Capítulo 18.-Cuando una guerra casi acaba.
Era un día de tarde, nevaba. No obstante, era el día en que muchos de los que una vez se fueron regresarían al palacio.
Había pasado poco más de un mes desde que se firmó el armisticio con los prusianos y de la proclamación de Guillermo I como Káiser de todos los alemanes, así que los soldados regresarían a sus casas, o la gran mayoría.
Muchos seguían en París o en Versalles, no siendo el caso de los trabajadores del Noir et blanc. El negro regresó con tres condecoraciones militares y el rango de sargento, lo cual era excelente.
No obstante, no era el único. Otro compañero ganó igual una medalla al valor militar, pero no la mandó al palacio, prefería usarla todos los días.
Los trabajadores se vieron en la estación del tren del pueblo. Se vieron con un nudo en la garganta, ya que esperaban que más regresaran. De trece que marcharon al frente, apenas cinco regresarían.
Murieron un sesenta por ciento de los gatos que se fueron. O bueno, 60.2 gatos, ya que a uno le faltaba una de las extremidades.
Se abrazaron, algunos casi llorando de verse nuevamente, lamentando también los que no regresaron, puesto que ellos no tenían ni idea de quien murió en los combates.
Durante una parte del trayecto, Egil pensó en Eldrie, le daba tristeza pensar en todo lo que tenía el muchacho por delante, la vida tan acomodada que se podría dar junto con Alice...para no regresar jamás.
Para buena suerte, sus restos descansaban en el Noir et blanc, teniendo un rifle y un casco en representación de cómo murió. Así era con los que tuvieron una digna sepultura. Los muertos por viruela no contaron con tanta suerte.
Alice limpiaba los ventanales del palacio, teniendo siempre esa vista normal, como si no sucediera más, o no hubiera algo de qué preocuparse.
El vidrio quedaba tan brillante que ella se reflejaba en el mismo, sonriéndose con la boca abierta. Al ver para afuera, la muchacha se percató que una carreta con varios hombres en ella se acercaba, identificándolos a todos.
Se soltó a llorar de la felicidad de verlos, soltando el trapo para correr en el pasillo.
-¡Ya están aquí! ¡Regresaron, regresaron! ¡Nuestros muchachos regresaron a casa!
Las criadas que la escucharon comenzaron a llorar de alegría, abrazándose entre ellas, corriendo para ir a la entrada.
Iskahn entraba salvajemente al despacho de Quinella, abriendo la puerta de un golpe, sobresaltándola.
-¡¿Qué te pasa, idiota?! ¡Me asustaste!
-¡Ya regresaron, Quinella-Sama!...los muchachos regresaron al Noir et blanc.
Quinella se levantó rápidamente de su silla, poniendo sus puños en la mesa, apretándolos.
-Ya era hora...tardaron mucho tiempo. –Sonriendo a la vez que contenía las lágrimas, la mujer fue a tomar el brazo de Iskahn para ir a recibir a sus muchachos.
Yuuki era cargada por Eugeo mientras bajaban las escaleras, él casi corría para llegar lo antes posible a la puerta, en la que ya se acumulaban todos los que vivían en el palacio.
La carreta ni siquiera había terminado su recorrido y dos de los cinco sobrevivientes se bajaron de ésta para ir corriendo a los brazos de sus amigos, acción que era efectuada por tres personas a la vez.
Bajando los otros, también fueron recibidos con abrazos y ovaciones, en especial Egil, que era quien más felicitaciones se merecía.
Al que le faltaba una extremidad, que era un brazo, algunos lo miraron con pena, aunque igual lo abrazaron para no hacerlo a un lado, lamentando lo que le sucedió.
-Qué bueno que regresaron, ¡celebremos un banquete en honor a ustedes y en conmemoración a los caídos! Quizá perdimos la guerra, pero eso no quitará que ustedes son héroes, en especial tú, Egil.
-Podré reclamar esas dos medallas que me esperan.
-No hace falta que esperes más. –Ronye se abrió paso entre los demás, sacando de su mandil las dos condecoraciones. –Las traje para que te las pongas de una vez.
-Oh, gracias. –Sonrió el enorme negro, tomando las medallas para ponérselas en la solapa de su saco. –Ya ni me acordaban como eran.
-¡Por los valientes! –Gritó Iskahn, tomando su gorra para lanzarla al aire.
-¡Por los que no regresaron! –Los demás también arrojaron sus gorras o sombreros, dándoles paso a los cinco sobrevivientes, aplaudiéndolos y abrazándolos.
Quien más sobresalía era Egil, por supuesto. Stacia iba a su costado derecho, tomándolo del brazo y mirando para arriba al ser más pequeña que él.
Los dos prusianos se asomaban por la escalera para ver el festejo y celebración, incomodándoles el hecho de que sólo cinco regresaban al Noir et blanc por culpa de sus compatriotas.
No es como que ellos tuvieran la culpa, pero varios trabajadores del palacio pensaban que sí. Lástima de ellos.
De eso mismo hablaban en la habitación del Barón, haciéndolo en alemán para que no fueran descubiertos por cualquiera. Muy mala suerte tendrían si Ronye fuera quien los buscara, ya que ella era la única que los entendería.
-Sigh, Diese Situation macht mich verzweifelt, Sir. –Klein sentía que se desesperaba.
-Ich auch, Klein...aber wir müssen geduldig sein, wir sollten überhaupt nicht verärgert sein oder wir könnten uns selbst verraten, ich weiß. –Kirito estaba igual, pidiendo paciencia ya que cualquier cosa los podría delatar.
-Der Krieg ist vorbei, was erwarten wir sofort zu verlassen? –Klein decía que la guerra ya había acabado, ¿para qué seguir esperando?
-Onkel Kikuoka ging, um uns Geld per Korrespondenz zu schicken, damit mein kleiner Einsamer und ich es schafften, die Schwierigkeiten ein wenig zu überwinden, abgesehen von den Kosten der Flitterwochen. –Su tío Kikouka le prometió al muchacho mandarle dinero por correo para que él y Alice sobrevivieran el recorrido a Prusia, aparte usarlo en la luna de miel.
-Wie bist du auf so eine blöde Idee gekommen, Kirito! –Gritó él, no siendo escuchado por el ruido de la planta baja. La idea le parecía estúpida.
-¡Was wolltest du von mir? In diesem Moment war ich verzweifelt, den Palast zu verlassen. Ich konnte mir nichts Besseres vorstellen, also halt die Klappe! –El barón se excusó diciendo que no se le ocurrió algo mejor al sentirse desesperado.
-Wir müssen dafür beten, dass das Geld ankommt. Onkel Kikouka ist bereit, er wird ihn mit ein paar Steinen schicken, damit er nicht weiß, was drin ist. Es wird lange dauern, bis ich ankomme, das wette ich. –Sabiendo que el tío Kikouka era listo, mandaría el dinero con algunas piedras para que no se supiera el contenido del paquete, pero tardaría mucho.
-Ich habe ihm den Brief vor einer Woche geschickt. Wenn Sie mich nicht ablehnen, dauert es mehr als einen Monat, bis das Paket eintrifft, insbesondere bei so vielen Umwegen, die die Korrespondenz bietet. –Era seguro que tardaría más de un mes en llegar el dinero, si es que no eran ignorados.
Esa misma noche, y como era costumbre, Alice entraba en la habitación del Barón Kirito, quien la esperaba al tiempo en que miraba a la ventana, dormitando de ratos por la hora tan tarde que era.
Se le notaba un poco en los ojos las desveladas que se metía por charlar con su amante y por esperarla. Últimamente, tenía ojeras al ser una cosa del diario dormir a las dos o tres de la mañana para levantarse a las ocho, siendo la hora de desayuno. Era algo pesado.
Incluso la misma Stacia se percató de ello en una ocasión, preguntándole a que se debía. No hubo nunca una respuesta más o menos satisfactoria. La respuesta fue un "sabrá Dios".
Esa respuesta tan ambigua y hueca preocupaba a Stacia, pensando que el mal de Kirito se debía a algo peor. La causa de su "enfermedad" era el amor, no más que eso, ni por asomo.
Claro que nadie lo sabía, y era mejor mantenerlo así por el bien de todos, definitivamente.
Habían pasado dos semanas desde que los trabajadores regresaron de la guerra, la alegría era infinita, excepto para algunos, por la razón de que muchos partieron y pocos regresaron. Y ahora se irían más.
Con varias defensas de título que Iskahn había ganado, el dinero le sobraba, aparte de su sueldo propio y de los ahorros que tenía de ahí mismo.
Scheta también tenía sus ahorros, además de que ella era la que cubría el turno de Iskahn cuando el muchacho se iba a pelear, evitándose el repartir el dinero a la mitad con alguien más.
El dinero les daba para una cosa muy en concentro: una pequeña cabaña al sur de Francia, cerca de Marsella, la ciudad costera.
Primero, eso sí, se irían de regreso al pueblo, de donde era originaría Scheta, pasarían un tiempo ahí en casa de su madre para luego mudarse a su ciudad de ensueño. Todo empezaba bien para ellos, teniendo que pasar por lo más difícil de ese momento.
Bercouli fumaba en la sala al tiempo que bebía un poco de vino, Scheta e Iskahn se le acercaron de forma tímida. El muchacho tosió para llamar la atención del capataz.
-¿Qué se les ofrece? –Dijo él, sin dejar de fumar.
-E-es difícil lo que le vamos a decir, señor Bercouli. Es sobre Scheta y yo...quizá usted piensa que nos llevamos mal, pero no es así, ella es...
Hartando un poquito a su contraria, Scheta le tapó la boca al muchacho, torciendo los ojos.
-Iskahn y yo nos vamos a casar...tenemos el dinero para irnos a vivir al sur del país.
Bercouli se sorprendió muchísimo ante la noticia, ¿Cómo es que ellos se iban a casar si siempre se llevaron mal? ¿En verdad se enamoraron? ¿En qué momento?
-¿No me están jugando una broma?
-Para nada. En verdad este salvaje y yo nos vamos a casar. –Scheta sonrió, tomando de la mano a Iskahn, quien asentó con la cabeza.
-Vaya, me sorprende mucho, la verdad. –El viejo capataz se levantó del sillón donde yacía sentado, abrazando a ambos comprometidos. –Los felicito por su boda, son jóvenes y sé que ya les urge casarse, pero mejor tómense su tiempo. Aunque quizá ya coquetearon con algún otro trabajo fuera del Noir et blanc, no asuman riesgos hasta que todo esté perfectamente, se los digo por experiencia.
-¿Sus primeros años de casado le fueron mal?
-Yo tenía un buen trabajo, pero empezó la guerra y tuve que ir, dejando a mi mujer por la fuerza, ya no hay amenazas de guerra, así que no deberían preocuparse sino más que por trabajar.
-No tenía pensando en otra cosa...Scheta ya no tendrá que trabajar más, de todo me haré cargo yo.
-Esa es la actitud, Iskahn. Mucha suerte, de verdad. Les doy mi bendición. –Bercouli sonrió, siendo algo completamente extraño para cualquiera en el palacio. El viejo cascarrabias resultó no ser tan cascarrabias al final de todo.
Ahora iban con Quinella, quien paseaba por el jardín en vista de que las nevadas ya había cesado, aun así el frío no daba tregua.
Ahora hasta los nervios se apoderaron de Scheta, quien siempre se mantenía estoica en casi cualquier situación, menos en esa. Tenía un pequeño tic en los dedos pulgar, medio e índice, frotándolos rápidamente para calmarse.
-Qu-Quinella-Sama... -Dijo Iskahn, llamando la atención de su señora.
-Iskahn...¿se volvieron a pelear ustedes dos? –La mujer se llevó una mano a la frente. -¿Qué te hizo este salvaje, Scheta?
-...Me propuso matrimonio...y acepté.
-¿Qué? –Quinella frunció el ceño, gesticulando los labios a forma de una leve molestia. -¿Qué clase de broma es ésta?
-El viejo Bercouli reaccionó igual. –Sonrió Iskahn. –No es una broma, Quinella-Sama. En verdad Scheta y yo nos vamos a casar, tenemos el dinero para irnos a vivir al sureste del país.
-Cerca de Marsella, para ser más exactos. La ciudad me pareció muy linda.
-Ay, niños míos. –Quinella se llevó las manos a los ojos, frotándoselos un poco. –¿Por qué me hacen esto? Me harán mucha falta ahora que se vayan, en especial tú, Iskahn.
-Así es el amor, mi señora. –Sonrió él.
-Ni modo, no los puedo obligar a quedarse. Les daré un regalo de bodas antes de que se vayan. –La señora de la casa sonrió, abrazando a sus dos trabajadores, que ya no lo serían por mucho tiempo. –En mi vida pensé que ustedes dos se casarían.
-Creo que nosotros tampoco. –Ante la risa de Iskahn, Scheta le pellizcó el brazo, viéndolo un poco feo. –Perdón...
-A eso me refiero. –Quinella tomó de la mejilla a Scheta. –Me alegra que hayas podido domar a este salvaje, es trabajador y muy dedicado.
-Un poco torpe, pero son detalles.
-Oigan, no hablen como si no estuviera aquí. –El muchacho se cruzó de brazos, las dos mujeres se rieron.
Ya con la noticia en el palacio, casi todos decían lo mismo cuando se les informaba del hecho "¿No estás bromeando?"
Nadie, absolutamente, creía en un primer momento que ellos dos se fueran a enamorar siendo tan contrarios como el día y la noche. No obstante, terminaron siendo un ocaso al resultar parecidos: ni completamente de día, ni absolutamente de noche.
Era ya la primera quincena de marzo del mes, fecha en la que ellos dos quedaban contratados, ya que sí, su contrato era quincenal. Ahora podrían marcharse al no tener compromisos con la familia.
Yuuki, como no es raro, lloraba de entre felicidad y tristeza por ver partir a sus dos amigos, recordando tantas situaciones vividas con ellos. Lo que más le gustaba era esa ocasión cuando Champagne derribó al muchacho al suelo, y ni hablar de la risa que se soltó Scheta cuando fue informada por Alice.
Ambos tomaban sus maletas, saliendo por la puerta del palacio. Egil manejaría el carruaje donde los llevarían, el cual fue adornado con un velo, simulando la futura boda. Ese era el regalo de Quinella aparte de un bono de la mitad de su sueldo mensual para que lo gastaran en cualquier cosa que les hiciera falta.
-Mucha suerte...ojalá les vaya bien en todo lo que se propongan. –Despidió Quinella.
-Gracias, mi señora.
-Dime Quinella, Iskahn. Ya no soy tu señora. –Sonrió ella, melancólica.
Scheta dejaba de abrazar a Yuuki, limpiándole las lágrimas a la pobrecita.
-¿Me escribirás?
-Te contaré como es Marsella, apuesto que te gustará mucho.
-¡Gracias, Scheta! –La muchacha volvió a abrazar a su contraria, quien hizo lo mismo ya que no volvería a pasar en bastante tiempo.
Los dos comprometidos iban tomados del brazo, cargando sus maletas en una mano. Tendrían que comprar ropa al no usar mucha por la cuestión de que el propio palacio les daba los trajes o los vestidos. Otro regalo de Quinella fue que le dejó a Iskahn el traje...él no tenía el suyo propio.
Stacia tomó del brazo a Kirito, dándole un beso en la mejilla para poner su cabeza en el hombro de éste.
-Me recuerda a nuestra futura boda. –Susurró ella.
-A mí también. –Los asuntos de nupcias ahora le revolvían el estómago a Kirito...prefería no recordarlos.
Todas las criadas y los mozos del palacio gritaban "Adiós" o "Hasta luego" ante la partida de los dos comprometidos, usando pañuelos para ondearlos en el viento, despidiendo a sus dos amigos, quienes ahora se iban a tener una vida independiente en del Noir et blanc.
Los dos pajaritos hacían lo mismo, despidiéndose con su mano, sonriendo en todo momento, admirando a sus amigos y al palacio que les dio hogar por algunos años. El sabor de la independencia resultó un poco amargo, aun así lo celebraron con el beso más grande que se habían dado hasta entonces.
Tieze puso su mano en el hombro de Eugeo, sonriéndole. Con su sueldo de capataz, el muchacho podría darle una muy buena vida cuando fueran casados. A ellos les faltaban unos añitos todavía para pensar en tal cosa.
No se dijeron nada, pero Ronye los alcanzó a ver, sonriendo para sí misma. A ella le faltaba su príncipe azul, ¿con quién de los muchachos del palacio se quedaría?
El único detalle es que Eugeo no era un príncipe azul, sino un príncipe rojo...
Y así se fueron dos de los personajes que más vida le dieron al palacio. Digo "personajes" ya que los dos eran una cosa muy curiosa, tanto así que se podrían decir fueron una parte importante del lugar porque siempre causaron tanto enojos o risas.
Quinella abrazó a Yuuki, quien lloraba más ahora que los veía partir. Al desvanecerse la carreta en la lejanía, ya no había nada más que hacer, así que todos regresaron a sus asuntos cotidianos.
Lo que fueron las parejas, tanto los "oficiales" como los amantes, platicaban de lo ocurrido. Stacia le comentaba, de forma muy viva, el modo en que visualizaba la futura boda entre ella y Kirito.
Él también ponía de su parte, diciendo cómo es que se imaginaba la boda. Y es que él sí que imaginó una boda con Stacia, por supuesto, y era la que comentaba.
No obstante, ya no podía imaginarse más si es que Alice no se encontraba en el altar junto con él. Lo más lamentable, es que a Stacia le encantaban los detalles que le relataba.
Lo que más le gustó fue que Kirito se imaginaba la boda en un castillo con grandes ventanales, a los que quería colocarles un velo para cubrir éstos, lo cual no permitiría del todo la entrada del sol, aunque sí iluminaría el castillo.
Quería que fuera en un salón con sus paredes de piedra gris, el suelo hermoso de color blanco, las mesas puestas con adornos de mesa en forma de ángel con una corona de barón puesta en la cabeza, representando, como no, al barón.
Ese detalle le pareció muy lindo a Stacia, recordando que sus futuros hijos tendrían, por "derecho divino", el título de Barones.
Lástima de ellos, en especial de Stacia, que no supieran que todos somos iguales...
Tieze y Eugeo se dieron una escapadita a la parte trasera del palacio, donde platicaban de su parecer respecto a la boda de sus dos amigos.
-Quizá en unos dos años o tres tengamos el dinero suficiente para irnos a vivir a Versalles y de ahí a tener una excelente vida. –Sonrió Tieze, tomando de las manos a Eugeo. –Aunque no haga falta, me gustaría trabajar para poder entretenerme en algo.
-¿Trabajar? Te entretendrás cuidando de nuestros hijos, si tú trabajas, ¿Quién los cuidará? (suena muy machista, pero ese era el pensamiento de los hombres en el siglo XIX. Curiosamente, aún hay hombres que piensan así, a ya dos siglos de ello).
-Sí, tienes razón. Ser madre es un trabajo de tiempo completo, sin goce de salario o vacaciones...ya me la estoy pensando, Eugeo.
El muchacho soltó una risita, dándole un beso en la cabeza a su contraria.
-Mientras yo les ponga sal y pan en la mesa y estemos todos juntos, valdrá la pena, ¿no crees?
-En efecto. –Los dos se dieron un beso en los labios, separándose para regresar a sus labores del diario. Quedaba un poco por hacer todavía para ir a descansar.
Ya era la mañana del diecinueve de marzo de mil ochocientos setenta y uno, el sol salía por las montañas al tiempo en que todos se preparaban para ir a Misa. Era domingo.
Las dueñas de la casa y el capataz ya habían partido, Eugeo decía que se sentía mal y que iría en la tarde a misa por esa misma razón. Seguía reacio a querer ir a una iglesia por su posición de ateo.
Quien ahora se encargaría del correo era Egil, ya que no estaba Eldrie, ni Iskahn, y Eugeo "enfermó" siendo el único que quizá lograría hacer bien esa tarea.
No es como que pudiera llegar algo importante, lo más evidente es que nada llegaría por ser día domingo. Algunas veces, ni el periódico llegaba, y se pensaba que ese era uno de esos días.
Malamente para todos, en especial para Quinella y Stacia, llegó una noticia.
El cartero bajaba de su caballo para ir corriendo a las puertas del palacio. Egil, confiando de que nada llegaría, se despreocupó de esa labor, encargándose de sus propios asuntos pendientes en el palacio.
Era muy temprano, quizá el periódico se había mandado incluso unas dos o tres horas antes al ser tan urgentísima la noticia. Ya sin el problema de la nieve en los caminos, las nevadas o el frío, el periódico llegó antes.
El muchacho se apresuró a ir con la primera persona que vio, siendo Eugeo. Como las dueñas de la casa y el capataz ya se habían ido, se le hizo fácil decir que ya no sentía más dolor, apurándose a sus cosas.
-¡Oiga, muchacho! –Gritó el cartero, dirigiéndose a Eugeo.
-¿Periódico en domingo? ¿Qué pasó ayer?
-¡Los obreros y la Guardia Nacional de la capital se alzaron contra Versalles, dictaron un gobierno socialista! ¡En Inglaterra los comunistas y socialistas apoyaron la idea!
-Ah...ya veo... -Eugeo dio dos pasos con el periódico en manos, cayéndose de bruces al suelo por tan impactante noticia.
Se le había escapado el aire, ¿sus hermanos de clase luchaban contra el gobierno imperial versalles? Eso indicaba una cosa y sólo una cosa: él tenía que estar ahí lo antes posible.
Un gobierno socialista, por primera vez las palabras escritas en papel se cumplían, Karl Marx tenía razón: la revolución comenzó en los países adelantados, ya nada más faltaba acabar con Versalles para que se pudiera tomar el poder de forma definitiva.
El muchacho le dio el periódico al primero de sus compañeros que vio, corriendo a su habitación para sacar todas sus cosas de valor.
No se lo pensó ni un segundo: iría a la lucha en cuanto antes, no había ni un momento que perder.
Escaparía del palacio esa misma noche, no sin antes hacer algo que siempre quiso hacer.
Entrando en la habitación de Quinella, Eugeo tomó dos anillos, uno que era de Quinella y el otro de su difunto marido. No eran de compromiso, pero la intensión era lo que bastaba.
Se los puso en el bolsillo, corriendo fuera de la escena del crimen para seguir con sus labores, tratando de contener la ansiedad de tener que esperar horas para la llegada de la noche.
Aquel día pasó rápido hasta entrada la tarde, en la cual únicamente accedió a ir a la iglesia para desviarse de la caravana de trabajadores que iba. Lo primero que haría antes de irse sería ir en búsqueda de sus amigos socialistas para que todos partieran desde la plaza del pueblo a París.
Cuando esa labor fue terminada, Eugeo regresó a la iglesia, metiéndose cuando faltaban no más de cinco minutos para acabar todo. Dio gracias por no tener que soportar más.
-Vayan con Dios, hijos míos. –Dijo el Padre.
Regresando a la casa, y sabiendo que tendría que hacer dos cosas antes de marcharse del Noir et blanc, lo primero que hizo él fue ir a la habitación de Quinella mientras era la hora de la siesta.
De cualquier modo, cerró la puerta con seguro, quitándose el saco y el moño que usaba ese día al tiempo en que caminaba a la cama, acostándose detrás de Quinella, tomándola por la cintura.
Ella se despertó, naturalmente, pero al sentir un beso bastante acalorado, fue que se dejó llevar. Eugeo se quitó la camisa para aventarla por ahí, sonriendo de forma perversa.
Claro que, antes de irse, le daría su "despedida" a Quinella.
Ya en la noche, Eugeo fue ahora al cuarto de Tieze, teniendo una mochila militar en la que llevaba sus cosas de valor y algo de ropa en caso de que la fuera a necesitar.
Abrió la puerta, sorprendiendo a la chica, quien peinaba su cabello para irse a dormir.
-Eugeo...¿por qué no vistes tu traje? –Preguntó ella.
-¿Leíste el periódico de hoy? ¿Sobre el alzamiento de los obreros en París?
-¿Qu-qué planeas hacer? No me digas que vas a irte a París...
-Sí...voy a irme. –Eugeo sacó de su bolsillo los dos anillos. –Pero antes, quiero casarme contigo.
-¡No! ¡No te vayas! No quiero que nos pase lo mismo que a Eldrie y a Alice...si no te vas, entonces no habrá peligro de que no regreses.
-Tieze, por favor entiéndeme. Esta lucha es por nosotros dos, te lo he dicho antes, tenemos un mundo mejor al alcance de nuestras manos, pero tenemos que pelar por él. La Comuna ganará y, cuando eso pase, nuestros hijos tendrán una vida mejor que la nuestra, no trabajarán de servidumbre como nosotros, serán iguales, habrá respeto en toda Francia. Se cumplirán las promesas de la Revolución. Por nosotros...
El muchacho la tomó de las manos, besándoselas con agitación. Cuando dejó de hacerlo, miró a Tieze con ojos de cachorro.
-Está bien, Eugeo...me casaré contigo. –Los dos cerraron sus ojos para besarse, uniéndose en matrimonio cuando él le puso el anillo y ella hizo lo propio.
-Regresaré con un mundo mejor para ti y nuestros hijos.
-Sé que así será...te tengo mucha fe, Eugeo. –Tieze lo abrazó fuertemente mientras lloraba. Tirarlo de la escalera para que no fuera a la guerra resultó en vano ya que ahora, y por voluntad propia, Eugeo se marcharía a los combates.
-Hasta la victoria, Tieze. –Eugeo le dio un último beso en los labios a la vez que ella lo tomaba de las mejillas, alargando ese momento, al poder ser el último de ambos. Antes de irse por la puerta, Tieze jaló del brazo a su contrario.
-Por lo que más quiera, regresa, así sea derrotado, pero regresa.
-Te contestaré una y mil veces que sí, que sí regresaré.
Al salir por la puerta, Eugeo tomó su mochila. Tieze lloró silenciosamente en el marco de la puerta de su habitación, viendo a su amado partir al levantamiento obrero.
Escaparía por la puerta trasera, bajando sigilosamente la escalera, dirigiéndose a la cocina. Nadie estaba ya despierto, todos dormían en sus habitaciones, o eso era lo que él creía.
Cuando Eugeo entró a la cocina, corriendo para ir a la puerta, incluso teniendo la mano en la jaladora de la ésta, una voz lo detuvo.
-¿Eugeo? –Bercouli tenía un candil en sus manos, revisaba si la alacena fue cerrada para que no entraran ratas a la misma y se comieran las verduras. -¿A dónde vas con esa mochila y esa ropa?
Él no contestó nada, simplemente salió por la puerta trasera del palacio, cerrándola para irse apresuradamente a la carretera. Bercouli también salió, observando la marcha de su joven aprendiz. Viendo que no volteaba atrás, el viejo capataz se extrañó bastante al no recibir ninguna respuesta a sus cuestionamientos.
-¡¿Eugeo?! –Gritó él, pero el muchacho no lo volteó a ver, ni siquiera se detuvo, es más, aceleró el paso. -Espero no haber tomado la decisión equivocada...
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Aww Scheta bb e Iskahn se casaron Qué cute :3 apuesto a que nadie se lo pensaba, ¿o sí? Podré ser un monstruo a veces, pero no mate a Egil :v e hice Feliz a esa parejita uwu
Y en cuanto a yuyio, quizá no se esperaban esta parte, y muy probablemente no sepan qué es la Comuna de París, ya los veo decir "¿eh, si lo vas a matar, verdad?" Pues la respuesta se encuentra en λα προπια κομυνα δε Παριζ :v soy malévolo al no decirles que pasará JA JA JA JA 😈😈😈
Por cierto, el día de hoy, pero de hace un año, se publicaba el primer capítulo de Flores en el bosque, el cual es uno de los mejores fics que yo haya escrito, de verdad me parece una genialidad, ¿y que mejor forma de celebrarlo que con La Internacional, himno de los trabajadores entonado en los 40 años de la creación de la RDA (República Democrática Alemana). Si no han leído Flores en el bosque, se los recomiendo mucho ya que es es una joya a pesar de sus no tan deslumbrantes vistas. Ahora los dejo con la celebración:
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
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