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Capítulo 15.-Los trabajos y los días.

No era sorpresa que, tras una ajetreada noche anterior, Scheta tuviera dolor en todo su cuerpo, doliéndose bastante al alzar un brazo o cargar una cosa pequeña, como lo sería una charola.

Pobre de ella, ya que le tocó llevar el desayuno a la cama de Yuuki, quien seguía en cama, a pesar de ya no sentirse mal. Quinella prefería extremar todas las precauciones posibles en cuanto al cuidado de su amada hija menor se refería.

Asuna y Kirito desayunaban juntos, de manera un poco más privada. Quinella seguía en la cama con Yuuki, pero ella dormía a la vez que su hija la veía con una curiosidad gatuna.

Quería despertarla para tener a alguien con quien platicar...pero era la peor de las ideas. Su madre tenía la mala costumbre de ponerse de pésimo humor cuando no se despertaba de forma natural, por lo que era mejor guardar precauciones en ese aspecto.

Regresando con los dos medio enamorados, al ser una parte la enamorada y la otra la desencantada, bebían jugo de naranja en copas, una taza de chocolate caliente y tostadas con salmón ahumado.

No sería un desayuno precisamente ligero, pero es lo que había para los de dinero. Para el proletariado, era una pieza de bollería, café y chocolate. Sería menos de lo justo y necesario.

-Kirito, no sé si te molestaría que demos una vuelta por el jardín cuando acabemos el desayuno.

-Encantado. –Sonrió él, regresando a su desayuno de forma inmediata. –Últimamente ha hecho un frío endemoniado, no sé si a tu madre le molestara que un día, y para probar, durmiéramos juntos.

-Se excusaría diciendo que hay chimeneas. –Suspiró Stacia. –No sería mala idea...aunque podríamos hacerlo en secreto. –Lo último fue dicho en un susurró que devino en una risita.

Ya por mera experiencia, el barón Kirito sabía a qué hora era la mejor para andar a hurtadillas en el palacio, que trucos se tenían que realizar para no hacer ruido alguno, y como abrir una puerta sin ser escuchado en lo más mínimo.

Era un secreto dentro de otro secreto. Durante la mañana, en el desayuno, Alice ponía mantequilla en la bisagra de la puerta para que no sonara en la noche al ser abierta.

La habitación de los invitados quedaba relativamente lejana a las demás, por lo que, y bajo el cuidado de Klein, Kirito y Alice podían verse y charlar un poco en las noches. Era mejor arriesgarse un poco a morir de frío en el bosque.

Eran leves susurros bajo la luz de una vela pequeña, así que no había pierde. Curiosamente, casi no hablaban, se besaban más que nada, por lo que no hacía falta más capricho.

Aquel truco podía ser aplicado con Stacia para que ella no empezara a notar un distanciamiento. Si bien su presencia no le era para nada molesta al barón, no era precisamente la compañía que deseaba.

Jugar dos cartas a la vez es algo, ciertamente, muy arriesgado, pero teniendo un poco de talento, nada puede resultar mal.

Acabando el desayuno, ambos se alistaron para salir a dar el paseo, que era la única actividad que tenían, aunque no les era aburrido a pesar de practicarlo casi todos los días. De veces se iban al bosque, pero no les daba muy buena espina, por cualquier animal que pudiera atravesarse en el camino.

Stacia vestía un gran sombrero, teniendo varias plumas de colores que iban desde el verde turquesa hasta el azul rey. Las plumas eran de pavorreal, teniendo un tamaño considerable.

Levantaba un poco su vestido para no ensuciárselo con la tierra que pudiera haber, por lo que Kirito la tomaba del brazo para que ella no cayera. Él usaba su gorro militar, que le era bastante apreciado.

Lo usaba desde que hizo el servicio militar, siendo su tarea un poco más la de caballería, de ahí que supiera usar espada y montar muy bien a caballo. Fue ascendido a sargento primero...por mera influencia de su familia.

Siendo de la nobleza del reino, le dieron un trato más especial que al resto, dándole méritos por pequeñeces que hacía. Comía mejor que el resto, su cama era más cómoda, y le hubieran dado más de una paliza en el servicio de no ser porque los superiores lo tenían cuidado. Casi casi les advirtieron a los demás muchachos que sería pecado maltratarlo.

Pero bueno, detalles del pasado. Su presente ahora era ir del brazo con una mujer que no amaba, pero no despreciaba por ningún motivo. A pesar del nivel de cultura muy regular de Stacia, ambos podían tener una conversación de algún tema literario bastante decente.

En ese preciso instante, ellos hablaban de Goethe, Bécquer y de Hölderlin. La poesía, la literatura y el teatro eran sus temas recurrentes. Si es que había alguna obra que no conocían, se la contaban. En caso de ya conocerla, fingían no hacerlo para tener un tema de conversación.

La parte aburrida sería el que se contaran la historia, pero ya a la hora de las opiniones, ahí se encendían los fuegos.

En más de una ocasión, uno de ellos le replicaba al otro, y éste les respondía "¿Y tú como sabes?". "Intuición", respondían.

No era caso ese día, ya que charlaban del romanticismo en las tierras prusianas o ducados al este de Prusia. Kirito le describía una pintura a Stacia, quien cerraba sus ojos para imaginársela.

-Imagínate que caminas detrás de un hombre, lo ves de cuerpo completo, además de la roca en donde se encuentra parado. Frente a él, hay enormes rocas, montañas que no tienen un pico, sino son medianamente redondos. Hay muchas nubes, y es gran parte de lo que se ve, tapando levemente las montañas más lejanas.

-¿Y qué más se ve?

-Sólo nubes en el cielo, un blanco absoluto y con muy pocos tintes de azul, pero un azul pálido.

-Wow...más o menos lo puedo imaginar, pero es complejo recrear todo lo que me dices, Kirito.

-Es fácil si lo intentas.

Con una imagen ya más parecida a lo que Kirito le decía, la verdad es que Stacia no imaginaba con exactitud el cuatro que le describían, siendo similar, salvo algunos cambios o inexactitudes.

Quien observaba a los dos medio enamorados, era Eugeo, siendo ordenado por Bercouli en sus tareas preparatorias para ejercer la tarea de capataz. Ya no faltaba mucho para que él se retirara, y su aprendiz tenía bastante por conocer acerca del trabajo.

Aparte de que el viejo capataz quería "reeducar" al muchacho para quitarle las ideas de marxianas de la cabeza. No sabía que no lo lograría por más que lo intentara, para bien o para mal.

-A ver, seguidor de marxista

-Prefiero que me diga seguidor de Marx, señor Bercouli. –Retó Eugeo, plantándose bien frente al que ahora era su maestro.

Bercouli enchinó la mirada, dándole una buena bofetada a Eugeo, quien se resintió de la misma al pasar un segundo.

-Cuando tú seas capataz, harás lo que quieras, mientras te atienes a lo que te diga yo. No me retes, o de lo contrario convenceré a Quinella-Sama de reemplazarte, hay mejores para el puesto que un oyente de judíos.

-Ahí está su problema, señor Bercouli. Para nosotros no hay judíos, no hay cristianos, luteranos, lo que sea. Sólo hay una cosa, y ese es el hombre.

-No quiero escuchar tus discursos judíos, ahora vamos a trabajar. Di algo relacionado con Marx y te abofetearé de nuevo, ¡ahora muévete!

Suspirando pesadamente, Eugeo comenzó a caminar rápidamente, siguiendo a Bercouli hacía el establo. Vaya que se notaba una larga y tortuosa relación entre aprendiz y maestro.

Kirito logró observar la bofetada, aparte de escuchar el grito que el capataz pegó. Stacia negó con la cabeza, llevándose la mano al tabique de la nariz.

Le molestaban las discusiones entre esos dos, cualquier problema en el palacio la sacaba de quicio, en general.

-Extraño a Eldrie...él era tan buen trabajador. –Mencionó ella, y era una verdad.

-Sin duda alguna. Lo poco que conversé con él me hizo darme cuenta que era un hombre de valía, tanto así que murió luchando por su patria.

-Pero nuestra patria está en guerra con la suya, ¿no le molesta eso?

-Me he dado cuenta que, a pesar de que Napoleón III declaró la guerra abiertamente, las provocaciones de Prusia fueron el detonante, por eso es que admiro tanto a Eldrie, murió por una causa justa.

Definitivamente, cualquier prusiano colgaría a Kirito por decir esas verdades. No obstante, las decía, primeramente, porque estaba en Francia, lejos de un prusiano que no fuera su escudero; y segunda, tenía un punto de vista meramente francés al ser la única fuente de información de la guerra.

Los dos prefirieron dejar de lado el tema de la guerra y de la muerte del bueno de Eldrie, deseándole el mejor de los descansos. Siguieron hablando de los románticos, siendo algo que ambos disfrutaban por igual.

En el palacio, Scheta se dolía un poco del tronco de su cuerpo, deteniéndose un momento, cerrando los ojos con fuerza y respirando pesado.

-¡Scheta! –Gritó Ronye, quien pasaba. Pensando que algo malo le pasaba a su amiga, fue corriendo a auxiliarla.

-No te preocupes, Ronye, estoy bien...dentro de lo que cabe.

-¿Con que te lastimaste?

-Digamos que...dormí mal y me torcí el cuerpo. –La chica rió triste e irónicamente al saber lo ridículo que era su pretexto.

Sería un poco curioso describirlo, pero Scheta se sentía ligeramente alegre de ese dolor, ya que representaba lo ocurrido la noche anterior, que fue algo simple y sencillamente mágico.

-Estaré bien cuando despierte tras la hora de la siesta.

-Nada que un té de romero y manzanilla no resuelva, ¡te lo prepararé de inmediato! –La más joven de las dos mujeres fue bastante apresurada a la cocina.

-Gracias, Ronye. En verdad...creo que me hace falta. –Dijo Scheta. –Me gustaría burlarme de Iskahn por también amanecer dolido...pero él despertó como si nada. Lo envidio. –Pensó.

Hablando del diablo, el muchacho jugaba con las perras de la casa mientras Yuuki lo veía junto con Alice. Ambas chicas rieron a sonoras carcajadas cuando la perra más grande lo agarró desprevino, tumbándolo por la espalda.

Mientras ellas reían, la perra ladraba a la vez que menaba la cola y el muchacho maldecía a los cuatro vientos.

-Que linda boca tienes, Iskahn. –Recriminó Quinella, quien pasaba para tomar el sol.

-L-lo siento, mi señora. No es como que me ponga de muy buen humor que un perro me tire. –Dijo él, limpiándose el saco y el pantalón.

-No le hagas caso, mi Champagne. –Dijo Quinella como si le hablara a un bebe, acariciando la cabeza de su amada mascota. Se distinguía que era su prefería por el tamaño y por el listón que tenía en el collar.

Pobre Iskahn, la señora de la casa, literalmente, trataba mejor a una perrita que a él. De veces lo ameritaba, y es por eso que las dos chicas presentes rieron todavía más, mientras el muchacho mentaba madres, pataleando.

Mejor regresar al trabajo que seguir soportando burlas. Bueno, ¿Quién en el palacio no se burlaba de Iskahn?

-Se lo contaré a Scheta, le hará mucha gracia. –Dijo Alice.

-Pero quiero estar presente. –Adelantó Yuuki.

Las perras de tamaño mediano y pequeño se acercaron a Yuuki, quien jugueteó con ellas, haciéndoles pequeños cariñitos en la cabeza o en el lomo.

-Yuuki, querida, vamos a la sala. Recuerda que no puedes pasar mucho tiempo en el sol.

-No se preocupe, Quinella-Sama, yo puedo darle sombra a la señorita con un parasol. –Ofreció Alice.

-Sigh, está bien. Nada más que no sea mucho tiempo, lo bueno es que no hace calor.

Ambas chicas siguieron jugando con las perras, aparte de platicar un poco entre ellas. Veían el día de forma excelente.

Quien no veía todo tan bien era Egil, quien practicaba corría a un granero al ser perseguidos por los ejércitos prusianos. Habían sido derrotados en una batalla, como ya era costumbre.

Él y el oficial iban hasta atrás de la columna, asegurándose de que nadie se quedara atrás.

-¡Vamos, al granero, no se detengan!

-¡¿Pero qué haremos en el granero, ellos van a entrar de forma segura?!

-¡Pensaré en un plan! –El oficial siguió corriendo. –Egil, necesitaré de su ayuda.

-Lo que usted ordene, comandante.

Una vez en las puertas del granero, un soldado las abrió de par en par sin patearla, empujándolas con bastante fuerza. Los demás soldados tomaron posiciones defensivas rápidas para disparar a los prusianos que los perseguían, deteniéndolos unos segundos.

-¡Entren, entren, maldita sea!

Con los primeros soldados entrando y la retaguardia disparando de manera ofensiva, los prusianos se tuvieron que hacer unos metros para atrás, tomando defensa en varias carretas.

Egil disparaba su fusil de forma táctica, tratando de localizar a uno de los sargentos o tenientes que estuvieran en combate. Distinguiendo a uno de ellos por su casco, Egil le disparó en la cara, matándolo.

Con todos los franceses en el granero, que era rodeado por un pequeño riachuelo que pasaba cerca de ahí, los prusianos no podrían flanquearlos.

-¡Sigan corriendo fuera del granero, nosotros los detendremos! –Farfulló el oficial.

-¡¿Cómo los van a detener?!

-Ya lo verás. Egil, recárgate en la puerta con toda la fuerza que tengas. –El oficial cerró el granero con el candado que yacía tirado en el suelo, atrancando la puerta.

Eso no serviría prácticamente de nada, pero sí para ayudar a ambos. No es necesario decir que la fuerza del negro era muchísima, junto con la del oficial, quien tenía las espaldas anchas y era robusto de cuerpo.

Los soldados empezaron a correr apresuradamente fuera del granero, aunque aún faltaba evitar los disparos de los fusiles prusianos. Cuando éstos llegaron, trataron de abrir la puerta, pero no podían.

La pateaban, entre todo el pelotón la empujaban, pero no se abría la dichosa puerta.

No es necesario decir que, con la gran fuerza de Egil y de su comandante, ambos empujaban hacía atrás la puerta con su espalda, tomándose los dos del brazo izquierdo.

Mientras los prusianos trataban de abrir la puerta entre todos, sus compañeros huían del campo de tiro de sus agresores, logrando escapar velozmente.

-Verdammt. Lass uns jetzt gehen, es gibt nichts zu tun. –El cabo maldecía la situación, ordenando la retirada al ya no haber nada que hacer.

Escuchando como se iban sus enemigos, Egil y el comandante se rieron un poco, golpeándose el brazo a la altura del bíceps para celebrar que habían salvado a sus compañeros.

-Bien hecho, Egil. Te mereces una nueva medalla y el grado de sargento.

-Muchas gracias, comandante.

Con la suerte que tenían, los dos se fueron corriendo hacía su pelotón, que se veía ya muy a lo lejos, cercano al campamento.

Tan curiosa es la vida que, mientras Egil pasaba por aquel infierno, llegaba una carta suya al palacio para informar de su situación, si había sido herido o enfermo en la guerra. Escribía una vez a la semana.

La carta era llevada por un trabajador del palacio a las manos de Bercouli, quien sonrió ampliamente al ver la noticia de que uno de sus muchachos seguía presumiblemente vivo.

Ésta fue llevada a Quinella, quien comía un poco de helado de leche de vainilla dentro de la casa mientras hacía algunas cuentas para la compra de la despensa de mañana lunes.

Preparaba el dinero, y un poquito más de la cuenta en caso de que el precio de x cosa no fuera el mismo que hacía una semana. Al ser invierno, la canasta básica subía de precio, cosa que daba un leve dolor de cabeza a la administración general.

La puerta de su despacho se encontraba abierta, así que Bercouli entró con una sonrisa en los labios.

-Carta de Egil.

-Gracias a Dios. Empezaba a preocuparme. –Suspiró Quinella, recibiendo la carta. –Egil, querido, que bueno que no me has dado el disgusto que me dio Eldrie, Alphonse y Edmond.

La carta mencionaba, con bastante orgullo, que el negro había recibido elogios de sus superiores, aparte de una medalla por su buen servicio. De hecho, la medalla venía en el sobre, diciendo que sería un regalo de parte suya para todo el Noir et blanc, y que le gustaría que la misma fuera colocada en la chimenea del comedor en caso de no regresar.

Quinella se metió un leve disgusto al saber que Egil esperaba lo peor de su situación, cosa que ella claro que no deseaba. Pero bueno, la medalla era linda, y sería bueno advertir a todos en el palacio de que uno de sus compañeros servía a la República con bastante honor.

Era justamente a la hora de la comida, todos comían con poca prisa, platicando entre ellos. Bercouli entró por la puerta al retirarse de la mesa de la burguesía, que comía antes que el proletariado.

-Señoritas, muchachos, quiero comunicarles que Egil ha enviado esta medalla, se la ha ganado en la guerra, y quiere que la conservemos en caso de su muerte.

Varias exclamaciones se hicieron presentes, aparte de los aplausos por tal mérito. Se podía decir que ya se tenían dos héroes de guerra en el palacio.

-¿Podemos verla a detalle? –Preguntó Iskahn, notoriamente entusiasmado.

-Fue colocada en la chimenea del comedor. Pero sólo ver, no tocar. Egil regresará a reclamarla, y eso se los apuesto. –El viejo Bercouli soltó una risita. –Aún recuerdo mis condecoraciones, eran hermosas...pero me las quitaron al darme de baja.

-Señor Bercouli, sino es mucho atrevimiento...¿Por qué lo dieron de baja sin honores siendo tan buen militar? –Preguntó uno de los trabajadores que más tiempo llevaba trabajando en el Noir et blanc.

-Maté a un sargento que era de mi propia compañía. Era un buen soldado, pero estúpido como no tienen idea. En una noche de aquellas, celebrando una victoria, al muy idiota le dio por beber cuando les dije a mis muchachos que no lo hicieran. Habíamos acogido a algunas familias desplazadas por la guerra, y el muy maldito entró en donde las mujeres, robándose a una para violarla. Renry, que era el soldado que me saludó la otra vez me fue a avisar lo más rápido que pudo, y yo asistí. Le grité a ese soldado que no hiciera nada estúpido, pero soltó a la chica para apuntarme con su fusil, por lo que lo disparé sin pensarlo con mi pistola. Lo maté por accidente, pero el alto mando me dio de baja al acabar la guerra ya que, según, "él no tenía forma de defenderse al estar en estado de embriaguez" de ahí que me dieran de baja sin honores a pesar de ser un "héroe de guerra".

El viejo capataz no se notaba enojado, triste o melancólico. Parecía como si contara la historia de un día en el campo, así sin más. 

-No olviden ver la medalla. Quinella-Sama está pensando en mandarle una carta de felicitaciones a Egil firmada por todos, así que estén pendientes de que decide ella.

Bercouli se retiró por la puerta trasera sin decir más, fumando su pipa a la vez que se recargaba en la pared del palacio. Ahora el ambiente en la mesa del proletariado era un poco luctuosa, como si se lamentara una muerte a pesar de no ser así.

Sólo se escuchaban el sonido de los cubiertos, el sorber de los vasos de cristal llenos de agua de pomelo (toronja). Se habían comprado de más la semana pasada, y para que no se echaran a perder, se las hizo así, aparte de que era el postre: croissants con mermelada de pomelo rosa. O, al menos, eso era para la prole. En la mesa de la burguesía se comió crema de fresas.

Que el proletariado comiera algo diferente a la burguesía le molestaba un poco a Eugeo, ya que no debería haber diferencia alguna en la comida que se les servían a unos y a otros...menos con Yuuki, a ella le sobraba el derecho de pedir algo diferente.

Cuando él fuera capataz, esa sería otra de las cosas que cambiaría. Le sería muy complicado convencer a Quinella de que comiera lo mismo que sus trabajadores, pero unos besos y unas caricias la convencerían hasta que se le hiciera costumbre.

Pensando en ese hecho, recordó que tenía que "asistir a su señora" durante la hora de la siesta, mientras todos dormían. Ya se preparaba para tal, relajando su cuerpo.

En otro lugar del palacio, Kirito y Klein caminaban para ir a sus habitaciones a descansar un poco de hacer...nada, en realidad. Ambos se toparon con Alice, el joven barón sonrió ampliamente, quitándose el sombrero para hacerle una reverencia rápida.

-Hola, Kleine Sonne.

-Kirito. –La muchacha se cubrió un poco las mejillas, ya que se le tornaban rosas de ver a su enamorado.

El día no había sido el mejor ni el peor, pero esas pequeñas sonrisas les bastaban para que su día fuera a mejor en caso de que se sintieran un poco mal.

Se verían en la noche, como no podía hacer falta. Quizá mañana su pequeña costumbre no se podría realizar, ya que Kirito tendría que pasar la noche con Stacia. No importaba, la propia Alice sentía celos, sí. Aunque le daba un poco igual al enterarse por los labios del muchacho que todo era un juego con Stacia para no levantar el polvo de las sospecha.

Ya esperaban con ansias el día en que ambos pudieran irse de la casa. No deseaban más, honestamente.
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Saben de donde me expropie eso del granero con Egil? Es una anécdota de Engels cuando él estuvo en la revolución de 1830¿? Engels estaba mamadisimo, era guapo, inteligente, comunista, era...perfecto.

Y así es como poco a poco la vida le mejor a Egil :v

El próximo capítulo será de navidad, así que prepárense para un capitulo muy bonito uwu

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes.

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