Capítulo 12.-Batallas en la frontera.
Eldrie vestía su uniforme del Ejército Imperial Francés. Disparaba su rifle a un objetivo de práctica, acertando en un lugar no muy bueno. Su instructor se dio cuenta de ello.
-Eso no lo mataría, lo dejaría tumbado. –Recriminó.
-Perdón, señor. Como usted sabe, no he entrado en combate todavía.
-Y es mejor que no sea pronto. Tu puntería es bastante mala, ese objetivo de ahí está quieto y no le aciertas muy bien que digamos, ¿Qué crees que pasaría si el objetivo se mueve?
-Fallaría, mi señor.
-Así es, cadete Eldrie.
Acabándose la hora de entrenar, Eldrie se sentaba en su campamento para ponerse a escribir una carta. Malamente para él, la guerra iba tan mal que no alcanzó a llegar a Prusia, estando al noroeste de Francia.
Escribía que la situación era muy dura, él no había visto a nadie de los trabajadores del Noir et blanc, y la verdad es que deseaba que no fuera así. La viruela se esparcía por las líneas francesas, siendo bastante mortal.
Poco más de la mitad de El Ejército Francés había muerto por culpa de la viruela, mientras que los demás ya morían en combate o por heridas mal tratadas.
Eldrie ahora sabía a la perfección por que Bercouli se enojó tanto cuando se enteró de la guerra contra Prusia. Era una pésima idea...que sólo al Emperador se le ocurrió.
Él estaba sano y con bastante energía al no haber participado en combate alguno. Lo haría ya cuando estuviera listo o la cosa fuera insostenible en el frente, lo que sucedería primero.
Pasaban no más de cuatro meses de guerra y la situación se volvió pésima, pero no había de otra más que ir a morir por el Emperador.
Aquello lo desmoralizaba un poco, al no tener una razón real de seguir luchando, salvo por el hecho de que era obligado a hacerlo.
Su descanso acababa, por lo que tendría que continuar su entrenamiento.
Egil, muy por su parte, ya había participado en algunos combates, siempre teniendo que retirarse ya que los prusianos le daban una autentica paliza a su unidad. Había ya visto morir a varios compañeros de regimiento, pero eso no le afectó tanto como cuando vio morir a un compañero del Noir et blanc por viruela.
No estaba cerca de él, por seguridad, pero sí que veía cómo es que el pobre se retorcía, sufriendo por la enfermedad. Su compañero lo miraba con ojos que pedían piedad, hasta que éstos se cerraron para siempre.
Eso lo dejó muy tocado, llevándose las manos a la cabeza un poco por la desesperación de no saber nada de sus antiguos camaradas. Siempre le daba pequeños golpes a su rifle con sus dedos por los nervios que le causaba pensar en eso, en especial por Eldrie, quien era el que tenía mucho más que perder.
Suerte la suya que seguía sin pisar los frentes, que era mejor no imaginarse que sería de él cuando eso sucediera.
Lo que hacía ahora era llevar agua para los enfermeros que atendían a los heridos de batallas anteriores o a los que tenían viruela, teniendo siempre mucho cuidado de no contagiarse.
Era mucha suerte que no enfermaran de cólera, ya que los depósitos de agua para beber no eran precisamente muy limpios. Lo mismo era con la comida que les preparaban.
Pensar en sus días en el palacio le daba nostalgia, la comida era en raciones cortas y no muy buenas en comparación de la que él tuvo en el palacio. Ahora agradecería comer un poco de venado cazado por él mismo.
Cuando los formaban los ponían a cantar Partant pour la Syrie, que era el himno del Segundo Imperio. Eso más o menos levantaba la moral, que yacía en los suelos al no conseguir victorias militares.
-¡Cadete Eldrie, más agua!
-¡Sí, señor!
El muchacho corría con dos cubos de madera en sus manos, teniendo dirección hacía el bebedero de caballos, tomando el agua directamente de ahí para llevarla de regreso con los enfermos.
Acabando esa pequeña labor, el muchacho se limpió el sudor de la frente, el día era nublado y hacía viento, por lo que no había mucho que describir, de forma honesta.
Una lástima para él que no pudiera describir un gran paisaje para Alice, quien en el palacio leía una de sus cartas con una leve ansiedad de que pudiera ser la última que llegara de él.
Muy a diferencia del frente de batalla, en el palacio hacía sol y poco aire, por lo que si se notaba un poquito más el calor. Era un calor refrescante, perfecto para salir al jardín a comer un poco de helado de pepino.
Y es que esa era la práctica que llevaban a cabo Yuuki, Quinella y Klein, quienes charlaban en el jardín principal del palacio al tiempo en que Kirito y Stacia tenían un pequeño paseo a caballo por el bosque.
Algo que les heló la sangre a absolutamente todos los presentes, fue divisar una carreta militar en la lejanía. Klein fue quien sintió más miedo al no poder avisarle a su señor.
-¡Escóndase, rápido! –Exclamó Quinella. él se levantó con todo y taza para ir a esconderse en el palacio, en un lugar bien oculto del ático, donde las dueñas de la casa guardaban joyas y algún dinero en oro y plata.
Eugeo era quien guiaba a Klein en esa aventura, ya que él conocía el lugar por ser el encargado de la seguridad del mismo. Tenía una copia de la llave junto con Quinella.
-¡Deprisa, tenemos que subir al tercer piso! –Exclamó él.
-¡¿Cree que vayan a catear la casa?!
-¡No deberían, pero no me agrada en lo absoluto que ellos vengan para acá!
Cuando los dos hombres estuvieron en el ático, Eugeo sacó la llave a modo de collar que usaba, abriendo la pequeña compuerta que estaba oculta tras un doble fondo de madera.
-Será un poco incómodo, tiene que arrastrarse. Estaré en la puerta, golpé la compuerta lo más fuerte que pueda y no respire muy pesado.
-Entiendo...pero eso me pone más nervioso. –Klein comenzó a hacer lo pedido, a la vez que Eugeo se figaba por la ventana. Bercouli salía para ver que sucedía.
Fumaba de su pipa en espera de la carreta del ejército, notándose sumamente tranquilo a pesar de lo que ello significaba.
-Pobre de la señorita Yuuki. –Chasqueó la lengua a la vez que negaba con la
cabeza.
Cuando los soldados llegaron al palacio, sólo uno de ellos bajó para caminar, encontrándose directamente con el capataz.
-¿Señor Bercouli?... –Cuestionó el soldado, quitándose el sombrero militar para descubrir su verde cabellera.
-Pensé que habías muerto en los combates...Renri. –Bercouli soltó una pequeña sonrisa, su contrario le regresó un abrazo, además de un beso en la mejilla. –Veo que sigues en el ejército, ¿Qué grado tienes ahora?
-El de teniente, capitán Bercouli.
-Ya no me llames así. Mi vida militar ya pasó, ahora soy Bercouli, solamente.
-Usted siempre fue el glorioso capitán Bercouli, ese que dirigía regimientos a la victoria. Se le necesita en los frentes...y estas tres cartas son prueba de ello.
En sí, Renri traía las cartas que daban la baja confirmada a los trabajadores del Noir et blanc en el poco tiempo que habían durado en los combates.
-Dos muertos por viruela y uno en combate...¿Por qué no me sorprende?
-Nosotros también tuvimos muchos problemas con la viruela, ¿no te acuerdas? –Sonrió el más joven de los dos hombres.
-Fui baja sin honor, Renri. De eso es de lo único que me acuerdo.
-Hiciste lo correcto, y ambos lo sabemos. Fueron muy injustos contigo, pero que eso no te afecte más, Bercouli. –Renri besó de nuevo la mejilla a su antiguo camarada. –Nos vemos luego. Fue un gusto encontrarte de nuevo.
-Lo mismo digo, Renri. –El viejo capataz se dio la vuelta, teniendo las tres cartas en manos a la vez que Yuuki y Quinella lo veían con su rostro completamente decaído, ¿Quién había muerto?
El capataz le entregó a su señora las tres cartas. Yuuki se soltó a llorar, abrazando a su madre quien se informaba de los dos trabajadores que murieron de viruela y el que sí murió en los frentes de batalla.
El día quedó muy luctuoso para todos, en general.
Eugeo no se despegó de la ventana en todo el tiempo que miraba como es que Bercouli platicaba con aquel extraño. Se notaba que ambos se conocían, pero no era tiempo de sacar conclusiones...si no de sacar al escudero Klein de su escondite.
-Ya puede salir, escudero. –Eugeo abrió la compuerta, ayudando su contrario a salir.
-Pensé que moriría ahí. Sigh, me sentí como en un ataúd.
El cuerpo del trabajador que murió en combate llegaría en unos días ya en su ataúd, mientras que los otros dos muertos por viruela fueron enterrados en una fosa para que no llevaran la enfermedad a otras partes del país, lo que definitivamente dejó muy tristes a las dos mujeres que recibieron la noticia. Stacia y Kirito ni en cuenta todavía.
La noticia de que tres cartas de baja confirmada se habían recibido se esparció como la pólvora, desatando un pánico generalizado entre los trabajadores y las criadas. No sabían quiénes eran los muertos, pero eso ya se diría a la hora de la comida.
Alice era la que más sufría al pensar que Eldrie era uno de los caídos. Pensaba que ya mañana no le llegaría carta suya, o quizá sí, una fechada antes del día de su muerte.
Ni siquiera las perras tenían ganas de jugar al sentirse el aura tan triste en la casa. Estaban casi todos acostados o caminaban lentamente, como si no tuvieran ganas de hacerlo.
Quienes sí tenían ganas de correr eran los perros de los oficiales franceses en pleno campo de batalla. Eldrie jugaba con ellos, que eran cuatro perros de considerable tamaño.
Les aventaba una vara, alimentándolos cuando era hora. Practicar esa labor le traía más recuerdos del palacio, acordándose de como él y Bercouli le lanzaban huesos a las perras, o como usaban los caballos para encaminarlas a su lugar de reposo.
-Veo que te diviertes mucho con eso, cadete.
-Sí, señor. Digamos que tenía una labor harto parecida en el lugar donde trabajaba.
-¿Qué ejercías?
-Era aprendiz de capataz en un palacio. Me enseñaron muchas cosas ahí, pero no a disparar.
-No todos los soldados deben tener buena puntería. Con que sepan disparar, es suficiente. Mañana ingresaras a combate...nos quedamos sin hombres.
-Entiendo, señor. –Eldrie se puso blanco como un papel, formándose un nudo en su estómago a la vez que se le quitaban todas las ganas de seguir jugando con los perros.
Uno de ellos lo olfateó, parándose sobre su cadera. Él le acarició la cabeza, notándose melancólico.
-Ya muchacho, ya. –Dijo él, caminando hacía su campamento. Iba a escribir una nueva carta.
Querida Alice, me acaban de informar que mañana partiré al combate ya que, como te lo he venido adelantando desde hacía unos días, las cosas van muy mal. Será la primera vez que pise un campo de batalla. Me siento aterrado, pero pienso en ti...y se me pasa un poco. Te contaré como me fue cuando acabe la batalla.
Tuyo, mí querida Alice. Eldrie.
Esas fueron las líneas finales que el muchacho escribió para llevar la carta al servicio de correos, en donde ya corrían, por lo menos, otras cinco cartas a la misma destinataria.
Claro que, por las distancias, no llegaban todas al tiempo exacto, algunas se podían retrasar, haciendo más larga la espera a su destino final, que siempre era el mismo.
Esa noche, Eldrie no pudo dormir, los nervios lo tenían muy consumido, el miedo de no regresar al palacio. Si era herido, tampoco había garantía de regresar, pudiendo morir de una infección o ser enrolado en el servicio una vez más.
Lo que lo tranquilizaba bastante, haciéndolo conciliar durante algunos ratos el sueño era pensar cómo iba a ser su vida una vez regresara al palacio. Veía todo tan claro como el agua, pensando incluso en el nombre que les pondría a sus hijos y a los de Alice cuando se fueran a vivir a una pequeña cabaña al nordeste del país.
Mientras él trataba de conciliar el sueño, en el Noir et blanc se cenaba con bastante desanimo. Quedaban trece lugares desocupados, y tres de ellos seguirían así de forma permanente.
-No sé si de plano estoy empezando a volverme loco...o es que me pareció que el cartero conocía a Bercouli.
-¿Por qué lo dices? –Preguntó Ronye.
-Vi que platicaron un poco, además de que el cartero militar lo saludó con bastante afecto, incluso se dieron un abrazo.
-Ahora que lo dices, nadie sabe quién es la familia del señor Bercouli, donde vivía antes o que hizo antes de la guerra. –Siguió Tieze.
-Nunca le gusta hablar de esos temas. –Sentenció Scheta.
-¿Por qué no le gustara?
-Por qué no me gusta recordarlo. Así de simple.
Bercouli se había parado detrás de la puerta de la cocina, escuchando la plática de sus trabajadores. Todos se exaltaron un poco.
El viejo capataz caminó hasta la silla de Eldrie, sentándose en ella. Juntó sus dedos para llevárselos al mentón. Tenía los ojos cerrados.
-Es una historia larga y algo aburrida. A su vez, es trágica y dolorosa. Por eso no me gusta contar lo que era antes. Y sí, conocía a la persona que entregó las cartas de baja confirmada. Éramos de la misma compañía en Italia, aunque él era muy joven aun.
-Imagino que algo tuvo que pasar en la guerra para que a usted no le guste recordarla con gusto.
-Fui dado de baja sin honores, Eugeo. Héroe de guerra, pero sin honor. Lo peor fue que, en mi regreso, no había nadie ya que me esperara. Mi mujer y mi hijo murieron de fiebre tifoidea semanas antes de que yo regresara a casa.
-Señor Bercouli, yo no sabía de...
-No te preocupes. Eres joven, vive bien tu vida, los ancianos como yo sólo podemos esperar a que las cosas sean lo más calmadas posibles, ¿o por qué me iría a vivir a la playa? No hay nada más tranquilo que eso.
Bercouli se fue sin más, prendiendo su pipa y dejando la silla de Eldrie bien acomodada. El silencio que siguió fue bastante incómodo. Lo que aún seguían sin explicarse era porque al viejo capataz le dieron de baja sin honores, ¿habría hecho algo mal?
El consejo que Bercouli le dio a Eugeo era bien aplicable para todos los que comían en la mesa, en realidad. No tenían algo mejor que hacer que vivir una buena vida, algo no muy difícil, si es que se sabe llevar las riendas de la misma.
Para la mañana siguiente, Eldrie era despertado a las siete en punto. Se encontraba cansado y con bastante sueño, pero eso no importaba ya. Ahora tendría que darse prisa para entrar en combate.
Se ponía su uniforme militar lo más rápido que podía, calzándose sus botas de forma igualmente veloz.
En las lejanías se miraba la batería prusiana y su campamento. La batalla se llevaba a cabo en campo raso, lo cual era bastante complicado para los ya muy mermados franceses.
Eldrie irían en cuarta línea de fuego al no ser de los mejores fusileros, así que un puesto en la retaguardia era lo indicado para el joven recluta.
Ya tenía su gorro militar puesto, el cual no le lograría cubrir de un disparo a la cabeza. Las manos le temblaban mientras marchaba hacía el campo de batalla. La estrategia sería la de atacar para intentar hacer retroceder a los prusianos.
El oficial iba a caballo y señalaba con su espada el lugar a donde se tenían que dirigir. Los prusianos hacían lo propio, alistando también a sus soldados.
-¡Ya saben, soldados! ¡Por el Imperio! ¡Larga vida a Napoleón III!
-¡Viva!
Algunos cañones del siglo pasado disparaban en contra de las líneas prusianas, causando algún que otro daño, pero la férrea batería alemana era superior tecnológicamente.
Los soldados corrían en el campo de batalla, lanzando gritos de guerra en búsqueda de chocar con su enemigo.
Eldrie, al ser de la cuarta línea, no corría con tanta prisa, pero veía delante de sí como es que los disparos de la artillería se llevaban a varios de sus compatriotas a la vez que dejaban agujeros en el suelo.
El oficial prusiano miraba con un catalejo a los franceses correr contra sus líneas. Muy seriamente, les indicó a sus soldados que se pusieran en formación de fusilamiento.
Era una larga línea de soldados prusianos con sus rifles los cuales esperaban que los franceses se acercaran a una distancia suficiente para que el tiro fuera certero.
Levantando su sable, el oficial dio la orden.
-Aufschreiben. –Todos apuntaron a sus enemigos. – ¡Schießen!
Al escucharse los disparos de la infantería prusiana, Eldrie se tiró al suelo para que no le dieran. Tuvo bastante suerte ya que el soldado que se encontraba detrás de él recibió la bala que le tocaba.
El muchacho se quedó ahí unos segundos, observando todo a su alrededor. Veía las balas de cañón caer y levantar la tierra y los cuerpos que estaban cerca.
Miraba a sus compatriotas caer muertos por las balas que salían del otro lado del campo. Sin tener que esperar, Eldrie tomó su rifle, levantándose para seguir corriendo a las posiciones enemigas.
Como ya estaban cerca, los prusianos también se lanzaron a la carga, colisionando con sus enemigos. Chocaban rifles, se soltaban golpes o buscaban una forma de herir con la bayoneta del rifle.
Eldrie fue un poco más inteligente, haciendo a un lado su rifle para usar su pistola, llevándose la vida de varios enemigos.
Pero ese gusto no le duraría mucho tiempo, puesto que se le acabaron las balas. Sin posibilidad de recargar, Eldrie se lanzó con su rifle, derribando a un enemigo con la bayoneta para dispararle.
Un soldado prusiano le llegó por la espalda, golpeándolo con la culata de su rifle, tirándolo en el suelo. Estando ahí, recibió algunos culatazos más, aparte de unas patadas, quedando muy lastimado.
Suerte la suya que fue ayudado por un camarada que le disparó en el pecho a su agresor.
Tratando de levantarse, Eldrie tomó su rifle, corriendo para tratar de envestir a un soldado que se veía era de alto rango. Llevaba una pistola y un sable, así que tenía que ser un pez gordo.
Levantando su rifle para golpearlo con la culata, el pez gordo se percató que Eldrie iba tras él, por lo que le disparó en el pecho, no logrando derribarlo, pero si frenarlo por unos segundos.
En cuanto Eldrie recuperó el aliento, cargando su rifle para seguir corriendo hacía su objetivo, apuntándole.
Tan mala suerte la suya que el fantasma de la mala puntería lo perseguía hasta una situación de vida o muerte. Falló el disparo, hiriendo al pez gordo en la parte superior del hombro.
No había nada más en su campo de visión aparte del pez gordo en el suelo poniéndose la mano en la herida. Se volteó para atrás, notando que sus compatriotas lo dejaron abandonado, batiéndose en retirada de regreso al campamento.
Volviendo la vista al pez gordo, ahora varios soldados prusianos le apuntaban con sus rifles, preparándose para disparar.
-Jum. Vaya mierda, no podré cumplirle la promesa a Alice.
Recibiendo cinco disparos, Eldrie cayó al suelo, casi muerto. Con su último esfuerzo, pudo tragar saliva mezclada con sangre, viendo el cielo despejarse, empezando a salir el sol.
-Mamá... -Lo último que vio Eldrie fue a su madre sonriéndole. Todo quedó obscurecido tras esa sonrisa luminosa, sintiéndose un cruel frío indescriptible, además de una completa soledad.
Cuatro días después, Bercouli repartía algunas cartas que llegaban a la casa. Algunas eran de familiares, de viejos amigos, o de los trabajadores del Noir et blanc que mandaban una carta general para contar sus aventuras en los frentes.
Alice esperaba la suya con bastante ansiedad. Llevaba un tiempo sin recibir alguna, no queriendo aceptar lo peor.
-Alice. Te llegó una de Eldrie. –Anunció Bercouli. A la chica se le iluminó el rostro.
Ella la tomó, corriendo a su habitación para poder leerla. En sí, el contenido de la misma era donde él le describía que era lo que hacía, cuales roles desempeñaba en el Ejército Imperial y daba la buena noticia que no había pisado un campo de batalla, o no todavía.
Era una de las cartas atrasadas, claro. Tendría una semana de retraso, pero la que no la tenía era la que informaba la baja confirmada de Eldrie.
Una nueva carreta iba en camino al Noir et blanc. En cuanto fue vista por Quinella, ella sintió que perdía las fuerzas, por lo que se sentó en el suelo, casi esperando lo peor.
Viendo que la señora de la casa se había tumbado al suelo, Iskahn fue corriendo a ayudarla. Él pensó que se trataba de algún mareo o golpe de calor que tuvo, aunque todo se le aclaró perfectamente cuando vio la carreta militar.
Un nudo se le hizo en la garganta al muchacho. Aun con esas, siguió corriendo para ayudar a Quinella, quien no se podía ni levantar.
La carreta paró antes. Dos solados bajaron corriendo de la misma, uno con la carta y el otro para ayudar a Quinella.
-¿Y ahora quien fue? –Preguntó ella, con un hilo de voz.
-Eldrie de Lamothe. Murió en combate. Lo siento mucho.
-Eldrie, cariño. –Quinella se llevó la mano a la boca, cerrando los ojos por el dolor que sentía. El siguiente capataz quedaba fuera de servicio.
En la puerta de la casa se podía ver como Iskahn llevaba en brazos a Quinella, así que varios trabajadores se alarmaron, esperando una explicación en cuanto estuviera cerca.
Stacia se alarmó mucho. Yuuki estaba en la casa, leyendo el periódico junto con Eugeo, pero esa era buena suerte para ella.
La chica fue corriendo junto con un trabajador con el muchacho y su madre.
-¡¿Qué le pasó a madre, Iskahn?!
-Llegó una carta nueva. Eldrie no va a regresar. –Se notaba como la boca le temblaba a Iskahn, signo de que resistía el llanto.
Stacia no cayó al suelo desmayada ya que su acompañante la alcanzó a sujetar.
-¡Stacia-Sama!
-¡Llamen a Eugeo y al escudero Klein!
Ambas mujeres terminaron en sus camas, ya que se pusieron bastante mal, en especial Stacia.
Ahí iba todo su plan para poder afianzar su poder en el palacio en cuanto Quinella se retirara como señora de la casa. Eso le causó un ataque de ansiedad al preguntarse: "¿y ahora qué voy a hacer?"
Se sabía que las señoras de la casa se habían puesto malas, pero no se sabía del todo por qué. Iskahn, que era quien sabía la razón, no quiso hablar, sino que se fue a encerrar a su habitación.
No quería hablar con nadie, y tampoco nadie quería molestarlo. A no ser...
Scheta se enteró que Iskahn se notaba muy triste en cuanto dejó a Quinella en su cuarto y la recostó en su cama. Ella era la única que tuvo el valor de entrar a su habitación sin tocar.
El muchacho lloraba sentado en su cama, cubriéndose los ojos con las manos. Ni siquiera vio quien entró a su habitación, pero le dejó muy en claro una cosa.
-¡Lárgate! –El grito sobresaltó a Scheta.
-Iskahn...soy yo.
Él no dijo nada, sino que siguió llorando como lo llevaba haciendo desde que se enteró de la noticia.
La muchacha fue a sentarse a su lado, abrazándolo a la vez que él le correspondía. Se sentía triste, un amigo suyo moría en la guerra.
-Debí ser yo y no él. Eldrie sí tenía algo por que vivir.
-Tú también tienes algo por lo que vivir, Iskahn. –Scheta le dio un beso en la frente, tranquilizándolo. –Eres el campeón, no se te olvide.
-Cierto. De todos modos, Eldrie sí que tenía muchas más razones para vivir. Iba a ser capataz, ¿y yo que podré ser?
-Una buena pregunta que deberías empezar a responder desde ya. Ya no llores, Iskahn.
-O creo que ya tengo una razón, Scheta. –Sonrió el muchacho, secándose las lágrimas.
-Ya sé lo que vas a decir. Primero tienes que dejar de ser tan bruto...y luego me lo pensaré. –Ambos se sonrieron, dándose un beso rápido en los labios para abrazarse una vez más.
(Que hemosho u.u)
Pasada la comida, Bercouli sería quien diera la mala noticia. Muchos no sabían, otros ya estaban al tanto de que una nueva carta de baja confirmada había llegado al palacio, pero seguía siendo un misterio quien era.
Muchos se quedaron sentados a pesar de ya haber terminado de comer, lo que extrañó a Alice, quien los miraba de forma extrañada. Lo mismo era con Ronye.
Bercouli se levantó, observando a Alice al tiempo en que negaba con la cabeza.
-Una lástima por él. –Susurró. –Muy bien, muchos ya sabrán que el palacio sufrió una nueva baja.
Los que ya lo sabían se sintieron abrumados y los que no, sintieron que el mundo se les caía abajo, ¿ahora quien había sido? Alice comenzó a respirar desesperadamente, teniendo nervios de que se fuera a decir el nombre que ella no quería escuchar.
-Eldrie murió hace cuatro días en su primer combate...lo rodearon, prácticamente fusilándolo.
-¡No! –Gritó Alice, tumbando su cabeza en la mesa, cubriéndose con los brazos.
Otro quien no tomó la noticia a bien fue Eugeo, quien se levantó de su asiento sin decir palabras. Pasados unos segundos, se volvió a sentar, apretando los puños y los dientes.
-No creo que sea consuelo, pero se llevó la vida de un oficial del ejército prusiano que murió a causa de una infección en la herida que Eldrie le hizo. Lo bueno es que siempre hacía las cosas bien...
Se escuchaban los llantos desgarradores de Alice. Tieze puso su mano en uno de los hombros de su contraria, tratando de calmarla.
No tenía ni siquiera una respuesta para el muchacho en caso de que él regresara de la guerra, pero había perdido a un buen amigo, la persona que la salvó de ser corrida del palacio.
Perdía a un buen amigo, uno que la había ayudado tanto en el tiempo que se conocían.
Un rato pasó para que la cocina fuera desocupada. Alice ahora lloraba en la cama de su habitación, ya un poco más tranquila. Pensaba que, seguramente, el pobre Eldrie no podría descansar en paz al ella no haberle dado una respuesta cuando él le propuso matrimonio.
Bercouli entró en la habitación, poniendo en la mesa de noche el sello de identificación de Eldrie, que constaba de algunos documentos que le daban identidad.
-Venían en la carta, señorita. Eldrie escribió algo así como un "testamento" donde pide que usted tenga una copia. La original es para su madre.
-Gracias, señor Bercouli.
El viejo capataz se fue cerrando la puerta. De inmediato, Alice tomó el sello de identificación, que era un papel que tenía el nombre, el lugar de nacimiento, fecha, padres, etc. Le faltaba el sello de cera, evidenciando que era una copia, aparte de la letra escrita a papel carbón.
Si es que esto te es entregado, Alice, es porque lo peor sucedió. No sé si vayas a llorar mi muerte, no sé si mi partida te quite un peso de encima. No obstante, quiero desearte lo mejor, y ojala que algún hombre te dé lo que yo sólo te pude prometer. Si es que tu respuesta era afirmativa...perdóname por fallar una promesa tan importante. En caso contrario, tú serás la persona que esté en mi mente al momento en que yo muera. Cuídate mucho, mi querida Alice.
Tuyo: Eldrie.
Alice se soltó a llorar desconsoladamente una vez más tras leer la carta. Según la propia chica, ella no merecía ser la última persona en estar en los recuerdos del pobre muchacho a cuyos sentimientos no pudo corresponder.
Para bien o para mal, Eldrie se equivocó, ya que la última persona en pasar por su mente, fue su señora madre.
Aquel sello de identificación no era la gran cosa, aunque sí que era el único recuerdo que ella guardaría de su buen amigo Eldrie.
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SE MURIÓÓÓÓÓÓÓÓ :C -inserte meme de gatito llorando-
Y así es como se cumple la profecía que muchos esperaban, quizá de una forma más puñetas de lo que creían xd
Sin la amenaza del comunismo (o la de compartir vieja :v), el Kirito tiene el camino más sencillo para tener a Alice.
Nos vemos en una semana con SchetaxIskahn :D
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
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