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Nueve; Sepulcro

El llanto de los presentes era audible en el salón y alrededores, todos se negaban a aceptar lo que había pasado. ¡Su pastor había sido asesinado! ¡¿Quién podría cometer tal atrocidad?! Esa mujerzuela lo había guiado a su lecho de muerte, no quedaba duda de ello.

Mientras los invitados fingían derramar sus lágrimas sobre el ataúd del impío, la pequeña Suk corría por el jardín de su casa. No le era permitido salir del interior de su vivienda, por lo que el sentir el pasto entrometerse entre los dedos de sus pies traía contento a su alma.

Por otro lado, Junier había adoptado su forma humana después de mucho tiempo sin haberlo hecho. Le había entregado los ojos de Junier en lugar de los de Jungkook, tal y como originalmente había pensado. Junier podría regenerarse por cuenta propia; Jungkook no. 

Su forma terrenal era una maravilla ante los ojos humanos. De hecho, no solo pasa ellos; cualquier criatura capaz de pensar podría afirmar que la hermosura de Jungkook llegaba al punto de rozar lo quimérico. Un joven con apariencia angelical, envuelto en los brazos de la perfección y criado bajo el seno de lo idílico. Su imagen era atrayente, nadie podía negarlo.

Y como era de esperarse de la estupidez humana, su belleza era motivo de privilegios. 

— ¿Qué pasará con Myeong-Suk? — Susurró uno de los ancianos de la iglesia. — ¡Su madre es una cualquiera que fue trasladada a un reclusorio por intentar matar a su esposo! Supongo que esa infeliz estará contenta cuando descubra que finalmente logró su cometido. 

— Myeong corrió con la suerte de tener un buen padrastro — Comentó una de las líderes. — ¡Ni siquiera Dios querría saber lo que habría ocurrido si esa mujer hubiera ganado el caso!

Jungkook se sentía agotado. Estaba cansado de escuchar tantos elogios y lamentaciones hacia la escoria con la que se había entretenido. Con nula intención de permanecer en dicho entorno, se encaminó hasta la parte trasera del jardín, donde Suk daba pequeños saltos en un intento de imitar a las ranas que nadaban en el estanque.

Jungkook hizo el hámago de acercase, pero su acción fue interrumpida cuando una señora se apresuró a tomar a la niña por los hombros para luego guiarla al interior de la casa.

La ceremonia estaba por finalizar. 

Mientras el maestro de ceremonias daba sus últimas palabras, Jungkook vigilaba a Suk a la distancia. La pequeña había sido obligada a permanecer cerca del ataúd de su abusador. 

«Hermanos, no queremos que ustedes se queden sin saber lo que pasará con los que ya han muerto, ni que se pongan tristes, como los que no tienen esperanza. Así como creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios levantará con Jesús a los que murieron en él.»  Recitó el anfitrión en un susurro de aliento

1 Tesalonicenses 4:13-14. No era necesario que mencionaran el nombre del pasaje, Junier lo conocía a la perfección. 

Comúnmente usado cuando se trataba de funerales, tal y como si los humanos fueran incapaces de pensar por cuenta propia para poder recibir a los familiares del difunto de una forma grata. Preferían hacer uso de las escrituras que afirman amar, pero muy pocas veces suelen respetar.

Sin embargo, Junier conocía un pasaje que se adecuaba más a la situación.

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.» Mateo 23:27

Un pasaje que viviría por siempre en la consciencia de Junier.

Sepulcros blanqueados, alguien que predica agua y a escondidas se embriaga con vino. Una metáfora para el ocultamiento de la corrupción a causa de los actos cometidos por una persona. Hipócritas, falsos y vanos que se preocupaban más por su imagen que por su alma, que se ven bien por fuera pero están corruptos por dentro.

Alguien que blanquea su tumba con cal para poder destacar entre las demás.

Junier odiaba esos momentos en los que debía permanecer en su cuerpo humano, Jungkook también lo hacía. Le hacía pensar en lo que hubiera pasado si sus padres no hubieran muerto, si su hogar no hubiera sido atacado y si Lilith no lo hubiera rescatado. 

Y ahora temía del destino que corriese Suk. Ya había hecho una promesa, la protegería a toda costa. 

Sin embargo, una lágrima se resbaló por el lado izquierdo de su rostro al pensar en la situación de su amiga y no poder evitar sentirse un tanto identificado con ella.

Sola en el mundo. Indefensa ante cualquier adversidad.

Siendo así, en contra de su voluntad se vio obligado a recordar el día en el que comenzó su martirio. Un anochecer rebosante en lamentos, desesperación y sufrimiento. Sin poder evitarlo un segundo más, la imagen de las ardientes llamas de aquel doloroso día se hicieron presentes en su memoria.

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