Capítulo 17.-Peligroso paseo.
(Yuiyo?? No sabía que eras racista :v vaya, en verdad ese niño se parece a eugeo D:)
Las guerrillas en las cercanías de París se recrudecían según pasaban los días. El grupo guerrillero de Egil buscaba de forma desesperada una forma de poder acceder a los cañones prusianos que apuntaban a la ciudad para poder capturarlos y usarlos contra el enemigo.
Era por meras órdenes, ya que muchos sabían que la guerra estaba perdida. Era tres de enero, cada vez el avance era mayor y en Versalles todo era un caos, no se sabía ni que hacer.
La amenaza de que la Tercera República se convirtiera ahora en un Tercer Imperio era latente, los parisinos buscaban que eso no se hiciera, en especial las masas proletarias. Todo era mejor que un regreso de la monarquía.
Un grupo de soldados prusianos cruzaba uno de los caminos rurales que iban a la ciudad para llevar más municiones al ejército prusiano. Por más que se bombardeara París, no ardía, no se rendía.
El trabajo era de Egil, que ahora era el de Cabo jefe de 1ra clase por su valor en combate. Él se encontraba tumbado en el suelo, apuntando con su rifle detrás de la nieve de un campo con vario árboles.
Dos soldados prendieron granadas cuando les asentó la cabeza, lanzándolas a la carreta de la pólvora. Sólo una de ellas acertó, pero eso fue suficiente para que una explosión de considerable tamaño hiciera volar la carreta por los aires.
-¡Hinterhalt! –Un oficial declaraba una emboscada
-¡Seien Sie auf einen Angriff vorbereitet und laden Sie Ihre Gewehre! –El tercer al mando ordenaba que todos se prepararan y que cargaran sus fusiles.
-¡Fuego a discreción! –Gritó Egil, disparando su rifle al prusiano que tenía una cinta en su pecho, denotando su autoridad sobre los demás.
Los guerrilleros franceses disparaban desde puntos muy variados, lanzando algunas granadas más de sobra. Los granaderos no disparaban sus fusiles al ser una tarea delicada prender la mecha cortada de las granadas.
Viéndose en amenaza, algunos prusianos salieron del camino para darles caza a los guerrilleros franceses y franquearlos. Tan mala era su suerte que, ocultos entre la nieve, una retaguardia de guerrilleros ya los esperaba, disparándoles desde puntos prácticamente invisibles, como si fueran atacados por fantasmas.
Tanto era así, que un guerrillero que tenía encima una manta blanca llena de nieve, se mantenía acostado boca abajo hasta que localizó a un sargento de infantería, sacando un cuchillo de combate de su hombrera para después levantarse y cortarle la garganta, tirándolo al suelo.
-¡Sie greifen uns von allen Seiten an! –Un soldado gritaba que eran atacados de todos los puntos, cuando sólo era desde enfrente.
-¡Flanke versagt, raus aus dem Schnee! –El tercero al mando ordenaba que, ante el fracaso del flanqueo, las tropas salieran del bosque nevado.
Egil, bajo recomendación de su comandante, dejó no solo una retaguardia, sino una vanguardia que atacaría el intento de retirada.
-¡Rückzug, wir wissen nicht einmal, wo sie uns erschießen! –Ya se ordenaba la retirada.
Los guerrilleros de vanguardia lanzaron tres granadas al camino, provocando la muerte del tercero al mando al caerse de su caballo, el cual también murió a causa de la explosión.
Como ya tenían las cosas ganadas, los guerrilleros se descubrieron para ir a pelear cuerpo a cuerpo con los pocos sobrevivientes de la sección, enterrándoles navajas, golpeándolos con las culatas de los rifles o con las bayonetas, tomando cinco prisioneros.
-¡¿Quién de ustedes habla francés?! –Farfulló Egil, caminando frente a los prisioneros, quienes tenían las manos en la cabeza y se encontraban arrodillados.
-¡Sie haben den einzigen getötet, der Französisch sprechen konnte, verdammt schwarz! –Gritó uno de los prisioneros.
-¿Qué dijo?
-Matamos al único que hablaba francés...y también hizo una referencia s u color de piel, Jefe.
-Entiendo... -Egil tomó de un hombro al preso, tumbándolo en el suelo para darle de patadas, pisándole la espalda hasta que lo hizo llorar. –Tomen todo lo que puedan, llévenlos al comandante a ver qué hace con ellos. Nos vamos.
Un grupo de dieciséis guerrilleros derrotó a una sección de cincuenta y cinco hombres mejor armados y con mandos experimentados en el transporte de suministros. En cuanto la noticia llegó al comandante, viendo todo lo que sus soldados llevaban al campamento instalado en el bosque, se sorprendió bastante.
No se sufrió ni una sola baja, algo que dejó sorprendido para bien al comandante. Haciendo el saludo militar, recibió a los guerrilleros.
Una condecoración por el mérito militar terminaría en la hombrera de todos, aparte de que Egil sería ascendido a sargento por sus buenas acciones militares.
Yo: -le da un zape a Eldrie- A ver, ¿por que no eres cómo él? >:v
Eldrie: Te odio a ti y a Reki por matarme :'c -inserte meme de gatito llorando-
En el Noir et blanc, el día amanecía fresco, levemente soleado pero con nieve. Eugeo ponía un calentador con braza prendida en la cama de Yuuki, teniendo mucho cuidado de no quemarle los pies con el calentador que parecía un sartén con tapa metálica.
-¿Cómo despertó, Yuuki-San? –Preguntó él.
-Bien...con un poco de frío hasta que llegaste. Lo malo que Stacia no deja que te acuestes conmigo...no es lo mismo.
-Ya ve como es su hermana, ¿Qué le podemos hacer?
-Apelar a madre...
-Créame, Yuuki-San, que ella tampoco lo permitiría. –Eugeo tenía marcas en el pecho que eran de las uñas de Quinella tras una aventura la noche de ayer.
Para los comprometidos (a medias), se preparaba un paseo por el pueblo. Quizá ahora el odio de los franceses se acumulaba más en su gobierno que en los prusianos, así que Stacia y Kirito, escoltados por Bercouli, se darían una vuelta.
Eso emocionaba muchísimo al muchacho, ya que hacía casi siete meses no salía del palacio...ya empezaba a enloquecerse. Klein, muy a su pesar, no los acompañaría, pero sí que se daría una vuelta con varios mozos de la casa a conocer las lejanías del palacio, que eran granjas y otros palacios.
No era tan emocionante como ir a la ciudad, pero era una prueba del arte arquitectónico del país, algo que le daba curiosidad a Klein. Ya se hacía de la idea de que le gustaría bastante.
Los dos prusianos se encontraban en la puerta de la casa, uno vestido de manera informal y el otro arreglado de forma discreta para no resaltar. Se haría pasar a Kirito por mudo...siguiendo el consejo que una vez dio Klein y que lo molestó tanto.
Aun así, prefería eso a seguir sin conocer el pueblo, por más humillante que fuera hacerse pasar por mudo.
-Wir sehen uns beim Essen, Knappe. –Kirito dijo que ambos se verían en la comida.
-Wenn ich früher ankomme, werde ich mich darauf freuen, mein Herr. –Klein afirmaba que, de llegar antes, esperaría a Kirito para la comida.
Ronye sonrió al entender la conversación. Le parecía muy lindo que los dos prusianos fueran tan apegados, en especial Klein, que era el ayudante.
Cada uno tomó su rumbo, Kirito tomó del brazo a Stacia para ir al carruaje, en el que ya esperaba Bercouli. Él iría en la parte delantera para darles privacidad a los futuros esposos, por lo que llevaba puesto un abrigo y un traje de gama media.
Klein partió a caballo junto con los trabajadores del palacio, trotando a la vez que las veinte perras los seguían, siendo acarreadas por Iskahn con una vara para distraerlas.
Vaya problema se metió el muchacho, ya que las perras le llevaron la vara, arrinconándolo las veinte. El muchacho se quedó con cara de "Por favor, mátenme" al verse acorralado por todos los lados.
Quinella reía junto con Ronye, ya que despedían a la hija de la señora. En cuanto Quinella dio un silbido, las perras fueron con ella, siguiéndola hasta su lugar de reposo.
-Ay, mi Champagne, querida; ojala tú y tus hermanas no pasen frío con este invierno. –La mujer acarició a su perra favorita, cerrando la puerta del lugar de las perras. Muchas lloraron al ver partir a su dueña.
Ahora los caballos partieron sin dificultades, al igual que Iskahn entró al palacio sin mayor problema.
En el camino del carruaje, Bercouli fumaba a la vez que conducía el carruaje, no siéndole difícil al tener experiencia de ir al mercado cuando era un trabajador más. Le recordó a esos días, teniéndoles bastante anhelo.
Dentro, Kirito y Stacia se miraban sin decir nada. La chica sopló aire caliente en sus manos, aparte de frotarlas por el frío que hacía. Se sonrieron tras pasar unos segundos.
Kirito, aparte de su traje, vestía un saco negro bastante largo y grueso, junto con una bufanda que le taparía la cara en cuanto bajaran del carruaje. Usaría, de igual forma, un ushanka para tener cubierto el cabello y las orejas.
Stacia la pasaba un poco mal, el frío se le metía por el vestido, dándole frío en las piernas. Nada más porque podía, tenía una manta en éstas, pero la tendría que dejar en el carruaje en cuanto bajaran.
Su situación se remediaba al usar unas medias del mismo material que su abrigo: piel de oso. Siendo de la burguesía, claro que se podía dar ese lujo.
-Hace bastante frío, ¿no lo crees? –Preguntó ella, abriendo la conversación.
-Bastante. En Prusia hace un poco más de frío al estar en la parte norte, pero igual es horrible estar temblando.
-Ven a mi lado, abracémonos para ver si eso nos ayuda con el frío. –Obedeciendo la invitación, Kirito se levantó rápidamente de su asiento para ir con Stacia, abrazándola con cuidado y de forma "natural".
No obstante, ella lo tomó de la cintura y del hombro, pegándolo a ella. Se escuchaba como temblaban sus dientes del frío, por lo que Kirito, más en un acto de ayuda que de amor, la abrazó más fuerte, tratando de que ambos tuvieran calor.
-Me recuerda a Petrogrado. Así estaba con mi madre por el maldito frío que hacía.
-Sí me siento en Petrogrado, Barón Kirito...
-Quizá el sol era mucho en el Eyalato de Egipto, pero el calor era sabroso.
-Se extraña el calor de la primavera, ya que en verano llega a ser insoportable.
-Lo mismo digo, Asuna. Lo mismo digo.
Ella recargó su cabeza en el hombro del muchacho. Las mejillas de la chica estaban levemente teñidas de rojo, un poquito por la pena y el otro tanto por el frío. Helaba bastante.
-Barón Kirito...
-Dime, Asuna.
-Lo quiero mucho... -Stacia se enderezó para darle un beso en la mejilla, volviendo a recostar su cabeza en el hombro de su contrario. –No hemos hablado mucho del tema, pero tenemos que hacerlo ya que, en vista de los sucesos ocurridos en París, la guerra ya no durará mucho más tiempo, por lo que nos podremos casar.
-¿Quieres hablar de la boda? Podemos...
-No. Sería sobre la familia, ya lo he soñado dos veces, Kirito. Sería Stacia de Kirigaya, y nuestros hijos serían parte de la nobleza.
-En efecto, ese sería tu apellido de soltera. –Kirito soltó una risa corta. –Me gustaría tener una niña, rubia y de ojos verdes. –El Barón hacía referencia a Alice, cambiando el color de sus ojos para no delatarse.
-Todos quieren que sus niñas sean rubias y de ojos verdes. No lo culpo, estoy igual que usted. Pero también quiero un niño, uno que sea lindo y juguetón.
-Dios hace milagros...y estoy completamente seguro que un día de estos podremos tener una niña como la deseamos y un pequeño así como dices tú.
-Podríamos...empezar esta noche. Y, a partir de mañana, rezaríamos a Dios todos los días para poder... -Stacia llevó sus labios a los de Kirito, besándolo con timidez al tiempo en que ella lo tomaba de la mano, dirigiéndola debajo de su vestido. –Tener un hijo como lo queremos.
-¿Asuna? –El muchacho tenía los ojos abiertos, poniendo una leve resistencia en su mano, la cual empezaba a pasar por la pierna de Stacia.
Dándose cuenta de que era lo que decía y hacía, ella se separó del beso, cubriéndose la vergüenza del rostro con su bufanda, soltando la mano de Kirito.
-¿Qu-qué estoy diciendo, por Dios? Disculpa mi atrevimiento pero es que...mejor ya no digo nada. No es bueno que nos entreguemos sin estar casados, primero pensemos en la boda y luego en los hijos.
-Claro, esa es una muy buena idea.
-Santo cielo, me siento tan avergonzada, como si hubiera cometido un pecado muy horrible. Olvida lo que pasó, por favor.
El muchacho, muy amable y respetuoso, tomó las manos de Stacia, dándoles un pequeño beso.
-Me parece normal que quieras tener hijos, así que no deberías avergonzarte. Vamos a casarnos, así que es normal pensar en estos temas.
Ella sonrió tímidamente, ruborizándose levemente, dándole un abrazo de agradecimiento al joven Barón, quien, para sus adentros, suspiró de alivio al librarse de la situación.
Quizá faltaba aun tiempo para llegar al pueblo. No obstante, seguía siendo vergonzoso (aparte de incomodo), empezar a concebir al siguiente heredero de la casa de los Kirigaya en el carruaje de la familia de Stacia.
Bercouli lo veía a lo lejos, notándose el blanco de la nieve en los techos de madera. Algunas carretas pasaban a su alrededor o lo arrebasaban, saludándolo en el camino. Era un simple gesto de amabilidad, no porque lo conociera. Él sonreía y saludaba con la mano, sin dejar de fumar su pipa.
Cuando sacaba el humo de la boca, un leve vapor lo acompañaba por el frío del aire y del ambiente en general. Eso lo mantenía activo, ya que una hora de camino era bastante aburrida cuando no se tenía a nadie con quien platicar.
Recordaba a su mujer y a su hijo, del cual sólo conoció cuando tenía poco más de tres meses. Conservaba algunas fotografías de cuando el pequeño tenía un año, dos años...así hasta que murió él y la madre, con la que siempre posaba en las fotos menos en una de ellas, que era del año y medio de nacido.
-Sigh...siempre me mantendré fiel a ustedes, Berchie, Fanatio. –Pensó. Bercouli nunca quiso rehacer su vida por temor a olvidar a esas dos personas que tanto amó. (Irónico :v)
Un rato más tuvo que pasar para que la llegada al pueblo fuera hecha de una vez por todas. Kirito se fijó por la ventana, completamente asombrado de ver un poco de civilización a su alrededor. Al fin veía un pueblo, así fuera pequeño, pero era hermoso.
Los hombres caminaban abrigados por las calles, algunos cargando leña y otros simplemente charlando al salir de la taberna. Un poco de vino vendría bien para calentar el cuerpo, sin duda.
Algunos niños jugaban a aventarse bolas de nieve, causando un leve desagrado en Stacia. Eran hijos de la calle, sucios y desnutridos.
Varios de ellos corrieron al carruaje al ver que era lujoso, siguiéndolo por unas calles. La chica se llevó la mano a la frente, un poco indignada.
Kirito sintió también un leve desagrado, pero se había acostumbrado a "la chusma" por convivir con Alice, y por escuchar la historia de su vida, la cual no fue siempre muy acomodada.
Al pasar la calle, unas tres cuadras adelante, se veían casas ya más finas y menos pobres, los niños jugaban también, pero ya no le causaron desagrado a Stacia ya que los vio con sus ropas buenas, rostros limpios y zapatos sin agujeros.
Tanta desigualdad e injusticia en apenas cruzar unas calles. Un muro construido con las lágrimas y sangre de los campesinos del pueblo se alzaba invisible para dividir a la ciudad. No todos los muros que dividen al mundo han sido de color rojo.
En la plaza principal del pueblo, que fue donde bajaron los tres visitantes, se alzaba una fuente de mediano tamaño, sin apenas chiste ya que se encontraba congelada. Algunos chorros de agua formaron estalactitas al congelarse, siendo un lindo detalle.
Los árboles que en primavera serían verdes y frondosos ahora eran tristes y son nada de hojas, sólo el tronco y las ramas. Era un claro paisaje invernal al ser el mes de enero.
Algunos boleros hacían su trabajo en las bancas de la plaza, estando bien abrigados contra el frío.
Kirito ya tenía puesta su bufanda tapándole la cara, contando con su ushanka para no verse delatado. Stacia y él se tomaron del brazo, Bercouli iba detrás de ellos, con su pistola nueva en la parte trasera de su pantalón, no viéndose por el abrigo que llevaba puesto.
-Vayamos a visitar la Iglesia aunque sea de fuera, te aseguro que está hermosa.
-No más que tú, Asuna. –Sonrió él.
Lo que era Klein, en la hora que Kirito se hizo de camino, él ya había visitado dos mansiones vecinas del Noir et blanc. Las veían de lejos, ya que entrar sería un poco...inoportuno tratándose de un prusiano quien tocaba la puerta.
Amas eran de un color blanco, sencillas en la fachada exceptuando unos ventanales y cornisas, siendo la primera de un color azul rey y la otra un carmesí obscuro.
En los dos casos, las escaleras exteriores (pertenecientes al segundo palacio), eran hermosas, teniendo unos cipreses aún con hojas a pesar del invierno. Lo más destacable de la primera casa era el ventanal central superior de la casa, que tenía pintados dos leones del mismo color que las cornisas.
El segundo palacio era más grande, teniendo un camino hecho de cemento que conectaba con la carretera. Frente a la casa se alzaba una gran fuente con delfines de bronce, que se suponía escupían agua. Algunos detalles en beige se colaban en la separación de los ventanales. La casa tenía dos torres cuyos techos terminaban en picos, aparte de una chimenea en cada una.
-Nada mal, los franceses saben hacer buenas casas, tienen mucha clase.
-Lo mismo digo, escudero Klein. –Afirmó Iskahn. Ambos montaban a caballo.
-Sigamos con la siguiente mansión. Lo malo es que no viene el fotógrafo de los Kirigaya, sino, nos tardaríamos horas en fotografiar todo.
-Si me deja unos francos puedo contratar a alguien para que le haga una litografía y se la mando por correo a Prusia.
-Esa es una excelente idea, muchacho. ¿Cuánto cuesta una litografía?
-Siete francos cada una.
-¡¿Qué?! ¡Eso es bastante caro!
-La guerra dejó una mala economía, escudero Klein.
-Tienes razón en lo que dices...me lo pensaré.
En realidad, una litografía no valía más de cinco francos, pero a la necesidad hay que sacarle ganancia. Dos francos no afectarían al Escudero de una familia de la nobleza media de Prusia, que ya se coronaba como una potencia en Europa.
Los prometidos paseaban por las calles llenas de nieve, estando tomados del brazo para calentarse y no resbalar en la nieve, sobre todo Stacia, quien usaba tacones por más incómodo que fuera.
Irían a la misma panadería a la que ella, Quinella, Yuuki y Lyceris fueron cuando llevaron a la niña a pasear. Se antojaba un café o un chocolate caliente, aparte de una pieza de bollería.
El muchacho tendría que hacerle como niño para no delatar su acento alemán: señalar que pan quería y asentar con la cabeza a la bebida caliente que quería. Se sentaría dando la espalda a las ventanas de la panadería, evitando ser visto por las personas que pasaban.
No obstante, el destino tenía preparado un plan diferente para ellos dos. Ya pasaban por la calle de la panadería, llegando hasta ésta, encontrándola cerrada y con algunos vidrios rotos.
-Por el Santísimo. –Exclamó Stacia por la sorpresa que le daba ver su panadería favorita en tal estado.
Bercouli se acercó a una de las casas vecinas, aprovechando que un hombre salía de una de ellas con un periódico en mano.
-¿Sabe que le pasó a la panadería?
-El hijo del dueño murió en la guerra. El señor no lo soportó y entristeció mucho, tanto así que dejó el negocio.
-Entiendo...que tenga un buen día.
-Hasta luego. –El hombre se fue como si nada, cruzando la calle al tiempo en que se ponía el periódico entre el brazo y la axila.
-Malditas guerras... -Susurró Bercouli.
-Podríamos ir a otra panadería, no es como que haya sólo una en todo el pueblo.
El Barón accedió con la cabeza, tomando nuevamente del brazo a Stacia para continuar con el recorrido. Vaya que el pueblo cambia tras no visitarlo por un tiempo, todo resulta tan desconocido y familiar a la vez.
Un discurso se daba cerca de la plaza pública, el orador cargaba una bandera roja, algo que disgusto muchísimo a Bercouli, ignorando el hecho ya que no valía la pena para él distraerse.
-¡Todo es culpa del mediocre gobierno francés que seguramente accederá a devolverle la corona al cerdo de Napoleón III! ¡¿Nosotros vamos a permitir eso?!
-¡No!
-¡Viva el socialismo! ¡Vivan Auguste y Adolphe Blanqui!
Bercouli torció los ojos, chasqueando la lengua. –Malditos rojos. –Pensó.
Stacia se sintió incomoda al escuchar aquellos gritos y ovaciones, al igual que a Kirito. Podría acostumbrarse a la idea de que los ricos y pobres no eran tan diferentes, pero de ahí ya no más.
El pequeño mitin se vio interrumpido cuando algunos policías acordonaron la zona, apuntando con sus rifles a los que eran participes, disolviendo así el pequeño movimiento.
Al orador se lo llevaron sin que pusiera resistencia, quitándole la bandera roja. No obstante, la misma fue arrebatada por uno de los manifestantes, echándose a correr con ella. El sentimiento de defensa a la bandera se notaba mucho.
Una panadería, bastante menos lujosa pero que servía un pan más o menos de la misma calidad, los dos comprometidos se sentaron en una de las mesas del fondo, evitando que Kirito fuera visto por alguien.
Aquello causó nervios en los dos. Bercouli esperaba en la entrada con su pistola ya en la parte derecha de su pantalón en caso de que algo fuera de lo planeado sucediera.
Kirito tenía un lápiz y escribía en una hoja de papel que Quinella les había prestado. En la misma escribió "El pueblo es bastante lindo, lo malo que tardé demasiado para verlo".
-Sí, es lindo. Y no importa el tiempo, lo bueno es que ya te encuentras aquí.
Recorriendo un poco las estanterías del lugar, se podía ver la bollería ofrecida por las dueñas de la panadería, que era una mujer ya madura, tres mujeres jóvenes y un muchacho de, quizá unos quince o dieciséis años.
Bercouli, eso sí, tomaba un poco de café parado cerca de la entrada, alertando a las dueñas de que era el "guardia" de la joven aristócrata y de su primo mudo.
Dejaron bien en claro que era mudo, ya que era la única manera de que no sospecharan de él por no decir palabra. Había policías cerca, por lo que era mejor no tentar a la suerte en ninguno de los aspectos.
Cuando se eligió la bollería y la bebida caliente que se tomaría, eligiendo Kirito un café fuerte y Stacia un chocolate caliente.
Se comunicaban únicamente por medio de esa hoja, y cuando se llenaba, el muchacho agarraba y borraba todo lo escrito.
Escribía cosas de amor para satisfacer a Stacia. Mientras su contrario escribía, ella le quitó el lápiz y la hoja, dibujando un corazón en ésta, sonriéndole a Kirito, inclinando un poco su cuello para besarlo en los labios, aprovechando que no los veían al estar en una de las esquinas. (Inserte música norteña :v)
Él sonrió ante la acción, regresando el gesto para causarle una pequeña risa de alegría a Stacia.
-Ya nos faltaban momentos así. –Susurró ella.
-También lo creo. –Susurró él, pero en la oreja de la chica para que nadie más que Stacia pudiera escucharlos.
Para mala suerte de la muchacha, el corazón del Barón no le correspondía, siendo todo aquello una mentira para lograr la auténtica unión que se gestaba en el Noir et blanc: la de Alice y Kirito.
Para el día siguiente, todo parecía perfectamente normal, Bercouli caminaba junto con Eugeo para enseñarle como es que se sabía si los trabajadores hicieron su trabajo en recoger la nieve o se la pasaron holgazaneando.
Stacia y Kirito desayunaban a solas, ya que eso habían acordado. Yuuki y Quinella esperarían unos diez minutos más de lo que lo era normal, pero no tenían inconveniente al tratarse de algo así de importante.
-Soñé que teníamos una niña...se llamaba Camille. Era justo como la describiste, y era muy hermosa.
-Qué lindo...¿a quién de los dos se parecía más?
-Creo que a mí, siendo honesta. Pero tenía tu nariz. –Stacia sonrió, contagiando a su interlocutor.
Mientras Bercouli explicaba cómo es que se despejaba el camino de la nieve, ya que la tarea principal de Eugeo como capataz era instruir a los novatos que no supieran las labores.
A lo lejos se veía al cartero y a su caballo, salvo que ahora se notaba que llevaba una prisa endemoniada.
-¿Qué sucederá para que sea de tanta importancia? –Exclamó Bercouli, tirando la pala de nieve en el suelo, caminando a la carretera. –Sígueme, niño.
Los dos hombres esperaron unos pocos segundos hasta la llegada del cartero. No se preocuparon ya que no era militar, así que nadie había muerto.
-¡Terribles noticias! ¡Ayer se rindió Versalles firmando un armisticio!
-¡¿Qué?! –Exclamaron los dos hombres.
-¡Maldita sea, señores, maldita sea!... –El cartero hizo una señal de desesperación. –Proclamaron a Guillermo I Káiser en el Palacio de Versalles...ahora Prusia es un imperio...todo terminó.
Bercouli comenzó a llorar al escuchar finalmente la desgarradora noticia, cubriéndose los ojos para secarse las lágrimas. Eugeo soltó un muy fuerte grito al aire. La vida de sus compañeros había sido dada en vano y su honor pisoteado de la manera más humillante.
Cuando los dos prusianos se enteraron de la noticia, sintieron calma, tranquilidad. La guerra había "terminado" dentro de lo que cabía, pero faltaba lo más importante: escapar de Francia junto con Alice.
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No se que me perturba más: si ver a eugeo vestido de mujer o el hecho de que en sus suenos húmedos existe in lugar llamado "Alice-land" amigo...deberías ir con un psiquiatra alv
Bueno, eso confirma que eugeo es el princeso por excelencia uwu es extrañamente tierno verlo vestido de mujer...Aunque no me gusta, para que Kong empiecen con mamadas >:v
Capítulo dedicado al KiritoxAsuna, sí, sí, sí, hay que darle a la gente lo que la gente quiere ver òwó sobre todo con esa escena que pudo ser bastante candente...Pero no es normal tener sexo en un punto carruaje, aparte de que pobre Bercouli :v
Ya en el próximo capítulo pasará lo que les dije del Iskahn y scheta :o ¿Qué será? Yo ya lo sé, pero ustedes tendrán que esperar -risa malvada-
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
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