Junier jugueteaba con la daga yaciente en la palma de su mano, la hacía girar de un lado a otro a la vez observaba como las gruesas gotas de sangre caían por lo largo de la espalda de quien había tomado como presa. 

Se encontraban en las profundidades del averno, en el interior de un gran salón que era utilizado para castigar a todos aquellos que merecían castigo alguno. Junier caminaba alrededor del ser que había perjudicado en gran manera a su amiga humana, mientras que el hombre se encontraba siendo sujetado por ambos brazos; sin obtener oportunidad alguna para escapar de dicho lugar.

La gran cantidad de velas colocadas alrededor del altar permitían que ambos pudieran apreciar lo que pasaba, resultando satisfactorio para Junier y desgarrador para el hombre. 

Entonces Junier hizo presencia detrás del varón por enésima vez en la noche, aseguró el agarre de su mano en el mango de la daga y grabó un águila en la espalda del hombre, introduciendo el arma en la cavidad del pecho hasta llegar a la columna, a la vez que procuraba hacer contacto nulo con los órganos internos de su víctima para que estos no fueran perforados por el filo de la daga. 

— Por favor... — Suplicó el hombre con su último aliento. — No me hagas más daño... — Junier se encontraba a punto de hacer su siguiente corte, sin embargo, detuvo su acción al escuchar al varón susurrar algo en su dirección. — «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.» Mateo 6:12

Junier bufó incrédulo ante los angustiantes susurros del varón, ¿realmente estaba intentado librarse de su muerte al recitar una oración dedicada al Dios al que le faltó el respeto?

— ¿Acaso tú te detuviste cuando ella te lo pidió? — Preguntó. — Utilizas las palabras de un Dios que predica el amor como método de defensa propia, incluso cuando cometiste actos inhumanos tan solo unas horas atrás... — Junier resopló con rabia. — Sin lugar a duda, eres una asquerosidad.

— He aceptado que mi destino es morir en este momento; así que confesaré que no me arrepiento de ninguno de mis actos.

El cuerpo del demonio empezó a arder de la furia y podía jurar que su sangre hervía desde su interior. Sin embargo, decidió mantener la postura, recordando que su objetivo era mantenerlo con vida hasta que el débil cuerpo del humano no resistiera más. 

Ese fue el momento en el que Jungkook le cedió el control absoluto a su demonio y dejó que Junier se encargara del corte final. 

Sin dejar pasar más el tiempo, introdujo la daga por última vez y cortó cada una de las costillas del hombre, extrayendo sus pulmones a través del corte. Para Junier, los gritos de agonía sonaban cual melodía reconfortante que abrazaba sus oídos.

Una vez siendo el corte finalizado, el demonio extendió los restos de las costillas de su presa a lo ancho de su espalda, consiguiendo, así como resultado, que estás se asemejaran a las alas de un águila; un águila de sangre que agonizaba sobre el altar destinado para su lecho de muerte.

— Te otorgo estas alas para que las lleves contigo. — Anunció Junier. — No te serán útiles para volar, pese a ello, al lugar donde sea que vaya tu alma, todos serán conocedores del pecado que te llevó a la muerte.

Finalmente, luego de un sinfín de horas siendo torturado, Junier permitió que la vitalidad del hombre se acabase en su totalidad.

«Porque la paga del pecado es muerte...» Romanos 6:23 

Junier se negó a completar el versículo, ese adefesio no merecía la vida eterna.