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Nuestra noche estrellada

Pasó más de un año.

Más de un año de soledad, de ruegos a las estrellas, de tocarse el pecho con el dolor de los recuerdos y la ausencia.

Lisa era como una ermitaña, sólo salía de su casa para ir al techo y ver el cielo nocturno.

Pocas veces habían logrado que saliera de ese lugar y de su rutina.

La búsqueda de Jennie estaba congelada desde hace meses, porque no tenían ni una pista de su paradero.

Aunque era lógico, Jennie no estaba en la Tierra, estaba muy lejos en un lugar incansable.

A unos siete millones, doscientos mil kilómetros, aproximadamente, según los cálculos de la pelinegra.

Relativamente cerca para los astrónomos, infinitamente lejos para los demás.

Esa noche habría una lluvia de estrellas, y Lisa esperaba un extraño milagro, lo anhelaba.

Miró por la mirilla del telescopio a aquella estrella que había descubierto hacía más de un año, sonrió.

—Hola, amor. —murmuró.

La miró unos cuantos minutos, hasta que la primera estela de la primera estrella fugaz la distrajo.

Se apartó del telescopio, mirando al cielo, viendo las estrellas comenzar a caer, primero unas pocas, al cabo de media hora ya eran varias, seguidas, a donde sea que miraras había una.

En lo más profundo de su corazón, pedía ese deseo de todos los días a todas esas estrellas.

"Deseo que Jennie Kim regresé a mis brazos".

—¿La estarás viendo también? —preguntó, miró el telescopio un segundo antes de acercarse de nuevo, colocar la vista en la mirilla, su corazón desbocó—... Ya no estás.

Intentó acomodando el telescopio, quizás se había corrido con el movimiento de la Tierra o del mismo universo... Eso quería creer.

—No, no, no... No... —se lamentaba, en verdad, su estrella favorita ya no estaba.

Su respiración se cortó, las lágrimas subieron rápidamente a sus ojos.

La había perdido.

La estrella ya no estaba, Jennie se había ido.

El vacío del universo se pasó a su pecho.

Ya no tenía nada.

Su estrella se había apagado, su mundo también.

Pero le dolió más saber cuándo había pasado.

Recordaba que había aparecido el día después de la desaparición, creía que aquella estaba a "un día luz de distancia".

Jennie podría haberse ido hacía veinticuatro horas y ella no lo supo hasta ese preciso momento.

Todas sus palabras y lágrimas habían sido para su alma, no para ella.

Sus rodillas se aflojaron, cayó y sólo pudo llorar, gritó con todas sus fuerzas, mientras en su interior todo se rompía cual explosión del Big Bang.

El nombre de su amada comenzó a repetirse una y otra vez en sus labios, llena de pena.

Una brillante luz llegó a sus ojos, tan brillante que la había notado incluso con sus párpados cerrados, sintió la tierra temblar y alzó el rostro con confusión, mirando a todos lados.

Entre todo el vacío de su interior, sintió un pequeño destello.

Casi saltó desde el techo, deslizándose por la escalera como si fuera uno de esos tubos en la estación de bomberos, sus pies tocaron el suelo en segundos.

Escuchó una risa. Que conocía.

—¡Jennie! —gritó.

🌟

La castaña notaba el brillo, lo notaba incluso en la distancia que se encontraba de la casa.

Quería correr hacia ella, pero la gravedad de la tierra no la dejaba sostenerse sobre sus piernas, recién había llegado, no podría caminar, al menos no durante unas horas hasta acostumbrarse.

Había pasado mucho tiempo fuera de la atmósfera, claro que no iba a ser tan fácil.

Y tampoco quería caer y lastimar a su hijo, en brazos.

Entre sus brazos, cubría a su pequeño, que estaba nervioso pero se mantenía tranquilo, porque estaba con ella.

Los de su raza les habían dado unas ropas similares a las de lo humanos, blancas, se sentía como una recién nacida de nuevo.

—¡Lisa! —gritó de regreso, y rió.

Reía porque estaba feliz, porque estaba de regreso, porque en su querido planeta Tierra y con sus queridas personas humanas.

Al ver a su amada correr hacia ella lágrimas se juntaron en sus ojos, pero sonreía, sonreía ampliamente, y las estrellas de sus ojos bailaban con alegría y emoción.

Lisa la abrazó con fuerza, ella lloraba desesperadamente, y Jennie no entendía porqué.

—Te había perdido —murmuró la mayor—... Te había perdido y ya no brillabas.

—Lili...

—Pero estás aquí... —continuó la pelinegra, se apartó para mirar sus ojos, esas estrellas en ellos la recibieron con su brillo—. Estás aquí y te amo, y nunca dejé de hacerlo.

Lisa tomó su rostro para besarla con desesperación, aunque su llanto la obligaba a parar a veces.

Sus lágrimas se mezclaron, sus labios se unieron, se besaron hasta que la mayor pudo sonreír.

—Lili... El niño.

—¿El niño? —repitió, soltando el abrazo bruscamente, notando por primera vez el bulto de sábanas blancas que la castaña apretaba contra su pecho.

Jennie sonrió, desenvolviendo al pequeño, de cabello negro, redondas mejillas, la piel del pequeño era lechosa, sus ojos eran hermosos.

—Tiene tus ojos —murmuró Lisa, una sonrisa se plantó en su rostro y lágrimas caían de sus mejillas.

Estrellas bailaron en los ojitos del pequeño, una risa infantil surgió del bebé.

Lisa extendió sus brazos hacia él, tomando al niño entre sus brazos, el pequeño jugó con sus dedos, apretándolos con su pequeña manito.

—Nuestro niño —murmuró Jennie.

Lisa pasó su vista de su amada a su hijo, sonreía y hasta llegó a reír de felicidad.

—Creí que se lo quedarían —dijo la pelinegra—. Yo... No sabía que te iba a conocer, precioso. —miró al bebé.

—Él se quedará en la Tierra, para hacer lo mismo que yo... Quieren seguir con la raza en la Tierra, los nacidos son muy sanos, y ya hay varios... No estará sólo —se acomodó junto a Lisa, miró al bebé, reposando su cabeza en el hombro de la mayor—. Nació hace noventa y siete días... No sabía en qué fecha estábamos, conté los giros de la tierra desde arriba.

—¿Cómo se llama?

Jennie negó.

—No le puse ningún nombre... Quería decidirlo contigo —sonrió levemente.

Lisa hizo una pausa, mirando al pequeño, lo movió un poco entre sus brazos y el niño rió, haciendo que ambas sonrieran en grande.

—Byeol —propuso Lisa, miró a Jennie, a los universos en sus ojos.

—¿Estrella? —preguntó Jennie, la otra asintió, con una sonrisa segura.

—Elije tú la otra parte, Nini.

La castaña quedó en blanco, no se le ocurría nada.

—¿Algo con... Noche? ¿Bam? Quizás... —dijo, bajo—. O elige tu, o no sé, algo como más clásico, como "Joon", "Hyung" o....

—Me gusta, Nini —dijo, dejó un beso en la mejilla de Jennie, haciendo que esta callara, sus ojos brillaron y su sonrisa también—. Byeol-Bam, es original... Y suena casi como "Noche estrellada".

—Tus favoritas —comentó la castaña.

—Mis noches favoritas son en las que estoy contigo —dijo, haciendo que la menor se ruborizara—. Ahora tengo dos estrellas —añadió por lo bajo, para sí misma.

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