Capítulo 1.-Llegada.
Todos en el palacio corrían de un lado para otro con bastante prisa, ya fueran mozos, sirvientes, ayudantes de cocina, lo que fuera. Todos tenían el mismo objetivo: que todo quedara completamente listo.
El jefe de los sirvientes, Bercouli, miraba con un catalejo montando en su caballo. Se encontraría a unos cien metros del palacio, vigilando la carretera para avisar cuando el carruaje estuviera a la vista.
Nada aparecía, algo que, en vez de tranquilizarlo, lo dejaba más nervioso. En cuanto el carruaje apareciera, Bercouli iría a todo galope de regreso al palacio para avisar que era mejor que todo estuviera listo.
La ama de la casa, Quinella-Sama, apuraba a todos a la vez que ella también ayudaba. Su vestido no le ayudaba mucho, dificultándole el caminar rápido.
Ponía la mesa junto con sus criadas: Alice, Tieze y Ronye. La última de las tres era, al igual que el invitado, de Prusia.
-Vamos chicas, dense prisa. –Apuró Alice, quien era la que acomodaba las cucharas.
-No se preocupe, señorita Alice, todo está viento en popa. –Tranquilizó Tieze.
-Ronye ven conmigo, por favor. –Pidió Quinella, tomando de la mano a la chica, quien la acompaño a uno de los corredores del enorme palacio.
Eugeo y Scheta arreglaban la habitación en donde aquel invitado se quedaría, teniendo muchísima prisa en hacerlo. Acomodaban las sábanas de algodón egipcio, sacudían la cerámica china que reposaba en los muebles.
-Se supone que Quinella-Sama lo quiere casar con Stacia-Sama, ¿no es así? –Cuestionó él.
-Es un noble, sería raro que aceptara a una chica que es de la burguesía, pero el dinero lo puede todo, ¿no crees?
-Karl Marx no estaría de acuerdo, por lo que yo menos.
-¿Y ese hombre quién es? ¿También es prusiano?
-Debería darte a leer uno de sus libros. Pero sí, es prusiano.
Los dos sirvientes salieron de la habitación del invitado, incluso sacudiendo la manija de la puerta para que todo quedase impecable.
Quien limpiaba la alfombra de las escaleras era Iskahn, tratando de que la misma quedara con un aroma a limpio.
La mesa, puesta. La alfombra, limpia. El piso de la entrada, reluciente. No podía haber fallos, salvo que Quinella buscaba una forma de decirle a Ronye lo que quería decirle. La chica de ojos azules se sentía confundida, era la primera vez que su señora no sabía cómo darle un comunicado.
Por otro lado, Tieze y Agil ayudaban a Yuuki a bajar por las escaleras, provocando una leve molestia en Iskahn, quien acababa de terminarlas.
-Solo porque es usted, Yuuki-San. Pase, por favor.
-Gracias, Iskahn, que tierno de tu parte. –Sonrió la chica, quien tenía que apoyarse de un bastón para poder caminar además de ser sujetada por Tieze y Agil.
Retirándose los tres de la escalera, el joven de piel canela suspiró pesadamente. Siempre le daba tristeza saber que una de las señoras de la casa estuviera enferma.
El carruaje digno de un prusiano aparecía en la lejanía, Bercouli sintió como si le apretaran el corazón, tragando saliva de forma pesada para irse a todo galope, apurando a su caballo.
En menos de un minuto llegó, siendo esperado por Eldrie, quien se notaba tan nervioso como el viejo Bercouli.
-¡¿Ya viene?! –Cuestionó el más joven de los dos varones.
-Sí. –Respondió Bercouli sin detenerse, casi corriendo para abrir de par en par las enormes puertas del palacio.
-¡Quinella-Sama! ¡El invitado ya viene! –Gritó Bercouli. Ella no lo escuchó, pero Eugeo sí, por lo que el joven muchacho se fue corriendo a buscar a la señora de la casa.
Encontrándola en uno de los pasillos, el apenas ver a Eugeo ya era una señal del mensaje que le transmitirían, así que Quinella apartó a Royne un paso atrás.
-Te lo diré luego, niña mía. –Sentenció Quinella, corriendo a tomar el brazo de su mayordomo, quien la encaminó a la entrada. -¿Es él?
-El señor Bercouli entró gritando a la casa, así que debe ser él.
-Que nervios...
Con gran parte de los trabajadores de la casa aun en sus labores y, solamente, los más importantes en la entrada de la casa esperando al carruaje, el cual se avecinaba.
Era claro que aquel carruaje venía desde Prusia, se notaba el escudo de armas del reino, además de varios adornos que únicamente usaría un noble de aquel país. El conductor del mismo bajó de inmediato para abrir la puerta, dejando ver a un joven de cabello y ojos negros, algo que no era muy prusiano que digamos.
Seguido del joven, bajó también un hombre algunos años mayor, quizá de unos veintiséis, que era de cabello naranja. Eso sería un poco más prusiano.
-Buenos días... -Saludó el primero, quien se quitaba un gorro militar para después volvérselo a poner.
-Barón Kirito, un placer verlo de nuevo. –Quinella se acercó al joven muchacho, dándole un beso en cada mejilla a la vez que lo saludaba con la mano. –¿Quién es su acompañante?
-Es mi escudero.
-Escudero Klein a su orden, Quinella-Sama. –Él tomó la mano de Quinella, dándole un beso en el dorso de la misma.
-Este anciano de aquí es el capataz del palacio. El viejo Bercouli.
-No soy tan anciano, mi señora. Tengo cuarenta años. Un placer conocerlo, Barón. –El viejo Bercouli saludó a Kirito.
-También quisiera presentarle al domador de caballos, Eldrie, segundo al mando tras el anciano Bercouli.
Ambos hombres soltaron una risa, siendo la de Bercouli más amarga. –Un gusto.
-¿Y dónde está ella? –Preguntó Kirito.
-Queríamos que fuera una sorpresa, por eso mismo lo espera dentro del palacio.
-Stacia...vaya nombre. Pasemos, por favor.
Los primeros en pasar fueron Kirito y Quinella, quienes fueron seguidos por Bercouli y Klein. El resto de la prole tuvo que esperar.
La entrada del palacio era de un color mármol, estando tapizada de rojo la parte central de la escalera, las cuales daban, inmediatamente, a la parte de arriba.
Las paredes quedaban tapizadas también de un rojo con muchísimos adornos, los candelabros de vidrio eran enormes, bien adornados de plata y demás adornos especiales.
Kirito alzó una ceja denotando estar sorprendido. Claro que la vida de palacios y castillos a la que estaba acostumbrado el noble prusiano lo hacía un "buen catador" de esos lujos. Aun así, el palacio de Quinella lo dejaba sorprendido.
-Es un lugar muy lindo. La felicito por tener tan grandiosa casa, Quinella-Sama.
-Gracias, Barón Kirito. –Ella sonrió, casi queriendo gritar de la emoción por recibir el visto bueno de la nobleza.
Se escucharon unos tacones en las escaleras, una figura apareció en la misma, siendo de una chica de veinte años. Ella sonrió de forma tímida, su cabello era anaranjado. Sus ojos, marrón claro.
-Es ella, mi hija. –Sonrió Quinella. –Stacia, querida, nuestro invitado ya llego.
-Gracias por el aviso, señora madre.
El noble prusiano se quitó el gorro militar, llevándoselo al pecho para esperar en el primer piso a la hija de la señora de la casa. Ella sonreía, tomando el barandal de la escalera a la vez que bajaba con tranquilidad.
-Mucho gusto en conocerlo, Barón Kirito.
-El gusto es mío, Stacia-San.
Ambos se saludaron besándose ambas mejillas, algo que causó mucha expectación en los presentes. Ahora tocaba el recorrido por una parte de la "humilde" morada.
No había parte de la casa que no estuviera adornada, teniendo cuadros, chimeneas, estanterías, estatuas, bustos, había de todo. Los muebles eran enormes, por supuesto.
La cocina era casi una zona de guerra, teniendo que dar los últimos detalles. Eugeo se había separado del grupo de los nobles y jefes, replegándose a la cocina de la forma más sigilosa posible.
En la misma, Eugeo se refugió tras la puerta, dando un pesado suspiro.
-Señoritas, espero por el amor a lo que ustedes consideran sagrado que la comida ya esté lista.
-Ya está, Eugeo. –Avisó Alice. -Se mantiene caliente, esperamos la señal de Quinella-Sama para servirla.
-Sigh. Necesito decirle algo importante a Iskahn, ¿Dónde está el desgraciado?
-Aquí estoy. -Dijo. Él acomodaba los sacos de la verdura al ser bastante fuerte.
-Tú eres bueno para llevar la olla de la crema, así que te lo encargo.
-Claro, claro. Relájate, güera.
-No me llames así, ¿quieres que te lo haga entender a golpes? –Retó Eugeo.
-¡Ja! Hagámoslo de una vez aquí en la cocina. –Iskahn se quitó los guantes y se comenzó a quitar el saco. Scheta torció los ojos y lo tomó de los brazos.
-No sean animales. Tienen cosas más importantes que hacer. –Recriminó ella.
-Vamos, mujer. Deja a los hombres arreglar sus cosas. –Masculló Iskahn.
-¿En verdad eres hombre?
-¡¿Qué?!
-¡Silencio! –Exigió Alice, separando a los dos. -¡Hagan lo que tienen que hacer! ¡Tenemos muy poco tiempo para que lo gastemos en tonterías!
-Ni creas que esto se quedara así, mujer. Cuando quieras te demuestro que soy un hombre.
-Ese es un chiste de mal gusto. –Scheta soltó una pequeña sonrisa a la vez que se marchaba a la alacena a buscar algo.
Finalmente la nobleza y burguesía llegaba al comedor. Eugeo esperaba a un lado de la puerta de la cocina, sonriéndoles a sus señoras y a su capataz.
Cada uno de los invitados tenía su mesero personal. El de Yuuki era Eugeo. A Quinella servía Iskahn. Stacia era servida por Alice. Ronye servía a Kirito.
Parecía que Yuuki quería tomar una pieza de pan, pero Eugeo le detuvo la mano, dándole una pequeña caricia a la vez que le sonreía.
-Yo se la paso, Yuuki-San. –Dijo el muchacho.
-Gracias, Eugeo.
Kirito sonrió de forma amplia, mostrando los dientes. –Que buen sirviente es usted, caballero. ¿De casualidad no le gustaría servir ahora en mi noble casa?
-Lo siento, pero mi corazón sirve únicamente a Quinella-Sama y a Yuuki-San. Suena muy romántico, pero no lo es.
-Que atrevido es usted, Barón Kirito. ¿Vino a mi casa a llevarse al mejor de mis sirvientes?
-Je, je. Para nada, por algo tengo a mi fiel escudero.
-Y es un placer servirle, Barón Kirito. –Afirmó Klein, limpiándose los labios con la servilleta.
-Díganos, Barón Kirito, ¿Qué vino a hacer a Francia? Además de verme, claro. –Sonrió Stacia, soltando una leve risita.
-Además de verla, hermosa señorita, su madre me invitó a quedarme una temporada en su morada. Me dijo que ella ha compartido mesa con Napoleón III.
-Así es, madre y Stacia estuvieron en su palacio. Malamente, yo no pude ir. –Dijo Yuuki. –Ese día desperté más enferma de lo normal.
-¿Los doctores no saben que enfermedad tiene su hija, Quinella-Sama?
-Yuuki y su hermana gemela nacieron con bajo peso...lamentablemente, Aiko no corrió tanta suerte. Ella falleció antes. –La familia de las tres mujeres puso una cara larga.
-Lo lamento tanto. ¿No las llevaron a Inglaterra para poder tratarlas?
-Ya hemos ido varias veces a Londres...y no hemos avanzado mucho, en realidad. –Murmuró Asuna, tomando un poco de su crema.
-Aunque desde que contratamos a Eugeo hace ya dos años, Yuuki mejoró mucho su salud, se nota muy feliz y sonríe más.
-Tener a alguien con quien compartir mi tiempo me hace muy feliz. Por eso quiero mucho a Eugeo. –Sonrió Yuuki. El joven se ruborizó ligeramente, manteniéndose estoico para no perder la compostura.
Se podía decir que los dos tenían una relación de amistad sincera, llevándose bastante bien en muchos aspectos. Tantos, que incluso la propia Quinella temía bastante que fueran amantes, cosa que no sucedía.
Si bien había algunas pistas para pensarlo, debido a que ambos solían pasar bastante tiempo en la habitación de la hija menor de la señora de la casa, nada más que una buena plática y una taza de té ocurrían entre ambos jóvenes.
Entre otras cosas, Eugeo no sentía más que un cariño de amigos, algo que la propia chica sabía bastante bien. No obstante, el muchacho tenía dos razones aparte por las cuales no sentía amor por Yuuki. Esas se las reservaba para sí mismo.
Quinella había compartido mesa con Napoleón III, Kirito, miembro de la nobleza no se quedaba atrás. El joven muchacho compartió mesa con Catalina la Grande y con Otto Von Bismark, algo que era digno de presumirse.
La comida acabó bastante pronto, algo que era normal, naturalmente. Lo que se extendió fue la plática entre el joven Barón y las tres mujeres de la casa, las cuales tenían bastante por contar.
Siendo el momento de retirar los platos del postre, Alice entró al comedor, viendo de frente a Kirito. El apuesto muchacho la miró directamente a los ojos, ella se quedó literalmente congelada en el acto, haciendo que Ronye chocara con ella por la espalda.
-¡Cuidado! –Por suerte, no tenían platos en las manos o los mismos habrían caído.
Los presentes sentados en la mesa voltearon a ver qué ocurría, Alice seguía petrificada a la vez que Ronye la tomaba del brazo.
-¿Estás bien? –Le preguntó, pero su contraría no respondió.
-Hum, jum. Alice, querida, parece que viste a un fantasma, ¿te encuentras bien? –Quinella se empezaba a molestar ligeramente.
-S-sí. Lo siento, señora. Estaba recordando si no olvidaba nada, pero elegí un mal momento para tal cosa.
-Siendo así, recogan los platos, muchachas. –Sonrió Quinella, un poco más tranquila. Entre Alice, Ronye, Tieze y Scheta recogieron todo.
Al tomar el plato de Bercouli, éste tomó del brazo a Scheta. –Dile a Ronye que quiero hablar con ella...es lo que Quinella-Sama quería decirle.
-Yo le digo.
Pasaron algunos segundos, Kirito miraba un poco el comedor, el cual no se había dado el lujo de ver a detalle.
Todo era bastante impresionante, los candelabros que colgaban de la parte de arriba del techo, las pinturas/murales que decoraban la pared. Muchas tenían que ver con la historia de Francia, sobre todo con la de la revolución burguesa de inicios del siglo.
Oficialmente era una revolución de las clases bajas, no obstante, la aristocracia y burguesía se hizo con el poder, traicionando a las clases populares. No es necesario decir que, entre ellos, caía el padre de Quinella.
-Los franceses y prusianos tenemos muchas diferencias. Se llama a Francia la tierra de la revolución, en Prusia son tan reaccionarios y conservadores que, hay un chiste que tiene que ver con su país, espero no ofenderlos ya que a mí no me hace mucha gracia.
-¿Y ese cual sería? –Cuestionó Stacia, alzando una ceja.
-Cuando Francia estornuda, toda Europa se resfría. –Por el chiste de Kirito, todos en la mesa soltaron una risa.
-Que ocurrencias las de los prusianos, por eso es que son una cosa muy curiosa.
-Cuando tu canciller trata de que España tenga como rey un noble prusiano, ¿no es eso ridículo? Los españoles son una cosa horrible, no es bueno mezclase con esa clase de gentuza, ¿cómo es que no pueden poner orden en su reino?
-Y los españoles no aceptarían un monarca prusiano, ni tampoco uno francés. Esa es una pésima idea.
-No es por ser grosero, pero a mí no me gusta mucho hablar de política. –Interrumpió Bercouli. –Si me lo permiten, iré a revisar si todo afuera del palacio está en orden. Como ustedes lo dicen, el orden es la prioridad.
-Parta ya, viejo Bercouli. –Sonrió Quinella. Ella ya sabía a qué iba él.
-Un gusto compartir mesa con usted, fue un honor, Barón Kirito.
Era muy raro que un no-miembro de la burguesía compartiera mesa con nobles y aristócratas. No obstante, al ser el capataz y venir de una familia más o menos bien, además de ser un héroe de guerra, claro que Bercouli podía darse tal lujo.
Tenía varias medallas entregadas por los altos mandos del Ejército Imperial dadas sus grandes hazañas en la guerra de Independencia Italiana. A pesar de que la guerra duró poco tiempo, Bercouli destacó desde el inicio.
Tenía una herida de bala en el brazo, la cual se le curó en tiempo record de una semana.
Regresando al presente, Bercouli entraba a la cocina para prender su pipa alargada y delgada. Iskahn se le quedó viendo.
-¿Necesita algo, señor?
-¿Dónde está Ronye?...
Ella se encontraba junto con Alice en la alacena acomodando algunas cosas que se habían necesitado para preparar la comida. La segunda de ellas se notaba muy distraída y pensativa.
Cualquier cosa que tenía que poner, la ponía en un lugar equivocado. Ronye se preocupó.
-¿Por qué has estado tan distraída, señorita Alice? –Preguntó ella, arrugando el entrecejo de preocupación.
-Es el prusiano. ¿No lo viste? Es muy atractivo.
-Reconozco que sí lo es. Pero vamos, sería torpe pensar que se figaría en unas sirvientas y ayudantes de cocina como nosotras.
-¿No has leído las novelas en donde el príncipe se casa con una plebeya? Esos cuentos están inspirados en historias reales, Ronye.
-No lo sé.
-Pues ya lo sabrás. –Dijo Bercouli, parado en la puerta. Le sacó un susto a ambas chicas al interrumpir de forma tan abrupta la charla de las dos chicas. –Ven conmigo, por favor.
-Cl-claro, señor Bercouli...
A pesar de no ser llamada, Alice se quedó en el umbral de la puerta de la alacena para escuchar que ocurría. Daba la impresión de que tenía que ver con el prusiano.
Tieze entraba por la puerta ligeramente apresurada, pero Bercouli alzó su mano en señal de que guardara silencio.
-Parece ser que descubriste lo que planeaba Quinella-Sama, ¿no es así, Tieze?
-Él viene por Stacia-Sama, ¿Por qué entregarle a Ronye? Ella sigue siendo virgen.
-¿De qué hablan? –Cuestionó ella, entre nerviosa y confusa.
-Dormirás hoy con el Barón Kirito por órdenes de Quinella-Sama. La orden es que lo entretengas esta noche.
-¿Eh? –Ronye abrió los ojos como platos, su corazón se estremeció y sus pupilas se hicieron diminutas. -¡N-no! ¡¿Por qué tengo que ser yo?!
-Porque eres la única que habla alemán. Conoces a Quinella-Sama, quiere quedar bien con el prusiano.
-Pe-pero...yo soy virgen, y no me gustaría que...
-Eso le resultará mejor a Quinella-Sama. No te preocupes, lo más seguro es que ella te recompensara muy bien por hacerte pasar un mal rato.
Alice salió de la alacena, en su semblante se veía la decisión y el coraje de lo que iba a decir.
-Si Ronye no quiere, entonces me ofrezco yo.
-Hum...me resulta interesante. –Bercouli se llevó la mano a la barbilla, dando una fumada de su pipa. -¿Sabes hablar prusiano?
-Eso no importa, yo preferiría suplir a Ronye en esa petición de Quinella-Sama.
-¿Te enamoraste del prusiano, señorita Alice? –Sonrió Bercouli, ligeramente retador. –Por tu charla y por tu entusiasmo me doy cuenta de ello. Maldición, creo que, al final de todo, sí soy un viejo lobo de mar.
-Más sabe el diablo por viejo que por diablo. –Continuó Tieze. –Sí Alice se enamoró del Barón Kirito, no importa. Acepte lo que ella propone, pero deje en paz a Ronye.
-Lo consultaré con Quinella-Sama. Que ella decida, yo no puedo.
Con Bercouli saliendo por la puerta, Tieze corrió para abrazar a Ronye, la cual se notaba bastante asustada y confundida. Al menos ella tenía la fantasía de que su primera vez fuera con alguien a quien amara, no con una persona cuyo nombre no sabía.
Alice se unió a las dos chicas. Era su oportunidad para poder conquistar el corazón del joven Barón. Lo del sexo la tenía con pendiente, pero una velada sería suficiente para que ambos se conocieran.
De igual manera que Ronye, Alice era virgen, temiendo un poco lo que fuera a pasar en aquel cuarto. Aun así, quería correr el riesgo.
En la parte de afuera, Eldrie llevaba a los caballos a la parte trasera del Noir et Blanc, Klein lo alcanzó para también llevar los caballos de la carreta al corral.
-Buenas tardes, Eldrie, ¿verdad?
-Así es, señor escudero. ¿Quiere dejar sus caballos?
-Claro.
-Sígame, por favor.
Los dos hombres fueron caminando. Eldrie tomaba las riendas de dos caballos con una sola mano. Klein llevaba el de Kirito, el suyo propio lo tenía amarrado en la entrada del palacio al no poder jalar a dos caballos a la vez.
-Usted es bastante fuerte, señor Eldrie. –Notó Klein.
-Es cosa de práctica. Se puede decir que el señor Bercouli me dejó el trabajo pesado desde que entré a trabajar en el Noir et Blanc, pero le agradezco mucho que lo haya hecho, señor escudero.
-Todo trabajo tiene su remuneración. Pero dígame Klein, si no es mucha molestia, señor Eldrie. "Escudero" solamente me llaman formalmente.
-Por supuesto, señor Klein. Su acento me es un poco extraño, ¿viene del oeste de Prusia?
-Exactamente. Más precisamente de Natangia.
-Ya veo, ya veo. ¿Y su señor de dónde viene?
-De la capital. Es parte de la nobleza berlinesa.
-Entiendo. Al menos yo no soy de nobleza, pero la verdad es que no me molesta servir en un palacio tan grande como este, ya que he servido en varios palacios.
-Toda mi vida he servido a la familia del Barón Kirito. Somos muy buenos amigos él y yo. Pensar que se va a casar me llena de orgullo, mi señor ya es un hombre. –Sonrió Klein.
-Lo mismo digo de Stacia-Sama. Ella es hermosa, pero no tan hermosa como la chica que me gusta.
-Oh, ya veo. Hable con ella, deje las cosas bien en claro y verá que conquistará su corazón, señor Eldrie.
-Gracias por el consejo, Klein.
Dentro de la casa, Kirito y Quinella recorrían los corredores del palacio. De hecho, estaban en la sala, junto a la chimenea ya que no faltaba mucho para el anochecer. La plática fue muy amena y extensa, pero aún faltaban muchas cosas por discutir.
A pesar de ya haber pasado el postre, ésos dos comían pastel junto con Stacia y Yuuki. La segunda de ellas descansaba en su sofá personal, uno muy acolchonado para el débil cuerpo de la chica.
Eugeo, Alice y Scheta y Royne los acompañaban. Cada uno era el ayudante de los presentes. Viendo que Yuuki había terminado su pastel, Eugeo no se lo pensó dos veces y le pidió el plato a su contraria.
-Que atento eres. Muchas gracias, Eugeo. –Sonrió la chica.
-Para servirle, Yuuki-San. –El joven sirviente regresó el gesto. -¿Quiere un poco más de pastel? –No era necesaria una respuesta, con una leve sonrisa infantil, eso era un rotundo sí.
El muchacho tomó el cuchillo para pastel, cortando una rebanada grande para su querida amiga. Además de eso, le puso dos cerezas, ya que él sabía perfectamente que tanto le encantaban a Yuuki.
Quien también había acabado su pastel dejándolo en la mesa de la sala era Kirito, quien seguía platicando. Un hombre externo al palacio tocaba el piano para alegrar el ambiente.
-¿Quiere más pastel, Barón Kirito? –Preguntó Stacia.
-Así estoy bien, gracias.
-Cualquier cosa que necesites, Ronye está más que dispuesta a servirte. –Quinella tomó de los hombros a Ronye, encaminándola hasta Kirito. –Ella también habla alemán, ¿verdad que sí?
-Ich spreche deutsch. –La chica afirmaba que sí hablaba alemán.
-¡Oh wundervoll! –Kirito quedó maravillado.
-Alles was du brauchst, frag mich auf Deutsch. –Ronye decía que todo lo que él necesitara, que lo pidiera el alemán.
-Ich werde es tun, Fräulein. –El joven confirmaba.
-Impresionante...es como estar en Prusia. –Rió Stacia, haciendo sonreír a Kirito.
-Estar en Francia resulta mejor que pasar una noche en Rusia. No sé cómo es que esas personas soportan tanto el frío. Me invitaron a una cabaña en Siberia, pero claro que me negué.
-Ahora sería un helado chino. –Se burló Yuuki. Todos, incluido el pianista, rieron.
-El sentido del humor francés me resulta muy divertido. Aunque...¿Qué hay del licor?
-Eugeo, trae el Vermont, si es que eres tan amable. –Pidió Quinella, de manera dulce.
-Sus deseos son órdenes.
El joven muchacho se retiró a la cocina para ir por un poco de licor, dándose bastante prisa.
Topándose en su camino a Iskahn, éste lo detuvo, tomándolo del saco.
-¿Hoy hay peleas?
-No lo sé. Pero no tengo tiempo que perder, así que con tu permiso.
-¿Eh? ¡¿Acaso quieres pelear, rubia?!
-¿Cuántas veces tendremos esta conversación, Iskahn? ¡No todo en la vida es pelear! –Eugeo suspiró. –Tengo que ir por licor, así que no hagas nada estúpido, ¿de acuerdo?
-Tch. Como digas.
Eugeo se marchó de inmediato, Iskahn se quedó pensativo. Tenía en mente a un rival, pero él nunca quería pelear. No quería tener que pelear siempre con los mismos compañeros.
El muchacho dio algunos puñetazos al aire, como siempre solía hacerlo en sus ratos libres.
-Te dijo que no hicieras nada estúpido, púgil. –Le recriminó una voz femenina.
-¿Hum? ¿Quién anda ahí? ¡¿Acaso quieres pelear conmigo?! –Exclamó él sin saber quién le hablaba.
-Por supuesto que no. ¿Qué clase de hombre golpea a una dama que no sea su esposa?
-Uno como yo. –Iskahn sonrió. –Pero a ti te tendré piedad, mujer. Podría romperte una costilla de un golpe suave, eres delgada como una vara.
-Bien.
-¡¿Bien?! ¡¿Te burlas de mí, mujer?!
-¿Quién no lo haría? Pero ahora te dejó, tengo cosas que hacer en el cuarto de Quinella-Sama. –Scheta fue caminando tranquilamente hasta el pasillo que daba a las escaleras, subiendo los primeros dos escalones.
-¡Espera ahí, mujer! –Interrumpió Iskahn. –Vaya que tienes agallas para burlarte del campeón de la comuna.
-Así es. Nos vemos luego, boxeador.
Mientras ambos discutían en las escaleras, Eugeo iba a toda prisa de regreso a la sala con el licor en sus manos. Casi no se había demorado, pero él sentía que sí, ya que le costó un poco de trabajo encontrar el Vermont debido a que lo cambiaron de lugar.
Llegando, todo el ambiente quedaba como si nada, teniendo que pasar de forma desapercibida hasta donde la pequeña cantina quedaba. Ahí se guardaba el whisky, Cointreau y el coñac junto con los vasos.
Suspirando de alivio, el muchacho sirvió tres copas de Vermont, poniéndolas en una charola, pasando por el asiento de Quinella, Stacia y Kirito.
-¿Y qué hay de mí? –Preguntó Yuuki.
-El doctor dijo que no debe beber alcohol, Yuuki-San. –Regañó Eugeo.
-Pff. Entiendo.
Ya casi llegaba la hora de acostarse, por lo que Quinella se llevó a Ronye mientras Kirito charlaba con las dos hijas de la señora de la casa.
Conversaban acerca de si Bercouli ya la había notificado de lo que tenía que hacer. Como así era, Ronye trató de convencer a Quinella de que la cambiara con Alice de aquella tarea que debía de realizar.
Quinella se negó. Ella era la única en el palacio, además de Eugeo, en hablar prusiano, por lo que denegó su petición.
Entre ella y varias de las sirvientas de la casa cambiaron a Ronye, arreglándola con una pijama bastante "ligera" era un poco transparente, pero le llegaba hasta los tobillos. La tela era muy delgada.
-Quinella-Sama, yo no soy una prostituta, ¿Por qué tengo que?...
-Para impresionar, todas las casas lo hacen, y nosotros no podemos ser la excepción, así que ni modo.
Eugeo iba entrando para traer una jarra de agua y unos vasos, pero se llevó una ingrata sorpresa al ver a Ronye vestida de tal manera.
-¡¿Pero que pasa aquí?!
-Shh. Deja el agua y vete, esto es asunto de mujeres.
-Este es el cuarto del Barón Kirito, ¿Por qué Ronye?...
-No preguntes, Eugeo. Vete ya. –Quinella sacó al joven de la habitación, cerrando la puerta con pestillo.
-Espero que no sea lo que creo. –Pensó el muchacho, preocupado. –Engels desaprobaría totalmente eso que están haciendo...
Sin más, el muchacho se retiró a su habitación al ya no ser requerido. No obstante, aquello que vio lo tuvo perturbado un buen rato.
En su cuarto, el joven sacó de debajo del colchón un libro, asegurándose de que nadie lo viera. El origen de la familia la propiedad privada y el estado, de Friedrich Engels era lo que tenía ahí guardado, incluso con un separador casi a tres cuartos del libro.
No es necesario decir que al muchacho lo correrían del Noir et Blanc por tener tal lectura en su habitación. Además de correrlo, le quemarían ese y el resto de libros sobre comunismo que tenía guardados en su habitación.
En la sala, Kirito se tallaba el tabique de la nariz con los dedos pulgar, índice y corazón, notándose cansado de los mismos.
-Stacia-Sama, creo que me retiraré a dormir. –Yuuki ya se había marchado, con ayuda de Eugeo. –El día fue bueno, pero hay otros asuntos que atender. La cama, por ejemplo.
Ella rió un poco. –Usted es bueno para conversar. Lo espero mañana en el desayuno, ¿de acuerdo?
-Por supuesto. –El joven se levantó del sillón donde se encontraba sentando, caminando hasta Stacia, quien alzó la mano para que el prusiano se la besara. –Hasta mañana, señorita.
-Buenas noches, Barón. -Ella se quedó escuchando un poco más de la música del piano, caminando hasta el mismo para tomar del hombro al pianista. –Si quiere ya puede descansar. Mi madre le pagará en cuanto baje. Sírvase un poco de Vermont si gusta.
-Gracias, señorita.
Kirito subía por las escaleras a la vez que bostezaba pesadamente, incluso deteniéndose un poco en la misma para no caer o pisar mal. Al recuperarse, siguió subiendo.
Escuchaba los secreteos de las sirvientas en el piso de arriba, pero él no le dio importancia a tal cosa. Únicamente, se concentró en seguir subiendo por la escalera.
En el pasillo del segundo piso, varias sirvientas lo veían a la vez que secreteaban. Kirito se percató de eso, ignorándolo para bostezar una vez más.
-¿Dónde dormirá mi escudero? –Le preguntó a una de las sirvientas.
-A tres cuartos del suyo, déje... -Ésta fue interrumpida por Alice.
-Yo lo llevo, no te preocupes.
-Cl-claro...
-Venga por favor, Barón Kirito.
Ella, en vez de guiarlo como sería lo normal, lo tomó del brazo, caminando a su lado. Aquella conducta le extrañó un poco, pero no tenía forma de quejarse.
Pasando por el cuarto en donde Klein ya descansaba, ella indicó cual era, continuando con el suyo, donde Quinella lo esperaba en la puerta de mismo. Sonreía de forma alegre, pero le molestaba el hecho de que Alice condujera a Kirito tomándolo del brazo.
Pero bueno, eso no importaba.
-Disfrute de la estancia en el lugar, espero le guste lo que dejo en él. –Dijo ella.
-Lo haré, con mucho gusto, Quinella-Sama.
-Con permiso. –Mencionó Alice, levantándose el vestido para irse junto con Quinella.
Al abrir la puerta, el muchacho se sorprendió al ver a Ronye con aquella pijama puesta. La chica cruzaba los brazos, apenada y deseando que no se le viera nada por culpa de la delgada tela.
-Buenas noches, Barón Kirito. Quinella-Sama me pidió que lo hiciera pasar una buena noche.
-Entiendo...por lo nerviosa que te vez, algo me dice que no estás muy de acuerdo. –Ambos hablaban en alemán.
-S-soy virgen...así que, por favor, no sea muy brusco conmigo. Si no lo hago bien es por... -Ronye se vio acallada al momento en que Kirito puso su mano en la cabeza de la chica, sonriéndole.
-Tranquila. También soy virgen, y de igual forma me apena verte así. Vamos a la cama, en verdad estoy exhausto.
-Gr-gracias. –Ella abrazó al joven Barón, agradecida. –Me sentía muy nerviosa, tenía miedo. Esta situación me hace recordar algo que me paso de niña...
-Por respeto a ti no preguntaré. Lo que sí preguntaré es ¿Dónde aprendiste a hablar en alemán? Tu acento me suena de Stuttgart.
-El esposo de mi tía es alemán. Mis primos me enseñaron a hablar el idioma siempre que nos veíamos en vacaciones. Lo único malo es que no sé leerlo.
-Es muy complicado, el alemán es un idioma de lo más curioso. Acuéstate, yo me sentaré en el sillón. Dije que estaba exausto, pero nunca para hablar sobre Prusia ni para escuchar una historia.
-Trataré de no tardarme mucho, Barón Kirito. –Sonrió Ronye. Ambos se acomodaron en sus respectivos lugares. La chica se acomodó en la cama, teniendo las piernas cubiertas por las colchas de la misma.
-Tómate el tiempo que necesites, no hay prisa alguna, Ronye.
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Es necesario aclarar:
Quinella es madre de Asuna (o Stacia), y de Yuuki, por lo que ellas dos son hermanas.
Kirito y Eugeo no se conocen
Prusia ya no existe desde hace más 85 años :v
Nos situamos en la France
Eugeo es comunista otra vez :v
Y pues creo que es todo lo que hay que aclarar
No niego que pueda llegar a ser raro el concepto del fic, pero vi la imagen y dije "tengo que escribirlo" y pues henos aquí :v
Espero les guste la historia, honestamente creo que será muy interesante y daré todo de mi para que sea una historia excelente y nos guste bastante.
Créanme, habrá asesinatos, romances, setzo sin sentido :V y será un fic de todos contra todos, así que también habrá muchas parejas, por lo que mejor no apoyen a ningún ship.
¿Y ellas quienes son? D: Díganle a un pobre mortal que no ha leído las novelas :c
Subiré capítulo todos los lunes, así que nos vemos la próxima semana.
Siempre tuyo:
-Arturo Reyes.
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