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Se sentía tan miserable que ni siquiera intentaba levantar la vista, solo pensaba en lo desafortunado que había sido, no era de él la culpa, eso queda claro, sin embargo, se sentía tan culpable como si hubiese asesinado a alguien y es que, en aquella roja mirada no había más que el vacío inerte de un recuerdo cuyo origen es desconocido o quizá, su mente se empeña en hacerle pensar que todo ello es un sueño... un magnifico sueño del que siempre despierta para lamentarse, para toparse con la frialdad de cuatro paredes blancas, para darse cuenta que sigue en el mismo lugar que ayer: solo, olvidado y quizá, al borde de la demencia.
Al parecer, nadie notaba que aquel joven parecía un alma en pena, nadie notaba que sus ojos estaban más opacos que la luna en una noche nublada, que su piel había marchitado como las rosas en el invierno y que, de lo que Camus Lacroix fue alguna vez, solo quedaba una pizca, una que se iba apagando a medida que los días pasaban, la tempestad se ha anidado en su corazón y pasa las horas perdido entre aquello que muchos llamamos recuerdos pero que para él era, es y será la parte que más había disfrutado de su vida, su más grande anhelo se ve en una quietud tortuosa provocada por la monocromática habitación que ahora es su hogar.
Escucha voces afuera pero no son para él, ha pasado así las últimas dos semanas, sin visitas, sin acompañantes porque se las han prohibido hasta nuevo aviso o hasta que deje de repetir su nombre una y otra vez, lo busca sin encontrarlo, lo piensa sin poder tocarle, lo besa sin poder disfrutar del enervante sabor de sus labios, le abraza entre los sueños lucidos de sus interminables noches en vela, le ama como si lo tuviese enfrente y es que se obliga a no amarlo pero contra el corazón... ni los dioses.
En sus pensamientos yace, aun palpable, el día en el que todo comenzó, el día en el que su dulce coincidencia se convirtió en su dulce tragedia, lo recordaba muy bien... bastante bien que su piel se erizaba debajo de la tela que lo cubría, pero muchas veces se negaba a creer que a alguien como él pudiese haber vivido tales cosas y he de decirles que Camus se empeñaba en creerlo y lo creía pero también pensaba en que aquello había sido un espejismo y lastimosamente, también lo creía, porque todas esas cosas que le decían se ensanchaban en su mente y le hacían dudar, incluso, de su propia sombra que tal parece que lo había abandonado y traicionado para largarse de ese horrible lugar para ir a donde yacía extrañándole, un joven con el alma rebelde.
—Camus — escuchó su nombre salir de los labios de aquella enfermera — es hora de dormir, las luces se apagarán en 5 minutos — le sonrió con cariño, el único, por desgracia, que podía sentir en aquel lugar.
—Gracias, Hilda — le miró con los ojos destellantes porque aquella mujer le había mostrado lo que sus padres jamás habían hecho.
Levantó la vista hasta toparse con el techo, soltó un suspiro y se tiró de espaldas en su cama esperando que las luces se apagasen, aunque no durmiese, aunque se pasara la noche recordando aquel día como si fuese ayer...
Francia, dos años atrás...
Aquellos ojos color rubí, de aquel muchacho pasaban una y otra vez en el cuadro que estaba pintando en su habitación, el horizonte detrás de aquel lienzo era su musa, la más magnifica musa que un pintor puede desear, la magnificencia de la madre tierra en perfecta combinación con el astro rey, la sutileza del color que plasma en aquel blanco tapiz, sus oídos son inundados por las notas compuestas por las hábiles manos del maestro del clasicismo, Für Elise se ha convertido en la pieza favorita de aquel joven de cabellos color carmín y en la perfecta antesala de aquella bella obra magna que va apenas naciendo de aquellas finas manos.
Sus delicados y largos dedos se encargan de retirar delicadamente los mechones de rojizo cabello que se cuelan en aquel fino rostro; parecía haber tardado un poco más de dos meces en conseguir el color perfecto para el obelisco profundo entre el cielo y la tierra, pasan minutos, quizá horas y poco a poco las delicadas pinceladas sobre aquel lienzo y la perfecta combinación de colores es nada más y nada menos que una copia fiel de lo que ven sus ojos y termina antes de que el reloj de su habitación marque las 7 de la tarde, sale de su habitación y despues de casa, la mirada de sus padres es irrelevante, solo quiere una cosa y esta solo a una cuadra de su hogar.
Iba tan distraído en sus pensamientos que sin darse cuenta chocó contra otro joven que pasaba igual de distraído que él, ambos terminaron en el suelo con un golpe en la frente, el otro fue el primero en levantarse y como un acto de cortesía le ofreció la mano a aquel pelirrojo que le veía con algo parecido a la furia, sobre todo porque pensaba en la culpa que tuvieron y eso le hacia rabiar más.
—Lo lamento, soy tan distraído — dijo aquel rubio de ojos de un azul precioso cuyo brillo hizo saltar el corazón de Camus.
—También fue culpa mia — tomó la mano que le ofrecía el rubio y se levantó, esa aterciopelada voz le receteo el cerebro por un instante.
— Déjame compensar mi torpeza, ¿Si? — le sonrió y le ofreció de nuevo una mano.
— Será otro día, tengo algo de prisa — en lugar de su mano, tomó su hombro y vio la hora en su reloj.
Solo pudo asentir mientras veía como ese delicado pelirrojo se iba a paso rápido, no supo en que momento quedó prendado de él pero vamos, todos alguna vez hemos sido flechados de esa manera y él no era la excepción, después de todo fue una dulce coincidencia.
— ¡Me llamo Milo Antares! — gritó y siguió su camino.
— ¡Y yo Camus Lacroix! — le gritó de la misma manera.
Ambos se perdieron entre la distancia de aquella calle, cada uno con un pensamiento distinto, ya tendrían tiempo de hablar un poco más y quizá pasar tiempo juntos, ya era justo y necesario que tanto Camus como Milo hicieran nuevos amigos.
🦂❄
Esta cosita comienza, no se ilusionen tanto, saben que de un momento a otro esto puede cambiar, ya me conocen...
Dan R
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