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La historia de Jungkook ↬ Segunda Parte

Había sido cuestión de minutos para que el resultado final estuviese completo. El dolor punzante le erizaba la piel, el veneno yaciente en su cuerpo empezaba a destruir su interior. Le quedaba poco tiempo, debía darse prisa si quería que al menos uno de ellos siguiera con vida.

Un pequeño mantel negro extendido a lo largo de la mesa. A falta de velas de un color naturalmente rojo, no le quedó otra opción más que pinchar su dedo índice para borrar el color blanco que antes las identificaba; colocándolas en cada uno de los extremos de la mesa, procurando no dejarlas caer. Una única vela negra adornaba el centro de la misma, un tanto desgastada y difícil de prender, pero su función seguiría siendo la misma.

Se alejó un poco para poder admirar su creación. Un sagrario carente de ofrendas, un obsequio rebosante de anhelos.

Era un altar sumamente mediocre, por nada del mundo podría negarlo, pero la decisión que iba de su mano y el esmero que cargaba consigo lograban cambiar por completo el significado de aquel convido.

Por tan solo una última vez, se dio la oportunidad de girar su cabeza hacia atrás para observar a su hijo por encima de su hombro. Su pequeño Jungkook, su dulce y valiente Jungkook... Este cubría sus ojos con sus manos, a la vez que una suave melodía escapaba de sus labios, la misma canción de cuna que sus padres le cantaban antes de ir a dormir, aquella que lo protegía en las noches oscuras, cuando temía que el monstruo debajo de su cama pudiera atraparlo y hacerle daño.

Ya no había vuelta atrás, intentaría salvarlo, incluso estando en su lecho de muerte.

Fue en ese momento que finalmente tomó el collar entre sus manos, dejando un casto beso sobre el característico dije que hace tiempo atrás había dejado en su pasado. Una lúnula menguante bailaba entre sus dedos, siendo sujetada por la cadena del colgante y adornada por una pequeña cruz que se aferraba al hemisferio sur de la luna. El emblema familiar convertido en collar que su abuela le había otorgando durante el día de su nacimiento, fieles servidoras de la reina del inframundo, indispensables devotas de la luz que iluminaba la oscuridad. En sinfín de siglos que dieron paso a una tradición, el susurro de un milenio que dejó consigo leyendas acerca de su familia.

Brujas, la línea femenina de la familia materna de Jungkook se encontraba formado por adoradoras de Lilith que se vieron obligadas a olvidar su religión, cuando una nueva les fue impuesta en contra de sus principios. El deseo de un linaje que había sido restringido a medida que abandonaban su espiritualidad, solo unos pocos fueron capaces de aceptar la voluntad de su corazón y permanecer firmes ante sus creencias, en cambio, la gran mayoría desistió con el pasar de los años, quedando como resultado una historia familiar de más de mil años siendo resumida en un mito.

Sobre todo aquella historia que prometía que la diosa ayudaba a los niños que habían sido desamparados. Aquellos que habían caído en la desgracia de ser separados de sus tutores.

Desde que tuvo memoria, con una pizca de temor en su alma y un anhelo novicio en su corazón, no existió día alguno en el que la madre de Jungkook no adorara a Lilith desde la oscuridad de su habitación, a puerta cerrada y vela en mano, rezaba todos los días por el bienestar del reino y su familia. A pesar de nunca haber tenido un contacto cara a cara con la divinidad, sabía que su diosa le otorgaba respuestas a través de las manifestaciones de la naturaleza.

Sin más, apagó su mirada a la vez que palabras susurradas escapaban de sus labios.

''Madre Lilith, tú que reinas en el averno y amparas a los de puro corazón, por favor, si mi aliento de vida será soplado, te pido que me guíes con bien hasta mi lecho de muerte. Sin embargo, me niego rotundamente al hecho de que la vitalidad de mi hijo se acabe en este momento.

Por favor, cuida de mi único hijo tal y como si fuese tuyo. — Su voz se quebrantaba con cada palabra pronunciada. — Permítele gozar de una vida llena de felicidad, una vida que yo no le pude brindar con totalidad. — Su voz se cortó con completo, incapaz de articular palabra alguna y con el miedo presente de ser escuchada por su pequeño, la habitación fue inundada a causa de sus lamentos. ''Mamá, ¿estás bien?'' La preocupación de su hijo le hizo soltar un frustrado quejido. — Estoy bien, mi niño. — Respondió con lágrimas nublando su mirada. — Aún no he terminado de contar, por favor, no salgas todavía. — Consiente de que el infante acataría su orden, sorbió su nariz y se permitió ser derramada en un llanto inaudible. — ¡Madre mía, es solo un niño! — Gritó a garganta seca. — Ambas somos madres y sé que comprenderías mi sentimiento, con todo el respeto y amor que tengo hacia ti; con toda la devoción y admiración que te he demostrado desde que adquirí conciencia... Por favor, Madre Lilith, cuida de mi pequeño por lo que le reste de vida. El día de hoy, con mi puño en pecho y una promesa en mi corazón, dejo la vida de mi hijo en tus manos''.

A las afueras del refugio, el rey luchaba por la vida de su familia con múltiples cortes marcando su piel, su cuerpo cubierto de sangre de pies a cabeza, y cargando consigo una herida de muerte que acabaría con su vida en cuestión de minutos. No resistía mucho tiempo, pero resistiría lo suficiente como para asegurar la vitalidad de sus seres amados. Si alguien moriría ese día, ese alguien sería él.

Sus movimientos eran ágiles, su rápido andar mareaba a sus contrincantes. La sangre de sus enemigos caía en gruesas gotas al suelo, lo mismo sucedía con las lágrimas del gobernador. Estaba acabando con la vida de aquellos que falsamente le juraron lealtad, y, aunque se tratase de un método de defensa; una necesidad ante el inesperado ataque contra su vida, sus heridas eran irrelevantes ante el dolor que le producía pensar que, las personas que en ese momento empuñaban sus espadas en su dirección, eran las mismas que una vez pertenecieron a su reino y celebraron victorias a su lado.

¿Acaso había hecho algo mal? ¿Su voluntad no fue suficiente para proteger a su pueblo?

Era humano, cometía errores por excelencia y se encontraba arrepentido de ello, pero no existía momento alguno en el que no haya hecho todo lo posible por arreglarlos.

Talvez su único error fue confiar en los humanos, aún siendo consciente de la falta de virtud que caracterizaba a los susodichos, decidió brindarles hogar y refugio a aquellos que una vez lo traicionaron, sin saber que una nueva traición provocaría la caída de su reino y lo guiaría de la mano a su lecho de muerte. Era un gran guerrero y con un corazón inmenso, tanto que su preocupación por velar por el bienestar de todo ser viviente, su fijaba a su rostro como una venda que cubría sus ojos cuando de desconfiar de los demás se trataba.

Su pueblo moría en un hirviente mar de lágrimas, su gente se ahogaba en un océano de sufrimiento. La paz que tardaron años en construir, les fue arrebatada de las manos en un día.

Sin embargo, pelearía por su reino hasta que la muerte lo arrastrara consigo.

Su familia viviría, confiaba en ello, y, a pesar de no ser un fiel creyente, rezaba entre susurros por que escuchado por alguna divinidad.

Sonrió. Se soltó a reír cuando descubrió era el único de pie en el improvisado campo de batalla, pese a ello, su felicidad no duró más de unos cuantos segundos. En el momento en el que se dispuso a correr nuevamente hacia el refugio, su acción fue interrumpida por un dolor punzante cifrado en su pecho. En una milésima de segundo, el color carmesí recubrió su cuerpo por completo y su vista fue nublada en su totalidad.

No doblaría sus rodillas, no permitiría que su agresor tuviera ese gusto.

— Sólo los cobardes atacan por la espalda. — Repudió entre susurros, conocía a la perfección esa vil forma de matar. — Al parecer he sido traicionado por mi mano derecha.

— Debiste aceptarlo en un principio. — Respondió todavía a sus espaldas. — Eres inteligente, no hay duda alguna en esa afirmación, pero tu corazón tiende a ser más grande que tu cerebro. Tu empatía predomina sobre tu ambición. — Finalmente se encontraron cara a cara, luego de que la espada fuera removida del pecho del rey, provocando que este empezara a desangrarse de inmediato. — Pudimos haberlo tenido todo, rey Jeon. De haber escuchado mis consejos, habríamos conquistado el mundo entero, en lugar de conformarnos con la pequeñez que le fue asignada.

— Una conquista a base de sangre y mentiras no es más que un holocausto.

— Y no me importaría dirigir uno, si el fin de este me lleva hasta la cima del todo. — Había firmeza en sus palabras y burla sobre sus labios. — Este reino me pertenece a partir de hoy; en el momento en el que mueras, me convertiré rey.

— Dicho título te será arrebatado algún día; tu nombre no es digno de llevarlo consigo.

Tras confesar dicha profecía, el cuerpo del rey se desplomó inerte sobre el suelo, siendo la causa de la sonrisa del nuevo gobernador de Mandeok Dong, quien antes de retirarse del lugar, prendió fuego a los cuerpos caídos para evitar ser inculpado por evidencias.

Al mismo tiempo que su esposo fallecía, la reina también lo hacía. Su hilo de vida estaba siendo cortado y no existía algo que se pudiera hacer para detenerlo. Ambos murieron bajo la esperanza de que el otro siguiera con vida, ambos murieron rezando que su hijo sobreviviera.

En ese momento, el chillido de un búho resonó en la habitación, cayendo con lentitud una pluma negra sobre el altar. La petición había sido escuchada.

La diosa correspondería el último deseo de su amada devota.



El pueblo se encontraba devastado ante la noticia, ¡la familia real había muerto a manos de la injusticia! El mismo general de confianza del rey lo había confirmado con lágrimas en sus ojos y pesadez en su garganta, prometiendo vengar la muerte de su mejor amigo, pidiendo la ayuda del reino para que lo escogieran como su nuevo monarca.

Sin embargo, antes de ascender a dicho puesto, debía asegurarse de que el heredero al trono había tenido el mismo destino de sus padres. Debía encontrar su cuerpo y confirmar que su camino hacia la corona finalmente se encontrara desolado. Su nueva misión era encontrarlo y mostrarles a todos que el linaje Jeon había llegado a su fin.

Luego de mandar a sus hombres a buscarlo y que ninguno haya obtenido buenos resultados, un par días después, decidió volver al sitio donde había acabado con la vida del rey, para revisar por cuenta propia el escondite donde había sido encontrado el cuerpo inerte de la reina. Se adentró al refugio subterráneo y empezó a recorrer el lugar con lentitud. Sonrió cuando un casi inaudible sollozo llegó a sus oídos, confirmando sus sospechas.

— ¿Jungkook, eres tú? — Preguntó con dulzura su tono de voz. — Soy yo, JongMin. No tengas miedo de mí, soy tu amigo.

— JongMin-Ah, ¡tengo miedo! — Respondió el pequeño una vez que abandonó su escondite, reconociendo la voz del mejor amigo de su padre. — ¿Dónde está mamá? ¡Estábamos jugando a las escondidas y unos hombres se la llevaron!

— Tranquilo, pronto podrás verla. — Aseguró con una sonrisa.

Sus huesos empezaban a sobresalir en su piel, era notorio que llevaba varios días sin comer y los gruñidos constantes de su estómago confirmaban que el pequeño la estaba pasando mal. Dejarlo morir de hambre le parecía una buena opción, matarlo con sus propias manos también lo era. Lo único que sabía, era que debía acabar con su vida ese mismo día. Pese a ello, una sonrisa se apoderó de su rostro cuando el infante hizo una nueva pregunta.

— ¿Sabes dónde está papá?

Ese maldito malnacido no arruinaría sus planes, la corona sería suya y haría todo lo posible para evitar que alguien se la arrebatase.

Debía acabar con su vida, pero primero se divertiría un poco.

— Está con tu madre, pronto podrás verlos, pero primero debes comer un poco.

Sin más, el general sujetó la mano del menor y este se aferró con fuerza a ella. Se encontraba feliz de estar con un conocido, contento de saber que se reencontraría con sus padres luego de tantos días con la única compañía de la soledad.

— ¿Recuerdas cuando te conté la historia de cómo abandoné este reino? — Preguntó con sorna. — Había sido desterrado en mi adolescencia por errores que cometí, algunos dicen que fueron malas acciones, pero no creo que allá sido así. — Jungkook asintió ante sus palabras, su amigo JongMin era muy bueno con él. — Descubrí mi valentía un día que mis suministros se agotaron y ya no tenía nada para comer. Tenía mucha hambre y sentía que en cualquier momento moriría, para mi suerte, ¡logré cazar un cerdo silvestre y alimentarme con su carne!

— ¡Eso es asombroso!

— Antes de encontrarte, cacé a uno que se encontraba merodeando por aquí, era un cerdo despreciable que llevaba mucho tiempo molestándome. — Finalmente, se detuvo cuando reconoció la espada del rey, sonriendo al saber que estaban frente al cuerpo calcinado del mismo. Con algunas partes faltantes, seguramente los animales del bosque habrían hecho de las suyas. — Yo ya he probado de él. — Mintió a la vez que con su daga cortaba una parte del brazo del rey, sabiendo que el niño creería en su palabra. — De grande quieres ser como tu padre, ¿no? Fuerte, valiente y generoso. — Jungkook asintió de inmediato. — Entonces cierra tus ojos y empieza a comer.

Jungkook dudó por unos segundos, nunca antes había probado algo cocinado en el exterior. La mayor parte del tiempo, prefería la comida de su madre o la de las cocineras del palacio. Sin embargo, quería ser tan valiente como su padre, quería llegar hasta donde él y contarle sobre su gran aventura y lo que tuvo que hacer para poder vivir.

Sin más, el pequeño cerró sus ojos y dio el primer bocado, con la mayor inocencia del mundo, devorando con rapidez el cuerpo calcinado de su padre en un intento de saciar su hambre.

El general aprovechó el momento y trató de atentar contra la vida del infante, sin embargo, una fuerza sobrenatural lo obligó a detenerse, provocando que perdiera el conocimiento por completo.

La reina del inframundo había llegado a la tierra, bajo la única intención de llevarse consigo el alma del hijo de su devota. Sin embargo, el pequeño no se quería con ella, una vez en el averno, sería trasladado al limbo. El altísimo no aceptaría en el cielo corazones que fueran impuros, aún si era en contra de su voluntad, primero debía pasar por un proceso de purificación. El aprobarlo o no definiría si obtenía la vida eterna o el descanso eterno.

Cuando Lilith se encontraba a punto de cortar el hilo de vida del menor, el mismo formuló unas preguntas que la dejaron helada.

— ¿Mamá? — Preguntó Jungkook aún con los ojos cerrados. — ¿Eres tú?

Las manos del pequeño aferrándose con fuerza a la tela lisa de su falda le hizo dudar de las reglas que ella misma había impuesto, ¿cómo era posible que él pudiera verla? En ningún momento se había mostrado físicamente ante él. De igual manera, el infante la había confundido con la que seguramente era su madre, se negaba rotundamente a acabar con la ilusión y esperanza del pequeño.

Después de mucho tiempo, una llama de alegría nacía en el interior del corazón de Lilith.

En un abrir y cerrar de ojos, ambos se encontraban en el averno, siendo observados por millones de criaturas que se preguntaban entre sí por la estadía de ese individuo desconocido en su hogar.

«Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron.» Romanos 5:12

El pecado es parte de la naturaleza del hombre y Jungkook había pecado en contra de su voluntad, al final de cuentas, ella también lo había hecho.

Jungkook era su nuevo hijo, era su deber cuidarlo.

Sin embargo, sabía que mantenerlo con vida en el inframundo traía un sinfín de consecuencias consigo, una de ellas era el explicarle su historia de vida. Otra de ellas era darle un nuevo nombre y prepararlo para su venganza.

— Naciste para ser un rey, en ti reside el liderazgo absoluto. — Afirmó la diosa. — Volverás a tu lugar de origen y gobernarás la nación que te ha sido arrebatada.

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