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5: Mondays, hotcakes and school

Los hotcakes mañaneros que Esther Kirkpatrick se había ofrecido a hacer por la tarde del domingo a Emily, ya que esta última le había comentado que tenía planeado inscribir a Christine y Wade en la escuela y no tenía ninguno de los ingredientes a mano para realizar un desayuno, habían desaparecido de su vista en un abrir y cerrar de ojos.

Aquel hecho, desde luego, no le sorprendió a Emily porque era perfectamente consciente que sus dos hijos adolescentes podían vivir a base de la comida de su segunda abuela materna. Lo que sí le sorprendió fue que ninguno de los dos había tomado asiento con ella en la pequeña isla de la cocina para formar una conversación normal y realizar algún comentario sobre el día anterior —la pijamada de dos días seguidos en la casa de las Kirkpatrick—, o sobre sus opiniones que, imaginaba, cada uno había formado sobre la preparatoria de San Fernando Valley al revisar fotografías de él a través de sus celulares. Nada de nada. Ambos adolescentes habían aparecido únicamente para decirle «buenos días, mamá», darle un beso en la mejilla y llevarse la comida hasta la sala, en la que parecía haber pasado un torbellino.

Emily masculló y realizó un gesto involuntario de cansancio. Le había costado arreglar ese lugar que ya de por sí era un desastre por la falta de afectividad de sus padres. Su madre, Sharon, estaba todo menos interesada en ponerle cuidado a sus alrededores, y su padre era un hombre bastante ocupado que le daba igual.

Quiso llamar a sus hijos y recordarles sobre su labor pesada, pero, consciente de que ninguno de los dos respondería al momento y seguramente se quedaría esperando a nada más que una señal mixta, porque su acto ya no era el mismo, se quedó en la pequeña isla de la cocina.

Bajo ese punto que parecía incómodo debido a los bordes de la mesa, observó con atención el panorama de su casa. Días antes no había contemplado con sumo interés el lugar por el revuelto de sentimientos que tenía encima, mas desde ese punto que no era la sala de estar o su antigua habitación de la adolescencia, la casa aún mantenía esa esencia que su fallido matrimonio no había logrado quitarle de un jalón. Ahí aún podía rescatarse la familiaridad, la tranquilidad... la libertad que pensó jamás iba a recuperar.

Ahora entendía las palabras que Esther le había mencionado sobre que hay un tiempo para todo en este mundo, y que encontrar seguridad y formar nuevamente un segundo hogar en medio de aquellas circunstancias sí podía lograrse, y que, si bien el proceso no iba a ser para nada sencillo, tenía la oportunidad de hacer un espacio más seguro para sus hijos... y para ella. Tenía la oportunidad para hacer cosas nuevas o incluso recuperar aquello que había perdido.

La emoción por ello no le dejó ver que había quedado ensimismada, y que su hija estaba de pie en el arco de la puerta.

—Los hotcakes que la abuela Esther preparó son buenísimos —la voz de Christine irrumpió su silencio, sin darle importancia a su estado. Su hija mayor mostraba una sonrisa que se imaginaba se debía a un auténtico demostrativo de admiración por todo lo que su segunda abuela había hecho—. Y tenían diseños increíbles.

Emily estuvo más que de acuerdo con lo que su hija dijo.

—Así es. Mira el mío —la mujer levantó el plato para mostrarle a su hija mayor lo que su segunda madre había hecho para ella—. Mi nombre está hecho con frutas, algunas pasas, semillas... y creo que un poco de guinda. Está precioso, ¿cierto?

Su hija expresó algo en voz baja —madre mía, había leído en sus labios—, y luego abrió aún más la boca.

—Wow —Emily se vio a sí misma en su hija mayor, cuando ella había visto y probado, por primera vez, la comida de Esther—. Tus favoritas, má. ¡Lo amo demasiado! El de tía Lyd eran unas cerezas. El mío eran corazones. Quién sabe por qué. Tía Lyd había mencionado estrellas para mí, pero da igual. Son súper preciosos. Ah, y los de Wade eran de Snoopy, ¿puedes creerlo?

—Sí. Ella es muy sabia y sabe porqué hace lo que hace por todos nosotros. —Asintió con un gesto—. Por cierto, ¿ya están listos para la escuela? —Christine arrugó el ceño e hizo una sonrisa a medias—. Uh, eso no me gusta. ¿Significa qué no?

—Pues de mi parte, sí. Pero de parte de Wade... —la adolescente ladeó la cabeza, indicando que su hermano menor estaba listo pero para volver a casa de las Kirkpatrick y no ir a la escuela—. Se rehúsa a ir, y no lo culpo. Seremos los nuevos y supongo que será horrible. Además, de saber que Wade estará con una cara de... —Christine no terminó la frase, porque el gesto de advertencia de Emily apareció. La chica sonrió avergonzada—. Si me lo preguntas, no creo que vaya a hacer muchos amigos, má.

Emily frunció los labios.

No podía no estar de acuerdo con su hija mayor. Su hijo, por mucho que hiciera el esfuerzo para mostrarse más consciente de aquel hecho, no tenía mucho interés en formar amistades o cambiar su actitud de disgusto. Pero no lo culpaba ni buscaba arremeter por ello ya que sabía que eso se debía en gran parte a la situación actual. Porque, quisiera o no, el quiebre de un matrimonio afectaba de sobremanera a los hijos, y el comportamiento de Wade era el resultado de ello.

Con Christine las cosas eran diferentes, su madre se lo había dicho. Su hija era más comprensible y juiciosa, y también más despreocupada con la situación. O quizás no era así y solo se conformaba con las cosas cómo eran para no cerrarse a las posibilidades de una nueva circunstancia.

Ciertamente, sus hijos le recordaban a Sawyer —su hermano mayor— y a ella; Wade era como él, con la actitud reacia, poco dispuesto a poner de su parte en las situaciones en las que no había demasiadas opciones; y Christine era como ella, dócil y serena, dejándose llevar por lo que su corazón le pedía. Irónico.

—Hay que darle su espacio —continuó—. Es probable que con el tiempo pueda reconocer qué está pasando y logré mejorar. Ya sabes cómo funciona esto, cariño.

—Ah, sí, sí. ¿Como el tío Sawyer? —Christine incorporó los codos encima de la mesa para mirar y escuchar aún con atención a su madre—. Él era así, ¿no? La abuela Sharon no los contó.

—Sí... más o menos. Aunque tu tío Sawyer sí fue un desastre en la secundaria —bajó la cabeza y se carcajeó al recordar un detalle que pronto se vio inmiscuido en la conversación—. Ni hablar de cuando tuvo un enamoramiento secreto por tu tía Lyd. Él estaba completamente perdido por ella.

La adolescente parpadeó rápido y después soltó un chillido.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo dices?! Má, tienes que contarme sobre eso con todo lujo de detalle, por favor. Cuenta y exagera todo lo necesario —pidió la adolescente. Los ojos le brillaban mucho más que antes. Y es que cualquier drama que involucrara la vida sentimental de su tía o de sus tío, o de ambos, le era de suma importancia.

—Lo haré —le guiñó el ojo—. Y también le daremos su espacio a Wade para que piense. Pero eso no significa que se quedara aquí en casa. Tendrá que sí o sí asistir a la escuela.

Christine aplaudió la decisión, y entre madre e hija hubo un intercambio de miradas de complicidad por el cual Emily se alegró y, acto seguido, le ofreció un abrazo a su hija mayor quien lo tomó como si fuese la única cosa que le hubiera faltado en todo el día.

—¿Y si damos la vuelta y regresamos a casa de la abuela Esther? Podríamos venir la semana que viene, cuando terminé de aceptar que esto es... lo que queda.

—No, imposible —dijo Emily, y miró a su hijo menor con la esperanza de que él la entendiese. Quizás no ganaba nada, pero hubo algo de compresión ahí que la motivó a mantener el diálogo—. Ya empezó el ciclo escolar. No van a perder más tiempo, cariño.

Wade tomó una bocanada de aire.

—Mhm, ¿qué otra cosa nos queda?

Christine se rió. Que las cosas que decía su hermano le hicieran gracia ya era un indicio de que ambos podían apañárselas bien sin tener que recurrir a llamarle con un «mamá, tu hija me está molestando» o viceversa a cada momento.

—Nos va a ir bien —afirmó Christine, que más que ser una afirmativa de seguridad para su hermano o para ella misma, fue para la propia Emily.

—Si, eso espero. —Su hermano cuchicheó.

Los tres se bajaron de la Suburban al mismo tiempo. Wade se acomodó los audífonos, y Christine, que reprobó aquella acción de su hermano menor con un «ush», se entretuvo mirando a todos aquellos adolescentes que pasaban. Por su parte, Emily no pudo rehuir de recordar su aparatoso primer día de clases en la San Fernando Valley, cuando Sawyer se había tomado el tiempo de presentarla con su grupo de compañeros de ese entonces, quienes no perdieron la oportunidad en decirle de quién era hermanita.

Aquel día ella se había sentido tan pequeña que no quería saber más sobre presentaciones y agachó la cabeza cuando fue necesario hacerlo. Tiempo después, y sobre todo cuando su hermano había perdido la relevancia que tenía y ella había aprendido a sobrellevar esa parte y el lado extrovertido del que todos estaban hartos por fin salió, todo fue diferente.

—¿Sí cumplió las expectativas de las fotos? —Emily rompió el silencio. Sus hijos sonrieron, pero no de la manera en la que ella esperaba y eso ciertamente la desanimó—. Oh, no me digan que les pareció mala. Sus tíos y yo estudiamos aquí y pasamos los mejores momentos de nuestra adolescencia. Y no será tan difícil, porque sigue igual, ¿cierto?

Christine y Wade coincidieron en una mirada de confusión y después en una de gracia. Ambos, al mismo tiempo, soltaron una risa.

—Eh, lo sabemos, sí, y no creemos que sea igual. Pero no dijimos nada malo sobre eso, aún, mamá —Wade fue el primero que respondió, y Christine le dio la razón a su hermano, aún riéndose—. Sólo estábamos viendo eso —su mirada fue a parar en una escena que una pareja de adolescentes estaba protagonizando; ella cantaba y él la veía como si fuese la escena más importante e impresionante de toda la vida—. Raro.

Emily se pinchó el puente de la nariz al ser consciente de su poca atención.

—Ah, yo... Lo pensé por un momento. Perdón.

Los dos aceptaron su disculpa, mas no respondieron nada. Si su mamá podía ser despistada, a ellos les daba completamente lo mismo. Estaban acostumbrándose a esa actitud supuestamente divertida de su mamá.

Cuando hubo otro silencio, los tres caminaron en dirección a la entrada. Intentando no golpearse con los hombros de todos los chicos que pasaban, se dividieron en diferentes direcciones pero con el mismo objetivo: llegar a la dirección que estaba aún adornada con los arreglos por el primer día de clases.

Sin embargo, la atención —y distracción— de Emily ganó y se detuvo al ver su viejo salón de clases. Había nuevas sillas, nuevas mesas. Había nuevos espacios para las anotaciones; nuevos marcos para las ventanas que solían dejar a la vista a todo aquel que atravesaba por ahí, con una nueva coordinación que, asumió, era para no caer en olvidos o pretextos. Todo era bastante innovador y bonito.

Emily, entonces, se dio cuenta del cambio que había en la escuela y entendió que era cierto lo que sus hijos habían dicho sobre que no era igual a cuando ella estudiaba. Para nada igual. Porque ella había mejorado en muchos aspectos de la vida estudiantil, como matemáticas, por ejemplo. Casi.

—Emily, la operación de esta estadística está un poco mal. Y la probabilidad ni siquiera se acerca a lo que el problema está buscando reflejar. Vuelve a intentarlo.

Emily dejó caer sus hombros, hastiada.

Ahora entendía a Lydia. Tarde o temprano la estadística y las ecuaciones se convertirían en su peor pesadilla y no podría huir de ellas. No hasta que supiera cómo manejar esos números y letras a la perfección como una maestra; y, por el momento, eso parecía ser algo imposible.

Caminó con paso lento hasta su asiento y miró a su compañero de al lado, que estaba igual o peor que ella con los números. Quiso darle ánimos y decirle que podían intentarlo otra vez; mas al volver a ver sus anotaciones y el rostro del profesor se decepcionó y se quedó mirando a la nada.

«¿Por dónde empiezo?», «¿cómo tengo que resolverlo?»; «¿qué se supone que significan esas letras y números para alguien que está vendiendo un mueble cualquiera?». Emily no supo descifrar la respuesta a esas preguntas que se formularon en su cabeza, pero sí supo descifrar a grandes voces lo que pensaba: odiaba los problemas que llevaban números. Odiaba todo aquello que tenía números porque le pesaba no tener la inteligencia para comprenderlos tan rápidamente como sus papás o su hermano que eran perfeccionistas con ello.

Cerró el cuaderno donde había escrito, y suspiró con resignación y apoyó su cabeza sobre la mesa cuando su compañero le preguntó «¿crees que Matthews te dejará salir aun si no terminas eso?». No se movería de ahí hasta que se le ocurriera algo. Sin embargo, los golpes en la puerta del salón la obligaron a levantar la cabeza y mirar hacia la puerta de dónde provenía el ruido.

—Profesor Matthews, si me permite... —el director habló, y el viejo profesor asintió—. Un nuevo alumno va a ingresar a su clase. Se llama Daniel. Daniel, por acá.

Emily, levantó aún más la cabeza.

¿Se trataba de aquel chico nuevo del que todas hablaban? ¿De ese Daniel con el que había bailado? ¿De ese Daniel que no le había soltado la mano después del baile pero que al final lo hizo por vergüenza? ¿De ese Daniel del que había hablado con tanta emoción a Lydia? Esperaba que sí. Por lo que había investigado —una exhaustiva y muy extraña investigación, según su mejor amiga—, era del mismo curso e incluso de la misma edad, por lo tanto, estaba segura que, por lo menos, compartirían una clase. Ella esperaba que fuese literatura, lo cual era prácticamente imposible.

Al ver que sí era el mismo chico que había llamado su atención y con el que había bailado hacia unos días, su cara se tornó de un color rojo y movió con anticipación y brusquedad sus manos. Su compañero le dio un codazo. «Compórtate, Emily, o Matthews te sacará», le dijo. Ella no le hizo caso.

—Bienvenido Daniel —le tendió la mano, esperando que él respondiera y, en efecto, lo hizo.

—Daniel LaRusso, señor. —Se presentó.

Su estilo seguía siendo el mismo como el de la fiesta. Su camisa de cuadros azules y negros y su pantalón de mezclilla se compactaban bien y lo hacían ver notable de entre todos los chicos de la escuela. Se veía bien. «Mejor que bien..., guapo», pensó Emily.

—Bienvenido. Por allá hay un asiento vacío. Detrás de sus compañeros Emily Richter y Mick Hudson —Señaló el lugar que se encontraba a espaldas de ellos.

El rostro de Daniel se contrajo en sorpresa. «La chica del baile; Emily», murmuró. No obstante, no levantó la mano —se sentía demasiado avergonzado para hacer algo así—, sólo sonrió y fue hasta donde el maestro le había dicho.

Se acomodó en su silla, esperó a que pasarán más de dos minutos y los saludó.

—Hola. ¿Qué están haciendo?

Emily y Mick se dieron la vuelta para mirarlo. Ella se quedó callada; aún pensaba en ese día como también en cómo podía hablar sin soltar el vómito verbal de siempre y no verse ridícula. Mick, en cambio, no perdió la intención ni el momento de contarle su problema.

—Matemáticas, amigo. Las peores que te puedas encontrar en este curso —respondió. Aunque sus palabras podían causar risa por cómo las decía, su rostro indicaba todo menos gracia o chiste. Estaba irritado—. ¿Verdad, Emily?

Emily salió de su ensimismamiento.

—Sí, sí —asintió sin dejar de mover la cabeza—. Estadística para ser más claros. Las peores de este año... o hablando de matemáticas, en general.

Daniel se rió.

—Oh, no son tan difíciles —Emily y su compañero no le dieron la razón del todo y negaron—. No, en serio. Miren, no soy la perfección en esto. He tenido mis errores. Pero sí que se puede hacer esto un poco más sencillo.

—¿Cómo? —preguntó Mick.

Daniel recargó su mochila sobre él; la abrió y sacó una hoja de sus cuadernos y un lapicero de dentro. Acto seguido, recargó la hoja sobre la mesa para mostrarles y comenzó a realizar varios ejemplos sobre estadística.

Emily lo miró, atenta. Prestó atención a los números y a la explicación, pero también a los pequeños detalles de él. En la fiesta no lo había podido hacer por el ambiente y por aquellos chicos que habían aparecido con esa apuesta que se había convertido en una de las mejores partes del día —cantar con su mejor amiga y su mamá segunda eran la primera—, y de la noche y de los días que le siguieron hasta ese momento. Ahora se añadía otro día favorito a la lista y no logró evitar dibujar su felicidad por ello. Lo tenía frente a ella, con una sonrisa que la dejó mucho más encantada y emocionada.

Y él sonreía al estar consciente de que ella también lo hacía por esa curiosidad que desconocía pero que lo animaba a descubrir a qué se debía.

Y parecía que ninguno de los dos quería perderse de esas miradas por siempre. Porque se quedaron así durante todo el rato hasta el momento en que Mick movió las manos y les dijo que el problema estaba resuelto y que la estadística estaba bien, y que Emily dejara de ser tan distraída o la enviarían a dirección por un reporte. Afortunadamente, y pese a eso, el maestro Matthews los colocó de pareja y desde ahí jamás se separaron.


Hola. Feliz día de actualización de Sweeter Than Fiction. Y también ¡feliz cumpleaños a mi preciosa hermosa abogada Lydia Kirkpatrick! La mejor amiga de Emily y protagonista de Open Your Heart (maravillosa historia de Johnny Lawrence que pueden encontrar en el perfil de Share [abraka-zabka] o en mi principal lista de lectura de mi perfil) y de esta hermosa duología, To This Day 💗💓💖💞💕💝

Ahora. Yo sé, yo sé que Daniel no ha aparecido mucho, pero lo hará pronto. Estos capítulos son para introducir los pequeños dilemas de esta pequeña familia y advertir sobre lo qué vendrá después que será PELIGRO *giggles nervously*.

¡No olviden votar (⭐️) y comentar (🗣) qué les está pareciendo la historia. Recuerden que hay varios edits de esta historia y duología en TikTok, bajo los usarios (@/retrokirkhan), (@/astronomiceve) y (@/ToThisDayDuo). ¡Nos leemos pronto! Gracias.

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