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Capítulo 14.-Secretos en el palacio.

Yuuki: yuyio es MÍ princeso

Alice: él me prefirió a mi

Yuuki: nel, perra, yo lo estrené 😏😏

(Ya es canon la discusión de Yuuki y Alice por el princeso 😱😱😱) que recuerdos de Enamorándome de mi profesora.

Serían las casi once de la noche. Habían pasado unas semanas, se llevaría un mes de la muerte de Eldrie. La Tercera tenía problemas en los frentes, como era muy de esperarse.

Ya eran los días de noviembre, por lo que empezaba a hacer bastante frío. Kirito paseaba cautelosamente por los pasillos del palacio siendo escoltado por su buen escudero Klein. Iban a un punto muy en particular.

Horas antes, Klein había entregado una carta a cierta criada, y la carta era por parte de Kirito. Aquella "cierta criada" era Alice, por supuesto.

Mientras que todos dormían en sus habitaciones, incluido el viejo Bercouli y Eugeo, quien era ya el aprendiz de capataz, esos dos caballeros caminaban sin zapatos para no hacer ningún ruido.

Klein avanzaba varios pasos adelante en caso de que fueran descubiertos, así Kirito podría esconderse. Él tenía una vela en la mano, guiando a su señor en el camino que tendrían que recorrer. No era una enorme distancia, pero sí tenían que ser muy cautelosos.

Alice ya esperaba oculta en la cocina, ya que de ahí irían al bosque. Klein los esperaría en la cocina, y llevaba un libro para distraerse, aparte de que hurtaría un poco de postre sobrante de la cocina.

En cuanto el barón y la criada se vieron, se sonrieron bastante amplio.

-Buenas noches, Kleine Sonne. –Saludó el muchacho.

-Kirito...

-Vayan ya. Los esperaré aquí.

Los dos partieron en el frío de la noche, estando bien cubiertos para no enfermarse en las bajas temperaturas. Alice cargaba una linterna de vela, por lo que eso usarían para dirigirse a la suficiente distancia para no llamar la atención. Caminar en línea recta unos cinco minutos sería más que adecuado.

Iban tomados de la mano, y Kirito le quitó la linterna a Alice para que ella no la cargara. La caballerosidad no se limitaba con los miembros de la burguesía o demás nobles.

-¿No tienes frío, Kleine Sonne?

-Un poco en la nariz. Lo demás está bien, no te preocupes, Kirito.

-Me hace feliz saber que me llamas como si fuera un igual. Es obvio que el trato de la servidumbre con la nobleza debe ser de superioridad, pero eso no importa con nosotros.

-¿Por qué, Kirito?

-Es que nos amamos, y eso es lo que nos hace no ser tan diferentes.

Ella se quedó en silencio unos segundos, acercándose para darle un beso en la mejilla a su contrario, quien sonrió de felicidad.

Ya habían caminado lo suficiente, por lo que se sentaron en un árbol grande. Kirito tenía un revólver automático, por lo que no sufrían un peligro muy grande.

Sería mejor, por supuesto, estar en el palacio, tranquilamente. Pero la amenaza de ser descubiertos era lo que les asustaba un poco a ambos, ¿Qué harían en caso de que eso les sucediera? No habría pretexto alguno.

Los dos se sentaron uno al lado del otro, dándose calor al compartir la misma cobija. Se vieron un poco, sonriéndose.

-No me importa que tengamos que reunirnos así. Lo que sí me importa es que estemos juntos, Kirito.

-Eso mismo es lo que creía yo, Kleine Sonne. ¿Prefieres que te diga por tu nombre?

-Me gusta que me llame así. ¿Por qué "Solecito"?

-Bueno, tus cabellos son el sol, pero como eres una ternurita, por eso "solecito".

-Ven para acá. –Alice lo tomó de la mejilla, ella cerró los ojos, sintiendo como su corazón se aceleraba bastante.

Kirito la imitó, pero él la abrazó. Ambos se besaron en el frío nocturno, con los peligros del bosque acechándolos, aunque les importaba más amarse.

Sentían sus labios helados, incluso se rozaron un poco las narices, sintiendo un leve toque al tenerlas tan frías. La chica tenía incluso las mejillas un poco enrojecidas por el frescor del aire.

-Te amo, Kleine Sonne.

-¿Qué haremos con la cuestión de Stacia-Sama?

-Ya lo veremos...tenía pensando escapar por Suiza y de ahí llegar a Alemania, por lo que sería muy fácil entrar a Prusia.

-Suiza...¿podríamos quedarnos unos días a conocer el país?

-Por ti, cualquier cosa, Kleine Sonne. –El muchacho le dio otro beso en los labios.

Ya la promesa estaba hecha, pero faltaba la cuestión de la boda. Los dos enamorados y el escudero tendrían que irse antes de que se asomara un poco la boda. Por ahora, lo que tenían asegurado es que no habría boda hasta que acabara la guerra, lo cual sonaba muy cerca.

Poco más de seis meses y ya la derrota era clarísima. En poco tiempo los prusianos llegarían a París, y de ahí a la victoria definitiva. Alice se preguntaba por Egil y los demás trabajadores del palacio, preocupándose por la vida de éstos.

-Kirito, ¿pero no vendrán por nosotros una vez que estemos en Prusia?

-Lo pensé de antemano. Tardaremos unas dos semanas en llegar a Berlín, pero ellos lo harán en una semana. Ellos estarán en Berlín buscándonos mientras tenemos una luna de miel en Berna y Ginebra.

-¿Y qué tal si no se van de Berlín en espera de nuestra llegada?

-Hum...no lo había pensado. No eres ignorante a pesar de ser criada, Alice. Vales mucho más de lo que te pintan.

-Me halaga...pero no soy una mujer muy letrada.

-Tu inteligencia natural es suficiente. Y respecto a tu inquietud...la familia de Klein nos puede dar asilo unos días en su casa mientras buscamos una casa en donde vivir, tengo dinero suficiente y Klein se encargará de todo mientras nosotros paseamos en Suiza.

-El escudero Klein siempre me pareció buena persona. Será un poco torpe de veces, pero tiene un buen corazón.

-Por eso mi padre lo eligió como mi escudero. Sin duda, le debo mucho a Klein, no sé cómo pagarle lo que hará por nosotros.

Los dos enamorados se volvieron a abrazar, sintiendo el calor nuevamente.

El momento de irse llegó cuando la vela tenía más o menos un cuarto de cera. Sería lo necesario para regresar al palacio, y tenían que pensar en el pobre de Klein, quien quizá ya hasta se hubiera quedado dormido sentado en la cocina.

La realidad era que él seguía embutiéndose una rebanada de pastel de crema con un vaso de leche recolectada en la mañana. Iría a la cama más que satisfecho y tendría un sueño maravilloso con todas sus letras.

Leía un poco de literatura francesa para distraerse, más precisamente, Nuestra Señora de París. Le alcanzaba la suficiente luz de vela para leer perfectamente, aunque eso le cansara los ojos.

El buen escudero no se quejaba del frío ni del sueño, ya que tenía postre de sobra. Era claro que las criadas se darían cuenta que alguien asaltó la cocina en la noche, pero el responsable sería el propio Klein y el Barón Kirito. Por ser los invitados y el supuesto futuro esposo de la hija de la señora de la casa, no les recriminarían nada.

Y sí, no se molestarían con ellos ya que sobraba bastante postre. Se lo podrían dar al proletariado, ¿pero para qué? ¿Qué mejor que la nobleza gozara de ración doble o triple de postre en vez de darle al trabajador una miserable rebanada de pastel?

Una luz se veía por la ventana de la cocina, así que Klein se alertó, abriendo la puerta trasera con cuidado. En efecto, podía verse a Kirito y a Alice acercarse al palacio.

-Entren, rápido. –Susurró él, haciendo señas para que ambos entraran.

La misión había acabado, ya no había nada que hacer en la cocina. Alice tomó la linterna, apagándola y poniéndola en su lugar, que era en la alacena.

Ahora los tres subían con mucho cuidado la escalera de la casa. Alice ahora iba adelante junto con Klein. Si inventaban que tenían "una charla nocturna" no tendrían problema...mejor para Stacia y Quinella. Kirito se podría esconder entre la obscuridad.

Llegado el segundo piso, que era el de las habitaciones de los caballeros, Klein dejó la vela en el suelo, caminando sonriente hasta su habitación. Sabía que era mejor dejar a esos dos solos.

-Hasta mañana, Kirito.

-Nos vemos al amanecer, Kleine Sonne. –Él la tomó de la cadera, dándole un beso en los labios. Pasaron algunos segundos donde trataron de no hacer mucho ruido con su beso, separándose de forma melancólica; Alice tomó la vela, despidiéndose de su amante.

Los tres confidentes pensaban en el plan que ejecutarían en cuanto les fuera posible. No podían precipitarse, y lo mejor era que fuera en tiempos de paz, ya que daría igual que una francesa entrara en Prusia una vez que Francia fuera derrotada.

La victoria prusiana le daba igual a Kirito en el aspecto político, pero él sí quería que su reino ganara la guerra para poder escapar a la parte más occidental de Prusia, justo en el pueblo de donde era originaria la familia de Klein.

En la mañana siguiente, Iskahn trapeaba con bastante molestia el piso de la cocina y de la entrada de la casa. Había pisadas de lodo, lo cual complicaba su labor.

No es necesario decir que el muy paciente joven quería romperle los dientes a quienes hubieran hecho semejante desastre. Según él, no había nadie que saliera de la casa en la tarde o en la noche. Claro es que nadie sabía lo que los dos prusianos y la Kleine Sonne, sí.

Scheta pasaba de pura casualidad, pero vio a Iskahn sumamente enojado, por lo que ella se rió un poquito. Fue hasta él, tomándolo del hombro.

-¿Por tan molesto el día de hoy?

-A algún idiota se le hizo muy buena idea el dejar un mugrerío en el piso. Incluso se extiende hasta las escaleras, así que te darás una idea de que Quinella-Sama se enojó bastante antes de ir a misa, ¿y a quien le cargaron la mano? A mí. Mataré al idiota que hizo este desastre.

-Te ayudaría a trapear...pero hoy mis labores son en la cocina. –La chica le sacó la lengua, dando una última risita.

-Muy chistosa, Scheta. Muy, muy chistosa. –Se quejó el muchacho, tomándola de la cintura para darle un beso "de patito". Ella se sorprendió por tal gesto.

-Desde tu pelea ya dejaste de ser tan salvaje... aunque lo sigues siendo.

-Y tú siempre serás la misma mujer que me hace la vida más difícil. ¿Qué las mujeres sólo sirven para molestar?

-¿Y los hombres no hacen algo más que ser unos salvajes con nosotras las mujeres?

-Touché...

Sin decir más, ambos se dieron un nuevo beso "de patito". Eran épocas de amor secreto en el Noir et blanc, puesto que Eugeo y Quinella seguían teniendo sus aventuras en la hora de la siesta.

Curiosamente, ellos dos tenían sus aventuras en el cuarto de la señora de la casa, en la que una vez durmió su marido y donde procreó a sus dos amadas hijas.

Nadie pensaba que esa aventura sucedía mientras que Kirito y Stacia se daban una pequeña vuelta por los jardines de la casa para tomar un poco de aire fresco y disfrutar del sol.

Ahora el ambiente era un poco más libertino por que no estaban las dos señoras de la casa ni el capataz. Yuuki había amanecido un poco más mal de lo normal, así que la misa, aparte de ser necesaria como buenos católicos, se aprovecharía por Quinella, Stacia, Bercouli y el resto de los trabajadores del palacio para rezar por la salud de la hija menor de la señora de la casa.

Eugeo se había acostado con ella, quitándose los zapatos y el saco para su comodidad. Ella tenía los ojos cerrados con fuerza por el dolor causado por la enfermedad, así que el muchacho la abrazaba para según "darle fuerzas".

-Todo estará bien, Yuuki-San. Téngalo por seguro.

-Gracias. Me duele mucho el cuerpo...no quiero morir, Eugeo, no quiero morir. –La chica lo abrazó más fuerte, conteniendo el llanto en el pecho de su contrario.

-No le sucederá lo mismo que a su hermana, confié en que tiene mi fuerza. La voy a proteger, eso téngalo por seguro.

Yuuki pensaba que nunca había dado su primer beso, quizá jamás sería madre. Es más, ni siquiera se había enamorado nunca en su vida, pero casi sentía en su corazón que esa mañana sería su último amanecer por lo terrible que se sentía.

No tenían idea de que pudo pasarle si es que el día de ayer ella estaba perfectamente bien. Quizá el frío le afectaba, y es que su padre se había ido en invierno, de ahí que tuviera esa seguridad de que moriría a pesar de no desearlo.

El muchacho no era ajeno al miedo, sintiendo también mucha ansiedad de la salud de su amiga, jurándose que seguiría ahí para cuidarla.

Quizá en un acto de curiosidad, Yuuki abrió los ojos a pesar de su dolor, mirando directamente los ojos verdes de Eugeo. Le sonrió con cierta dificultad, moviendo un poco su cuello para estirarse, dándole un beso en los labios.

Él abrió los ojos de sobremanera, no esperándose para nada que la señorita lo besara. Ella volvió a cerrar los ojos, continuando con su inexperto y torpe beso.

Al separarse, ella rió débilmente, doliéndose por ello. –Si me voy a morir...podré decir que al menos lo hice después de dar mi primer beso.

-¿Yuuki-san?

-Quería saber...que se siente besar, eso es todo. –La chica se deslizó un poco en su cama, pegando su frente al pecho del muchacho. –Abrázame fuerte, por favor. No me quiero morir, Eugeo.

-Estará bien. Se lo juro por mi vida, Yuuki-San.

Esas palabras, aparte del pequeño beso causaron que Yuuki ya no estuviera tan convencida de su muerte para ese día.

Claro es que en la iglesia su madre, su hermana y sus trabajadores oraban por su salud y su vida, lo que le dio una tranquilidad impresionante. De hecho, ya no se sentía preocupada de su muerte, pero sí seguía doliéndose por la enfermedad.

Algo le decía que todo pasaría en cosa de unas horas, así que prefirió dormirse un rato más en el pecho de Eugeo. Tenía sueño, y dormir le vendría bien para su dolor.

Los trabajadores y criadas que seguían en la casa también rezaban por su salud y por su alma en caso de que lo peor fuera a suceder. Un alma tan pura y tan buena como la de Yuuki merecía, con todas las de la ley, ir a El Cielo.

Se preparaba a toda prisa un caldo de gallina con verduras para que eso le sirviera, y un jugo de naranja con un poco de miel ayudaría.

Muy irónicamente, quien le subía el jugo a Yuuki era Tieze, así que, cuando abrió la puerta, se llevó una no muy grata sorpresa al ver a su amado abrazado de la señorita. Le querían dar celos, pero no podía por más que quisiera.

Era tan claro como el agua que una relación entre Eugeo y Yuuki sería completamente imposible. En primera, porque Eugeo la amaba solo a ella, y eso era un hecho. En segunda, Yuuki no se fijaría en un proletario, así tuviera futuro de capataz del palacio. Y tercera, Quinella no iba a permitir tal unión, así que Tieze se tranquilizó.

-Yuuki-San, le preparamos un jugo de naranja y miel, quizá eso le servirá.

-Shh...ella duerme. –Eugeo Hizo una leve seña con su mano para que Tieze se acercara. En efecto, ella dormía como la angelita que era, respirando suavemente.

-Lo dejaré aquí...y me platicarás después. –Advirtió ella, dejando el vaso de jugo en la mesa de noche. Eugeo rodó los ojos, asentando con la cabeza de que lo haría en cuanto pudiera.

No se sabía qué pasaría con Yuuki en las próximas horas, por lo que era mucho mejor seguir apurados en los remedios para la señorita.

Kirito y Klein esperaban noticias en la sala, algo que los tenía muy nerviosos. Quizá se fueran a escapar de la casa dejando a un lado a Stacia, pero eso no quería decir que no les preocuparan los asuntos del palacio, como la hija menor de la casa, que era tan dulce como el pastel.

Los dos fumaban con cierta preocupación, y no se diga del propio Iskahn, quien los acompañaba en la situación tan difícil por la que pasaban. Sin pensarlo mucho, la situación los tenía bastante enloquecidos.

-Sería bueno que ellas regresaran pronto para cuidar de Yuuki. –Mencionó Kirito.

-Tardarán más de lo normal, lo presiento. Rezarán mucho por ella, y es que no merece menos. –Dijo Iskahn.

Arriba de la cama de la muchacha yacía un rosario, el que una ves perteneció a Aiko, por lo que se apostaría que ella la cuidaba desde donde estuviera.

No pasó mucho tiempo para que Yuuki despertara, en brazos de Eugeo, quien le sonrió con afecto.

-¿Cómo se siente, Yuuki-San?

-Con antojo de pastel... -La muchacha se separó del abrazo, sentándose en la cama para estirarse un poco. Su contrario se alarmó un poco, pidiéndole que no se esforzara mucho de los músculos.

Ella quería una rebanada de pastel, pero antes se bebió el jugo ya que tenía sed tras sudar bastante. Lo que hubiera tenido, ya no le afectaba más aunque la dejó casi al borde de la muerte.

Cuando los dos chicos bajaron por las escaleras, los trabajadores hicieron montón para ver cómo es que la señorita estaba. Una sonrisa los dejó bastante tranquilos.

Lo que sí, es que el desayuno de Yuuki fue en su totalidad de pastel y leche fresca. Eso le daría energía suficiente para no sentirse cansada por el resto del día. Ya se quería que llegaran Quinella y Stacia para que las tres mujeres se pudieran abrazar.

-Nos metió un enorme susto, Yuuki-San. –Suspiró Ronye, aliviada.

-Perdón...no fue mi intención. No sé por qué me sentí tan mal esta mañana...pero sí sé por qué me sentí mejor. –Ella miró de reojo a Eugeo, quien desvió la mirada. Suerte que Tieze no se dio cuenta de eso.

Sería innecesario decir que en cuanto llegaron Stacia y Quinella, las dos abrazaron entre un mar de lágrimas a su amada Yuuki, quien les regresó el abrazo entre risas. Muchos besos fueron a parar a sus mejillas, en especial por parte de Quinella.

Los dos invitados vieron con bastante júbilo la unión familiar, sonriendo para sí mismos.

-Mi Yuuki, en verdad no sé qué haría si te murieras, no podría soportarlo en lo más mínimo. –Lloró Quinella, volviendo a abrazar a su hija.

-Mamá, no se te olvide que te amo mucho. –Sonrió Yuuki, llena de satisfacción de abrazar a su madre una vez más. Casi no la cuenta, y eso era algo que ella tenía mucho en la cabeza.

Scheta e Iskahn se miraron mutuamente, suspirando con bastante alivio. Lo único malo del caldo de gallina...es que tendría que esperar hasta después ya que la señorita se había llenado de pastel, algo que era más tierno que molesto.

-Una cosa menos de que preocuparnos, ¿no crees, mujer?

-De que preocuparme, querrás decir. No hiciste más que pasártela de vago con los invitados, en cambio yo.

-Eso me da lo mismo. Lo que importa es que Yuuki-San ya se encuentra mejor.

-Por fortuna del palacio. ¿Sabes que es lo que hizo mejor a Yuuki-san sentirse mejor, Iskahn?

-¿Qué cosa?

-Eugeo se durmió con ella un rato, o eso me contó Ronye que le dijo Tieze. Por cierto, creo que también me siento enferma.

-... -El muchacho respondió sonrojándose al pensar en una loca idea. –S-si quieres puedo dormir contigo esta noche.

-¿Tú? ¿El más tosco del palacio quiere dormir en el cuarto de una señorita? Aceptaré sólo porque me da risa pensarlo.

Él no dijo nada, puesto que ya sabía que se tenía que atener a las burlas de su contraria. Ella no lo hacía de mala leche, por lo que al muchacho ya no le molestaba mucho que eso sucediera.

-¿M-me esperarás, entonces?

-Sólo no llegues muy noche o me encontrarás dormida, que también sería parte del plan, pero me gustaría conversar contigo para caer dormida más pronto. –Scheta fingió un bostezo. –Me inspiras flojera al ser tan vago.

No esperando más humillación, Iskahn se fue a podar los rosales y los lirios a la vez que la muchacha soltaba una pequeña risa. Siempre eran igual, y por eso es que se enamoraron.

Ya para la noche, Bercouli llevaba un candil de varias velas en sus manos. Llevaba una jarra de agua al cuarto de Quinella, por lo que tocó la puerta apenas estuvo en el marco de la misma.

-Soy yo, Quinella-Sama.

-Pase, Bercouli.

El viejo capataz abrió la puerta de la habitación con algo de dificultad por tener la jarra y el candil en sus manos. La luz eléctrica del cuarto seguía prendida, algo que hizo a Bercouli soltar un suspiro de cansancio.

Quinella peinaba el cabello de Yuuki, quien se había sentado en el borde de la cama. Ambas mujeres tenían su ropa de noche puesta.

-Descansen bien. –Dijo él, dejando la jarra en la mesa de noche, retirándose del cuarto. Esa noche, madre e hija dormirían juntas tras añisímos de no hacerlo, siendo una necesidad tras lo ocurrido en la mañana.

Serían algo ya como las diez de la noche, Iskahn daba vueltas en su cama cuando escuchó como Bercouli caminaba por el pasillo en dirección a su habitación, que era la de más al fondo. El muchacho miraba su reloj de bolsillo de vez en cuando con la luz de luna nublada que entraba por su ventana, apenas logrando mirar la hora que era.

Eso lo desesperaba bastante. Tendría que ir en una media hora, máximo cuarenta minutos al cuarto de Scheta para dormir con ella. Sabía que sólo iba a ir únicamente a dormir, pero se sentía nervioso de lo que pudiera pasar, aparte de tener miedo de perder los estribos y cometer una locura.

-Si ella grita...ojala que sea fuerte para que lleguen a detenerme. ¡No! ¡¿En qué estás pensando, idiota?! Sigh, contrólate, contrólate, maldición. No te atrevas a ponerle un dedo encima a esa mujer.

Los pensamientos, e incluso susurros de Iskahn fueron, mayoritariamente, de ese tipo, pidiéndose prudencia a sí mismo, bloqueando la estupidez.

Ya siendo la hora de la hora, Iskahn se aventuró al cuarto de Scheta tragando saliva muy pesadamente, teniendo miedo en su corazón.

¿Tocaría la puerta? ¿Debía entrar como si nada? En teoría, ella lo esperaba, por lo que no sería raro abrir la puerta sin más, y si tocaba llamaría la atención de las habitaciones contiguas.

Quizá Iskahn era un bestia en muchos aspectos, pero no era tan estúpido. Lo veía desde su perspectiva: si alguien tocaba la puerta de una habitación al lado de la suya a altas horas de la noche, él se enojaría mucho por el escándalo, así que mejor no tocar.

Cuando se posó en la puerta del cuarto de su amada, él tragó saliva una vez más, llevando la mano al picaporte para abrirla con sumo cuidado.

Al abrirla, Scheta yacía sentada en su cama, mirando por la ventana al tiempo en que la pálida luz lunar iluminaba su igual pálida piel. Ella lo volteó a ver, dedicándole una gran sonrisa, mostrándole los dientes.

Él cerró la puerta tras de sí, esperando que pudiera decirle su contraria. Tenía esa pijama transparente a pesar del frío nocturno, notándose su espalda.

-Pensé que el gran macho no vendría. –Se burló ella, en voz baja.

-Qu-quiero que mejores...no podría dejarte a tu suerte.

-Ah, sí. Olvidé que venías aquí ya que no me siento muy bien de salud... -La mujer se levantó de la cama, mirando directamente al muchacho, quien desvió la mirada de inmediato. A Scheta se le veían los pezones por la transparencia de la tela y por el frío que hacía, notándose más.

-Mientras más rápido nos acostemos, mejor para ambos. –Al muchacho se le había desviado el riego sanguíneo a otra parte de su cuerpo que no era la cabeza.

-Ven, entonces. –Pidió la chica, abriendo la colcha para que ambos entraran a la cama. Se acostaron, de forma lenta y silenciosa, mirándose mutuamente a los ojos. –Creo que Yuuki-San se durmió abrazada a Eugeo.

Con sus manos temblorosas e inseguras, Iskahn abrazó a Scheta de una forma que quedaron más juntos de lo que ya estaban. Él sentía los pezones de la chica en su pecho. Ella sentía la erección del muchacho contra su pierna, a pesar de que su contrario luchaba por evitarlo. Sus intentos por ocultarlo resultaban tiernos.

-Cr-creo que también la pudo besar...tu sabes, el beso de la vida. –El muchacho no sabía que Yuuki y Eugeo se habían besado, pero agarraría un pretexto para él besar a su amada.

-Probablemente.

-Disculpa, entonces. –Iskahn cerró los ojos, aunque sentía que el corazón se le quería salir del pecho por lo rápido que latía.

Scheta también cerró los suyos por intuición, sintiendo como es que sus labios eran robados por su amado. Quería sonreír de la felicidad, pero se concentró en el beso para que éste fuera mágico.

Pasados los segundos, el deseo comenzó a dominar a Iskahn, quien empezó a bajar sus manos hasta el trasero de su contraria, para apretarlo con su palma, de manera fuerte.

Acto seguido, él se encimó sobre Scheta, tomándola de las muñecas para besarle desesperadamente el cuello. Eso a ella no le gustó.

-Me lastimas, animal. –Se quejó.

-L-lo siento. –Apenado por sus acciones, el muchacho soltó las muñecas de Scheta, arrodillandose en la cama a la vez que apretaba los puños. –Qu-quiero que hagamos...ya sabes.

-¿Hacer qué? –Ella ya sabía a qué se refería su amado, pero quería escucharlo tener el valor de pedírselo.

-Que hagamos lo que hacen las personas cuando se aman. Sé que tú me amas, pero no sé si lo que yo siento sea sólo deseo o también siento a-a-amor.

-Sí te amo...pero tienes que convencerme.

-¿Qué tal esto? –Iskahn le dio un tierno pero rápido beso en los labios.

-No. –Él la besó todavía más tiernamente, tomando suavemente el rostro de su contraria con sus manos. –Todavía no me convence. –Pasaron tres besos más para que Scheta tomara a Iskahn de la nuca para recostarlo sobre su cuello, dejando que se acostara encima de ella.

El muchacho comenzó a separar lentamente las piernas de su amada, besándole una de ellas. Le tomó su pijama y comenzó a subirla, causando que ella comenzara a respirar rápidamente. La idea de perder la virginidad le daba un poco de miedo. No obstante, estaba decidida.

La desnudez de la chica causó en su contrario mucha pasión, ya que comenzó a besarle los pezones, mordiéndolos, tirando levemente de ellos. Eso le arrancó un gemido a Scheta, quien ya quería sentir a su amado dentro de ella.

-¿Puedo empezar?

-A-adelante. –Dijo ella, entre gemidos.

Quitándose el pantalón, Iskahn comenzó a dirigir su miembro hasta la intimidad de su contraria, entrando en ella. Ella soltó un leve quejido por el dolor, pero conforme el muchacho se movía, comenzaba a darle placer.

Al principio fue lento, él le besaba el cuello y luego subía hasta sus labios para amarla como quería. Scheta lo abrazaba, tocándole los músculos de la espalda.

Pero, prisionero del deseo, Iskahn levantó a Scheta de la cama, volteándola para tirarla boca abajo contra la misma. Ahí la tomó fuerte de la cintura, entrando en ella con fuerza y velocidad.

La mujer tomaba las sábanas con fuerza, torciendo los ojos por el placer que sentía ser sometida por su amado. Todo el colchón se movía por la fuerza ejercida por el muchacho.

Pausando su actividad, Iskahn volteó de nuevo a Scheta, sólo que ahora sentándola en la cama, apoyando su cuerpo contra la cabecera de la cama, que le llegaba hasta poco más arriba de la cabeza a la mujer.

Ahí, él se hincó en la cama, tomándola a ella de los muslos para comenzar la faena de nuevo.

Iskahn no veía a los ojos a Scheta ya que le daba vergüenza, manteniendo ese lado tierno que tenía. Ella, notando el desvió de sus ojos, lo tomó de las mejillas para besarlo con no menos pasión con la que él le hacía el amor.

Mantenían los ojos cerrados a la vez que sentía en lo más profundo de su Ser el cosquilleo en sus estómagos de hacer el amor con la persona que amaban.

Quien tuvo la ahora batuta de las acciones fue Scheta, quien empujó a Iskahn para que cayera en la cama, poniéndose arriba de él. Con un movimiento de cadera, Scheta lograba que Iskahn entrara en ella, quien la tomaba del trasero, sintiendo en su piel los pezones de la mujer.

El cabello se le había pegado en la espalda a Scheta por culpa del sudor que le recorría el cuerpo, llevaban ya un buen rato haciendo el amor, llegando un momento en donde Iskahn tomó a la muchacha de la cintura, dándole la vuelta para quedar arriba de ella, besándola en los labios.

-¿Por qué te detienes? –Preguntó ella.

-Creo que acabaré pronto, así que es mejor estar prevenidos.

-Entiendo. –Los dos se acomodaron de nuevo en la cama, acostándose abrazados, desnudos. Se volvieron a besar de forma bastante apasionada y sin pausa.

-Te amo, bestia. –Sonrió ella, haciendo que Iskahn torciera los ojos.

-Yo igual te amo, enfadosa. –El muchacho volteó a ver a Scheta, dándole un beso en los labios que ella respondió. –Te juro por Dios mismo que te pondré una casa y vamos a contraer nupcias por la iglesia, no lo dudes.

-¿Me estás proponiendo matrimonio?

-Si es que a la mujer no le molesta mucho mi presencia.

-No creo...así que aceptaré, ¡siempre y cuando tengamos una linda casa en una ciudad tranquila!

-En la que tú quieras, hermosa. –Ambos se abrazaron, juntando sus frentes para unirse en el amor durante esa noche de noviembre.
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Weyyyy, noooo. No le acordaba de esa parte 😢😢😢😢😢

Y así es como scheta se quedó en silla de ruedas ( ͡° ͜ʖ ͡°)

Buenos, hoy tres grupos de personas salieron ganando: a los que les gusta el kirialice, la camarada Nel, y los amantes de ischeta 7w7

Yo también me hubiera quedado de "ya matala, hijo se perra, pero no la hagas sufrir más :'v" con la cuestión de Yuuki...Pero dije que a lo mejor y moría, no aseguré nada :《

Nos vemos en una semana.

Siempre tuyo:

-Arturo Reyes.

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