1: Once upon a time... in The Valley
¡Reproducir audio cuando vean las letras en cursiva! (Idea de la música inspirada en a-andromeda)
Un par de meses atrás, Emily no se habría imaginado o siquiera puesto a considerar la posibilidad de desplazarse de un lugar a otro con tan poco tiempo. Irónicamente, su trabajo consistía en esa situación: convencer de manera natural a otras personas de cambiar de un sitio a otro si las alternativas cabían dentro de la palma de su mano. Pero aquello no siempre daba resultados óptimos, porque las personas casi nunca facilitaban la venta.
La adquisición de las viviendas era, más o menos, un desbarajuste, sobre todo si al final los compradores decidían que no era su lugar soñado o, a mitad de la decisión, comenzaban una lucha entre ellos. O simplemente no llegaban a la reunión y no volvían aparecer en las notificaciones de su móvil —una situación que, por supuesto, la dejaba afligida por unos días—. Había tantos escenarios que Emily conocía, que ya nada le sorprendía...
Hasta hoy.
Hasta que cruzó el barrio de Reseda y observó ese lugar.
Emily tuvo que haberlo imaginado o guardado en alguna parte de su conciencia moral sin miedo. Sin embargo, no lo había hecho. Su mente pasó por alto el sinfín de situaciones posibles por causas que ella misma no se atrevía a digerir aún, pese a la dulce negación que tenía como única respuesta. Increíble.
En absoluto visualizó con exaltación el espacio. En su lugar, lo hizo con extrañeza, como si aquel sitio le causara escalofríos por algún temor desconocido. A decir verdad, sí le causaba escalofríos, mas no por las razones que creyó al principio. Usurparon su mente como un cazador por lo anticuado y olvidado que resultaba si lo observaban desde cualquier punto de vista.
La casa había perdido su encanto; el tinte desteñido de las paredes principales y el jardín árido, con todas las decoraciones y los retocados de los tableros que estaban al frente en un estado arruinado. ¿Por dentro estaría peor? Ojalá que no. Ojalá siguiera de la misma forma en la que recordaba cómo era en sus años más esplendorosos, cuando ella moraba por esas habitaciones traslúcidas y soñaba despierta, creando finales improbables o ilusiones que ahora no.
A pesar de que su deseo parecía ser imposible, le pareció posible. En escala mínima, del uno al diez, era seguramente un tres. No obstante, cuando recibió un correo electrónico de la aseguradora de San Fernando confirmando el aún existente acuerdo mutuo que sus padres habían firmado —con el fin de conservar el lote, había oído alguna vez—, la expectativa se prolongó por unas cuantas décimas más. Una ganancia, desde luego, cuando todo se creía perdido.
Intentó rememorar si había más; si la cláusula contaría con alguna que otra prórroga o detalle, empero la persona que había hablado con ella le formuló, por encima del mismo mensaje, una reunión para explicarle la situación. No se negó.
Si sus padres estuvieran ahí se hallarían ansiosos, a punto de hacer una obra dramática, y ella no podía permitir un esfuerzo tan mayoritario. Ellos ya no estaban en esas condiciones. El tiempo había hecho muchos cambios y estragos.
Se reclinó contra el asiento y suspiró profundamente. La pesadez en sus ojos persistió. Seguía fatigada por el viaje. Esperó a que el cronometrado de su celular terminara antes del minuto que había establecido y descendió del automóvil.
Volvió a revisar el celular en busca del reloj. Si no se equivocaba, ya era momento; se encontraría con la persona que había hablado con ella. Clavó la vista a su alrededor. No había nadie salvo un automóvil aparcado al otro lado de la calle. No logró entrever si había alguien ahí dentro, y tampoco quería alejarse tanto, porque ahora desconocía el alrededor. No obstante, no apartó la mirada.
Por mucho que intentara ignorar el hecho que ella misma había afirmado mentalmente, le resultó imposible, ya que definitivamente había alguien ahí, observándola.
Una persona que, indudablemente, ella creía reconocer del pasado.
La figura —sin realizar mucho esfuerzo— se alzó por encima de la cubierta del automóvil que ocultaba su cuerpo y meneó la mano a forma de saludo en un ademán suave y rígido a la vez.
Emily entornó la vista. Intentó mirar más allá de lo que sus ojos le permitían. Mas cuando el ruido de la puerta principal de la casa resonó en eco a través de la vereda, la figura se perdió entre los finos espacios de las viviendas separadas por las vallas de madera.
Consideró la posibilidad de ir detrás de él, pero se abstuvo al darse cuenta de que ya no se encontraba sola.
Una mujer salió del hogar.
Cargaba con una sonrisa juvenil, soñadora, íntegra, y asimismo, con una indumentaria elegante y un gafete sofisticado que confirmó lo evidente: REALTOR.
Caminó a grandes zancadas hacia ella. Y sin esperar más de un segundo, la mujer le estrechó la mano.
—¿Emily Richter? —preguntó. Emily asintió—. Soy Marianne Easton. Hace unas semanas te contacté por medio de correo electrónico.
—Oh, sí, lo recuerdo. Southland Regional, ¿no? —Marianne asintió sin perder la dulce expresión. Acto seguido soltó la mano débilmente—. Lo esperaba. Mis padres habían contactado con ustedes anteriormente. ¡Me sorprendió el cambio de nombre!
—A todos, de hecho —admitió—. Pero hay que hacer ciertas modificaciones para seguir adelante.
Por supuesto. «Seguir adelante», pensó. Todos tenían que seguir adelante. Incluso ella lo había hecho. Claro, no de la misma forma, pero sí para lograr subsistir dentro de un lugar al que no pertenecía, y que, de algún modo, la hizo sentir que el esfuerzo de su día a día era en vano.
«Ahora eso es pasado», Emily se dijo a sí misma.
—Bien. Antes de todo, me encantaría mencionar que Southland Regional tiene nuevos lineamientos establecidos en cuanto al negocio de las viviendas, por lo cual habrá unos cuantos pormenores. Pero creo que eso ya lo sabes. —Emily movió la cabeza en un gesto de afirmación—. Eres la estrella allá, ¿no? Porque en Inglaterra no dejaban de hablar de ti. Creo que te echarán de menos.
—Sí, supongo —respondió con un poco de bochorno.
Marianne le extendió documentos. Necesitaba firmarlos para hacer posible los últimos detalles.
Pero antes de escribir su firma, las presencias inquietas de Christine y Wade aparecieron ante ella y Marianne.
Los jóvenes —aún soñolientos— vociferaban ofensas entre ellos dos. No hacía falta estar a una distancia considerable para saber que un duelo verbal había empezado hacía menos de unos minutos.
—Mamá —la llamó Christine de forma exasperada—. Tu hijo está cerca de explotar mi poca paciencia.
—¿Qué? Pero si tú eres la que está a punto de acabar con la mía, Christine. —Señaló Wade, sin dejar de fruncir el ceño.
Emily los miró y cruzó los brazos.
No era pan comido lidiar con estas peleas. Christine y Wade eran como aquellos adolescentes mellizos que habían sido sus compañeros cuando asistían a la preparatoria y universidad. Solían causar desastres a su alrededor sin más, y su profesor, con poca paciencia, los echaba del salón. Sin embargo, esta vez no había ningún maestro que pudiera interferir; puesto que ella era quien debía interceder por sus hijos.
Ahora más que nada requería de paciencia y carácter sin exceder de tono.
—¿Por qué fue que empezó todo? —preguntó modulando la voz, evitando a toda costa que la guerra se extendiera en un lago de gritos.
Wade ladeó la cabeza en dirección a Christine, quien ignoró sin esfuerzo la indirecta de su hermano menor.
—¿Chris? —La adolescente se mantuvo en su lugar. Emily tuvo que ir un poco más cerca de ella—. Chris —la llamó por segunda vez. La chica seguía haciendo oídos sordos—. Chris, por favor.
La aludida, revoleando los ojos a su hermano, levantó las manos en rendición.
—Está bien. Sí, fue mi culpa —reconoció Christine—. Pero, mamá, ni siquiera lo molesté a propósito. Solo quería escuchar un poco de música y él estaba ahí y por error terminé dándole un pisotón.
Wade le aplaudió enérgicamente y masculló un «gracias» en tono sardónico. Christine ni siquiera lo miró o hizo algún gesto impertinente. Y sin esperar a las palabras de su mamá, ambos se fueron en dirección al automóvil. El sonido del portazo se escuchó en eco.
Marianne, atenta a la conversación entre una madre y sus hijos, sonrió tiernamente. Emily, por otro lado, se disculpó por el incidente, mas la mujer de cabello rubio le respondió:
—Así son todos los adolescentes, ¿no?
Emily liberó un suspiro.
Sí, así eran todos los adolescentes.
En el pasillo angosto de la preparatoria de El Valle, la nueva sensación de los ganadores parecía no tener fin. Ahora que había un nuevo personaje que levantaba el trofeo sin tener que recurrir a los métodos toscos para conseguir popularidad, todos le llamaban por su nombre y no por el apodo influido por el grupo contrario.
Sus compañeros de clase le habían propuesto una fiesta pomposa en la zona más opulenta de San Fernando con el sencillo fin de poner a prueba su aparente amabilidad, porque ya habían conocido a chicos con un patrón igual —ganadores como Johnny Lawrence o Brandon Whitemore, suponían, que jamás cambiarían—. No obstante, pronto descubrieron que Daniel sí era así, cuando amablemente negó. Ellos no se molestaron en insistir y siguieron su camino.
Él se encogió de hombros delante de la inexplicable escena y siguió en busca de Emily.
Desde otro ángulo, la chica, tarareando una famosa melodía que era la sensación en la radio, se unió a la celebración que encontró y se preguntó si era él a quien sostenían y levantaban con euforia. La respuesta no se hizo esperar y resultó en vano, puesto que, al cabo de unos segundos, un rostro desconocido apareció.
Emily hizo una cara larga y posteriormente se rió de la absurda escena.
—No es exactamente la persona que estaba buscando. Y no sería lo que a Daniel le gustaría —murmuró para sí de manera burlona al ver que el joven le sonreía.
Segundos después dejó el bullicio y siguió en la misma línea recta que la llevaría a donde exactamente esperaría.
No sin antes terminar la canción, dio unas cuantas piruetas por las bancas de metal para vocalizar a todo pulmón el estribillo final. El «I will» desentonado ahora quedaría grabado en la consciencia de quienes la escucharon cantar por un largo rato.
Cuando se dispuso a seguir con la próxima canción, se percató de las miradas curiosas de los demás. Presa de la vergüenza, se dio la vuelta para evitar el bochorno que acrecentó en sus mejillas. Pero, al hacerlo, se encontró con quien más quería.
Sin aguardar a su reacción, lo abrazó con fuerza. Él respondió de la misma forma.
Algunos de los presentes ocasionaron silbidos. Otros tantos soltaban risitas burlonas. Era un hecho de gracia ver a las parejas, sobre todo en el horario de clases y con muchos alumnos a la expectativa de hacer bromas de todo tipo. Pero con todo y ese ridículo detalle, ahí estaban, felices de haberse encontrado en el mejor momento.
—Pensé que no vendrías a la escuela —dijo ella cuando finalmente se soltaron.
—¿Por el resultado del torneo? —Emily asintió levemente—. No habría un porqué. Además, Miyagi no quería que faltara a clases. Ya sabes cómo es él.
Emily chasqueó la lengua.
—Miyagi es el mejor.
—Así es. Aunque le hubiera dicho «por favor», él preferiría que estuviera aquí.
Emily le dio la razón. No se podía contrariar las ideas de Miyagi. Él prefería la osadía por todas las cosas, porque eso animaba el alma.
Cuando la pareja se dispuso a seguir adelante, se encontraron con Johnny Lawrence, quien se dirigía en su dirección. Detrás de él, como siempre, el grupo de las Cobras como Brandon Whitemore, Bobby y Dutch lo seguían como perros fieles a su dueño._
—LaRusso —gritó Lawrence—. ¿Cómo te está yendo con el premio, eh?
Daniel se abstuvo de responder. Esperó a que el joven se calmara, pero no fue así. Las demás Cobras se miraban entre sí y parecían menos agradables al ser conscientes de que el líder tenía un humor de perros.
Emily miró a Johnny Lawrence, luego observó a Bobby y a Dutch para finalizar con Brandon, quien tomó el lugar cercano a la derecha de Johnny y le susurró algo que alteró el semblante del rubio. Sus ojos ahora mostraban una expresión aun más irascible, pero lo escondía soberbiamente tras una risa sardónica.
—¿La fiesta de San Fernando? No es para ti.
—Ah, ¿solo porque tú lo dices? —dijo Daniel.
Las Cobras emitieron un ruido. El «uy» fue un impacto molesto, tenso entre el ambiente. Emily los asesinó con la mirada, porque sabía que eso no iba a traer nada bueno. Alguien en el fondo soltó un «¿vas a dejar que te responda así, Lawrence?».
—A ver, te lo dejaré en claro. —Se acercó hasta donde Daniel y emuló acomodar su chamarra. Emily le apretó la mano al joven—: No te atrevas a ir a esa fiesta o yo mismo te sacaré a patadas de ahí como lo hice hace unos meses, ¿recuerdas?
Oh, aquel incidente había sido terrible. Si no hubiese sido por Miyagi, Daniel habría terminado en una terrible situación que pudo haberse encaminado a la sección de traumatología.
Aun así, con todo ese mal recuerdo, Daniel LaRusso no dejó que Johnny Lawrence infundiera miedo en él y se quedó de pie.
Emily, consciente de que su novio no abandonaría la posición, se situó en medio de los dos.
—Daniel —lo llamó Emily en voz baja—. No vale la pena.
—Sí, vamos, LaRusso. Hazle caso a Emily —escupió el rubio.
Emily no pudo evitar sentir rabia, pues la había estado acumulando contra el campeón de 1983 desde hace unos meses, y no solo por los choques que había sostenido con Daniel.
Cuando escuchó los murmullos de aquel grupo, apretó el puño izquierdo en busca de darle lo que se merecía, mas la profesora Patricia Moore apareció.
—Lawrence, a mi oficina. Los demás vuelvan a clases, que esto no es ningún circo.
Tan pronto como había dicho eso, el resto desapareció en un pispás. La profesora Moore le indicó el camino al rubio, quien a rastras se fue de ahí, y los restantes señalando amablemente las aulas.
Daniel y Emily caminaron hacia el otro lado para evitar más peleas.
—¿Estás bien? Juraría que por un momento estarían a punto de romper la paz si le soltabas un golpe al creído ese.
—Casi —aseveró con una risa—. ¿Tú estás bien? No me gustó la forma en la que se refirió a ti, con ese tonito condescendiente. ¿Pasó algo?
—Sí y no. Al menos no conmigo. Ya te lo contaré después —aseguró—. Por cierto, sé que esto no debió suceder, y que Miyagi va a molestarse y yo también debería de hacerlo, porque no me gustan para nada las discusiones, pero qué bueno que no te dejaste intimidar por aquel grupo. Eso fue lo mejor, ¿sabes?
Daniel, conmovido por la emoción, le dio un beso corto en los labios.
Y Emily deseó que esto fuera para siempre.
Ojalá las cosas se hubieran quedado así.
Ojalá Emily hubiera permanecido donde debía estar.
¡Nota de autor!
Holiiiii, finalmente hay cap de STF 🥳
Una disculpa si me demoré mucho en escribirlo, pero la inspiración me abandona y no sé cómo seguir sin que esté cada 2-3 pensando en borrar todo lol
Bueno, ¿qué opinamos del primer capítulo? En este cap hay muchas menciones a varios personajes que aparecerán más adelante (los hijos de Emily, por ejemplo), o en otra fanfic del universo de Cobra Kai (spoiler: se viene fanfic de Hawk) jejejeje
Por cierto, no se olviden de votar y comentar, por favor, que eso sigue siendo mi boost de energía. Se les quiere y se les agrade mucho por seguir aquí 🤍
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