12
Se quedó sentado en la cama del mayor viendo como los hábiles dedos de su hermano se movían con el pincel cubierto de pintura por aquella superficie que no tenía nada de blanco, los ojitos azules seguían cada uno de sus movimientos sonriendo cada que adivinaba el siguiente movimiento, adoraba ver como el talento excepcional de Camus hacia que todas sus pinturas se vieran tan reales. Movía su pequeña cabeza con la intención de ver aquella obra, nunca lo lograba, era demasiado pequeño, suspiró pesado y el pelirrojo lo notó.
— ¿sucede algo? — pregunto sin apartar la vista de la pintura.
— No me dejas ver, eres muy alto — respondió haciendo un puchero que el mayor ni notó.
— Cuando la termine podrás verla — le dijo haciendo unos cuantos detalles más
— ¿Cuánto falta? — el mayor rodó los ojos.
No le respondió, solamente hizo lo que faltaba, los hermosos destellos en aquellos ojos de un azul precioso y el detalle rosa pastel de aquellos labios que le habían dislocado la razón y habían puesto su mundo de cabeza añadiendo una dosis de nerviosismo y cosquilleo en su vientre que no le dejaban pensar con claridad, sonrío para sus adentros y una vez puesto el nombre de aquel que ha plasmado de nuevo, se hizo un lado para que el chiquillo pudiese verlo.
Los ojitos le brillaron cuando vio a ese muchacho una vez más, quizá él era la razón de la sonrisa de su hermano, se bajó de la cama casi corriendo hasta ponerse a lado del pelirrojo, moviendo la cabecita castaña de un lado hacia el otro como analizando la mirada de aquel rubio, como queriendo decir algo pero sin decir nada cuando se percató de su piel canela y de aquellos labios curveados de manera inocente pero con un deje de travesura, Krest sonrió.
— ¿Quién es y porque lo dibujas tanto? — preguntó inocente y dirigiendo su mirada a un sonrojado Camus.
—Se llama Milo — respondió tratando de no ser comido por todos esos nervios — y lo dibujo porque... porque... — estaba al borde del colapso, ¿Cómo le dices a un niño de 10 años que dibujas a alguien porque te trae loco?
Escuchó la risita de Krest y el pequeño le hizo una seña, ya sabía qué hacer, agacharse a su altura y esperar la vocecita susurrante del castaño en su oído, espero un poco mientras el chiquillo se acercaba a paso lento, como si fuese a fusilar a alguien, aunque en este momento al único que quería fusilar era al metiche que estaba ahí afuera, seguro esperando a que salieran.
— ¿es tu novio? — le susurro en el oído y Camus se sonrojó hasta las orejas, tomó a Krest de los hombros y le miró, como queriendo darle una respuesta pero no sabiendo como simplemente parpadeo un par de veces.
Iba a abrir la boca, sin embargo, ello no fue posible, su teléfono, ese que descansaba encima de la cama, comenzó a sonar, el pequeño se lanzó a ella para tomarlo y leer en la pantalla el nombre de aquel que solo ha visto en las pinturas, el teléfono ha llegado a las manos del pelirrojo y el botón verde ha sido presionado, el auricular está en su lugar.
"Camus, ¿Qué tal?" escucha la voz del rubio y sonríe. "¿tienes algo que hacer el sábado?"
—Milo, no, estoy libre — dijo olvidándose por completo que quizá Surt pasaría más de una semana en su casa.
"entonces, ¿puedo verte ese día?" preguntó, "espera, no respondas" se adelantó antes de que el francés le dijera algo, "Te invito a cenar a casa, ¿qué dices?"
—Sí, acepto la invitación. — respondió y luego de un par de palabras más, la llamada acabó.
Intentaba calmarse antes de salir de su habitación solo para ir de nuevo a la cocina, preparar dos raciones de comida y regresar a encerrarse junto a su hermano por el resto del día y de los días hasta que llegase el sábado, mientras pensaría en que ponerse, aunque no importara, aunque los nervios se apoderaran de él como si fuese el preso de alguna cárcel.
~●~
No sabía cuantos días habían pasado desde que Seraphina entraba a su habitación como si fuera su casa pero siempre la evadía, evadía conversar con ella, responder sus preguntas, incluso verla, esos escasos minutos le parecían eternidades y cuando la veía atravesar la puerta para irse, le sabía a gloria. Ese día, particularmente, estaba tumbado en la cama con la cabeza colgando de ella y viendo como la puerta blanca estaba inmóvil o bueno, lo estaba hasta que se abrió, Lacroix ni se inmutó y cuando comprobó que, quien había entrado era Hilda, se levantó de su posición como un rayo.
— ¡Hilda! — Ni siquiera le dio tiempo a la mujer de decirle algo, la abrazó como si hubieran pasado décadas — ¿Dónde estabas?
—Lo siento, Camus — correspondió a aquel gesto con la misma fuerza de aquel joven. — tuve que resolver un par de asuntos.
El pelirrojo sintió un tremendo alivio cuando escucho a Hilda decir que no lo abandonaría por mucho tiempo otra vez, y luego, como si fuese un encuentro de amigos, ambos se sentaron alrededor de la pequeña mesa de la habitación a tomar un par de cafés acompañados de un par de rebanadas de pay de manzana que la mujer había pasado de contrabando a su habitación, como de costumbre, despues de todo, todos merecemos un exquisito refrigerio de vez en cuando.
—La odio — habló Lacroix
—ya somos dos, Cam...us — completo su nombre, sabía que no le agradaban los apodos — pero me temo que no puedo hacer algo al respecto.
—No te preocupes, Hilda, igual es divertido verla enojarse porque la ignoro — respondió soltando una risita a la par que el primer sorbo a su café: negro y sin azúcar.
La risa contagió a la mujer, quien terminó riendo fuertemente, se olvidó por un momento de aquellos asuntos por los que había abandonado a su paciente, se olvidó por un momento que quizá, aquella resolución le costaría mucho más de lo que podría imaginar pero en cierto modo eso era lo mejor que podía hacer, se olvidó de Seraphina y su faceta humanitaria, esa que solo ocultaba el terrible ser que habitaba en su alma amarga, oscura y caótica, pero ello no importaba en ese momento, no cuando volvía a sentir que su trabajo servía de algo.
— Camus — lo llamó — estaba pensando en... — se detuvo, soltó un suspiro y desvió la llamada.
— ¿En qué, Hilda? — preguntó.
— En los medicamentos, se supone que los tomas pero...
— Lo sé, nunca me los das, porque no tengo nada, eso dijiste — la mujer asintió — entonces, ¿Qué te preocupa? — preguntó.
— Seraphina, temo que un día de estos te obligue a tomarlos — empalideció — eso temo, Camus, pero algo podré hacer antes de que pase — le sonrió amable.
🦂❄
Krest es tremendo, ya se dio cuenta antes que Camus.
Se va a cenar a la casa de sus suegros...
Hilda desaparece y todo es un caos, lo bueno que ya volvió.
Dan R
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