
07 ✵ LA MANO Y LA DAGA
CAPÍTULO 07
LA MANO Y LA DAGA
—¿Estás bien, querida?
Lyrian apenas escuchó a Sigyn. Estaba muy concentrada en que sus rodillas no cedieran. Sentía que todo daba vueltas, como si estuviese sobre la cubierta de un barco en un mar embravecido. No se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas hasta que una resbaló por su mejilla y el cosquilleo cálido fue lo único que la trajo de nuevo a la realidad. Llevó una mano a su pecho y notó lo acelerado que tenía el corazón. Se enjugó la lágrima con los dedos, haciendo su mejor esfuerzo por sonreírle a su amiga.
—Estuve mucho al sol esta mañana —mintió—, me duele la cabeza.
—¿Quieres que me quede contigo y vayamos dentro del palacio? —preguntó Sigyn genuinamente preocupada. Lyrian negó con la cabeza.
—Tranquila, tú ve a hablar con Loki, que tengo la impresión de que te está esperando —dijo tomándola de las manos. Sigyn le dio un beso en la mejilla y se marchó en dirección al príncipe. Loki parecía estar mirando a los demás, pero Lyrian lo conocía bien. Podía notar la emoción y la impaciencia en sus movimientos, apenas más bruscos que de costumbre. Era obvio que se moría por hablar con Sigyn.
Contempló a Sigyn alejarse por unos instantes, y luego volvió a los ojos al hombre que seguía de pie ante ella. Ambos se mantuvieron la mirada por lo que pareció una eternidad. Los ojos de Balder eran de un azul oscuro, como el mar o un cielo plomizo de tormenta, y también estaban llenos de lágrimas. Lyrian no necesitaba preguntarle para comprender que él también había tenido la misma pesadilla que ella, de una u otra forma.
—Creo que tenemos que hablar —dijo él al fin. Su voz era perfecta en todo, desde el tono hasta la modulación, incluso aunque sonase ahora casi quebrada por el llanto que amenazaba con salir.
Lyrian entrelazó los dedos para mantenerse firme y asintió con suavidad. Con un movimiento de su cabeza, señaló las grandes puertas abiertas del palacio.
—Sígueme. La biblioteca estará vacía a esta hora —dijo, y emprendió el camino sin mirar atrás, aunque podía sentir que él iba a la zaga. Antes de entrar, echó un vistazo a Loki y Sigyn y los vio observándola, o tal vez a Balder, y conversando en voz muy baja. Detrás de su máscara de constante indiferencia, Lyrian pudo notar que Loki estaba afligido, y se le hizo un nudo en el estómago. Qué extraña era la forma en que la vida podía cambiar de un minuto para el otro, cómo el futuro podía nublarse en un instante.
Tomó un camino diferente al del resto de los miembros de la embajada, subiendo las escaleras en dirección a la biblioteca y las áreas de estudio. Sus pasos eran presurosos pero se esforzó por mantener el decoro que correspondía a su puesto. Cualquier persona podía estar juzgándola, Balder incluido.
En cuanto llegaron a la biblioteca real, Lyrian se quedó de pie en el umbral y dejó que el hombre pasase a su lado para luego cerrar las puertas detrás de ambos. Con un susurro dejó ubicado un hechizo en el pasillo que le alertaría si alguien se acercaba. Estar encerrada con Balder ciertamente daría mucho de qué hablar, y no podría explicarlo.
Cuando volvió su atención al dios no pudo menos que dirigirle una sonrisa nerviosa, y se sentó en una silla ornada, con tanta rigidez que la espalda le dolía. Balder se sentó en la esquina de la mesa frente a ella, apoyando un pie en el travesaño y cruzando las manos sobre su regazo. Parecía tan tenso como ella.
—Y bien... —comenzó Lyrian sin saber cómo abordar el tema. No quería dar nada por sentado. Ni siquiera sabía si habían visto exactamente la misma escena en sus sueños.
—Hace frío —dijo Balder, y Lyrian quedó descolocada por un momento. Incluso levantó la mano para medir la temperatura del aire, pero luego Balder siguió hablando y la mano de la princesa cayó como un peso muerto—. Está todo cubierto de niebla y al principio no veo nada. Luego parece correr una brisa y la niebla se despeja solo lo suficiente como para que pueda distinguir a una figura de pie. Yo estoy tendido en el suelo y me atraviesa un dolor más fuerte del que jamás podría haber imaginado.
Los ojos de Lyrian estaban llenos de lágrimas, reviviendo el sueño como si lo hubiese visto ayer. Por alguna razón, oírlo de labios de Balder lo hacía aún más doloroso. Inhaló y abrió la boca para continuar ella, a modo de demostrarle que ella había visto exactamente lo mismo.
—Llevas esta misma capa azul, y la armadura. Tu rostro está pintado de sangre. Tienes un gesto de dolor tan profundo que me estremezco.
—Tienes puesto mi brazalete —añadió Balder, levantando su mano derecha y revelando un brazalete de oro engarzado con diamantes bajo la manga de su túnica.
Lyrian sintió que toda la piel de su cuerpo se erizaba y entrelazó sus dedos con tanta fuerza que se hizo daño.
—No —corrigió—. La niebla se disipa aún más y veo la sombra de alguien de pie a tu lado. Sólo logro distinguir una mano, con tu brazalete en la muñeca, que sujeta una daga.
—Tú sujetas la daga —dijo Balder.
Lyrian negó vigorosamente con la cabeza y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
—No, no. Es otra persona. Yo estoy de pie un poco más lejos. Otra persona sostiene la daga.
—Lyrian —dijo el dios en un tono muy suave y poniéndose de pie. Estaba serio, pero parecía a punto de llorar—. Eres tú. Durante seis siglos he soñado lo mismo, conozco tu rostro de memoria. Tú estás de pie a mi lado con el brazalete y la daga, y un vestido de verano.
Lyrian estaba respirando muy rápido con el corazón en sus oídos. El mundo se comenzó a poner borroso e intentó encontrar oxígeno, pero su respiración era tan acelerada que nada llegaba a sus pulmones. Jamás había tenido un ataque de pánico así.
—Lyrian... ¡Princesa! —Balder la sujetaba de los hombros y hablaba muy cerca de su rostro. Lyrian no podía reaccionar. A este punto, su boca estaba abierta, pero no pasaba aire hacia su pecho. Sintió que la sacudían, pero el cuerpo ya no parecía suyo, y su cabeza cayó hacia atrás cuando perdió el conocimiento.
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