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Capítulo 16.-Una buena navidad.

Era veinticuatro de diciembre en la mañana. Todos los empleados amanecían de muy buen humor, Iskahn y Klein regresaban con varios patos en la cintura al irlos a sacrificar muy temprano del corral de caballos. Entraban por la cocina, para prevenir cualquier cosa.

Eugeo le leía el periódico a Yuuki, salvo que ahora lo hacía acostado junto a ella en su cama por dos razones: la primera era que hacía un frío muy endemoniado, y la segunda, pues era navidad, quería consentir a la señorita de la casa.

Kirito se levantaba sin noción de los días. Se había desvelado hablando con Alice en el cuarto, tapados bajo una misma manta por el frío de la noche. Se calentaron, como no, con unos besos.

La celebridad cayó un día sábado, ¿Qué mejor que celebrar la navidad como tal yendo a misa? Era perfecto...para los que creían, menos para un amargado que se quitó toda religión de la cabeza.

La señora de la casa despertaba con un humor sumamente especial, uno que nada más presumía en fechas navideñas, de año nuevo, o alguna celebración importante del país, como lo era el ascenso al trono del abuelo Bonaparte y del nieto Napoleón.

Ahora con la República, quien sabe que se celebraría, ¿de nuevo la revolución? Lo bueno es que ya se podía cantar una vez más la marsellesa.

Lo primero que hizo Quinella al ver a Stacia fue abrazarla, llenarle de besos el rostro y elogiarla por el vestido blanco con rojo que llevaba. Era ideal para la fecha.

-Dile a tu hermana que se levante de la cama. No olviden que tenemos que ir a visitar a su padre.

-Por supuesto, madre. -La chica se alzó el vestido para subir las escaleras.

Lo que nadie sabía, es que Yuuki, cuando se sentía deprimida, iba a visitar la tumba de su padre, llorándole por ya no estar presente. Cuando eso pasaba, y aunque nadie lo supiera, el ambiente entristecía.

Cabe mencionar que la tarde anterior había nevado, por lo que la nieve se amontonaba, formando pequeños cerros de color blanco, lo cual alegraba a la menor de las hijas y a cierta criada.

Ronye miraba desde la cocina la nieve, queriendo jugar con ella ya que siempre le había gustado. Tendría, por aquel entonces, unos veintiún años, y no le apenaba aceptar que le gustaba jugar con la nieve.

Se desayunaba algo ligero, la cena sería un poco pesada por incluir carne de pato, un poco de vino y de algunas verduras. No se pondrían muy borrachos o se desvelarían, como sí ocurría otras veces, ya que la misa aguardaba al ser una fecha tan importante como la del domingo.

Tieze se puso detrás de Ronye, tomándola de un hombro. El desayuno ya se había servido, que eran tortitas dulces.

-No has dejado de mirar la nieve en todo este tiempo. -Observó ella.

-No puedo...es hipnotizante para mí. Me recuerda a algunas cosas que me pasaron en la adolescencia.

-¿Jugamos nosotras dos y Scheta cuando acabemos el desayuno? Hoy a Alice le toca la comida junto a las demás chicas, así que no tendremos problema.

-Sería muy bueno. -Sonrió Ronye de forma muy emocionante.

Mientras Stacia caminaba al cuarto de Yuuki, se llevó una mala sorpresa por ver a Eugeo compartiendo cama con su sagrada hermana. Al abrir la puerta, soltó un pequeño grito, llevándose la mano al pecho.

-¡Stacia-Sama! -Exclamó el joven, dejando el periódico en la cama para tratar de auxiliar a la mencionada.

-¡¿Qué haces en la cama de mi hermana?! ¡La servidumbre no tiene el derecho de...!

-Yo le pedí que se acostara a mi lado...hoy hace frío, hermana.

-¡Yuuki, eres una señorita, no puedes compartir cama con un hombre, así te lea el periódico!

-Lo siento mucho, Stacia-Sama. Nunca fue intención mía el...

-Cállate. -Ordenó ella. -Fuera de la habitación. -Eugeo bajó la cabeza y se fue, cerrando la puerta con fuerza.

Se sentía enojado y con impotencia de poder decir o hacer algo. Lo habían hecho menos, le negaban el derecho de poder acostarse en una buena cama por ser de la servidumbre.

-Si supiera que su puta madre me ha dejado meterme en su cama y en su entrepierna. -El muchacho se rió en un tono bajo.

Yuuki miraba el periódico, como esperando el regaño de Stacia. Ella, por su parte, negaba con la cabeza, cruzada de brazos y golpeando el piso rápidamente con su pie.

-¿Y bien, que vas a decir?

-Pe-perdón... -La menor hizo un puchero.

-No vuelvas a permitir que ese "sin apellido" entre de nuevo en tu cama. Pídele que...

-¡¿Qué importa si no tiene apellido?! -La muchacha tomó el periódico y lo arrojó al suelo. -¡Él es mi mejor amigo, y eso importa más!

-Tranquilízate, hermana. -Stacia fue hasta Yuuki para darle un abrazo, no quería que le diera un ataque o que su enfermedad se agravara faltando un día para navidad. -Sé que Eugeo es tu mejor amigo y todo, pero es un hombre, y un hombre no entra a la cama de una señorita sean las circunstancias que sean. (Malditos onvrεz :v)

-Me hace falta que alguien esté a mi lado. Quien se dormía conmigo, me leía el periódico acostado a mi lado era papá...pero él ya no está vivo.

-Madre dijo que fuéramos las tres a visitarlo, Yuuki. Yo también lo extraño, pero sería mejor que le pidas a Tieze o a Ronye que te lean el periódico acostadas contigo.

-No es lo mismo...

-Hablaremos luego de este tema. -Stacia se separó del abrazo para ir por la ropa de Yuuki. -Ahora hay que apurarnos.

Quinella esperaba un poco impaciente la bajada de sus dos hijas. Lo hacía en las escaleras a la vez que charlaba con Bercouli de los detalles del festejo que se haría esa noche y mañana a las diez en punto, que era un poco después llegar de la misa de las seis.

Ya se tenían los patos sacrificados, ahora se tendrían que desplumar y cocinar. Ese día, aparte de Iskahn y Klein, Alice y sus ayudantes se habían levantado temprano para poder desayunar antes que todos, preparando la cena mientras el resto del proletariado desayunaba con algo de prisa.

El día, casi por costumbre, era relajado. Sí que se barría, trapeaba, sacudía, etc., pero se sacaba lo antes posible para atender otras tareas de la noche: la vestimenta, arreglar las parejas para el baile, tener listos los envoltorios de los regalos...y preparar el sorteo del intercambio.

Se tenía un precio fijo para el proletariado, Quinella, Stacia y Yuuki no participaban, al igual que los dos invitados de ese año. La señora de la casa siempre le daba regalos a sus hijas, y ellas a su madre.

Stacia se encargaba de los regalos para su madre, Yuuki escribía una pequeña cartita al no poder salir con el frío de aquellas épocas. En una ocasión, Yuuki enfermó tanto que el único regalo que le dio a Quinella fue recuperarse dos días antes del veinticuatro de diciembre.

Por poco quedó al borde de la muerte. Sus tosidos nocturnos causaban que su madre llorara por la preocupación de que cayera aún más enferma.

De ahí que la preocupación de que Yuuki no tuviera emociones fuertes en fechas con tanto frío, ya que no querían que enfermara en una época tan especial.

Curiosamente, y a pesar de lo anterior dicho, Stacia tenía un regalo para Kirito. Ella no esperaba nada de él al ser un regalo más bien sorpresa, y no le importaba. Ya cuando se casaran, habría tiempo y forma para los regalos...supuestamente.

La alegría, fuera del cuarto de Yuuki, era casi absoluta. Kirito salía de su cuarto con su ropa de invierno, que era prestada por Iskahn, al ser más o menos de la misma complexión, exceptuando el hecho de que el Barón no tenía tanta masa muscular que su contrario.

Lo único que no perdía era su gorro militar prusiano, ya que le encantaba tenerlo puesto. Klein ya desayunaba al ser un poco tarde. Que su señor se desvelara charlando no era sinónimo que él también, de ahí que se despertara más temprano.

Aparte de que ese mismo día se levantó temprano para darles caza a los patos, y ya tenía mucha hambre. Comía con Bercouli, debido a que Quinella esperaba a Stacia y Yuuki.

-¿Le fue molesta la nieve en la mañana? Lo bueno que ya se derrite por el sol.

-Debo reconocer que pase algo de frío a pesar de la ropa, pero nada del otro mundo. No me temblaron las manos.

-Los hubiera acompañado, pero ya estoy muy viejo para salir al frío de las cinco de la mañana si no es para la Santa misa. Además, tenía que organizar a los...

-No se preocupe, Bercouli. -Interrumpió Klein. -Fue vigorizante, y saber que yo cacé lo que comeré en la cena, me hace sentir un campeón.

-Suerte que trajeron suficiente para todos. Aparte de que se prepara la pasta, el queso, pan y vino.

-Los trabajadores del palacio y sus dueñas son como una familia. Me pregunto cómo celebran la navidad ustedes los franceses.

-La navidad es igual en toda Europa...menos en Rusia, ahí tardan casi un mes en celebrarla después de nosotros.

Ambos hombres continuaron desayunando.

Mientras, en la mesa del proletariado, todos charlaban y reían. Eugeo y Tieze se habían sentado juntos, al igual que Scheta e Iskahn. Quedaban varios asientos sin ocupar, lo cual era un poco triste. Era la primera navidad que "ellos" no estarían en el palacio.

Aunque no todo eran malas noticias. Aparte del periódico matutino, una carta que esperaba ser abierta yacía en el escritorio de Quinella, que ya recibía a sus dos hijas bajando por la escalera.

La carta era de Egil, ahí iba una segunda condecoración por su valentía y compromiso militar, aparte de la noticia de su ascenso a cabo.

Él seguía en los frentes de batalla, celebrando la navidad de forma adelantada en caso de que lo peor pudiera suceder. Como era una fecha especial, se les dio de comer a los soldados un poco de "pastel". Si bien era un pedazo de biscocho de vainilla, no era tanto un pastel. De cualquier modo, se agradecía.

Egil comía su pastel, bebiendo un poco de agua en el proceso. Hacía frío, y nevaba para acabarla de rematar. Nadie sabía si es que ese día se pararían los combates o todo continuaría como en aquel entonces.

La guerra de guerrillas empezaba a ser una opción también para el ejército donde se encontraba Egil. Con la capital sitiada desde hacía tres meses, derrotas en batallas y el descontento de la población, no se veía manera de continuar.

A pesar de que casi todos en la división de Egil querían lograr hasta lo imposible por continuar, no se podía por el caos interno y militar. Los prusianos se encontraban tres pasos adelantados.

El negro miró al cielo, notando que comenzaba a nevar. Luego vio a sus compañeros, quienes charlaban y reían juntos, como tratando de lograr alzar la moral de los hombres.

Era navidad, no había duda de ello. De todos modos, se sentía un aire de desesperanza, como si en vez de celebrar un nacimiento, se asistiera a un velorio.

Se trataba, pues, de alegrar un velorio: el de la esperanza. Ya no había nada que hacer, y eso se notaba desde la caída de Napoleón III. La república no podía hacer nada, había revueltas en Paris, no faltaba mucho para un evento que sería el detonante de muchos otros.

Aunque, para ese momento, nadie lo sabía aún.

-Puedo morir hoy, en navidad, ¿y qué importa? Morir en navidad es como morir un sábado cualquiera, la fecha no importa, importa el hecho. Aun así...¿Por qué rayos pienso en esto? Mejor sigo comiendo mi pastel.

Como lo pensó, Egil continuó en lo suyo, como si nada más pasara a su alrededor. Llevaba meses sin probar algo dulce, extrañando muchísimo los postres del Noir et blanc.

...

Era ya la noche del veinticuatro de diciembre, todos los trabajadores y criadas del Noir et blanc esperaban una cosa y solo una cosa: a sus señoras.

Las sirvientas no usaban su uniforme de sirvienta, sino un vestido más casual, como si no laboraran. No obstante, algunas sí que tenían su mandil puesto, ya que lo necesitarían para después.

Bercouli, quien no se encontraba entre el proletariado, se dejó ver al bajar rápidamente por las escaleras. Vestía un traje azul, bastante fino y de calidad. No eran sus ropas de capataz.

-Señoritas...caballeros, un aplauso para nuestra señora, Quinella-Sama. -Mencionó él, acto seguido apareció ella acompañada de Yuuki y Stacia.

Las tres tenían puesto vestidos de color blanco, con detalles en dorado, negro y rojo. Eran hechos a manos por un costurero famoso de Versalles amigo de su marido fallecido.

Como fue pedido por el capataz, los trabajadores y criadas aplaudieron a sus señoras. Quien aplaudió con mayor emoción era Eugeo, más que nada por Quinella y por Yuuki. Por Stacia...no tanto.

Kirito se adelantó unos pasos, ofreciéndole su brazo a Stacia, quien le sonrió. Él le dio un beso en la mejilla. Cuando se volteó, le guiñó el ojo, de modo discreto, a Alice, quien regresó el gesto.

Quinella era llevada al comedor por el propio Bercouli, y Yuuki por Eugeo, como no podía ser de otro modo. Era momento de inaugurar el baile.

Era tradición por cosa del marido de Quinella, y se seguía celebrando para que no se perdieran los recuerdos (de las señoras de la casa, ya que a los trabajadores les daba lo mismo), de esas épocas.

La señora de la casa se puso frente a todos en la sala, que había sido acomodada de tal forma que era más espaciosa y dejaba entrar a la mitad de las criadas. Eran dos hombres más que mujeres, sumado al capataz y a su aprendiz. Tres chicas tendrían que bailar dos veces, no olvidemos a Klein, por piedad.

Fortuna fue que entre las fechas, el trabajo y cosas de ese estilo, Quinella logró encontrar un pianista que tocara para el baile.

-Empiece, por favor. -Pidió ella. Todos aplaudieron al pianista, quien iba vestido de un humilde traje, pero lo suficiente fino para impresionar a las clases bajas y medias.

La pieza era, literalmente, fantástica. El pianista comenzó a tocar el segundo movimiento de Symphonie Fantastique, de Berlioz, que era alegre y perfecto para un baile.

Todos formaban un cuadrado al estar casi pegados a las paredes de la sala, la cual alumbraba con sus focos luminosos, reflejándose la luz en la blancura de las paredes. La alfombra color rojo y verde se había quitado por obvias razones, así que la luz se reflejaba más en el piso de mármol completamente blanco.

Quienes abrieron la pista fueron, como no era de otra forma diferente, Quinella y Bercouli, siendo vueltos a aplaudir por los trabajadores presentes y los que esperaban en el pasillo.

Se notaba que el baile salía de forma natural, y es que no era nada complicado. Uno dos, repetir. En la quinta ocasión de repetir, el viejo capataz le daba una vuelta a su señora.

Su baile duró, contando por Bercouli, un minuto. Ambos se separaron no sin antes hacerse una reverencia, siendo ovacionados por última vez.

Seguía ahora Eugeo y Yuuki. Su pequeño baile duraría únicamente treinta segundos, por razones que no es necesario contar. La chica necesitaba de un bastón para caminar, ¿y ponerla a bailar? Era una locura, completamente.

Antes de comenzar se hizo una muy leve reverencia, más que nada porque Yuuki no se podía soltar de Eugeo, siéndole difícil al estar de pie sin su bastón.

El baile fue un poco tortuoso para Yuuki, pero lo soportaba al sujetar la mano de su mejor amigo, ya que eso le decía que, mientras la sujetara, nada le pasaría.

Finalmente, acabaron de bailar, por lo que a Yuuki se le dio rápidamente su bastón. Ella suspiró pesadamente, su acompañante fue a traerle un vaso de agua. La muchacha era la única sentada.

Ahora sí, seguía el evento principal, que era, claramente, la presunta futura pareja de esposos. Los aplausos, chiflidos y ovaciones al por mayor no se hicieron esperar.

Stacia sonreía tímidamente, Kirito se quitó su gorro para saludar con él, volviéndoselo a poner. Alice no se sentía celosa al ya saberse poseedora del corazón del joven Barón.

El baile de esos dos sería el más largo, siendo dos minutos de duración. Se podían ver los tacones de Stacia reflejados en el suelo encerado, al igual que los zapatos de Kirito.

A ellos les tocó, por fortuna, la parte más movida del segundo movimiento de Symphonie Fantastique, así que era un gusto visual verlos bailar con aquel rito y de esa manera.

Cada vuelta era esplendida, ya que se podía ver el vestido de Stacia bailar junto con ella. No era de cola muy larga, pero ese movimiento que hacía era impresionante.

También sus cabellos de avellana se movían hermosamente con cada vuelta, siendo ellos dos un poco más rápido en el uno dos, dando vuelta cada siete veces. Stacia se dejaba llevar por Kirito, quien tomó esa buena iniciativa.

Los perfumes de ambos se mezclaban en el aire con cada paso que daban, siendo maravilloso.

Cuando terminaron, tanto Stacia como Kirito se habían agitado, notándose en sus respiraciones. La muchacha no aguantó más y le robó un beso en los labios a su pretendiente, causando que los aplausos fueran a mayor...Alice se congeló, no aplaudiendo al ver cómo es que su amado respondía al beso de Stacia.

Era una actuación, por supuestísimo, y de todos modos dolía como una punzada en el corazón. No había nada más que hacer que verlos a ellos.

-Fue maravillosa la escena que nos regalaron, muchachos. -Sonrió Quinella, hablándoles a ambos.

-Una acción un poco atrevida y temeraria por parte de su hija, Quinella-Sama. De cualquier modo, reconozco que fue una cosa divina. -Dijo Klein, tomando de los hombros a su señor.

-Gracias, escudero. Espero que bailes con el amor de tu vida, no queremos que termines como el tío Gabriel: soltero y loco. (Jajjajs)

Ambos prusianos rieron, dándose un abrazo al ser prácticamente familia, hermanos, más que de sangre, de relación.

-Ojala Egil estuviera aquí, sus cantos siempre eran el centro de atención de la fiesta navideña. -Mencionó Yuuki, levantándose de su silla a la vez que se apoyaba en su bastón.

-Un negro grande como él canta excelentemente. Por suerte, sus dos medallas se encuentran presentes en la casa. -Finalizó Quinella, quien regresó la vista a los demás trabajadores.

Ya con la pista completamente abierta, se podía ver a cinco parejas bailar al mismo tiempo ante el ya tercer movimiento de la pieza que sonaba en el piano. Los que yacían parados, bebían un buen syrah. El sabor de la violeta y las moras les vendría excelente con la carne de los patitos.

Algunos no bebían vino, ya que se tendrían que hacer sonar los aplausos, o porque ya de plano no querían beber hasta entrada la cena. Los tacones de las mujeres se escuchaban, junto con el rechinar de los zapatos de los hombres, pero no era en todos los casos.

Muchos usaban zapatos de ocasiones especiales, de ahí que esos rechinidos sonaran de vez en cuando.

Las siguientes cinco parejas ya se preparaban, por lo que las que bailaban se empezaron a retirar, dejándoles paso. Entre éstas se encontraban Iskahn y Scheta, causando una sorpresa entre todos.

Más de un "Ohh" fue escupido por sus compañeros de trabajo. El muchacho se ruborizó un poco, ella sonrió, victoriosa.

-¿El gran macho siente pena de que lo vean bailar?

-Cállate. -Exigió él, tomando la mano de Scheta para subirla hasta la altura del cuello. Ella lo sujetó del hombro derecho.

Dando unos segundos, la mujer le pisó un pie a su contrario con bastante fuerza, causando que él cerrara los ojos por el dolor.

-Ya que nos vamos a casar, deberías empezar a ser más amable y respetuoso conmigo. -Recriminó ella, sin estar molesta.

-Pe-perdóname...es la costumbre.

-Entonces se me hará costumbre burlarme de ti e insultarte, ¿te gusta?

-Sigh. Entiendo, Scheta. -Ambos se dejaron de secretear, mirándose a los ojos, para sonreírse. Obviaré el mencionar que los dos se querían besar en los labios en ese preciso instante.

Sus corazones latían rápido y fuerte, pero no era por el baile que en ese preciso instante realizaban, sino por el amor que sentían el uno al otro. De no ser porque era algo terrible, harían el amor esa misma noche...pero cometer el pecado de la fornicación el día del cumpleaños de Jesucristo no les agradaba mucho.

Lo dejarían...quizá para el veintiséis de diciembre.

Tras el baile, los trabajadores se fueron rápidamente a la mesa del proletariado, ya que se darían sus propios regalos, dejando a las dueñas de la casa y a los invitados aparte. El único de los trabajadores que se quedó fue Bercouli, y eso porque Quinella se lo pidió.

-Empecemos por mi amada Yuuki. -Sonrió ella, entregándole una pequeña caja de madera con adornos de rosas hechos con un punzón caliente en la madera.

Abriendo la caja, la chica sonrió con amplitud, levantándose para darle un abrazo fuerte a su madre, suspirando de amor filial. Se tenía que recargar en ella a falta de su bastón.

El regalo era un collar que tenía como fondo una foto de ella y de Aiko, cuando ella aún vivía y Yuuki tendría unos catorce años.

-Sé que la extrañas...lo que tienes que saber es que ella siempre te acompaña a donde quiera que vayas, y esto es prueba de ello.

-Gracias, madre. -La chica sorbió de su nariz al querer llorar. El sentimiento de nostalgia le llegaba muy fuerte al ver esa fotografía, aparte de que representaría que su gemela "estaría" siempre con ella.

Stacia le dio un regalo menos refinado pero bastante útil, aparte de lindo. Era una pluma fuente de color gris claro con detalles en morado, el color favorito de Yuuki.

Ambas hermanas se abrazaron, siendo algo muy conmovedor si recordamos la discusión que tuvieron esa misma mañana. Ahí recae la magia de la navidad, que es su capacidad de hacer que personas se perdonen.

Lo curioso de la escena, es que, al acabar el abrazo, las tres mujeres vieron a los tres hombres que seguían en la sala. Les avergonzó por igual al no temer nada que obsequiarle a la señorita.

-Si me desean buena salud, me doy por satisfecha. -Sonrió ella, causando una pequeña risa en los caballeros.

-Por la salud de Yuuki-San. -Exclamó Bercouli, levantando su copa de vino.

-Salud. -Los dos prusianos chocaron copas con el francés.

Los regalos para Stacia fueron un abrigo de color negro muy hermoso por parte de Quinella, y de Yuuki, algo más humilde pero que no dejaba de tener valor sentimental, era una fotografía del lago congelado que fue tomada por Eugeo en una de sus cacerías.

Sin duda, aquel regalo, muy miserable en comparación del abrigo, no dejaba de ser hermoso. Era la captura de un momento único, irrepetible. Además, era el lago. Muy rara vez Stacia iba al lago, pero ahora podía verlo en una época que jamás lo hizo. No podía haber mejor regalo, definitivamente.

En cuando a la madre y señora de la casa, la carta de Yuuki fue lo primero que llegó, siendo recibida por Quinella con muchos besos para su hija menor. Eso a ella le causó mucha risa, por lo que terminó abrazando a su madre.

Stacia le regaló un collar de plata que sostenía una bella circonita de color azul claro, pareciendo un diamante, pero de color circonita, por supuesto.

Lo curioso del asunto fue que, en las manos de Quinella, aún quedaba un regalo, ¿Para quién sería? Stacia le daría el suyo al Barón Kirito ya un poco más en privado, ya que ella lo deseaba así. No era un detalle vergonzoso, pero prefería que fuera un poco más "romántico". (Setzo :v)

-Falta el viejo cascarrabias de Bercouli. -Se burló Quinella, quien le dio su regalo. Así era, el viejo capataz tendría regalo de navidad debido a que ya no le quedaban muchos años de servicio. Quizá unos tres o cuatro, como mucho.

-Se lo agradezco, Quinella-Sama. -El viejo capataz besó ambas mejillas su señora, aparte de darle un abrazo. -¿Qué será?

-Para que no olvide sus días en el Ejército. Eso y que le vendría bien distraerse cuando sea retirado.

La caja era pesada, y su contenido era un misterio total para las dos hijas de la casa, incluso los dos invitados miraban con expectación. Abriendo la caja, el viejo capataz de igual forma abrió los ojos de la sorpresa que le causaba ver el regalo, pero no era para despreciarse. Se trataba, pues, de un revólver Lefaucheux.

-Wow...Quinella-Sama, en verdad no era necesario, pero...no le diré que no a una bella arma como ésta. -Bercouli sonrió, besándole ahora la mano a su señora. Volvió a guardar el arma en su caja. Ya la estrenaría después.

Se empezó a escuchar algunos canticos entonados desde la mesa del proletariado. Eran navideños, por supuesto. Iskahn y Scheta seguían bailando, pero ahora en la cocina, varios compañeros se entregaban regalos y otros bridaban en sus vasos de madera, bebiendo el buen vino de navidad.

Quinella fue caminando con una amplia sonrisa en sus labios, tomando una botella de vino en una de sus manos. Al llegar, golpeó dos veces el suelo con su tacón, llamando la atención de todos.

-Cómo sabrán, yo y mis preciosas hijas tenemos que ir a dormir temprano, así que les pido que, si duermen tarde, no hagan mucho alboroto. Ahora, que el vino no falte, ¡A cenar, todos!

La propuesta fue aplaudida por las criadas y trabajadores, quienes se sentaron a comer y a beber vino.

Las dueñas de la casa y ambos invitados comerían en su mesa, siendo ayudados por sus mozos, por supuesto. Tratarían de terminar rápido para irse a sus habitaciones a cambiarse y a esperar la llegada de la navidad en sus camas, ya que el frío era considerable.

Mientras tanto Egil, él enfrentaba la muerte al encontrarse en retirada una vez más. Los soldados que quedaban a su mando le seguían, disparando para atrás de vez en cuando, intentando frenar a sus perseguidores.

Varias explosiones de las balas de cañón levantaban la nieve y la tierra tras el impacto. Una cayó cerca de Egil, quien se levantó sin dificultad al ser fuerte de cuerpo y de espíritu. Por supuesto que no quería morir.

-¡Alle kommen zurück! Sie hatten genug. -Los prusianos se detuvieron para dar marcha atrás, aunque sus cañones siguieron disparando.

-¿Warum jagen wir sie nicht, Sir? -El segundo al mano preguntaba por qué no perseguían a sus enemigos.

-¡Für was? Wir haben den Krieg gewonnen und es ist Zeit, Weihnachten zu feiern -El capitán respondió que ya no era necesario al tener ganada la guerra...y por qué quería celebrar navidad.

Acabando la carrera, Egil ordenó a sus hombres que se reagruparan, jalando aire con la nariz de forma profunda.

-¿Cuántos murieron?

-Cinco, señor. Pero nos faltan siete.

-Entonces murieron cinco, ¡vayan a buscar a sus compañeros!

-¡No bajo este fuego de artillería!

-Te di una orden, soldado. Suelta tu arma y ve por tus hombres.

-Un negro no me dirá que hacer. ¿Un cabo negro? Sólo al comandante se le ocurre tal idea.

Como no era sorpresa, Egil le soltó un buen golpe en la nariz al soldado desobediente, haciéndolo sangrar de la misma. Sin bastarle con eso, lo tomó del uniforme para lanzarlo casi un metro de distancia. La fuerza del negro era impresionante, como siempre lo pensó Iskahn.

-¿Quién más se pondrá de rebelde porque soy negro? ¿Se les olvidó el lema de nuestra Sagrada Revolución? "Libertad, Igualdad, Fraternidad." Somos hombres libres todos aquí. Soy igual que ustedes, no importa que sea negro, y por fraternidad a sus compañeros, ¡vayan a rescatarlos, por un carajo!

-Sí, señor. -Varios soldados fueron corriendo a la zona de combate al ya haber cesado los combates. Uno de los sobrevivientes tenía alzado su fusil para ser localizado, siendo inmediatamente rescatado.

En el palacio las cosas eran completamente diferentes, debido a que el bueno de Kirito y Klein ya subían a sus habitaciones, estando un poco borrachos los dos. Bebieron demasiado vino, así que mejor era dormirse antes de embriagarse más.

Lo chistoso es que Kirito se planeaba dormir con la ropa puesta, y no era pro flojera o por algo así. Todo era cuestión de esperar.

-Fue una buena celebración. -Mencionó Klein, estando ya en el umbral de la puerta de su habitación.

-Por supuesto...lo único malo es que nos mandaron a dormir temprano.

-Cuando regresemos a Prusia la siguiente navidad, dormiremos hasta las ocho de la mañana.

-Y nos despertaremos a las cuatro de la tarde. Je, ya lo veo venir.

-Buenas noches, mi señor.

-Buenas noches, Klein. Descansa.

Antes de cerrar su puerta, una voz llamó la atención del Barón Kirito. Stacia subía por las escaleras, escuchando la despedida de ambos prusianos. Ella llevaba en manos una cajita pequeña, aunque sería un pretexto.

-¡Barón Kirito, espere! -Farfulló ella, desesperada.

-Asuna, ¿Qué se te ofrece? -El joven la tomó de la mano derecha para darle un beso a la misma.

-Quería darle mi regalo de navidad.

-Me avergüenza mucho, yo no tengo nada que darle.

-Ya me dio su amor, ese regalo me es más que suficiente. -Lamentablemente, Stacia no sabía que él no le había dado ni una sola pizca de amor.

-En esto tienes la razón, Asuna. De cualquier modo, te lo compensaré cuando nos vayamos a Prusia, no me gusta deber nada.

-No me deberá nada, insisto en que no sea reciproco. Aparte, es un detalle de nada, la verdad. -La chica se puso un mechón de cabello suelto tras la oreja, sonrojándose.

-Hum...¿Qué es?

-Sostenga aquí, por favor. -Stacia le ofreció la cajita.

-Tamaño humilde, pero la intensión cuenta. -Kirito se percató que la caja estaba vacía, lo que lo hizo hacer un gesto de extrañeza. -E-esto...

Siendo interrumpido, Stacia lo tomó por detrás de la cabeza y de la nuca, besándolo con bastante pasión. Él la tomó de la cintura para no caerse, no tanto por que quisiera. Tuvo que responder al beso sintiendo un vació. No eran como los besos de Alice, éstos le sabían insípidos, sin chiste.

De cualquier modo, y para no levantar sospechas, se amarró para pensar que besaba a Alice, algo que dejó bien encantada a Stacia, quien sintió en ese beso el "verdadero amor" de su prometido.

Dando un paso atrás por la posición tan incómoda en la que se localizaban, Kirito continuó el beso, que iba en aumento.

Sólo se separaron al escuchar los tacones de Quinella y el bastón de Yuuki subiendo por las escaleras. Los dos se separaron, poniéndose nerviosos y arreglándose el cabello.

-Cómo le decían, Barón Kirito, un detalle casi de nada, así que no se preocupe en recompensármelo.

-De cualquier manera, Asuna. Me encantó tu regalo, absolutamente.

-Gracias. -Stacia se sonrojó bastante, sonriendo tímidamente por ese comentario.

-Stacia, ven a dormir ya. ¿Por qué te adelantaste si todas dormiremos en mi cama? -Preguntó Quinella, un poco molesta.

-Lo siento, madre. Quería darle un regalo al Barón Kirito.

-Hum...ven ya a la cama. Te esperaremos.

-No tardes mucho, hermanita. -Pidió Yuuki, continuando su recorrido a la habitación de su madre.

-Siendo así... -Stacia abrazó a Kirito con bastante fuerza, pegándole sus labios a su oído para susurrarle una cosa que salía desde lo más profundo de su corazón. -Te amo...

La muchacha se dio media vuelta, caminando aprisa por la pena que sentía en el momento aquel. Sus mejillas se miraban como carbones al rojo vivo.

-Igualmente. -Exclamó Kirito. Malo que era una mentira absoluta, así como el hecho de que le gustó el beso que ella le dio.

No sabía si esa situación debía deprimirlo o darle un poco igual. Stacia lo amaba verdaderamente, incluso con locura. ¿Y cómo le paga él? Con mentiras y engaños.

No podía ser sincero en una situación tan apretada como la suya. Quería que sus compatriotas ganaran a la voz de ya la guerra para poder largarse lo antes posible con Alice. Su corazón no soportaría mentirle a una dama por mucho tiempo más.

Daban ya las cuatro de la madrugada, faltando una hora para que las dueñas de la casa y los criados que se habían ido a dormir temprano se levantaran para prepararse para la Santa misa. Ya todos se encontraban en sus habitaciones, menos una chica.

Alice caminaba por los pasillos en silencio absoluto, abriendo la puerta del cuarto del Barón Kirito, quien dormía con una gruesa colcha encima de sí, aparte de tener el traje de ayer puesto, el cual le olía un poco a alcohol.

Ella lo miró, suspirando de amor y sonriendo de alegría al ver a su romance frente a ella. Lo despertó con un beso, el cual Kirito respondió con verdadero corazón, no como lo hacía con Stacia.

-Traté de no dormirme, Kleine Sonne, pero me rendí ante las garras de Morfeo.

-La culpa es mía por tardar tanto. Vamos ya, por favor.

Como siendo ladrones a mitad de la noche para atracar una casa, evitando hacer el más remoto de los ruidos, así por pequeño que fuera.

Los dos se dirigieron a la sala del Noir et blanc, la cual se encontraba un poco desordenada por todo el enorme caos que sucedió apenas unas horas antes. Botellas regadas, algunos granos de arroz por el suelo, y colillas de cigarro...pobre para el que le tocara recoger.

Posicionándose en el centro de la sala, y dejando el candelabro a un lado, los dos se pusieron frente a frente, haciéndose una pequeña reverencia. Él se llevó la mano al pecho, inclinando un poco la espalda. Ella agachó la cabeza ligeramente, levantándose el vestido a la vez que flexionaba levemente su rodilla derecha.

-No te lo pude decir hasta ahora...pero luces hermosa con tu vestido, Kleine Sonne.

-Muchas gracias, Kirito. -Ella le dio un beso rápido en los labios, tomándolo del hombro para que él le tomara la mano, llevándola a la altura de la boca y de los ojos de su contraria.

Imaginaban que la sala no era un desastre, que las luces los iluminaban levemente, escuchando un Bach en piano. Comenzaron a bailar en la obscuridad de la noche, sonriéndose en todo momento, dejándose llevar ante los cantos nocturnos de los grillos y los animales que pasaban en las afueras del Noir et blanc.

El vestido de Alice era casi todo de color rojo, así como el listón que le acomodaba el cabello. Su vestido le llegaba hasta ras de suelo, moviéndose maravillosamente a cada paso.

Como no tenían nada más que darle gusto al gusto, decidieron modificar su propio baile. Era un, dos, tres, cuatro y repetir. En un movimiento no ensayado pero que fue perfecto, es que Alice alzó su pierna, parándose sobre su pie izquierdo a la vez que Kirito la sujetaba de la espalda y cintura.

Se volvieron a mirar, sonriéndose con sus corazones siendo uno. Regresando Alice a su posición original, los dos quedaron bien juntos, besándose al tiempo en que se abrazaban.

La luz de la vela se apagó al ser consumida toda la cera...

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Wuuh, que bonito el último momento. para los amantes de kiriasu...esa escena del beso les debió doler mucho, sorry :c

Ay, esos dos Scheta e Iskahn, siempre robando escena por lo tiernos que son. En unos capítulos pasará algo que nos dejará muy tristes con ellos dos :c
Ya los veo decir: "¿quién se muere?" :v ots', ya veremos ggg

El capítulo de navidad fue lindo, en especial por los regalos...menos por que Stacia se puso de perra con Yuuki bb y yuyio, por cierto, hoy es aniversario luctuoso del princeso favorito del fandom de SAO así que lo conmemoraemos a mi manera :'v

Yuyio, siempre estarás en nuestros corazones junto a Yuuki bb :'c 💙💜 subiré más al rato un manuscrito sobre Eugeo.
Chale ya me deprimí, me iré a cortar las venas

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes.

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