uno de los rifles a Bercouli. -Quería pedirle a un antiguo militar que se asegure que los rifles no tienen fallos. Los mozos saldremos de cacería con el Barón Kirito para que se distraiga un rato.
-No sería malo jugar Quilles después de la cacería. -Bercouli tomó el rifle, observándolo por todos los lados. -Es seguro.
Cuando era hora de revisar el segundo, Eldrie advirtió de la presencia de humo en la carretera. Bercouli confirmó con su catalejo de que era el joven cartero. No era el mismo chico de siempre, por lo que le tendría piedad.
Los dos hombres observaron el caballo llegar. El viejo capataz negaba con la cabeza a cada paso que el muchacho se acercaba.
-Que lindas horas de llegar. ¿Qué le pasó a tu compañero? ¿Se enfermó o por que no pudo venir?
-Mucho peor, señor. -El muchacho les entregó los periódicos. En primera plana: "Francia le declaró la guerra a Prusia".
A los dos presentes se les abrieron los ojos como platos al leer el encabezado. Tomaron los dos bonches de periódicos amarrados y se fueron corriendo directamente a la cocina.
Las cosas no pintaban para nada bien.
El desayuno ya había sido terminado, sirviéndose el postre, que era natilla.
La plática era un poco sobre los ascendientes de cada familia. Quinella, y por ende Stacia y Yuuki venían de uno de los revolucionarios franceses que se había apoyado en Napoleón Bonaparte, sirviéndole por mucho tiempo.
El joven prusiano era descendiente de una familia de bastante poder. Como él ya había dicho antes, compartió mesa con Otto Von Bismark, que no era cualquier cosa.
La plática fue interrumpida en cuanto el capataz y su ayudante entraron por la puerta, poniendo un periódico en la mesa.
-Francia le declaró la guerra a Prusia. -Dijo Eldrie. Todos se sorprendieron. Tieze tiró la charola que tenía en manos, rompiendo los platos y las tazas.
-¡¿Cómo?! -Kirito se levantó de la mesa, tomando el periódico. -"Tras el incidente del telegrama, el emperador decidió declararle la guerra Bismark y a Prusia..."
El resto de los invitados se sintió muy incómodo ante la declaración. Klein se levantó de la mesa y fue junto con Kirito, leyendo el resto del encabezado.
-Menos mal la señorita Yuuki no está aquí...de lo contrario le hubiera pasado algo. -Mencionó Alice, recargándose en la pared ya que sentía que se desmayaba.
-¡Esto es una porquería! -Bercouli golpeó la mesa. -¡Francia va a perder la guerra, eso es más que obvio, no tenemos el ejército, ni las armas, nuestros oficiales no estarían a la altura!
-Barón Kirito, por su seguridad, será mejor que no salga...creo que tendrá que alargar su estancia en el Noir et blanc de manera forzada. -Advirtió Quinella.
-Sí. Si el ejército se entera que tenemos un noble prusiano seguro lo tomarán como prisionero, si es que no lo matan al instante. -Continuó Stacia, abrazando a su madre por la espalda.
-¡Nadie le pondrá una mano a mi señor! ¡Cualquiera que lo intente se las verá conmigo! -Farfulló Klein.
Ambos prusianos se tendrían que quedar forzosamente en el palacio. Varios de los mozos se apuntaron en el tejado del palacio armados con rifles. Un guardia vigilaba el camino para dar noticia de si algún carruaje externo al palacio se asomaba por la lejanía.
La prioridad era que no se supiera por nada del mundo que dos prusianos habitaban la casa de una miembro de la burguesía francesa. Aquello no podía resultar nada bien.
Con la sorpresa inicial ya un poco más rebajada, las dueñas del palacio y los dos prusianos se encontraban en la sala de la casa. Tenían que discutir lo sucedido.
-Francia ya ha de haber enviado a los ejércitos para comenzar la invasión de Prusia, por lo que salir de la casa no es buena idea. -Inició Quinella.
-"Además se pide a todos los hombres iniciar su reclutamiento, así como poner una bandera del país por honores patrióticos". -Leía Eldrie a la vez que daba vueltas por la sala.
-No sé cómo es que el Emperador pudo caer en las provocaciones de Bismark. Desde hace unos meses ya se veía venir que él quería entrar en guerra con Francia, pero no encontraba ningún Casus Belli. -Se quejó Bercouli.
-Lo que importa ahora es que no vengan por nuestros trabajadores. Tenemos a varios jóvenes, pero todos ellos cumplen un trabajo específico.
-Madre puede tener algunos contactos en la política para que no traten de reclutar a los trabajadores. -Dijo Stacia.
-Otra cosa. Si los soldados vienen, tenemos que esconder al barón Kirito y al escudero Klein. Alguno de los pasadizos sería una buena idea, de ellos nadie externo a la casa tiene conocimiento. -Intervino Eldrie.
-Exactamente. Iskahn, más vino, por favor. -Pidió Quinella. El muchacho obedeció sirviendo más vino.
-Si es que mi palabra vale, mi señora, ¿Qué sucede si es que yo quiero ir a la guerra? -Secreteó Iskahn en el oído de Quinella. Ella lo abofeteó al separarse.
-¿Estás demente? ¡Tenemos un invitado prusiano, ¿y tú quieres ir a matar sus compatriotas?!
-¿Qué estupidez dijo Iskahn? -Preguntó Eldrie, llevándose la mano al tabique de la nariz.
-¡Que quiere enlistarse en el ejército! ¡¿No te es suficiente con lo que doy en la casa?! ¡Tienes una cama, comida, un buen trato! ¡Malagradecido!
-¡Perdón, mi señora! Que comportamiento tan insolente ha sido el mío. Y usted, barón Kirito, perdón por lo que dije, creo que hoy desperté mal.
Eldrie se llevó a Iskahn, quien se tallaba la mejilla que Quinella le había abofeteado. Era impresionante como es que todos los trabajadores estaban bien adoctrinados para servir.
Todos menos uno, quien justamente servía a Yuuki, salvo que ambos se ubicaban en el comedor y no en la sala.
-¿Qué pasa en la sala? -Preguntó ella, de forma inocente al escuchar los gritos.
-No lo sé, Yuuki-San. Por favor, continúe leyendo el periódico.
-¿Es muy malo que Francia esté en guerra con Prusia?
-Muy malo. El domingo de hoy será el más largo en la vida de muchos miembros de la casa. Mi misión es que eso no le suceda a usted.
-Gracias, Eugeo. Gracias a ti...mi vida ha sido más amena y me la paso mucho mejor cuando tengo alguien con quien platicar.
-Servirle es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Stacia y Tieze hacían una lista de los trabajadores que podían ser enlistados. Era bien sabido que el ejército prusiano enlistaba en sus filas a cualquiera, en el francés no era tal caso. Reclutaban a los que tenían mejores condiciones.
Ya con la lista hecha, la misma fue entregada a Quinella. Ésta sería enviada de inmediato a los conocidos de la señora, buscando alguna amnistía para que los nombres ahí anotados no fueran considerados para partir a la guerra.
Eso tenía con muchísimo pendiente a Quinella, quien fumaba varios cigarros en su boquilla de plata. Lo mismo hacía el viejo Bercouli, fumando de su pipa. De cualquier manera, él sentía completa seguridad de no ser alistado debido a su pasado como militar.
Era turno de descanso de Eugeo, quien salía del Noir et blanc a "fumar" a los jardines. Los mismos tenían una gran cantidad de flores, de rosas, de árboles. Era casi una jungla pequeña, donde también se tenían mesas, sillas y sombrillas para pasar un rato bohemio.
Eldrie vio a Eugeo, saludándolo con la mano. Él regresó el gesto, diciendo que iba a fumar al jardín. Como su superior se encontraba en servicio, no pudo acompañarlo. Eugeo sonrió.
En la parte donde se suponía iba a fumar, tiro el cigarro sin filtro en el pasto, dejando que el mismo se fuera haciendo ceniza. Tieze miraba al horizonte. Cuando él se aclaró la garganta, la chica se abalanzo sobre el muchacho para darle un abrazo.
-No quiero que te vayas. No, no, por favor. -Tieze casi lloraba.
-No me iré. ¿Me pusieron en la lista?
-Sí. Fuiste el tercero tras Egil e Iskahn. Quinella-Sama te quiere dentro del palacio, y yo también te quiero.
-No me iré por nada de mundo, Tieze. -Eugeo le dio un beso a Tieze, tomándola de las mejillas.
Ambos eran amantes secretos, ya que las relaciones amorosas se prohibían en el Noir et blanc ya que resultaban una distracción para el trabajo. Y peor aún, si una de las criadas salía embarazada.
La última vez que eso ocurrió no sólo corrieron de la casa a la chica, Quinella hizo que todas las pertenencias de sus trabajadores fueran revisadas, sus horarios vigilados y todas las habitaciones eran vigiladas por los viejos lobos de mar.
De eso ya tenía un año, por lo que tal procedimiento fue removido por Quinella, quien creía había dado un castigo ejemplar. No era así.
Los dos enamorados se separaron del beso, viéndose de nuevo.
-Está noche subiré a tu habitación, dile a Ronye para que no le sorprenda.
-De acuerdo...
Cuando los dos tenían sus aventuras lo hacían fuera del palacio, escapándose a un hotel cuando eran mandados a comprar las cosas de la despensa. Para su buena suerte, siempre eran encubiertos por Eldrie, Scheta y Ronye.
Curiosamente, Iskahn se desquitaba de sí mismo golpeando un costal de arroz que había saqueado de la despensa. Lo tenía cubierto con cuatro bolsas, una metida en la otra. Siempre lo hacía así ya que las rompía por la fuerza con la que golpeaba.
Tenía el rostro enrojecido del esfuerzo sin pausa que hacía y por el coraje que tenía. Curiosamente, él no se había molestado con Quinella por abofetearlo, sino él se había enojado por ser merecedor de una bofetada de su señora.
Golpeó tan fuerte el saco, que desgarró su parte superior, causado también por el gancho en que lo había colgado.
Aun así, Iskahn golpeó al pobre saco en el suelo, haciéndose sangrar los nudillos al tener mal amarradas las vendas con las que se protegía. Las mismas resultaban viejas, apestosas y amarillentas.
En el momento en que Iskahn se cansó, dejó de golpear el saco, soltándose a llorar sobre el mismo. Se sentía impotente de no sacar toda su furia, de ser reñido por su señora.
-Los hombres no lloran, y tú te presumes de ser un gran hombre. -Dijo Scheta, observando en un rincón.
-¡¿Eh?! ¡Mujer! -Exclamó él, secándose las lágrimas. -No es lo que piensas, claro que el campeón de la comuna no llora, eso es estúpido.
-No tiene nada de malo. -Scheta se fue acercando a Iskahn, ofreciéndole la mano. -¿Por qué quieres ir a la guerra con Prusia?
El muchacho, en vez de recibir la mano, la golpeó, levantándose por sí mismo.
-Eso no te importa, mujer. Ahora vete si no quieres que te golpee.
-Me pones un dedo encima...y Quinella-Sama no te lo va a perdonar nunca, je, je. ¿Quieres volver a hacer enojar a la señora?-Se burló ella, haciendo que a Iskahn se le marcara una vena de la frente por el cólera que contenía.
-Tienes razón. -El muchacho tomó el saco de arroz y se lo echó en la espalda, subiendo por las escaleras. Ambos se encontraban en el cuarto de calderas.
-¿No te acalora estar aquí, Iskahn? ¿Por qué no lo haces en el jardín?
-No tendría donde colgar el maldito saco.
Ante la retirada del campeón de la comuna, Scheta se llevó una mano a la mejilla, haciendo una muy leve sonrisa.
Era la hora de la siesta, para la gran mayoría. Para Eugeo y Quinella, era la hora de la ducha. Ella se había sumergido en su gran tina de cobre, tirando agua al suelo, algunas veces.
El muchacho, que en vez de tener un fusil tenía un trapeador, vigilaba de forma obediente la tina, secando cualquier chorro que cayera de la misma.
La temperatura del agua era la ideal para Quinella, a quien se le podían ver los pechos y la comisura de los mismos por la transparencia del agua. Eugeo miraba al frente y sólo al frente.
-Mi toalla. -Pidió Quinella, tendiendo la mano. El muchacho se la otorgó.
La señora de la casa, a pesar de tener cerca de unos treinta y tres años, y haber parido a tres hijas, se mantenía joven y bella, teniendo un cuerpo magnifico.
Pasaba la toalla para secarse todas sus curvas. No sería mentira decir que Eugeo, de vez en cuando, miraba el cuerpo de diosa de su señora, cerrándolos cuando ella se volteaba a verlo.
La bañera quedaba a un cuarto de distancia del de Quinella, que era el más grande de todos. Ahí tenías a ella caminando y al muchacho siguiéndola en todo momento, ayudándola a cualquier cosa que se le caía a la señora.
Estando en el cuarto, Eugeo fue corriendo a preparar el vestidor de su señora, el cual ya tenía su vestido limpio.
Su bata de baño era muy estrafalaria, algo que era digno de la burguesía, por supuesto. Ella se sentó en la cama, secándose el cabello.
-Eugeo, mis pies. -Ordenó Quinella.
El chico se agachó, tomando una toalla pequeña para secar los pies de su señora, quien sonreía de forma malvada.
-Dicen que eres amante de mi amada Yuuki, ¿es eso cierto?
-Para nada. Son rumores tontos que no tienen sentido ni base. Además usted ya sabe por qué es.
-Recuérdamelo, por favor.
-Por qué sólo tengo ojos para usted, Quinella-Sama.
Ella se levantó un poco la toalla de baño, mostrando su pierna derecha.
-Bésame los pies...
Obedeciendo, Eugeo se agachó para besarle el pie izquierdo a Quinella, haciéndolo con una leve pasión. No es como que ese fuera su mejor fetiche, pero era orden de su señora. Ella lo tomó de la cabeza, sonriendo.
Subiendo por su pierna, Eugeo comenzó a besar y a morder levemente la piel del muslo de Quinella, quien hizo de un tirón su cabeza para atrás, gimiendo con la boca cerrada.
Tras eso, el muchacho comenzó a quitarse el saco y la corbata, con la cual amordazó a Quinella. Ella era de gemir fuerte, por lo que debía ser así para no ser descubiertos.
Simplemente quitando el cordón que amarraba la toalla de baño, Quinella quedó completamente desnuda, acostándose en la cama a la vez que Eugeo se quitaba los pantalones, colocándose sobre ella.
Las manos del muchacho fueron a terminar a las de su señora, quien lo veía con excitación. Tras estar bien acomodados en la cama, Eugeo se llevó la mano a la entrepierna para empezar a hacerle el amor a Quinella.
Ella se ruborizo al sentir al muchacho dentro de sí una vez más. No era la primera vez que tenían una leve aventura por ahí. Ella, con su mente inundada por la sensación del sexo, le arañó la espalda a Eugeo de arriba abajo, haciendo que soltara un quejido de dolor.
A pesar de estar amordazada, Quinella sonrió, de forma picara. Eugeo también sonrió, acelerando sus movimientos a la vez que ella levantaba la mirada, torciendo los ojos.
Era tan consentida por el muchacho, que ella nunca se esforzó, todo el trabajo fue para su sirviente favorito, quien arremetía en esa batalla campal y sin cuartel.
Para subir un poco de tono, Eugeo amarró las muñecas de Quinella usando su cinturón, acostándola boca abajo.
-Yo soy una persona a la que no le gustan los egoísmos...pero quiero que sea toda mía, Quinella-Sama. -Eugeo le beso la cadera a Quinella, subiendo sus besos por la espalda hasta terminar en la mejilla, donde ella le miraba por el rabillo de su ojo. Tenía el rostro contra las almohadas.
El cabello largo y sedoso de Quinella quedaba a un lado suyo, el muchacho era lento pero fuerte en sus movimientos. La señora torcía los ojos, mirando a la nada mientras su mozo favorito la volvía suya nada más.
La línea de la espalda de Quinella excitaba mucho a Eugeo, junto con sus dos hoyos marcados en la cadera. Ella no se pudo contener, se levantó, formando un arco a la inversa con su cuerpo, queriendo besar al muchacho. Pero no podía, Eugeo le besó el cuello y la frente.
Con las manos atadas, Quinella no podía hacer mucho. Eugeo siguió peleando en aquella guerra.
Al acabar, Eugeo cayó rendido en la cama, quitándole el cinturón de las muñecas, ella se desenmordazó sola, cayendo sobre los labios del sirviente, quien la tomó de la cintura, pasando sus manos por la piel de durazno de su señora.
-Tan obediente como siempre. Tú llegaste al Noir et blanc para quedarte, Eugeo. Te daré todo lo que me pidas, siempre que te quedes aquí.
-Yo le aseguro, Quinella-Sama, que así será.
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Yo buscando un perfil y me salen estas mamadas...El mundo cada vez me decepciona más :'v
Hum, vaya que a Eugeo siempre lo pongo con harem, no sé por qué xdxd Y aun faltan varias sorpresas que ese kbrón nos va a dar más adelante.
En cuanto a lo que es Scheta e Iskahn, tanto en el anime como en el fic los dos siempre me causan ternura, por lo que disfruto mucho de sus escenas juntos, espero también ustedes.
Quizá algunos digan "chale, Quinella y Asuna son bien perras" pero así son todos los burgueses :V
Ustedes: Sí claro, lo dice el rojo 😑
Yo: Pero tengo razón :'v
Ya quiero que sea abril para ver como le parten la madre al imperialismo yankee >:u (se pone una playera del Che Guevara) ya va a despertar el 🍅 AHHH
Nos vemos en una semana.
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
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