Seis; Abuso.
Era consciente de que nuevamente recibiría un castigo si dejaba sus deberes de lado para ir a visitar a su pequeña amiga, sin embargo, una molestia punzante ardía en su pecho, otorgándole el presentimiento de que algo andaba mal en el suelo terrestre que tanto solía detestar.
El sabor de la amargura se concentraba fuertemente en sus papilas gustativas. En cuestión de segundos, se encontró por primera vez en el día en la habitación de Suk. Sus ojos ardieron de la furia al observar tal aberración.
La habitación se encontraría completamente a oscuras de no ser por la pequeña luz que se filtraba por la rajadura de la puerta, en completo silencio de no ser por los quejidos de dolor que emitía la niña. La cama se movía con inquietud a la vez que el delicado cuerpo de la pequeña se encontraba siendo aprisionado bajo el cuerpo de su padrastro, quien se restregaba sin descaro alguno contra las partes íntimas de la menor.
— Por favor... — Pronunció Suk en un susurro. — Detente...
— Debes guardar silencio si no quieres que algo malo le pase a tu madre, ¿entiendes?
Los ojos de Junier dejaron su aspecto natural dos gemas azabaches, para convertirse en dos esferas de fuego emanantes de sangre.
¿Cómo podría ser alguien capaz de cometer un acto tan profano hacia un ser de luz como lo es un alma inocente? ¿Acaso la humanidad aún no tomaba conciencia sobre el peso de sus actos?
Ahora que comprendía a la perfección los castigos de los que Suk temía confesar, no podía permitir que ese repugnante ser continuara abusando de ella.
«Si alguien peca inadvertidamente e incurre en algo que los mandamientos del Señor prohíben, es culpable y sufrirá las consecuencias de su pecado.» Levítico 5:17
Sin esperar más, Junier se encaminó hasta la cama y sujetó al hombre por el cuello, alzándolo en el aire a la vez que sus uñas amenazaban con perforar su garganta.
Él no era quién para decidir su castigo, no obstante, se encargaría de que ese monstruo pagara por sus pecados.
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